𝕏𝕍𝕀𝕀𝕀
𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷
「༻ ☪ ༺」
Mis amigos llegaron casi a medianoche como si fuese una de esas tantas pijamadas. He grabado sus caras de sorpresa cuando vieron que mis abuelos estaban ahí, y por primera vez, Colton dejó las botellas de alcohol en su auto por temor a que Zachary lo regañara.
Pero también se encargaron de poner al tanto a mis abuelos de todo lo que concierne a mí, como si ellos fuesen mis cuidadores en su ausencia. Y fue ahí donde esa maldita «libretita de notas» en su teléfono tomó protagonismo en la plática.
Y claro, no podía faltar la mención de la chica por la que llevo colado todos estos años de universidad: Gianna Lombardi. Ambos parecían ambulancias andantes y sus cejas bailaban en complicidad con sus gestos. Son incluso más detestables que aquel par de detectives cuando se trata de mi vida íntima.
Ahora pasó de ser Gianna a «su nieta». Y está de más decir que quieren conocerla antes de regresar a Edmonton.
—¡Me voy ya! —aviso al bajar las escaleras. Un gesto que me gusta hacer cuando ellos vienen, porque siempre hay alguien que responde, alguien que sé que me esperará aquí.
—Ve con cuidado. Ah, no olvides lo que Colton trajo ayer para mi futura nieta. —Sale de la cocina, sacando sus manos de unos guantes de algodón.
—Abuela.
—¿Qué? Colton dijo que incluso habría boda —juega con esas cejas delgadas, como ha hecho desde que lo supo.
—Sabes, no creas todo lo que sale de su boca. —Me acerco a ella y me despido con un beso en la frente—. Te lo digo por experiencia.
Frunce los labios: —Si te gusta ¿por qué no se lo has dicho? No la hagas esperar mucho.
—Es complicado, abuela, lo sabes. Pero en este momento prefiero omitir esa plática, ¿está bien? —Me da un golpecito en el pecho con uno de los guantes.
Gruñe.
—Bien, pero sí regresa eso que trajo Colton. Quizás ya la dio por perdida.
—¿Y si se la da Boston?
—Stephen, hazlo. Llévasela. —Me apunta—: El que durmió con ella fuiste tú, no ellos.
—No me hagas recordarlo que me sonrojo.
—Pero si ya lo estás —ríe tocando mi oreja coloreada de carmesí—. Anda, anda, créeme que ella quiere que tú se la des. —Me guiña un ojo y me da un empujón al vestíbulo—: Ya vete, shu, shu.
—Voy, voy.
Cierro detrás de mí.
Las horas menos concurridas por alumnos hambrientos en la cafetería era cerca de las once, y aquí estaba yo; había entregado mi deber al profesor de las primeras horas y ahora me encontraba libre. Quedan menos de dos meses para graduarnos y quiere que le entreguemos una composición de nuestra autoría como evaluación final.
Algo mío. Algo de mi esencia. Y debo decir que desde que le pedí que me tratase como a los otros compañeros ha mejorado nuestra relación profesor-alumno. Tal vez siga creyendo «pobre chico» cuando recuerda a Grayson, pero al menos dejó de mirarme con lástima.
Siempre acostumbraba a hacer binas con Grayson para cualquier proyecto, para todo trabajo, incluso los que no lo necesitaban... Y saber que concluiré esta etapa solo, es un tanto nostálgico.
Sentado en una de las bancas que da cerca de las jardineras recién regadas; con la brisa húmeda y fresca, observo que ella se acerca con prisa, como siempre. Me pongo de pie y husmeo entre mis cosas cuando se acerca más y emerjo la ropa que Colton llevó a mi casa, misma que hizo que les contara a mis abuelos sobre lo que pasó esa noche.
Casi teniéndola al aire libre, se enreda en el resorte de mi cuaderno pautado. Fijo mi vista y atención en esa mínima tarea, que no me percato cuando ella llega hasta mí con un choque que me desploma de todo lo que llevaba en mano.
—Auch... —murmura.
—Carajo. ¿Estás bien?
Por suerte no ha caído al suelo, solo fue un retroceso.
—Sí, no pasa n... —Sus ojos avellana bajan hasta una de mis manos con extrañeza. No me percato de lo que ocurre hasta que ella decide hablar—: Eso... —carraspea—, creo que es mío.
Alterno mi vista entre ella y mi palma, y es ahí cuando una corriente tibia anda por todos mis músculos, ¡todos! Tengo sus bragas a palma abierta. Y no entiendo por qué me les quedo mirando como si fuesen una pieza recién descubierta.
No me salen las palabras, pero sí los pensamientos. Muchos pensamientos.
Ella toma la iniciativa y recoge las demás prendas del suelo. Cuando roza mis dedos para quitármelas, reacciono:
—Lo siento.
Está ruborizada por todo el rostro.
—¿N-nunca habías visto bragas en tu vida?
—Sí, pero las tuyas no... Quiero decir, sí, pero... —Intento remediarlo, ¿cómo? No lo sé—, Ah... no era mi intención.
Ella suelta un carcajada sutil y llena de vida, si sus orejas no se hubiesen coloreado rojas diría que no está nerviosa, pero cada tramo de su rostro es una pista de lo que siente en cada momento.
—Tengo vergüenza —expone—, pero no te preocupes. Honestamente no es como si todos hayan visto mis bragas. —Y comienza a hablar—: De hecho, nadie las ha visto, los chicos de mi edad pasan de mí como fantasma, pero los grandes... No, tampoco me ponen atención. —Y habla—. Entonces te convierte en el primero, bueno no tan primero, quizá el segundo, ah... creo que ya no sé lo a lo que iba.
El mayor indicio de cuando está nerviosa es que comienza a hablar y lanzar oraciones sin previo razonamiento. Se ve tan linda cuando hace eso.
—Creo que decías que fui el primero después de mucho tiempo en ver tus bragas. —Sonrío sin ser consciente del tono coqueto con el que me dirigí.
Chasquea la lengua con un puchero.
—Debería ser justo y mutuo —reclama en un murmullo que alcanzo a escuchar.
—¿Cómo? —Encuentra sus ojos con los míos y traga saliva—. Quieres ver mi ropa interior, ¿es eso?
Su rostro enrojecido y pintado de nervios.
—Sí, digo... discúlpame... Ah, no quise decir eso... —Acomoda sus mechones sueltos—. A veces digo cosas sin pensar, lo siento. Qué incómodo. Debes pensar lo peor, adelante, acepto el reclamo.
Hago un mohín para restarle importancia.
—Tranquila, no he pensado en nada. —Miento, pues en mis pensamientos hay de todo menos decencia. Y ella y yo somos los protagonistas. Mejor intento cambiar de rumbo—: Disculpa la tardanza, pero mi amigo recién me la ha entregado. —Señalo la ropa.
Inhala y exhala para tranquilizarse.
—Está bien, solo espero que no haya hecho cosas turbias...
—No, él no es así. Al menos no lo haría con la tuya.
—¿Por qué?
—Digamos que alguien se lo prohibió.
—¿Tú? — alude. Tal parece que a veces capta bien las indirectas.
Solo sonrío de lado.
—¿Llevabas prisa? —omito cualquier respuesta—. Creo que has perdido alrededor de cinco minutos.
Resguarda sus prendas dentro del bolso que lleva consigo, mientras responde: —Sí, bueno, no. En realidad, sí, pero ya no, ¿si me entiendes? —niego con la cabeza—. Es que iba a hacer pis, pero ya se me espantó.
A partir de ahí, vi una lucha contante consigo misma por haberme revelado su urgencia a la ligera. Lo digo otra vez: se ve tan bonita cuando hace eso.
—Anima —digo, mi voz reseca y dudosa captura su atención. Encuentro mis ojos en los suyos—. Habrá una obra de teatro el sábado... Ah, si tú quieres...
No puedo sacarme de la mente lo que ha pasado entre nosotros, el cómo hemos conectado sin esforzarnos. Y si mis abuelos tienen razón, si lo que dicen es correcto, entonces estoy dispuesto a intentar tomar ciertos riesgos. A no tener miedo.
Sonríe con los ojos.
—¿M-me estás invitando a salir? —Aprieta sus labios entre sí, los orificios de sus mejillas se hacen prominentes—. ¿A mí? ¿No te estás confundiendo? Ah, repasa otra vez y piénsalo, tal vez no soy yo...
—Anima, Anima. —Intento darle calma antes de que comience a hablar. Inhalo y exhalo—: No tengo ninguna duda, me gustaría salir contigo. —Su sonrisa se ensancha con un brillo atrapante—. Cuando hicimos limpieza en el salón de teatro dijiste que antes solías ir con tu madre.
Lleva sus manos a su pecho y después las sube a su boca, impresionada. ¿Es que nadie la ha invitado a salir?
—Si no puedes...
—¡Sí!, ¡sí, Stephen! —Da brinquitos—. Dame la hora y estaré ahí sin falta.
—¿En serio? —asiente sin perder ese brillo en su semblante—. Pero, qué hay de... ya sabes, tú padre.
—No te preocupes por eso. —Toma una de mis manos, y las corrientes de esa electricidad estimulante no tardan en aparecer—. Mi padre regresa el lunes de Hamilton, y si se trata de una obra de teatro sé que mi madre accederá.
—Bien... —articulo a duras penas cuando su dedo da círculos en mis nudillos entintados. Algo me dice que le gustan mis tatuajes.
Suelta una risa sutil.
Algo en mi pecho se sacude en todas las direcciones internas. Meses atrás no creería que me encontrase a poco de tener una cita con ella. Con esa bailarina tan enigmática que me cautivó desde el primer grado sin darse cuenta.
Un silencio nos acompaña mientras nuestros ojos se disponen a conectarse, compartiendo un reflejo interno escondido.
—Entonces nos vemos. —Me doy la vuelta, pero su voz me detiene.
—Oye, Stephen. Te ves contento hoy, ¿pasó algo?
Alzo una ceja con diversión—: Sonreíste, Gianna Lombardi, eso pasó. —Se queda con la intención de decir algo, sin creer lo que acababa de decirle—. Alla prossima, anima.
Giro en mis talones y parto; no se me da el italiano, pero espero haberlo pronunciado bien. Y es verdad, hoy me siento bien, algo que hace tiempo no me pasaba.
Gianna
「༻ ☪ ༺」
—No, no, no, no. Este tampoco —bufo, cansada.
Mis amigas se echan una mirada entre ellas, sonriendo ante el manojo de nervios que me envuelve.
—Amiga, llevas diciendo eso a todos los conjuntos. Te ves preciosa con todos. —Olivia opina, mirando toda la ropa que he sacado sin darles el visto bueno.
—Ninguno me convence, necesito algo sencillo y cómodo. —Me hago un moño desordenado en el pelo.
Les pedí a ambas que me ayudaran a escoger algo para mí salida con Stephen. Y no, no lo puedo creer. ¿Yo, en una cita? Y ¿Con él? He de decir que desde el martes que no he podido disipar esa sensación tan bonita que hace mucho no me daba la dicha de sentir.
—Amiga, amiga. —Denisse se levanta y va hasta mi—. Te daré un consejo: lleva falda por si llegan a... ya sabes. —Me susurra—: A follar otra vez.
Me aparto al instante de sus palabras, y por la risa de ambas sé que parezco un tomate recién cosechado.
—Por Dios, Denisse. Qué cosas dices —regaña Olivia—. En la primera cita nunca pasa nada.
—Ah, ¿no? —alego al instante, cubriendo mi boca por tal desliz.
Denisse suelta una carcajada como respuesta.
—Ay, Olivia, Olivia. Ajá, no pasa nada —rueda los ojos. Palmea mi hombro, y añade—: Siéntete libre de hacerlo tuyo si tienes la oportunidad, amiga. Pero si no quieres que pase nada y él te toca, pégale una buena en la entrepierna —guiña un ojo.
Expulso una risita nerviosa, pues todo esto era tan novedoso que ni si quiera sabía qué hacer. Había salido con chicos antes, pero en presencia de mis amigas o hermanas, como un tipo «cita doble». Aunque siempre parecía que ninguno tomaba interés en mí.
¿Y si no le gusto a Stephen? Quiero decir, si no le caigo bien. ¿O si se ríe de cómo voy vestida?... ¿Debería ir? Le invento cualquier cosa para evitar sentir ese rechazo. O tal vez podría...
—¡Amiga! —grita Denisse frente a mí. No me di cuenta de que me perdí en pensamientos inseguros—. Sé todo lo que esa cabecita está haciendo. No lo hagas. No des un paso atrás si no será para tomar impulso.
Olivia se levanta de la cama y también se acerca.
—Nos has dicho que conectas bien con Darmond, sólo sigue siendo tú. Estamos seguras de que eso es lo que a él le gusta. —Su tono confortante y sereno.
—Y-yo no le gusto. El que me haya invitado no indica que quiera algo —refuto con inseguridad; porque siempre me era más sencillo intentar no tener esas ilusiones para no salir con la decepción corriendo detrás de mí.
Ambas se miran y sueltan una carcajada. Yo hago un puchero infantil.
—¿Qué no vieron a su exnovia? Ustedes me la mostraron. Yo no soy ni de cerca como ella. —Dejo caer mis brazos a los costados—. Ni si quiera tengo esas curvas. ¡Mírenme! Mirella dice que parezco un spaghetti.
—¡Gianna Lombardi! —exclama Denisse—. Frente a mí no vuelvas a decir eso, ¿escuchaste? —sus manos en su cintura, con autoridad—: No necesitas parecerte a nadie, ni ser como ella. ¿Qué no te hemos dicho que eres Gianna y eso basta? Además, los "ex" no nos definen. Pero si a Darmond se le ocurre hacer algún comentario que te haga sentir insegura, tienes toda la libertad de irte o llamarnos para ir por ti.
Agacho la cabeza ante su llamada de atención. Siempre he querido la seguridad que ellas tienen, pero también ese aspecto está mal, porque yo misma conceptúo ese ambiente mental en donde nada bueno creo merecer.
—Denisse tiene razón, amiga. Sí para él importa más el físico, entonces no es el correcto —palmea mi mano—. Cada persona es diferente y tiene su encanto a su manera. Tal vez Sophie sea una chica de maquillaje, ropa y esas cosas, y está bien hasta cierto punto. Pero para mí tú te llevas los puntos.
Ambas me dan una sonrisa genuina. Cómo la de Lisette cuando intenta hacerme ver lo mismo. Y por alguna razón intento creer que es verdad.
—Gracias, no sé qué haría sin ustedes.
—Yo sí sé, y en una de esas cosas está no tener citas con ese chico tan sabroso. Así que, ve a darte una ducha y deja que este par de periodistas te elijan un atuendo cómodo y sensual. —Me da un empujón por la espalda para que me meta al cuarto de baño. He de decir que tengo miedo del significado de sensualidad que tiene Denisse.
Al salir, me esperaban unos pantalones cortos de vestir color café, a juego con un blazer y una blusa de cuello. He dejado mi cabello caer sobre mis hombros y Olivia me ha ayudado a poner un poco de maquillaje, algo ligero.
Stephen me dijo que la función comenzaría a las siete, pero le recomendé llegar un poco antes, así que, aquí estoy: bajando del auto de mi madre con las piernas temblorosas y mis dedos jugueteando entre sí. Incluso casi olvido mi bolso por no tener claros mis pensamientos.
—Llama cuando estés lista para marcharte, ¿de acuerdo? Luciano fue con tu padre, así que vendré yo. —Pide mi madre. Asiento, sin voz—. Disfruta la función, cariño.
Tuve que mentirle diciéndole que Olivia y Denisse me alcanzarían un poco más tarde para que accediera a darme el permiso. Aun así, sé que al llegar me hará preguntas como: «¿Qué tal la función?, ¿qué temas trató? O ¿Qué aprendiste de ella?», una forma más sutil que los métodos de mi padre.
Miro la hora y son las siete menos cuarto. Respiro. Pienso. Intento relajarme. Vuelvo a respirar... Diablos, los nervios no se van. ¿Y si no viene? ¿Si se arrepintió a último minuto? No tenemos nuestros contactos como para comunicarnos.
—Tú llegaste puntual, si vendrá, si vendrá. —Me repito un par de veces para calmar estas ganas de salir corriendo por el primer hueco que mire.
Doy un par de pasos para acercarme a la entrada del Raphael Teather, admirando la grandeza de su estructura, que se ha ido renovando a lo largo del tiempo desde los años 50's. Ensimismada en tal construcción, vislumbrando cada detalle, no me percato de la presencia de una segunda persona a mi costado; es hasta que su aliento me roza la mejilla en un susurro.
—Sabía que eras tú —dice, Stephen. Me giro al instante con una sonrisa tan grande que delata mis nervios.
Lleva puesto unos pantalones beige, un jersey tejido de canalé color negro, con el cuello bien doblado de su camisa blanca sobresaliendo. Me acostumbré a verlo usar cuero y botas de cordones en la universidad, pero este tipo de ropa también le va excelente. Se ve tan... abrazable, como cuando Mirella viste a Dereck con suéteres calentitos y lo tengo en mis brazos todo el día.
—H-hola...
—Hola. ¿Te hice esperar? —Niego, sin dejar de sonreír. No puedo.
Y en un impulso de esta novedosa sensación, me atrevo a tomar de su mano y jalarlo detrás de mí.
—Bueno, no esperemos más y entremos.
Se detiene sin soltarse de mi agarre; me giro en busca de respuestas, y el repaso que me da de arriba abajo me eriza cada tramo de piel cubierta y descubierta. Sonríe de una forma tan genuina que logro por unos segundos sentirme linda. Que me he preocupado por nada.
—Te ves muy bonita, Anima —dice de repente, siendo capaz de dejarme en pasmo, como aquel día después del ensayo, entonces añade—: Con ropa de casa, de ensayo o cualquier otra... Eres... —carraspea—. Eres... Hermosa.
Mis ojos se pierden en los suyos, en sus labios, en ese rostro que brilla últimamente más de lo común en él. Mis palabras se amontonan y mis ojos por poco se escuecen. ¿Serán las palabras las que me provocan ese efecto? O ¿Es porque se trata de él quien las dice?
Sonrío de oreja a oreja, con las mejillas ardiendo, y él también sonríe.
Merda... No dejes de hacerlo, por favor.
—Gracias, ah... yo... eh... —Su mano en mi mejilla me da tranquilidad y me roba un suspiro—. Gracias, Stephen. Yo pienso que también tú te ves muy... muy guapo.
—¿Te parece? —alzo la vista a sus ojos—. Pensé que este estilo no me iba, pero ciertas personas insistieron en que debía probarlo. —Suelta una risita—. Entonces si dices que me veo guapo, usaré más como estos.
Mis mejillas arden al doble, y creo que sus orejas también. Se ponen así cada que hemos hablado.
—Colton y Boston tienen buen gusto —digo, mirando el pequeño bulto de su pecho marcado, debajo del jersey.
No mires. No mires. No mires.
—En realidad, no fueron ellos quienes me lo dijeron.
—Ah, ¿no?
—No... Pero entremos, la gente a veces se roba los asientos.
Nuestras manos seguían entrelazadas, así que retomamos el paso, sin ser conscientes de que parecíamos una pareja. O tal vez sí lo sabíamos.
Teníamos asientos en la segunda fila, donde todo se veía con claridad y los sonidos eran cercanos y legibles. La vida es sueño tiene una trama que gira en torno a un príncipe llamado Segismundo, quien se encuentra en cautiverio por órdenes de su padre y cuestiona el sentido de la vida.
Aborda la oposición entre el libre albedrío y la predestinación, así como la dualidad entre la realidad y el sueño. Tiene tal vez un enfoque cristiano también, refiriendo la realidad del más allá que preparan esos sueños.
Stephen parece estar atento a cada acto, como si ya conociese esta obra desde antes. Había olvidado lo que era estar presenciando este tipo de arte, uno que transmite con poesía, diálogos y una historia dramática que te sumerge a la época en que se interpretan los hechos.
Pregunté algunas cosas durante la función, y él se encargó de responder con total paciencia y cuidado, sin interrumpir el momento de las personas a nuestro costado. La excelencia de los actores en el escenario es de admirar; su porte, sus gestos, esa memoria tan brillante para guardar diálogos y entonaciones...
Todo es tan distinto cuando se está de este lado del escenario.
Nuestras piernas se rozan con propósito, y él no la aparta. Un poco difícil prestar la atención al frente cuando se inclinaba a susurrar alguna explicación y su mano parecía querer tomar la mía.
Al terminar la función, estamos casi que entumidos, pero con esa satisfacción que nos deja presenciar tal arte de tan gran magnitud y significancia. Sin duda alguna, el teatro también es profundo y memorable.
Stephen estira sus brazos hacia el cielo cuando salimos del establecimiento, y es ahí donde mis ojos traviesos se posan en ese pequeño tramo de piel de su cadera que deja ver cuando su jersey se sube.
Merda, Gianna... No mires.
—¿Te gustó? —pregunta con las manos tras la nuca.
¿A qué se refiere? ¿A qué se refiere?
Carraspeo—: Ah... Sí, sí. Fue fascinante. No sabía que te gustaba el teatro.
Paso un mechón detrás de mi oreja.
—No estoy tan familiarizado con este arte, pero pensé que a ti te gustaría —revela con sinceridad.
Entonces doy el paso que nos distanciaba para romper estas barreras; coloco mi mano en su abdomen, y me inclino de puntillas para llegar hasta su oído.
—Gracias, Stephen —susurro lento, acariciando cada sílaba en mis labios. Haciendo parte de mí el aroma de su loción.
Él se guarda un suspiro y aprieta la mandíbula, pero puedo reconocer el tacto de sus manos bajar hasta mi cintura con la misma delicadeza que usa siempre. Se activa la corriente en mi sistema, mis mejillas arden, mi temperatura aumenta y mi respiración se multiplica.
La brisa del anochecer nos enreda en un estímulo inminente.
Y en mis pensamientos las palabras de Olivia sobre que no se besa en la primera cita me acobardan para el siguiente paso, porque no quiero que piense que solo busco sus caricias y nada más.
Aunque...
—Stephen... —Vuelvo a susurrar, pero con una oleada de deseo más intensa. Reprimida. Hambrienta.
Desconecto de mi realidad cuando su cuerpo se estremece con mi tacto; cuando mis manos toman la tarea de ascender con una caricia hasta llegar a su cuello. Él me aprieta más al suyo. Su respiración se acelera, puedo escucharla, puedo sentirla en mi piel; traspasando cada capa para instalarse con más fuerza.
Deja una marca en mi mejilla de este sentimiento novedoso que, cuando se trata de él, pareciera tan familiar como agradable. Un beso que provoca en mí un descontrol interno.
—Anima... Yo... —susurra en la piel de mi mandíbula. Su voz ronca, reprimiendo algo más, que eriza cada centímetro—. Hoy no soy fuerte.
Dichas esas palabras, su boca busca la mía, bailando con la distancia, jugando con nuestros deseos. Marcando su sentir cuando une sus labios a los míos, lento y suave, permitiendo que el tiempo siga su curso mientras nosotros conectamos nuestros mundos, ahora no con arte, sino con un sentimiento puro y mutuo. Uno que, apareció en mí poco a poco, gracias a él.
Le dejo el control del momento porque para mí esto es como si fuese la primera vez que un chico me besa. No pienso, no sé cómo actuar ni que movimiento seguir. Pero intento hacerlo porque en verdad no quiero que termine. Y me dejo llevar. Me permito experimentar, sentir... hacer algo sin el temor de que lo haré mal.
Porque sé que precisamente estoy besando al único ser con el que me muestro cual soy, sin cohibirme, sin pensar en el "después".
Las personas pasan de lado a dos jóvenes unidos en un beso afuera del Raphael teather, porque para ellos es algo que pasa todos los días, y más de alguno recordará esa etapa de su vida que quedó en sus mentes.
Nos separamos unos segundos para retomar aire, para asegurarnos de que esto es real y ninguno de los dos se arrepiente. Al menos yo tengo la certeza de que podré hacerlo de nuevo si mi interior clama por él. Él me sonríe, yo le sonrío. Y en sus ojos vislumbra un brillo que acompaña ese semblante tan jovial y fresco.
—No lo hago tan mal, ¿verdad? —bromeo aun restaurando mi respiración.
Acaricio su labio inferior con mi pulgar.
—Si te soy sincero, aun me quedan ganas de besarte —Su mano en mi mejilla, calmando las punzadas de nervios.
—No mientas —le doy un golpecito en el pecho—. Solo he tenido un novio hasta ahora, y no es como si nos hubiésemos besado mucho. De hecho, podría decirse que las contaría con una mano.
Sonríe de lado y alza una ceja.
—No estoy mintiendo, Anima. Pero para que creas más en mi palabra te revelo que yo también he tenido una sola novia. —Su tono suave me sonó a sinceridad.
—Ya... Sophie Grace —musito.
El arrepentimiento me alcanza cuando ya las he expulsado de mi boca. Merda...
Me mira sorprendido, analizando mis palabras.
—Sí, ella... No creí que lo supieras —revela.
—Eh... Es algo que muchos saben, ¿no? Las habladurías, y... y... —Alza una cena en una expresión divertida—. Bueno, bueno, me rindo; mis amigas me lo dijeron cuando les conté de ti.
—¿Qué les contaste? —Humedece sus labios.
Respira. Respira. Respira.
—Bueno, ya sabes, el cómo nos conocimos. Y desde ahí no pararon, créeme, serán unas periodistas de reconocimiento, eso me quedó claro.
Suelto una risita que él me devuelve con una sonrisa.
—Entonces.... ¿Puedo hacerlo otra vez?
—Solo si me aseguras que no te arrepentirás.
Besa mis comisuras, antes de hacerlo en mis labios. Esta vez más profundo, con más pasión.
—Si me arrepintiera de algo —jadea—, sería no haber hecho todo esto antes —revela, dando el paso de conectar su lengua con la mía.
Estoy segura de que en mi vejez seguiré recordando lo que este beso me hizo sentir. Y le agradeceré al destino de haberme hecho despertar a su lado aquella mañana.
「༻ ☪ ༺」
¿Cómo van? ¿Qué les pareció este cap? Algo largo, lo sé, pero me ha gustado como quedó, y espero que a ustedes también.🥰
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Muchas gracias por leer!📚🤎
¡Hasta el próximo!
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