𝕏𝕍𝕀

𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

「༻ ☪ ༺」

—No sabes lo que dices, eres un inútil ­—escuché dentro de esa lúgubre oficina, acercarme significaría adentrarme a un mundo oscuro y hostil—. ¿Qué clase de humillación al apellido es esto?

Mis pequeñas piernas en pijama bajaron de las escaleras con cautela, casi con miedo. Logré pegar mi oreja a la puerta con una sensación que me arrugó el corazón.

—Es mi vida, papá. No debían enterarse de esto modo, pero...

El estruendo de un golpe sobre el escritorio me hizo casi retroceder.

—¡Estás de joda! Solo es una maldita etapa. —Pude palpar su ira detrás de esa puerta de madera­­—. No lo voy a aceptar. Puse mucho esfuerzo y tiempo en ti, ¿así me pagas? ¿Exhibiendo tu poca hombría ante todos?

Incluso escuché lo que sería un forcejeo intenso entre ambos.

—Lo siento, ¿está bien? Pero no puedo cambiar los hechos... Este soy yo: tu hijo.

—Eres una maldita decepción, Antoine —jadea con furia—. Lárgate de mi casa. Prometiste ser un soldado con honores, ¡no un marica con uniforme!

—Papá, no le grites a Antoine —exclamé cuando entré despavorida por esa puerta. En ese entonces no lo sabía porque era una niña, pero estoy segura de que el furor de ver cómo lo menospreciaba siempre, fue lo que me dio valentía.

Encontré sus brazos: cálidos y confortantes. Encontré sus ojos: vidriosos y sumergidos en dolor; un dolor que para Darío Lombardi no significaba nada.

—Regresa a tu recámara, Gianna. —Me tomó del brazo con la misma fuerza que utilizaba para encarar a su hijo corpulento y adiestrado. Intentó jalonearme.

—¡No la toques, infeliz! —exigió Antoine, regresándome a sus brazos—. Somos tus hijos, joder, no simples máquinas andantes —reclamó furioso, agotado y casi en lágrimas.

Y mi padre me echa la primera mirada hostil, despectiva y ajena a cualquier lazo sanguíneo que marcaría mi alma. Aquella que, no le importó repetir con frecuencia.

• ────── ✾ ────── •

«Tú eres como yo. Tú eres mi solecito». Me decía Antoine, después de pellizcar mi mejilla con cariño; un cariño que sentía tan cerca, tan vivo... tan real.

Si yo soy como él, si mi padre ve a Antoine reflejado en mí: ¿por eso ese trato? Mirella y Lis conocen su lado más dulce, el más paternal y protector que un ser llamado "padre" puede demostrar.

«No permitas que ese bicho se coma tus hojas», también me decía cuando me ayudaba a regar el jardín. Ahora sé a qué se refería.

El mes de abril pasó en un parpadeo fugaz bajo este techo prisionero, sin aparatos electrónicos, sin música, sin nada. He de agradecer que mi madre estuvo en todo momento cerca de mí cuando mi padre adornaba mi personalidad con su desprecio y regaños. «Soy un desastre», «soy un desperdicio de tiempo», «nunca me esforcé en nada»; fue lo más sutil que sus labios expulsaron hacia mí.

Unos ojos que se cansan todas las noches de permanecer húmedos, blandos. La marea sentimental que desprenden es tan familiar que, mis mejillas saben por dónde dirigirla. Una garganta reseca que se esfuerza por mantenerse activa, con palabras, con algo más que sollozos.

Ir a la universidad, esconderme de Stephen y sus amigos es doloroso, más cuando lo he atrapado mirándome, cuidándome de algún modo: Boston siempre me ofrece una merienda en el desayuno, pero sé bien que no es de su parte porque él no sabe cocinar... Sino de Stephen.

Esta mañana, siendo sábado, no quiero salir de mi cama. Las sábanas se me enredan en el cuerpo punzante y adolorido; mi padre ha tomado mis ensayos como si fuesen un castigo a mis acciones, por no ser lo que él quiere.

Y a mí me duele todo. El cuerpo. El alma.

Mis tiempos se han reducido a considerar que ya no me dan para escribir aquellas cartas. ¿Y si piensa que me olvidé de él?, ¿y si también termina por odiarme? Si existe algo que me matase, sería saber que Antoine me odia. Aquel que me da impulso con sus recuerdos cuando me siento diminuta, aquel que me arropaba con sus brazos cuando yo temía del monstruo judicial.

El que estuvo conmigo el mismo día que ese monstruo me rasgó con sus garras. Una pequeña e inocente espalda hinchada, rojiza y con una marca de un cinto. «Sólo le dije que debería aceptarte como eres, que era muy cruel», con inocencia, le confesé a mi hermano ese día. Y él se sintió culpable, con ira y odio hacia el hombre que nos manejaba.

Después de eso, su relación de padre e hijo se quebró para siempre, y a ninguno le apetecía volver a restaurarla. Se odiaron. Antoine regresó a la milicia y mi padre a su exhaustivo trabajo como juez, fingiendo que ninguno existe a los ojos del otro.

Bajo un techo lineal y cubierto de constelaciones luminosas que me encargué de decorar en mi adolescencia, me encuentro buscando el sentido de salir de la cama. Desayunar en silencio como si la voz no existiera en la mesa, vestirme acorde al día, ir al jardín y regar las plantas, o salir al patio a releer esos libros que me recalcan una idea del amor que jamás experimentaré.

Antes eso me emocionaba, hace algunas semanas, pero... Él se me clava en los pensamientos; su forma de andar por ahí, de convivir, de disfrutar con sus amigos. De ser un artista. Me gustaría poder tener esa ligereza para saber cómo disfrutar mis días sin sentirme prisionera, sin sentir que es la forma incorrecta.

Y es aquí donde mis ojos viajan hasta la mesita de noche, justo en el cajón. Me debato entre las fuerzas que mi cuerpo aún conserva y extiendo la mano para sacar unos cuantos papeles. Ni siquiera son tarjetas de esas que venden en las tiendas de manualidades: son trozos de hojas de un cuaderno.

Ahora miro hacia el mueble de madera caoba que da a la ventana, donde la brisa de la primavera me despierta todos los días; he logrado formar un ramo de rosas sueltas con las que me encontraba dentro de mi mochila o casillero estas últimas semanas. Todas tenían una nota con una frase corta, seguida del nombre de una canción.

Tengo tan buena memoria que puedo asegurar el orden algunas de ellas sin temor a equivocarme:

"𝓗𝓮 𝓮𝓷𝓬𝓸𝓷𝓽𝓻𝓪𝓭𝓸 𝓾𝓷𝓪 𝓻𝓪𝔃ó𝓷 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓶í"  - 𝑻𝒉𝒆 𝑹𝒆𝒂𝒔𝒐𝒏

"𝓔𝓻𝓮𝓼 𝓵𝓪 𝓔𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪𝓷𝔃𝓪 𝓺𝓾𝓮 𝓶𝓮 𝓶𝓪𝓷𝓽𝓲𝓮𝓷𝓮 𝓬𝓸𝓷𝓯𝓲𝓪𝓭𝓸"  -𝑬𝒗𝒆𝒓𝒚𝒕𝒉𝒊𝒏𝒈

"𝓝𝓸 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓲𝓻 𝓮𝓵 𝓻𝓲𝓽𝓶𝓸 𝔂 𝓷𝓸 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓻𝓮𝓽𝓻𝓸𝓬𝓮𝓭𝓮𝓻. 𝓗𝓮 𝓮𝓼𝓽𝓪𝓭𝓸 𝓹𝓮𝓻𝓭𝓲𝓮𝓷𝓭𝓸 𝓶𝓾𝓬𝓱𝓸 𝓽𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸" -𝒀𝒐𝒖 𝒂𝒏𝒅 𝒎𝒆

"𝓢𝓹𝓲𝓻𝓲𝓽, 𝓮𝓵 𝓬𝓸𝓻𝓬𝓮𝓵 𝓲𝓷𝓭𝓸𝓶𝓪𝓫𝓵𝓮" -𝑺𝒐𝒖𝒏𝒅𝒕𝒓𝒂𝒄𝒌

Son algunas de las notas que encontraba. Por suerte he logrado escuchar cada una de ellas gracias a que Olivia me permitió su teléfono para ello, porque el mío está restringido, y debo decir que es difícil describir las sensaciones que mi corazón agradecía sentir. Después de años en pausa, empolvado de dolor y distancia, por fin tenía razones para que mis engranajes sentimentales funcionen.

Y yo debo agradecerle, solo... ¿A quién?

Adentrada a darle respuesta a esa incógnita, alguien entra después de dar dos toques ligeros.

—¿Hija? —Mi madre, con un rostro preocupado cuando miró mis ojeras y ojos hinchados.

Me vi en el espejo ayer, y parecía un fantasma vagando en busca de un alma. Si yo me espanté, no imagino lo que ella debe pensar de alguien quien hace unas semanas se preocupaba por hidratarse los labios con gloss, o alguna tenue pizca de rubor en las mejillas...

—No bajaste a desayunar, ¿te sientes mal?

Toda la vida, mamá.

—No tengo hambre. Ayer cené de más —miento, y ella lo supo, pero no dice nada. Así era siempre.

A veces me he preguntado cómo hicieron Lis y Mirella para salir su adolescencia, ¿habrán visto su mejor versión de madre? ¿Estarán tan cansados que para mí no hay cupo de una plática de padres-hija?

En su lugar, extiende su mano y acaricia mi mejilla húmeda. Su dedo sirve como el peor descontrol que he sentido estas semanas, pero me aferro a mantenerme firme.

—Sabes que te quiero, ¿verdad?

Lo sé porque siempre lo dices.

—Yo también te quiero... Mucho. —Incluso tragar mi saliva me resulta tan espeso.

No hubo ninguna plática que esperara, no hubo palabras sobre lo que ocurría. Solo se fue y yo me duché porque era desastroso para mi padre estar en cama después de las siete de la mañana, no importa cual día fuese. Simplemente tenía que ser productiva.

Y aquello que me distanciaba de todos esos pensamientos grises era regar el jardín que he cuidado desde siempre; el que construí junto a Antoine. Y de alguna manera podía sentirlo cerca.

Sé gracias a mis amigas que la excursión se llevó a cabo este mismo fin de semana, ambas parecían querer quedarse porque yo no tuve el permiso, incluso Olivia pidió a su padre —que mantenía una amistad con el mío— que intentase intervenir, pero hasta él sabía que Darío no es alguien que dé su brazo a torcer, por nada, ni por nadie.

Como juez es asombroso, pero como padre... Creo que debió considerarlo.

Y así me perdí la última excursión de la temporada, de convivir, de salir y conocer qué hay más allá de dos zapatillas y leotardos... Me duele. Mucho.

• ────── ✾ ────── •

Hoy lunes, he salido de una de mis clases: la de Amelia, donde no ha parado de espetar todo sobre mí desde que sucedió lo del recital en marzo el mes pasado, y qué decir de Alina y su grupito de serpientes venenosas... No paran de etiquetarme de alguien que se mete a la cama de cualquier chico solo porque Stephen me defendió ese día. Realmente fue una completa tortura regresar cuando me desmayé en frente de todos.

Todos los alumnos que asistieron a esa excursión regresan mañana martes, es por eso por lo que no me esmero en buscar a Boston o mis amigas para desayunar. En lugar de eso, me dirijo a los pasillos de los grandes salones, con un fin, con un motivo en particular... El que se me ocurrió desde que mis amigas me dijeron que se había quedado también.

Me sitúo afuera del salón de música.

Para buscarlo a él.

Para verlo a él, aunque quizá no quisiese saber más de mí.

Entonces abro con cautela, captando su imagen al fondo: sobre el escenario y tras el piano. Su espalda es suficiente para que me tiemblen las piernas, y con timidez me adentro.

Las teclas hacen eco en el aula, sus manos se mueven al son de sus notas, y su concentración irradia un aura armoniosa. La melodía se expande en un vaivén de sentimientos y expresiones. En arte. En él. Estamos solos, pero la música nos acompaña en un acto conciliador y certero.

Lo miro crear su arte mientras me voy acercando, admirándolo y atesorándolo en cada toque, en cada suspiro. Se lo lleva en el alma como todo lo que pasa a su alrededor. En este punto creo que también a él le queda el apodo «Anima», porque le da forma y brota de su piel como el mejor de los artes.

Antes de subir con él, me detengo, y aprecio su voz en un canto encapsulante y ronco. Uno que profundiza hasta el corazón más frío y distanciado...

— 𝐻𝑒𝑦, 𝑑𝑎𝑑, 𝑙𝑜𝑜𝑘 𝑎𝑡 𝑚𝑒. 𝑇ℎ𝑖𝑛𝑘 𝑏𝑎𝑐𝑘 𝑎𝑛𝑑 𝑡𝑎𝑙𝑘 𝑡𝑜 𝑚𝑒. 𝐷𝑖𝑑 𝐼 𝑔𝑟𝑜𝑤 𝑢𝑝 𝑎𝑐𝑐𝑜𝑟𝑑𝑖𝑛𝑔 𝑡𝑜 𝑝𝑙𝑎𝑛?

(Oye, papá, mírame. Recuerda y háblame. ¿Crecí de acuerdo con el plan?)

» 𝐼'𝑚 𝑤𝑎𝑠𝑡𝑖𝑛𝑔 𝑚𝑦 𝑡𝑖𝑚𝑒. 𝐷𝑜𝑖𝑛𝑔 𝑡ℎ𝑖𝑛𝑔𝑠 𝐼 𝑤𝑎𝑛𝑛𝑎 𝑑𝑜? 𝐵𝑢𝑡 𝑖𝑡 ℎ𝑢𝑟𝑡𝑠 𝑤ℎ𝑒𝑛 𝑦𝑜𝑢 𝑑𝑖𝑠𝑎𝑝𝑝𝑟𝑜𝑣𝑒 𝑎𝑙𝑙 𝑎𝑙𝑜𝑛𝑔.

(Y piensas que estoy desperdiciando mi tiempo, haciendo las cosas que quiero hacer. ).

» 𝐴𝑛𝑑 𝑛𝑜𝑤, 𝐼 𝑡𝑟𝑦 ℎ𝑎𝑟𝑑 𝑡𝑜 𝑚𝑎𝑘𝑒 𝑖𝑡. 𝐼 𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑤𝑎𝑛𝑡 𝑡𝑜 𝑚𝑎𝑘𝑒 𝑦𝑜𝑢 𝑝𝑟𝑜𝑢𝑑.

(Y ahora me esfuerzo mucho para lograrlo. Sólo quiero hacerte sentir orgulloso).

» 𝐼'𝑚 𝑛𝑒𝑣𝑒𝑟 𝑔𝑜𝑛𝑛𝑎 𝑏𝑒 𝑔𝑜𝑜𝑑 𝑒𝑛𝑜𝑢𝑔ℎ 𝑓𝑜𝑟 𝑦𝑜𝑢. 𝐼 𝑐𝑎𝑛'𝑡 𝑝𝑟𝑒𝑡𝑒𝑛𝑑 𝑡ℎ𝑎𝑡 𝐼'𝑚 𝑎𝑙𝑟𝑖𝑔ℎ𝑡. 𝐴𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢 𝑐𝑎𝑛'𝑡 𝑐ℎ𝑎𝑛𝑔𝑒 𝑚𝑒.

(No puedo fingir que estoy bien. Y tú no puedes cambiarme).

Sus hombros ligeros, sin tensión; sumergido en ese mundo que sé que tiene igual al mío. Ahí solo son Stephen y su piano, su música. Esa colmena de emociones que difícilmente podemos demostrar cuando se trata de lo que nos consume. No pienso entrar a destruirlo, por eso me quedo mirándolo como la mejor de sus espectadoras.

En su voz hay un nudo que intenta disolver con su canto, con esas palabras dirigidas a la persona que lo ha colocado tras el piano, con sus acciones quizás. Y la primera nota entrecortada se hace presente en medio de esta escena que diluvia dolor.

La agilidad de sus dedos largos es tan grata y precisa; talla cada tecla con la decisión de transmitir su sentir, sin decir nada, sin mirar a nadie... dejando que brote sobre las yemas de sus dedos. Me embeleso en esa imagen; la de un chico que ama la música y la convierte en su refugio, en su lugar seguro.

A pesar de que por dentro se quiebre.

Mi corazón late con cada nota, abrazando su consecuencia.

Me acerco cuando ha dejado a medias la canción, reteniendo un sonido de su garganta que me ha consternado. Llego hasta él, pero no alza la vista, no se mueve... Lo hago yo: paso ambos brazos por su espalda y encierro su estómago en mi tacto.

Escucho un suspiro hondo y agobiado. Recargo mi pecho y mi mejilla a su espalda. No sé si yo pueda servir de algo en estas situaciones, pero si Antoine me decía que era su calma bajo la tormenta, y su sol después de la lluvia...

—Volviste... —susurra.

Los minutos corren, nuestras respiraciones en sintonía y el eco de la nada nos observa; siendo dos chicos que comparten más cosas de las que imaginan. Que aquella conexión no era de fantasía: sino real. Que nuestro arte nos unía, nos buscaba y nos encontraba.

No importaba qué fuésemos; nuestras almas se entrelazaban en la distancia y más en la cercanía.

—Lo siento... —dice, con un tono que me supo a cansancio, y no hablo del físico.

—¿Por qué? —Endereza su torso hasta quedar erguido, pero no se gira. Aprieto más ese abrazo que sé que extrañaré cuando me pida que lo suelte.

—El descanso para el desayuno se terminará... —suspira otra vez—. Deberías ir.

—¿Vamos?

Niega.

Es aquí donde me siento a su costado, donde me entra la intriga de aquel gesto que hace para desviar su rostro hacia el otro lado. Lo llamo, pero no se inmuta. Entonces lo hago yo: sujeto su mentón con mi mano, acariciando su piel con mi pulgar... y lo que vi no me gustó. Me molestó. Me ardió hasta las entrañas.

—¿Quién te hizo eso? —Es lo primero que sale de mis labios con ese poderoso hematoma cubriendo parte de su pómulo. Su labio no se quedaba atrás, pues una herida sutil partía hasta su comisura.

Se aparta de mi agarre.

La sangre me corre con desespero y los puños se me entumen de tanto apretarlos. Deseé por un momento hacerle pagar de cualquier forma posible, deseé borrar el daño interno que le causó esto.

Encapsulo una de sus manos en un acto cálido y confortante, como es siempre que nos tocamos. Estaba segura de que evadiría el tema y resaltaría que no he desayunado, pero...

—¿Alguna vez has intentado razonar con un borracho impulsivo? —Su voz tan apagada me compunge el corazón. Niego—: Bueno, pues nunca lo hagas... No te lo recomiendo.

Las palabras se me amontonan en la garganta, tan espesas que no logran hacerse espacio por ningún lado, pero es él el que continúa hablando.

—Lo he golpeado... —revela absorto en pensamientos, mirando a la nada—. Después de toda mi vida... por primera vez se lo devolví.

Comienzo a unir cabos respecto a la letra de la canción que he escuchado de su voz, y es como si mi yo interior hablara consigo misma. Sobre ese hombre: el que nos adiestra para actuar a su semejanza.

Nuestra perdición.

Nuestro temor.

—Entonces aquel día él lo hizo... —digo en un susurro.

Baja la cabeza, avergonzado. Por tal motivo fue que se puso a la defensiva cuando se lo pregunté.

Recuerdo sus palabras hace un mes cuando me pidió que no dejara que mi padre me manejara, recuerdo esos ojos tan llenos de muchas emociones que no supe discernir. Recuerdo esos moretones anteriormente, los que él le ha hecho. «Después de toda mi vida», dijo. Eso no está bien, su piel ha estado bajo estas circunstancias desde que era más joven, entonces.

Pero duele cuando desapruebas todo. Nunca voy a ser lo suficientemente bueno para ti. —repito la letra, hablándole. Y capto su atención—. Estamos destinados a nunca escuchar palabras de aliento de ciertas personas, ¿no?

Sus ojos brillan como si se acercase el llanto, pero parpadea para evitarlo. Me sigue mirando, y al mismo tiempo no, como si se perdiese en mis iris al reflejarse en ellos. Como un espejo.

—Sabes, no deberíamos dejar que esos bichos se coman nuestras hojas —digo, citando a mi hermano.

Toma aire y lo expulsa con pesadez.

—Creo que yo ya no tengo hojas. Se las ha comido todas.

Quiero preguntar cosas, cosas que tal vez no me responderá, así que me abstengo de interrumpir este momento tan íntimo que se ha formado a nuestro alrededor; bajo el salón de música. Después de ver la magia de su arte.

—Aún pueden florecer. —Le dedico una sonrisa de empatía—. En el jardín correcto, pueden florecer... Y, sabes, a mí se me da bien eso de la jardinería. Tengo uno desde hace años.

Lo que apareció en sus ojos me asusta: un golpe de terror le empañó ese brillo característico que pocas veces podía ver. Era difícil, al menos para mí. Tal vez Colton o Boston lo vean más seguido, pero era tan esporádico que todo en mí clamaba por abrazarlo.

Da un suspiro que concluye este momento, yo no quería. ¿Y si fuese el momento de hablar de ese sentimiento que nos acobarda cuando estamos a punto de soltarlo?

Pues no sería en esta ocasión; se pone de pie y coge su mochila.

—Yo... yo también lo hice —revelo con una media sonrisa—. Le he gritado a mi padre muchas cosas, y, fue liberador de alguna forma, aunque después me sancionó por todo el mes... Y, bueno, no asistí a la excursión por ello.

Camina hasta mí sin dejar de mirarme. Me da un repaso por mi moño apretado del cabello, mi leotardo debajo de un jersey tejido que despejaba mi hombro, y aparca en mi rostro.

El valiente vive hasta que el cobarde quiere, te dije ese día. Lo recuerdo. —Sube el hombro de mi jersey y aprovecha para deslizar sus dedos por mi piel. Es tan estremecedor de todas las formas posibles. Añade—: Aunque fuese un milisegundo, ser ese valiente se sintió bien, ¿no?

Asiento.

Caigo en cuenta que indirectamente me reveló que su padre lo maltrata, desde siempre. Que le roba la tranquilidad como el mío. Que le arrebata la seguridad de sí mismo. Ojalá fuese sencillo tirar todo por la borda y emprender las alas como todas esas mariposas que he ayudado a despegar en mi jardín.

—Por eso miraste mi rostro con análisis aquel día... —le recuerdo—. ¿Creíste que mi padre también lo hacía?

—Cuando discutí con él porque no me dejó acercarme a ti, parecían cortados por la misma tijera.

—¿Al desmayarme? —asiente—. Ya...

El silencio se cuela entre nosotros mientras nos miramos, recordando, indagando y reprimiendo todas esas preguntas que ansiamos que el otro responda. Perdidas en esa pausa.

—Olvida esta parte de mí, por favor —pide.

—¿Eh? ¿Por qué?

—No quiero que sientas lástima; la mayoría de las personas pasan cosas así. No soy el único, y, como todo, tiene su solución.

Aprieto los labios al escucharlo rebajar su dolor porque le han hecho ver que no importa. Y, que seguramente son palabras citadas.

Me atrevo a rozar suavemente su labio herido.

—No voy a olvidarlo porque yo no quiero que olvides esta parte de mí que es similar. —Su rostro se desliza en la sorpresa—. Stephen, creo que esto nos hace más humanos que cualquier otra cosa, esta faceta, estos problemas... Todo eso somos; somos piezas de un rompecabezas que no encaja desde nuestra infancia. Sinceramente, me gusta esta imagen tuya, y no porque sufras, sino porque te empeñas en colocar esas barreras que convencen al mundo que estás bien.

Su mirada perdida entre mis ojos, escrutando sus propios pensamientos con mis palabras.

—Lo dijiste en esa canción: no puedo fingir que estoy bien. No deberías hacerlo. No deberíamos, pero lo hacemos porque es el único método de defensa que conocemos, uno que aprendimos a construir en base a miradas hostiles y golpes indiferentes. —El brillo cristalino resurge en sus ojos, y los míos se escuecen—. Somos el eco de nuestro arte, ¿no? Así debería ser.

Su cuerpo se mueve y me envuelve en un abrazo que no esperaba ni en esta ni en ninguna otra vida. Me pasmo. Me helo. Mi corazón se sumerge a un manto novedoso que resguarda sentimientos. Y él me aprieta a su pecho sin decir palabras, pero diciendo mucho. Espero darme a entender.

Se queda así. Nos quedamos pegados entre ese confort mutuo cuando también yo le abrazo el torso y hundo mi cabeza en su cuello. Como dos almas vagando sin rumbo, a la espera de esa luz que nos guíe. Difíciles como el ballet, y memorables como la música.

Su aroma me invade.

Me gusta... Me estoy enamorando de él.

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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!
~🕰️~

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