Capítulo 34. «Aceptación»
—Despierta —aquella voz rasposa pero atrayente trajo a Nathan de vuelta al mundo de los vivos.
Lo primero que vió fueron esos ojos verdes, como las hojas de un árbol. Luego sus labios rojos, entonces se enfocó en el maquillaje que rodeaba sus ojos, azul como el reino del que ella venía. Ella nunca se maquillaba, debía tratarse de algún evento especial, como, por ejemplo, su funeral. Las personas pensaban que estaba muerto y eso era extraño.
—Tú —dijo él, aliviado. Se irguió en su lugar y, como si ella fuera un imán, no pudo mantenerse alejado de ella y la abrazó.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Zedric. No lo había visto ni a él, ni a Amaris, Connor, Harry, Alannah Skrain, ni a un chico de ojos morados o la chica de largo cabello castaño que lo miraban desde atrás con preocupación y curiosidad evidente—. Tus ojos, tú cabello, tu piel...
Nathan estaba distinto, pero Piperina había estado tratando de ignorarlo para no incomodarlo. Su cabello ahora era negro, su piel ya no brillaba, estaba pálido, sus ojos se habían oscurecido y hasta parecía tener ojeras de días.
—¿Perdiste? —preguntó—. ¿La bestia absorbió todo de tí?
Nathan negó. Pasó a explicar toda su travesía, desde la ayuda de la princesa hasta el combate accidentado en qué notó que las sombras siempre se habían alojado en él.
—Eran parte de mí, pero no lo sabía —culminó, los labios apretados—. Por eso me veo así. Pero si lo intento tal vez...
Nathan cerró los ojos. La magia comenzó a salir de él, su piel tomó un tono brillante y su cabello...
—Vaya —apreció Skrain—. Esto es algo...
—Nunca visto —completó Alannah—. Maravilloso.
Piperina rodó los ojos. Ahí iban esos dos con su obvia relación hasta completando las frases del otro.
—Bueno, hay tres cosas que me tienen muy intrigado sobre todo esto —fue Zedric el siguiente en hablar, como siempre lleno de curiosidad—. Las sirenas, su reino, ¿Crees qué puedan salir del agua, cómo en las leyendas?
—No quieren involucrarse en los asuntos de la tierra, eso sí lo sé —respondió Nathan. No se esperaba ese tipo de preguntas, por lo que sonó algo aturdido al contestar.
—¿Y tú poder? ¿Qué tan fuerte es? —preguntó de nuevo Zedric—. Si se trata de un dios, y él se fue...
—Entonces habrá visto que Nathan es lo suficientemente poderoso... —dijo la princesa con aquel tono conocedor y creído que Piperina estaba comenzando a odiar— Tanto como para suplirlo y dejarle sus responsabilidades. Sólo falta que él acepte su don y se vuelva divino, pero no sucederá de un día para otro, requiere...
—¿Un dios? —preguntó Nathan, incrédulo—. ¿Yo? Es imposible. No me siento tan poderoso.
—Pues lo eres —respondió la princesa en tono de burla—. Y él también puede sentirlo. Estoy segura de qué cree en lo qué digo, porque el mismo Sol le ha dicho que él también puede convertirse en un dios.
Señaló a Zedric. Este parecía incómodo, pero no negó nada.
—¿Él te dijo eso? —esta vez Amaris, que no solía hablar mucho a menos que fuera estrictamente necesario, pero que parecía un tanto molesta por no saber eso, (y es que tenía que saberlo todo), habló—. ¿Por qué no nos dijiste nada?
—Si en realidad son tan poderosos, ambos, deberíamos de tener esta guerra ganada —dijo Yian con diversión—. Pero ustedes no confían en su capacidad.
—No es que no confíe en lo que puedo hacer —Zedric ya estaba viéndose particularmente molesto—. Sino que aun no lo soy. Mi poder ha aumentado, sí, pero depende de más cosas el convertirse en un dios. El Sol dijo que tenía que desearlo, que cultivar mi poder, y no fue muy explícito que digamos.
Amaris y Zedric intercambiaron miradas entre ellos. Se notaba que trataba de convencerla a ella antes que a nadie más de lo que acababa de decir. Y es qué se habían vuelto tan unidos y la confianza entre ellos era tan grande que hasta parecían entenderse con sólo eso, una mirada.
—Entonces, la última pregunta —esta vez el que siguió fue Connor, más serio que nunca—. ¿Conseguiste la ubicación de los elfos?
Nathan negó con la cabeza y se removió en la arena, incómodo. Aun cuando estas sombras ya no parecían estar dentro de él, todo a su alrededor reaccionaba a su presencia, desde la arena, que parecía no brillar, como si la luz del sol no impactara en ella, hasta el clima, que se había vuelto más seco en su presencia.
—Yo... —cerró los ojos, tratando de recordar lo que había visto desde que la pelea había terminado—. Sólo recuerdo a la princesa llevándome con ayuda del agua a la superficie, y que dijo...
La princesa. Una sirena. Piperina se sintió incómoda al oír la forma en que hablaba de ella. Parecía tenerle cariño, y el cariño la llevó a pensar en su unión y que, al parecer, ahora eran esposos.
—Lo derrotaste —dijo Yian para hablar en medio del silencio incómodo—. Tiene que contar como derrota.
—Ella dijo que la respuesta estaría en mi cabeza, luego se fue —recordó Nathan, brillando de alegría.
Piperina suspiró. Recordó las pocas clases que había tenido con aquella vieja mujer, Cassira.
Se centró en ella misma, en su poder. Entonces sintió que algo andaba mal ahí, algo que no era suyo, y lo dejó salir.
Nathan había tomado su mano todo ese tiempo y, al sentir el fuego volver a su sistema, soltó un suspiro de alivio.
—No creo que sea sano tener tanto poder junto —murmuró Skrain, intimidado.
Por su parte, Zedric seguía metido en sus propios asuntos, así que, teniendo una idea de lo que funcionaría, dijo:
—Yo puedo encontrarlo. Lo que sea que esté en tú cabeza, puedo hacerlo —al terminar sonrió, mostrando una confianza que pocos lograban tener en la vida.
—No sabes manejar aun bien eso, ¿Estás seguro? —preguntó Amaris. Zedric asintió.
Zedric se acercó a ambos. Nathan apretó la mano de Piperina, cual niño pequeño cuando tiene que tomar las hierbas que no le gustan o una comida con muchos vegetales.
Zedric, por su parte, estiró su mano y la posó en su frente. Cerró los ojos y, al sentir que estaba dentro de Nathan, suspiró por lo abrumador que era.
—Algo te está inhibiendo —dijo—. Lo quitaré.
—Espera... —murmuró Nathan, asustado— Bueno, está bien, no fue tan malo.
Aquello que Zedric quitó de seguro fue el conjuro que Alannah había hecho para separarlos, porque Piperina enseguida sintió a Zedric dentro de ella, en su cabeza.
—Es mucho más complicado con dos mentes, chico sol —le advirtió la princesa—. Aun después de la muerte y todo el poder que tengo no conseguiría manejarlo con precisión si lo intentara. ¿Está seguro de qué quiere seguir?
—Sí —contestó, cerrando los ojos de nuevo.
El poder de Zedric era evidente. Su piel comenzó a brillar, su temperatura caliente por poco y quema a Piperina. Este la soltó, incluso también soltando a Nathan, y, sólo entonces, abrió los ojos.
Estaban brillando. Aquello hizo que a Piperina se le erizada la piel, porque nunca había visto tal demostración de poder en alguien más.
—Ya lo tengo —murmuró. Para lo siguiente que dijo su voz cambió, volviéndose mucho más gruesa—. Ahora muéstranos.
Nathan asintió, y, viéndose totalmente hipnotizado, se levantó hasta que llegó al árbol más cercano. Extrajo la corteza de este, entonces comenzó a dibujar alguna cosa extraña con su dedo.
Estaba usando el fuego de nuevo. Aquello hizo que a Piperina se le hinchara del corazón por el orgullo y que, al mismo tiempo, el miedo se intensificara aun más. Zedric estaba haciendo que él usara su poder de semejante forma.
—¿Qué significa? —preguntó Connor cuando Nathan finalizó.
—Son instrucciones en mi lengua —murmuró la princesa, que hasta el momento no se veía convencida ni del poder ni de las capacidades de Zedric y Nathan—. Nos llevarán a la nueva gran ciudad de los elfos.
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