𝕏𝕏𝕀𝕀
𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆
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Mi cabello húmedo, listo para pasar por la secadora. Una camisa oversize que le pertenecía a Antoine y unos pantalones cortos de pijama... Lista para entrar a la cama y dormir. No hace ni dos horas que hemos terminado el ensayo, miro el reloj de la mesita y suspiro ante la hora que es.
¿Quién demonios sigue despierto a las dos de la madrugada? Bueno, al menos para mí eso es inaceptable.
Me acerco al mueble de caoba que da a la ventana; en donde ese jarrón sigue tan vivo como cuando le coloqué la primera rosa que Stephen me dio. Y las notas..., bueno, las he guardado en uno de esos álbumes que sabes que cargarás toda tu vida.
Alguien llama a mi puerta. Dos golpes. Una presencia. Todo mi interior temblando de sensaciones negativas.
—Papá...
—Partiré a primera hora a Italia —dice de entrada, sin saludar. Trago un nudo de nervios que me apresura a ponerme en guardia—. Tu abuela está enferma. Lis y Mirella vendrán conmigo.
Un golpe en el pecho me distrae de todo mi alrededor. Si bien mis abuelos paternos eran el triple de severos que mi padre, esa noticia basta para darme cuenta de que a pesar de todo les guardo un lugar en mi corazón.
—¿Está enferma? —Me toco el cuello, pensando—. ¿Iré también?
Me mira con análisis unos segundos.
—No. Tú y tu madre se quedarán aquí. A estas alturas no puedes tener faltas en la universidad.
—Pero... Es mi abuela también.
—No, Gianna —sentencia con solemnidad.
Me tiemblan las manos, porque vi un asomo de debilidad en sus ojos. Como un hijo que teme por la vida de su madre. Como un hombre que se educó a base de lo mismo que yo, pero en otros tiempos.
Pero cuando le temes al rechazo... No haces nada, aunque tu interior lo grite.
—Estará bien. —Estira su saco a pesar de no tener ninguna arruga, y añade—: No le des problemas a tu madre. Llamaré todos los días.
Asiento casi sin movimiento, pero eso parece bastar para él. Extrañamente.
Gira el cuerpo para marcharse, y es justo cuando su mano toca la manija que me atrevo a hablarle con más seguridad:
—Papá. —Me mira sobre el hombro—. Mi cumpleaños se acerca. Me preguntaba si, eh, como todos los años...
—¿Hablas del viaje? —concluye por mí.
—Sí.
Se queda quieto unos segundos, pensando, ahogando el silencio en una tensión que me corroe. He fallado para él, pero nunca me la negado, ningún año. Es el único día en que me cede un concepto de libertad creado por mí.
Espero su respuesta, casi sudando.
Retoma el paso y abre la puerta. Mis cejas se doblan con tristeza ante una posibilidad que me derrumbaría.
—Para ese entonces estaré en Italia aún. —Mira hacia la ventana o al jarrón de rosas, no lo sé. Pensar en ello me pone más los pelos de punta. Al cabo de segundos, me mira y concluye—: Solo procura una distancia decente. Háblalo con tu madre y yo me encargo.
Cierra después de eso, llevándose esa tranquilidad poco común en él. Me quedo en medio de mi habitación procesando sus palabras, ese permiso. Con un aleteo de inseguridad que pierde velocidad poco a poco.
Él. Dijo. Que. Sí.
¡Él dijo que sí!
Doy un brinco, luego otro y al final termino una coreografía de emoción mal organizada.
—¡Debo avisarles!
Me apresuro —con la mejor sonrisa que me ha provocado mi padre en muchos años— a tomar mi teléfono e intentar llamar a mis amigas, pero el recuerdo breve de la hora me detiene. Ellas deben estar contando las estrellas en sus sueños, no podría despertarlas teniendo una semana de estudio cansada.
Suspiro.
¿Qué hay de él? Trabaja en un bar, a esta hora debe estar siendo hostigado por chicas.
Entonces recuerdo que Colton me había dado una tarjeta con su número el día que me invitó al bar, quizás pudiera facilitarme charlar un rato con Stephen. Porque siendo ambos tan despistados, no nos hemos pasado nuestros contactos a pesar de nuestras salidas.
Espero que no se haga alucinaciones al llamarlo después de medianoche. De Colton se espera siempre lo que sea. Busco la tarjeta y tecleo los números con éxito.
Un tono, dos, tres...
—Hola, Colton... —aclaro mi garganta—, disculpa lo hora. Eh, ¿cómo estás?
Un corto silencio del otro lado.
—¿Anima? —Esa voz, ronca y atractiva solo podía ser de alguien, y no de Colton.
—¿S-stephen? Yo no sabía... Creí que sería Colton —declaro—. Me dio una tarjeta aquella vez y...
—Ese idiota... —musita y se queda en silencio por poco tiempo—. Anima, a esta hora solo los fantasmas hacen rondas. ¿Qué asunto tenías con él para llamarlo? ¿Estás bien?
Caigo en cuenta de lo que cualquiera pudiera pensar por mi accionar. ¿Sería lógico aclararle las cosas? Mis debates internos comienzan a tomarme presa, como siempre que me acorrala el nerviosismo.
—¡Stephen, necesito más papel de baño! —Alcanzo a escuchar esa voz lejana, proveniente de Boston lo más probable. Él resopla al darse cuenta de que logró traspasar la línea—. ¡Y una pastilla para mis tripas! —Se queja a la distancia.
—No cuelgues. —Me insta antes de que se aleje de la bocina del teléfono. Alega unas palabras con el afectado que son legibles—: Te dije que ese licuado tenía leche. La carta lo decía, ¿no la leíste?...
Tarda más minutos. Después regresa al compás de mis nervios.
—¿Entonces? Colton te ha conquistado...
—No, él no —confieso al instante—, quiero decir, no lo llamé por algún asunto retorcido que tu mente esté imaginando.
Suelta una risita discreta.
—Mi mente está en blanco, Anima. Pero dicen que no es común que una chica linda te llame a estas horas, ¿no deberías estar durmiendo?
Las palmas me sudan al enfocarme en ese «chica linda». Me atrapa con cada palabra expulsada, agradezco que fuese él el que ha contestado...
—Espero no creas que soy una pervertida. —Ríe con un tono que me acelera el pulso—. Es que...
—Espera, espera. ¿Has dicho pervertida? —Su voz incrédula—. Carajo, eso debí grabarlo. Haber, otra vez; dilo y yo activaré la grabadora.
—¿Te estás burlando?
Ríe con fuerza. Arropo mi cuerpo con las sábanas y me recuesto, sin despegar mi mejilla del aparato.
—Es una palabra común, ¿quieres que te busque en un diccionario? —revoto sus palabras de aquella ocasión.
Sé que lo recordó.
—Muy común, Anima —acepta—. Pero si la hubiese escuchado en persona no sé qué estaríamos haciendo en este instante.
Mis latidos fuertes y acelerados. No entiendo cómo es que puede decir todo en el mismo tono de voz sin inmutarse. Trago saliva, con ese cosquilleo que encuentra su punto fijo en mi bajo vientre.
—¿Dije algo malo? —Se interesa ante el silencio que tomo para ahogar un grito y removerme en mí mismo sitio.
—Ay, ay, me he rosado mis nalguitas de bebé. —La voz de Boston hace acto de presencia de nuevo—. No vuelvo a ese puesto de licuados en mi puta vi... ¿Con quién hablas? ¿Por qué sonríes así?
—Cierra la boca... ¿quieres quitarte de encima?
Comienza un forcejeo del otro lado.
—Le diré a Lombardi que hablas con lagartijas —reclama con seriedad. Yo permanezco en silencio durante su corta discusión, atenta a cada palabra que llega a mis oídos.
—Estoy hablando con Lombardi, idiota —brama—. ¡Ya quítate de encima!
—¡Buenas noches, Gianna! —grita entre forcejeos que duran unos pocos segundos—. ¡Me he rosado el culo porque me dio diarrea! Por suerte no taponeé el baño de Steph.
Un grito ahogado de dolor resuena del otro lado. Stephen toma la línea de nuevo.
—Disculpa, a veces le dan esos ataques de extrovertido con energía full. —Escucho un reclamo a la lejanía, y ambos reímos—. Pero bueno, no me has dicho el motivo de tu llamada. O es que de verdad extrañas mi voz y querías oírla antes de dormir. Por eso llamaste a Colton.
Sisea a Boston que entona una canción de amor a todo pulmón. Lo reprende porque despertará a sus abuelos. Una pijamada con esos sujetos debe ser de lo más sensacional.
—La verdad... Tengo una buena noticia y quería compartirla.
—¿Conmigo?
—Sí.
—Vale, te escucho.
Lo pienso unos segundos.
—Espera... Estás en casa. —Me intereso—. ¿Qué hay del bar?
Me comenta que le han accedido un par de días para recomponerse de la reciente pelea que tuvo con el grupo de William y Leonard. Y fue ahí que mi bombilla interna cobra luminosidad.
—Stephen...
—Dime, Anima.
Trago saliva antes de expulsar la idea que me ha llegado como pestañeo.
—¿Puedo... puedo visitarte? Ahí podría decírtela. —Arrojo el teléfono a mi costado y me cubro la boca, como si así fuese a calmar este manojo de nervios. Doblo mis rodillas y las abrazo, esperando su respuesta, mirando el teléfono.
Entenderé si no acepta, para mí el hogar es un sitio de calidez que deberías compartir con aquellos que aprecias, pero para muchos es un lugar íntimo y reservado. Y yo no sé qué tipo de ideal tenga él sobre eso.
Mantengo mis esperanzas niveladas.
—Te aviso que yo no sirvo caviar ni vino refinado a las visitas.
—Iré a verte a ti, no a comer.
Ríe con suavidad, sus palabras cubren una inseguridad casi intocable.
—Entonces me pondré decente para ti —expresa bajando la voz.
—¡Ya cuelga, enamorado! —grita Boston otra vez—. Hay unos que no somos murciélagos.
—Debo irme, este sujeto necesita verme dormido para hacerlo él también... Descansa, Anima.
Y esa cantidad de dudas vuelven a mí. ¿Será sólo mi imaginación? ¿Por qué hay una idea punzante que no me deja tranquila sobre él?
• ────── ✾ ────── •
Sé que en mi interior yace una máquina de nervios que se echa a andar a su antojo, en especial cuando teclea en su almacenamiento el nombre «Stephen». Esta mañana es muy diferente a las otras: no hay presión, no hay una rutina de excelencia... No está mi padre.
No debería darme tanto gusto sabiendo las circunstancias por las que se fue, pero no es algo que pueda evitar. Solo nace y necesito hacer algo al respecto con esta oportunidad.
Mi madre cede con facilidad cuando le expongo lo que me resulta quedarme sin avistar lo que hay detrás de estas paredes. Es su manera de remediar el que se quede al margen, como lo he dicho ya.
Le dije que visitaría a Olivia, que saldríamos al centro comercial y después a comer. Pero algo en su expresión me hace querer creer que cuando le digo "mi amiga" ella tiene otro sustantivo en la mente. Solo no dice nada. Luciano me acerca hasta la dirección que Stephen me proporcionó después de cortar la llamada.
Un vecindario tranquilo, con poco tráfico y más personas a la vista. Algunas casas comparten terraza sin invadir el espacio, otras tienen la puerta a solo unos metros de la siguiente. La gente camina sin prisa y con una sonrisa en sus rostros, saludándose al cruzar la calle o entrando a algún establecimiento.
—Es ahí, señorita. ¿Quiere que me asegure que hay alguien?
—Estoy bien, Luciano —le digo cuando me abre la puerta—. Muchas gracias.
Me giro para avanzar con las piernas casi temblando. Una puerta de rejas cubre el interior de la fachada, pero se puede distinguir el pequeño jardín que adorna la entrada, un camino de piedra que lleva a la puerta principal y un tejado que le da un aspecto fresco a la casa.
Toco el timbre.
Mi corazón late. Miro hacia Luciano, y recién se va alejando, sin perder detalle a mi seguridad. Arreglo mi jersey y tiro un poco hacia arriba del borde de mi pantalón. Inhalo y exhalo, preparándome para lo que fuera.
Al cabo de unos minutos, abre una mujer de edad marcada; el blanco de los mechones cortos resbala por sus mejillas, unos ojos claros que diluvian calidez. Sus arrugas se pronuncian cuando sonríe al verme. Las palabras se me cruzan en la garganta.
—B-buenos días. —Extiendo mi mano que recibe en un gesto amable—. Gianna Lombardi, un placer. Eh... yo vine... Busco a...
Sus comisuras se elevan en una sonrisa que le llega hasta los ojos.
—¡Oh, Gianna!, eres tú —festeja con sus manos—. Soy Camyl. Pasa, estás en tu casa. ¡Cariño, es Gianna, ven a verla!
Mis pasos dubitativos, intentando mantener un margen entre la educación y la confianza. No tenía idea de que ellos me conocieran. El tirante de mi bolso me sirve como distractor de estos nervios que se me cruzan por doquier.
En el vestíbulo nos recibe un hombre de la misma edad, pero con una energía que nunca vería en mis abuelos; sonríe tan abiertamente que, una parte de mí alcanza un punto de calidez.
—Zachary Beckett, señorita. Un gusto. —Nos saludamos de mano después de repetir mi nombre.
Ambos me miran con un semblante un tanto extraño, pero a pesar de eso no hay rastro de incomodidad en el ambiente. Me instan a pasar a la sala. Las paredes tapizadas de un color crema que le da ese aspecto vintage a la casa, unos cuadros artísticos las adornan, balanceando la cantidad de muebles y decoración.
—¿Quieres algo de tomar, linda? —pregunta la abuela de Stephen—. También tengo galletitas. ¿O prefieres una tartaleta de mantequilla?
—Son mi especialidad. —Zachary me da un guiño, orgulloso.
Asiento, sin palabras. Intento despejar mi mente ante este trato novedoso, no quiero que crean que soy muy arisca y me echen. Solo es... ¿cómo reaccionar a esta sensación?
—Stephen está duchándose. ¿Te importa si te hacemos compañía? —Coloca una taza de té y algunas tartaletas de las que ha hablado.
—Ah, no, estoy de acuerdo.
—Te hemos estado esperando, linda —confiesa Camyl—. Ya era hora de que ese niño se decidiera a invitarte.
Me da un leve toque en el hombro.
Fui yo quien se lo propuso... ¿Me habré adelantado?
—Es terco, ya lo has notado. —Zachary interviene—. Pero es un buen chico. Heredó mis buenos dotes, ¿a que sí? —Suelto una risa sutil como respuesta, y él prosigue—: Lo que sí me sorprende es la manera en que se las dio para conocerte, mira que dormir con...
—Cariño —advierte sutilmente Camyl en un carraspeo.
Mis mejillas arden y mis piernas bailan aun estando sentada. Que sus abuelos me lo expongan abiertamente significa que se los ha contado todo. ¡Todo! ¿Cómo habrá sido? Merda... Es un poco vergonzoso.
Ambos se disculpan y cambian el rumbo de la conversación con tranquilidad. Camyl deja que su esposo continúe hablándome de cómo fue criar a su nieto. Tan alegre y curioso al mismo tiempo. Y ese «curioso» me sonó más a travesuras incesantes.
El sentimiento que desbordó de él cuando me habló de ellos es el mismo que se cuela en el ambiente en estos momentos. Tan cálido, tan real. Un amor que me pega directo al pecho.
No pasan muchos minutos cuando la silueta de alguien se presenta en las escaleras. Es él. Sus pasos descienden con tranquilidad, sujetando su abdomen a favor del dolor. Lleva unos pantalones de chándal y una camisa de manga corta.
—Por dios, ¿qué son esas fachas? —exclama su abuela—. Hay visita, y mírate.
Stephen se da un repaso con las manos en los bolsillos después de mirarme.
—Me veo guapo así, ¿verdad, anima? —Tan serio, tan... traicionero. El calor de mis mejillas se asienta de nuevo y una de sus comisuras se eleva—. No sabía que ya había llegado, iré a ponerme decente.
—N-no, no hace falta —intervengo, intentando balancear mis impulsos—. Eh, estás en casa, y todos buscamos comodidad en nuestro lugar.
—Pero te dije que me pondría decente. Tú te ves muy bonita, no es justo.
—En serio, no hay problema con eso. —Ha dicho otra vez esa palabra. Debo respirar.
Al final no logro convencerlo y sube a vestirse. Mientras, escucho de nuevo a sus abuelos, siendo participe esta vez en la conversación. He de decir que sus tartaletas son tan apetitosas con ese sirope de arce que las hace lo mejor en postres que he probado.
Y mira que he visitado infinidad de lugares.
Stephen baja con un atuendo como el que llevó a nuestra primera cita; con uno de esos jerséis de canalé que le dan un aspecto tranquilo y llevadero.
—Mira, aquí tiene cuatro años. —Camyl señala una fotografía del álbum que me venía mostrando, con el protagonista vestido de bombero, un casco que le quedaba enorme—. Este día quiso ir así vestido al jardín de niños.
—¿Y le permitieron la entrada?
—No. —Ríe por lo alto—. El uniforme escolar es parte de las normas, así que regresamos a casa, pero al llegar decidí dejarlo conmigo. Ese día fuimos a comer hamburguesas, ¿te acuerdas, Stephen?
Su nieto llega a nosotras con dos tazas de café desde la cocina, en una pequeña bandeja. Deja caer su cuerpo a mi lado y se acerca a mirar el álbum que sostengo en mis muslos. Su bíceps roza con mi brazo a propósito, descargando ese hormigueo interno que me sonroja.
—Para ser exactos... No. Solo recuerdo que fue la primera hamburguesa que comí.
Sin distanciarse, eleva un poco su rostro para atraparme mirándolo como su abuela mira los demás álbumes. Sus comisuras se curvean en una media sonrisa. La frescura de su piel a causa de la ducha es casi palpable; algunos de sus mechones mantienen ese aspecto húmedo que desprende un aroma contundente.
Un par de segundos más baja la vista, y apunta a una donde está tocando el piano con su abuelo.
—Desde tiempos inmemorables —expresa dando toquecitos—. Fue la primera vez que me dejó tocar a su lado. A simple vista se ve armonioso, pero en la realidad era una jodida secuencia de desafinación.
Todos reímos, ellos aceptando que era verdad, y yo, al imaginarme el momento.
Mis ojos bajan a la siguiente: una chica con una enorme barriga, sonriendo, soplando burbujas en un jardín. Su índice se me adelanta y acaricia el rostro sobre el papel.
—Era hermosa, ¿verdad? —Un deje de melancolía ciñe su tono—. Mi madre...
Alcanzo su mano y lo miro.
—Muy hermosa. Su sonrisa es encantadora.
Sus comisuras tiran de una sonrisa de agradecimiento, pero pasa de página sin decir nada más. O en un acto de «sin preguntas».
—¡Oh, mira esta! —Camyl exclama con su mano en el pecho—. Su primer recital de música, ¿qué edad tenías? Tal vez unos quince.
—¿Cómo olvidar ese día? —ríe su abuelo.
Stephen no sonríe, se mantiene impasible. Es hasta que tiene los ojos de sus abuelos puestos en él que esboza una sonrisa. No es real, no la siente de verdad. Y puede que no se dé cuenta que lo estoy mirando.
—Era un crío, mira —me pasa la fotografía. Y en efecto, un Stephen mucho más jovial tocaba el piano en un grupo.
Inclino un poco para que alcance a verla, pero finge acomodar no sé qué en su jersey que no presta atención. Y creo haber encontrado el motivo: a su costado, un chico igual de joven tocaba el violín, concentrado y mirándolo.
Y yo ya sabía quién era.
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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰
Por fin conocieron a la nieta adoptiva.
😬
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Feliz año nuevo para todos!
🥳
Les deseo las mejores vibras para todos sus propósitos. Y que sea un año lleno de viajes y experiencias. Que lo vivan a su manera.
Recuerden, lo más importante es la salud mental, si nos nutrimos de forma correcta física y emocionalmente podremos callar un poco ese bullicio interno que nos hace retroceder a veces.
Nosotros mismos sabemos a cuántas luchas hemos sobrevivido.
✨
¡Muchas gracias por este año de lecturas y apoyo! Aprecio cada gesto hacia mis historias, en verdad.
📚🤎
🍾¡Por un 2025 lleno de libros, lecturas y más historias!🍾
𝑆𝑎𝑙𝑢𝑑, é𝑥𝑖𝑡𝑜 𝑦 𝑑𝑖𝑛𝑒𝑟𝑜, ¿𝑝𝑜𝑟 𝑞𝑢é 𝑛𝑜?
¡Hasta el próximo!
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