Capítulo 1. «Nuevos encuentros»
—Estos jóvenes nos dieron sus vidas. Se unieron, unieron a nuestras naciones, ¡Y todo por atrapar a Zara Pickerhell! ¡A esa bruja en sus engaños y libertinaje! —dijo el rey Amón. Furia brotaba de sus poros mientras daba discurso real, miles de personas se habían reunido para el funeral llevado a cabo una semana después en el mismo palacio de Belina Farmight por su cercanía con las dos islas reales y, juntos en la explanada, los dos reinos lloraban las muertes de sus seres queridos. Los llantos y quejidos eran abundantes y, al mismo tiempo, lo suficientemente callados para que se oyera el discurso del rey— ¡Esto no ha sido una derrota, más bien, lo veo como un sacrificio! Ellos dieron su vida por salvarnos, han traído noticias a sus casas, nos previenen ante lo que pueda venir. ¡Somos importantes, mucho más que ella y sus oscuras huestes! Les prometo, les juro, que cualquiera que se le haya unido lo pagará. ¡Ella no tendrá descanso hasta que llegue a las profundidades del inframundo y nuestros pueblos terminen con su vida! ¡Es lo que merece! ¡Merece morir, merece un cruel destino que, ya sea por el Reino Luna o el Reino Sol, les prometo que tendrá!
Grandes personalidades se habían reunido ese día para decir adiós a los chicos perdidos en batalla. Todos cuantos pudieron llegar estuvieron ahí, pero también el pueblo se había hecho presente, miles de personas acampando en la explanada baja del palacio, específicamente hecha para que ellos pudieran ver reuniones como esas. Amaris veía todo con tristeza, tratando de contener las lágrimas y de no pensar nuevamente en él.
—Creo que a Connor el discurso no le está haciendo bien —le susurró Piperina al oído, preocupación brillando en su tono de voz—. Es preocupante.
Amaris centró sus ojos en él, que estaba sentado al lado de Belina, sin familia que lo acompañara.
Amaris sabía que estaba nervioso por motivos completamente creíbles, ¿Y quién no lo estaría después de saber que su familia había estado del lado enemigo y qué el mismo rey Amón estaba amenazando a cualquier traidor? ¿Se consideraría un traidor a sí mismo?
Su palidez era preocupante. Sus ojos estaban rojos, se notaba que no había dormido en mucho tiempo. No estaba bien.
El pueblo estalló en aplausos, cosa que le causó escalofríos. Más cuando, enseguida, comenzaron a gritar repetidamente:
—¡Qué muera! ¡Qué muera! ¡Qué muera!
Ya no era un funeral, sino que era una declaración de guerra.
☀☀☀
—¡Estamos perdiendo las colonias contra un reino de pacotilla! —gritó el rey lleno de furia después de recibir noticias de su consejero, un hombre alto y barbón llamado Oliverio Saifred. Era un hombre rudo, pero el rey era tan intimidante como para hacerlo ver asustado, sonrojado y a punto de desmayarse.
Zedric mantuvo su vista fija en el gran ventanal frente a él. La vista era espléndida porque el palacio se encontraba justo en el borde del mar, con una gran caída de agua como adorno frente a ellos. Esa provincia estaba llena de vistas maravillosas gracias a sus exóticos islotes, grandes zanjas y profundas caídas de agua.
—¡Zedric! —el rey volvió a llamar su atención, tan furioso que sus regordetas mejillas se habían puesto rojas, no dejaba de apretar los puños y un gracioso humo salía de ellos— Te pregunté que es lo que sucedió. ¡¿Por qué no tengo ese cetro en mis manos?!
—Porque Zara lo tiene —respondió Zedric, serio, sin ganas de nada—. Es por eso que está ganando las batallas, porque tiene más poder que cualquiera que pueda enfrentársele.
Enseguida Zedric se arrepintió de sus palabras. Era demasiada información según lo que Adaliah les había advertido, lo que seguramente generaría una reacción que no quería ver venir de su padre en especial.
—Es bueno que nadie sepa de eso por ahora. Si el reino se entera de que ella tiene ventaja, y que es por tú culpa... —ahora el rey estaba bromeando y burlándose, lo que no hacía nada para mejorar el humor de Zedric.
—No es mi culpa —interrumpió él.
—Claro que sí. Si lo hubieras traído, si tan sólo tú...
—No es momento de enfocarnos en esto. Por el amor del Cielo, ¡Padre! ¡No ganaremos sino nos unimos con la Luna!
—¡Tú! —el rey avanzó como un rayo, atravesando la habitación y estampando un golpe sonoro en la mejilla de su hijo— Si propones cosas como esas nunca conseguirás la corona. ¡¿Quieres eso?! ¡¿Quieres quitarnos lo que es nuestro?!
Estaba tan furioso como para que sus ojos irradiaran su enojo. Zedric era el único que no se intimidaba por él, sino que, y al contrario, se sentía mucho más irritado.
—¡La corona no es nuestra! Tal vez haya sido de nuestra familia por varias generaciones, pero no podemos decir que lo será en las siguientes elecciones.
El rey se esforzaba por respirar bien, algo que Zedric notó enseguida y que mostraba toda su furia. Lo raro fue que, en vez de reaccionar de forma grosera o violenta, dijo, sus dientes crujiendo:
—Tienes que ganar. No podemos darnos el lujo de dar todo el poder que tenemos a alguien más. Hay muchas personas que nos odian, pero también muchas que nos aman. No lo arruines.
—Las elecciones aún no han comenzado —respondió Zedric—. Faltan años, no hay que preocuparnos ahora por eso.
—Cada mínimo movimiento que hagas contará —respondió el rey—. Ya he planeado toda una campaña para que nos guíe a tú elección, sólo tienes que seguir mis órdenes.
El rey comenzó a explicar todas las cosas que había agregado su agenda. Desde reuniones, viajes, e incluso falsas búsquedas en nombre de sus amigos.
—No dejaremos que te arriesgues de nuevo —explicó.
Zedric escuchó atentamente, un tanto enfermo por lo falso que podía ser su padre. Hablaba con decisión, pero su obsesión por el trono y el poder era tanta como para hacerle sentir que no había otra cosa más que le importara que gobernar.
—Tú boda será en dos veranos —fue lo siguiente que llamó la atención de Zedric—. Cerca de las elecciones, pero no lo suficiente. Llevarás seis meses casado para cuando sean las elecciones, todos seguirán hablando de tí y del gran evento que fue. No todos los de tú generación se habrán casado para ese momento, por lo que les tendrás ventaja.
—No veo como ser un hombre casado puede darme ventaja —se quejó Zedric por lo bajo. El rey soltó un gruñido, pero explicó:
—Porque das una imagen perfecta. Muestras que no eres un niño, que puedes ser maduro.
—Soy maduro —farfulló Zedric con rapidez.
Esta vez el rey estaba a punto de gritarle de vuelta por su mala actitud, pero no pudo hacerlo porque uno de sus lacayos entró a la habitación y anunció:
—La cena está lista. Todos los nobles y personalidades están bajando en estos momentos.
Tan rápido como llegó, el chico se fue. Era un lacayo real del Reino Luna, seguro había oído los rumores de que el rey mataba hijos de la Luna por provecho. No era una mentira en concreto, pero el rey era tan falso que ni siquiera lo hacia frente a sus hijos.
—¿Y Calum? —preguntó, hablando de lo mismo.
—Calum será tú rival —respondió Amón. Por primera vez en mucho tiempo no habló presuntuosamente, sino que con seriedad. Como un verdadero rey y no como un hombre hambriento de poder—. También le doy mi apoyo, pero por tí es por quien estoy apostando. Creo que tienes más posibilidades.
La respiración de Zedric comenzó a ir más rápidamente. Recordó la visión de Amaris, como Calum, su hermano menor, lo había traicionado con ayuda de los sabios.
No quería ser rey, luchar contra su hermano. No quería ganar.
🌙🌙🌙
—Todavía sigo sin creer lo que el rey hizo —se quejó Piperina mientras ambas caminaban hacia el gran comedor—. ¿Aprovecharse de la muerte de nuestros amigos para hacerse más admiradores? No le importamos.
Amaris no supo responder. Estaba pensando en muchas cosas, demasiadas como para tener en cuenta lo que estaba diciendo su hermana.
—Él no es para nada como Zedric —respondió. Piperina entrecerró los ojos, luego preguntó:
—¿Realmente no lo amas? Ustedes parecían tan perdidos el uno en el otro...
Esto tomó a Amaris por sorpresa. Tal vez Piperina la había seguido, —buscándola para consolarla—, y había oído su conversación con Zedric.
No la culpaba. Sabía que lo único que hacía era preocuparse por ella.
—No lo conozco, no tenemos nada en común, somos distintos en mil y una formas —se detuvo, conteniendo la respiración. Ese gesto hizo que se viera más elegante, más fina que nunca. Piperina sabía que Amaris estaba creciendo, pero cada vez se veía más madura, menos como una jovencita. Los años parecían estar cayéndole encima— ¿Lo has oído hablar de su madre? ¿Sabemos algo más de él, de su vida? Tal vez hay algo entre nosotros, ¿Pero algo tan profundo? No. No puede haberlo.
—O tal vez tú crees que no puede haberlo. Quieres creerlo. Eliminas tus sentimientos, los distorcionas.
Las chicas llegaron al gran pasillo que llevaba al comedor. No había puertas en todo el lugar, solo pasillos de un lugar al otro. La iluminación abundaba por todas partes, miles de candelabros de todos tamaños y colores. La decoración era toda azul y, aun cuando el espacio no era tan basto como en los palacios más de las islas reales, seguía siendo elegante y pulcro de una forma maravillosa.
Las personas se arremolinaban en el comedor, todas vestidas de blanco. Incluso Zedric, resaltando entre la multitud, vestía completamente de ese color.
Zedric contuvo la respiración al ver a Amaris. Sus ojos se iluminaron en parte porque ella se veía bellísima, —el vestido blanco que llevaba resultaba sus curvas, su cabello negro, y sus rasgos—, pero también porque sabía que nunca podría tenerla. La boda estaba más cerca de lo que pensaba.
Antes de saberlo estaba caminando hacia ella. Sus pies se movieron solos, la necesidad de oír su voz, de ver sus labios, de hablarle, era incontenible.
Fue tarde para huir cuando ella notó su cercanía. Zedric llegó, y dijo:
—Tenemos una conversación pendiente.
—No sé de que hablas —respondió—. Yo...
Zedric la tomó de la muñeca antes de que pudiera marcharse. Los ojos de Amaris demostraron lo sorprendida que estuvo con esa acción, enseguida soltándose de su agarre.
—Tal vez tú... —de repente Zedric perdió su confianza, pero solo por dos segundos, luego siguió—: Te prometí que te llevaría con los monjes, que terminaríamos con todo.
—No lo haré por ahora —respondió ella. La atenta mirada de Piperina era intimidante, pero no tanto como las de los nobles que miraban la escena con curiosidad e intriga—. Los sueños no han sido tan malos.
Esto último lo dijo con tal cariño que a Zedric casi le dan arcadas. Sabía, podía leerlo en ella, que pensaba en Ranik. Sabía que no le había mentido cuando le había dicho que no lo amaba.
—Yo sólo quiero ayudarte.
—Y ella lo sabe —fue Piperina la que interrumpió, considerablemente seria y madura— Pero ahora tienes cosas más grandes de las que preocuparte...
Las elecciones.
No habían dejado de abrumarlo aun cuando todavía faltaban dos años para que sucedieran. Era raro que fuera Piperina la que se lo recordara, porque antes no había tenido ni un mínimo interés en el gobierno.
—Mi amor... ¡Es tan bueno saber que estás bien! —interrumpió Elina, metiéndose en la conversación en el momento menos indicado—. Te extrañé tanto...
Zedric se giró para mirar a Elina. El blanco en ella se veía imponente, su cabello brillaba con la luz de las velas como si ella misma emitiera su propia luz. El rostro de Amaris se tensó. Zedric deseó ponerle toda su atención a ella, pero también sabía que no podía ser grosero con Elina después de todo.
—Estoy bien —le respondió, acostumbrado a fingir un tono de voz calmado a pesar de no querer hablar con esa persona—. También me alegra verte de nuevo.
Elina sólo le hablaba para marcar su territorio. En su mente leía celos, el intento de impresionar a Amaris y dejarle en claro que Zedric era suyo. a
Era algo bastante entendible. En el reino los rumores sobre Amaris y Zedric teniendo una aventura crecían más y más, podía oír a una gran cantidad de personas pensando en ellos mismos en esos momentos.
—Mucho gusto, Elina —saludó Piperina rompiendo la barrera que la prometida de Zedric había formado entre ellas—. No he podido felicitarte por tú compromiso, pero éxito.
Elina creía que Piperina era falsa. Aun así su sonrisa pareció real yauténtica, lo que quería decir que sabía actuar muy bien.
Era perfecta para ser reina.
—Muchas gracias. No siempre le digo esto a los demás, pero me siento aterrada. No creo ser lo suficientemente buena.
Era una mentira. Una vil mentira. Elina se creía lo suficiente, incluso creía que Zedric no la merecía.
🌙🌙🌙
El calor era sofocante. Skrain caminaba con lentitud, sintiendo el peso de las personas que se había llevado sobre sus hombros.
Los recordaba. Recordaba lo mucho que le habían rogado, pidiendo que no se los llevara, que no los matara.
—Deja de sentirte triste por eso —la voz del Dios que lo había apadrinado entró de nuevo en su mente, cosa que hizo que soltara un soplido, furioso— Ya te dije que yo no me los llevé, tampoco tú te los llevaste. La energía, la oscuridad y la muerte juntas, todo se unió y creó esa catástrofe. Era el momento. Tenía que pasar.
—¡Déjame solo! —gritó Skrain, molesto. Sentía la presencia del Dios sobre él, la forma en que lo modificaba y le transmitía su energía.
—Tal vez no quieras oír de mí, pero he movido un par de influencias y así consigo ayudarte un poco. Cuidado con las arcadas.
Antes de que Skrain pudiera reaccionar, un tirón invadió su estómago, su cabeza comenzó a doler e, instantáneamente, fue absorbido por una especie de portal que hizo que su visión se nublara.
Despertó en el medio de un callejón. El olor a moho y basura era asfixiante, la luz del sol nublaba su visión.
Alguien lo tomó de la muñeca. Estaba tan perdido como para a duras penas caminar, pero sintió como salió del callejón, dobló la esquina y entró a una habitación desconocida.
Ya ahí, quien sea que lo llevaba lo lanzó a la silla más cercana.
Skrain enfocó su visión. Al principio no quería creer lo que veía, pero luego simplemente lo aceptó.
Todo parecía normal. Un cuarto normal con dos pupitres y una mesa en el centro, justo frente a él.
Lo que era raro el chico que lo había recibido. De nariz chata, piel clara, delgado, con cabello negro y ojos morados.
—Hola, soy Yian.
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