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𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

「༻ ☪ ༺」

Felicidad.

Si me atrevo a ser sincera, no sé qué respuesta darle a eso. Asumo que es un término subjetivo como el amor y el dolor, pero, para mí, es una de esas tantas palabras con un enfoque que difícilmente sabes diferenciar.

Me quedaría en uno de esos shocks efímeros si alguien me lo preguntase. No sabría qué responder. Bien dicen que una sonrisa no significa felicidad, así como un llanto no significa tristeza. A veces es algo mucho más profundo que eso.

Y decir: "yo soy feliz", requiere de mucho más que sentirse bien.

Lo aprendes cuando la adultez toca a tu puerta y los estragos de tu mundo infantil van quedando atrás hasta convertirse en recuerdos.

—Te ves preciosa, Anima —expresa el chico con los nudillos entintados. Besa mi mejilla y me da un repaso con una sonrisa—. ¿Lista?

A tres días de aquel momento en el salón de música, estamos aquí, compartiendo de un momento que desborda en mí infinidad de emociones. Como en nuestra primera cita, como en nuestro primer encuentro. Simplemente todo se arremolina en mi pecho cuando estoy a su lado.

Algo más intenso que «sentirme bien», transparente que contagia todo mi ánimo cuando no me encuentro bien. Y es agradable sentir ese aleteo en el estómago al estar cerca.

—Lista, señor guía.

Sonrío de oreja a oreja. Ver brillantez en su semblante me hace olvidar cómo era aquel chico huraño e indiferente que quiso mostrarme. He roto algunas de esas barreras que forjó para mí, él me lo ha dicho. Esta siempre fue de él, la verdadera, cubierta de esa gélida coraza para no dañarse.

Jamás olvidaré aquel día que me permitió derrumbarme en sus brazos, cobijándome en su empatía cálida, abrazando mis pesares en ese silencioso confort. No le hacen falta palabras para mí porque siempre lo logra con esas pequeñas acciones. Y yo prefiero eso.

—¿Señor? —alza una ceja con un gesto divertido—. ¿Tan jodido me veo? Solo nos diferencian dos años.

Frunce sus labios y hunde sus manos en los bolsillos.

—Está bien, está bien —muerdo mis labios antes de responder—: Joven y NSA guía.

—¿NSA?

Su confusión me saca otra carcajada, esa ternura tan despistada satisface mi sentido del humor al no comprende mis pensamientos negros.

—Nutritivo, sabroso y apetitoso —digo sin filtros—. Un concepto que te queda como anillo al dedo. —Junto mis dedos en los labios y lanzo un beso.

Sus orejas se tornan carmesí y parpadea para recobrar el sentido. Hunde sus manos en los bolsillos, otra vez. Está nervioso.

—¿Todo eso soy?

—Todo eso eres, Stephen. —Una risilla pícara escapa de mi voz. Ahora comprendo por qué sonríe cuando me ve sonrojarme. Abrazo su torso y levanto la barbilla para mirarlo desde mi estatura—. Y por dentro eres aún más especial.

Traga saliva. Sus manos ahora en mi cintura.

—¿Te refieres a mis intestinos? —planta un beso corto al puente de mi nariz.

—Sip, tal vez cuando duermas pueda quitarte algunos y venderlos. Me darían mi buena plata.

Suelta una risa sutil.

—Cuando duerma —repite alzando una ceja—. ¿Significa que dormiremos juntos? —Mi termómetro corporal se enciende y dispersa todas esas sensaciones febriles por mis venas—. ¿Acaso es una petición?

Jadeo inconscientemente. Se está divirtiendo.

—Eres traicionero, joven NSA.

Me envuelve en sus brazos y me ajusta con fuerza. Sus labios rozan con los míos en un juego de deseo que nos envuelve, y me besa. Perdí la cuenta de las veces que lo ha hecho. Algo ha cambiado con el tiempo y más en estos últimos días, y es ese acceso el uno con el otro para unirnos en besos o caricias sin renegar. Se ha vuelto parte de nosotros.

De esto que tenemos, aunque no tenga nombre.

Subimos a su auto y partimos, sin perder esa bonita costumbre de entonar soundtracks de la infancia.

• ────── ✾ ────── •

Hemos salido de un establecimiento que ofrece desayunos y postres deliciosos. El aroma a café se cuela nomás entrar y el personal siempre te atiende con una sonrisa, a pesar de que —como me ha pasado— vacíes tu bebida sobre el mantel y pases una vergüenza.

Quise ayudar, pero mis intentos fueron en vano.

—¿Ahora dónde vamos? —le pregunto mientras abro una galletita de la suerte que la encargada en la caja me proporcionó.

«Una mirada vale más que mil palabras».

Es la primera vez que abro una. Llevar una vida como la mía me ha hecho alejarme un poco de esa creencia en la suerte de las personas. Sería injusto pensar en que solo algunas la tienen, y ¿qué hay de las demás? Tal vez a las que no les llega son quienes más la necesitan.

Pero bueno, otro aspecto en el qué pensar. La suerte, el amor, la felicidad, el destino... Palabras con más peso del que me había imaginado hasta ahora.

Miro a Stephen, sonriendo; desde que mi padre se fue a Italia he aprendido lo que nunca me enseñó sobre la vida fuera de casa. La gente; con bondad y con malicia. La naturaleza; tan viva y cansada de sus malos cuidados. Por todos lados hay personas con prisa, con un maletín o bolsas de supermercado y un teléfono en la mejilla. Absortos en peleas, en llanto o emociones que van más allá de palabras.

Sin saber que, tal vez, la próxima vez que paseen por este lugar ya no habrá aquel puesto de hamburguesas que desprende un aroma a especias y carne cocida, o ese árbol que da la sombra de aquellos en espera del autobús...

Cosas simples, pero que son parte del día a día.

—¿En qué piensas? —Su voz me devuelve a la realidad con un suspiro.

—En ti.

Sus labios se curvan en una sonrisa.

—¿En mí? No soy tan interesante.

Encuentro mis ojos con los suyos y le sonrío. Una sonrisa que me sale del alma.

—Pienso en todo lo que me rodea. —Hago un círculo con mi índice—. En todo eso que me he perdido por veintidós años, pero... A partir de ahora, no dejaré que nadie me prohíba.

Sus ojos se alumbran con un brillo de orgullo que me da confianza. Extiende su mano y encapsula la mía para depositar un beso suave.

—Así se habla, Anima —sonríe—. El mundo puede ser tuyo si así lo quieres.

El sonido del claxon nos regresa al bullicioso tráfico. Son cerca de las once y parece ser que les ha dado por salir a todo el mundo. Pasada una media hora bajo el descontrol de las calles hemos logrado llegar a nuestro destino.

Él baja primero y se ofrece a abrir la puerta por mí.

—Gracias.

La brisa primaveral me recibe cuando alzo la mirada al frente. Debo reconocer que no sé en qué lugar estamos, pero esta emoción por lo desconocido me insta a no dejar de sonreír. Él es espontáneo, siempre logra que pierda el ritmo de aquella rutina gris y sin vida.

Porque a veces dejar que fluya sin andar a prisa es lo mejor que puedes hacer.

Inspiro y le devuelvo una sonrisa.

—Bienvenida al jardín botánico: Edwards Gardens. —Extiende ambas manos hacia la derecha, para mostrarme—. Flores silvestres, árboles perennes y muchas fuentes que estoy seguro de que te encantarán.

Los ojos se me escuecen, sorbo mi nariz.

—Tendremos un guía voluntario que nos ayudará a recorrer el lugar. Quería que recordaras esto, y, como yo desconozco del tema...

No lo dejo terminar cuando me abalanzo a él en un abrazo. Hundo mi cabeza en su cuello, inhalando su aroma, canalizando mis emociones en ese contacto. ¿Cómo es que exista alguien capaz de pensar en ti de esta forma?

—No vayas a darme las gracias, Anima. —Besa mi coronilla—. A ti te gusta esto, y a mí me gusta ver que sonríes. Va por ambos.

Asiento en su pecho.

Entrar fue tan liberador y fresco. Tan lleno de vida, literal. Al instante olvido el ajetreo de la vida urbana y se instala en mí una carga de energía jovial y natural. El guía se presenta y comenzamos con el recorrido, nos recomendó visitar el Toronto Botanical Garden que se ubica en la esquina noreste de Edwards Gardens.

Pasear por ahí es digno de resguardar con fotografías. Capturo cada rincón, sin soltar mi mano entrelazada con la de Stephen. El verdor se extiende en oasis a nuestros ojos, la belleza y tranquilidad natural es tan apacible. El aroma de todas esas flores flota en el aire, deleitándonos con la variedad.

Es espléndido.

Los noventa minutos pasan en un parpadeo fugaz. Agradecimos al guía y asistimos a una de esas tiendas de jardinería. Descubrimos una amplia selección de bulbos en temporada, plantas de interior, productos sostenibles y decoraciones de hogar... Estoy impresionada. Es tan intenso este sentimiento.

Terminamos en Bloom Cooffee para descansar y saborear bocadillos.

—Demasiado hermoso —expreso en un suspiro, apoyada en su hombro. Nuestras manos entrelazadas—. Espero que también te hayas divertido.

—Mi parte favorita fue cuando quisiste llevarte esa colección de Lilas. —Suelta una carcajada.

Frunzo el ceño.

—Deberían de regalarle a los visitantes —reclamo en un puchero—. Anda, sigue burlándote, traicionero —su risa no para, sin ser ofensiva—. En estos momentos tendría mi colección si no hubieses sido un chismoso.

Alza una ceja, conteniendo la risa con su mano en el abdomen.

—¿Chismoso, yo?

—Sí, tu.

—Pero si se te cayeron a ti y le dijiste que yo las había tomado.

Encojo los hombros con inocencia y aprieto los labios.

—Ups, ¿así fue? Me he confundido. —Deposito un beso en su cuello—. Aun así, debiste correr con ellas, yo seguir el recorrido y nos veíamos en la salida. Un plan que no tenía falla.

—Ya... Yo era el sacrificio. —Encapsula mis mejillas y las aprieta como pescado—. Para la próxima así será, y tú pagarás mi fianza en la delegación.

Asiento con inocencia.

Los minutos se revuelven con un silencio armonioso que nos rodea bajo la sombra en una de las banquillas. La sutileza de la brisa remueve mis mechones y el canto armonioso de las aves se lleva el peso de mis hombros.

—Anima... —Mi cabeza recostada en sus muslos, y sus dedos masajeando mi sien.

—¿Mm?

Deja un par de segundos bajo el mismo silencio.

—¿Aceptarías una invitación a mi casa esta noche?

Me levanto de golpe para enfrentarme a su mirada. Mi corazón late. Trago saliva. Mis nervios se disparan sin control. Parpadeo para asegurarme que no escuché mal.

Carraspeo.

—Espero me creas si te digo que no planeé esto con ese fin, claro que no. En mi mente sonó mejor, pero, ya sabes, a veces no cooperan ella y mis acciones.

Dentro de toda esta vorágine frágil, me hace soltar una sutil risa. Inhalo para pensar y exhalo para actuar. Mi interior grita muchas cosas, y esos engranajes sentimentales se aferran a funcionar mejor que nunca.

—Si no estás segura, por favor dilo.

Todo se me asienta en la garganta. Tan intenso que no sé cómo desenredar este nudo de palabras que me llegan como un chispazo. Lo miro con una sonrisa. Acaricio su mejilla y le robo un beso, cargado de todo esto que me cuesta decir. Con la intención de que las comprenda en mi silencio.

—Estoy de acuerdo con eso —digo.

Un par de diminutas gotas chocan en mis brazos. Después dos más, y más. Se multiplican hasta que el líquido nos escurre por doquier. Tal vez debimos ver el pronóstico de esta mañana. Es raro cuando las lluvias llegan de improviso.

Intento correr con su mano en la mía, pero no se mueve.

—No voy a correr —dice. Un asomo de seriedad en su voz, pero la cambia tan rápido que tal vez lo he imaginado—. Hagamos algo... diferente.

Camina sin soltar mi mano, entrecierro los ojos cuando el gotero se me clava en los ojos. Utilizo mi palma libre para hacer de teja.

—Todos nos están mirando —aviso. Se estarán preguntando si acaso estamos bien de la cabeza como para no refugiarnos—. ¿Y si nos acercamos a...?

Me interrumpe con un beso profundo que llega a nuestras lenguas.

—Tú y yo no somos como el resto. ¿Lo olvidas? —Aparta mis mechones bañados detrás de mi oreja, su respiración golpea con la mía—. Hagamos arte bajo la lluvia, y que este sentimiento se convierta en el eco de lo que somos.

Me abrazo a su cuello y asiento con una sonrisa.

—Bien... Hagámoslo.

Inspiro antes de tomar sus manos y balancearme a su costado con un giro. Mi espalda pega a su cuerpo.

—¿Sabes bailar? —alzo un poco la voz cuando el estridente sonido de la lluvia se interpone.

Se encoge de hombros.

—No, estoy rígido.

Sonrío de lado, y sabe lo que se me vino en mente porque comienza a negar.

—Anda, ¿no dijiste que no somos como el resto? Es como aquel día, solo que esta vez, seré yo en lugar de tu guitarra.

Vuelve a negar.

—No quiero dejarte caer.

—No me cargarás, será lento. Como una balada melódica —me alzo de puntillas para susurrar—: Como la que te he oído tocar en una de tus clases.

Parpadea con sorpresa.

—Si es la que tocarás al final de curso, estoy segura de que aprobarás con honores.

Sus comisuras tiran de una media sonrisa.

Nos besamos de nuevo. Disipando la sensación gélida de la ventisca que trae consigo el clima. Su mano en mi mejilla, acercándome a su boca sin cohibirse. Aventurándonos a lo fortuito. Las gotas que descienden con naturaleza se cuelan entre besos, pero aun así no nos apartamos.

Nos balanceamos al son de una melodía que solo resuena en nuestra mente.

Estos últimos meses han sido recuerdos tras otros, sensaciones novedosas y esa brecha que se ha extendido en donde me permito pensar. No solo en ballet, metas y dietas... Sino en mí, lo que me rodea y todo aquello que quiero conocer.

Di un paso hacia el exterior de mi burbuja, y ahora no quiero entrar ahí de nuevo. Quiero ser yo. Decidir por mí. Vivir para mí. Voy a amar lo que nazca de mi alma y olvidar eso que me obstruye el camino.

Con ese pensamiento, me alejo de su boca con la respiración agitada. Retiro el broche de mi collar y lo dejo caer al centro de mi palma. Stephen me mira expectante y con paciencia.

—Si la vida me tiene preparado que volverá, lo hará. No importa si beso esto o no, no depende de mí —expreso con un nudo en el pecho. Lo resguardo en el bolsillo delantero de mis jeans. El collar de Antoine, añado—: Lo recuerdo como el mejor hermano del mundo, y eso me bastará para seguir.

Agacha la cabeza un par de segundos y después me mira con una sonrisa de orgullo.

Amo a mi hermano, aun sin esas respuestas que me persiguen desde que se fue. Pero la misma espera que mantenía de pie me había estado destrozando, sin darme cuenta.

Até mi alma a su recuerdo, y la estaba perdiendo al no sentir claro su accionar. La esperanza se estaba opacando porque la inocencia terminaba. Mi alegría dependía de él cuando niña... Ahora depende de mí.

Y elijo este momento como parte de aquello que me hace sentir viva.

—Eres increíble, Gianna —confiesa Stephen. Mi realidad se pausa cuando lo escucho de su voz—. Tienes mi respeto. —Me acerca hasta que choco con su abdomen, y repite en un susurro—: Has logrado más de lo que te imaginas por ti misma este corto tiempo. Sin que nadie te diga qué y cómo.

Sus palabras son como un bálsamo sobre mi interior. La fragilidad de sus palabras, ese tono tan cariñoso que siempre me ha dejado escuchar. Mi nombre en su voz es como una púa que pincha mi burbuja de tranquilidad. Me desborda. En el buen sentido.

Culminamos con un abrazo, escurriendo a más no poder, y tiritando todo el cuerpo.

Un resfriado no es tan malo. ¿O sí?

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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!
~🕰️~

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