𝕏𝕍
𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆
「༻ ☪ ༺」
<3:
𝐴𝑦𝑒𝑟 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑝𝑖𝑡𝑖ó 𝑒𝑠𝑒 𝑠𝑢𝑒ñ𝑜: 𝑡ú 𝑣𝑒𝑛í𝑎𝑠 𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑎 𝑦 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑠𝑜𝑙𝑣í𝑎, 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣í𝑎 𝑎 𝑠𝑒𝑟 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 é𝑟𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑚á𝑠 𝑗ó𝑣𝑒𝑛𝑒𝑠. 𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑚𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑚𝑖𝑡í𝑎𝑠 𝑠𝑢𝑏𝑖𝑟 𝑎 𝑡𝑢𝑠 𝑝𝑖𝑒𝑠 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑏𝑎𝑖𝑙𝑎𝑟 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑖𝑔𝑜 𝑒𝑛 𝑙𝑎𝑠 𝑛𝑜𝑐ℎ𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑒𝑣𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑚𝑒 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑒𝑛 𝑡𝑢 𝑟𝑒𝑔𝑎𝑧𝑜 𝑎 𝑙𝑒𝑒𝑟 𝑒𝑠𝑎 𝑒𝑛𝑐𝑖𝑐𝑙𝑜𝑝𝑒𝑑𝑖𝑎 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 𝑦 á𝑟𝑏𝑜𝑙𝑒𝑠...
𝑃𝑒𝑟𝑜 𝑎𝑏𝑟í 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑦 𝑠ó𝑙𝑜 𝑣𝑖 𝑜𝑠𝑐𝑢𝑟𝑖𝑑𝑎𝑑; 𝑙𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑎 𝑛𝑜𝑐ℎ𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑠𝑖𝑔𝑢𝑒. 𝑁𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎𝑠 𝑡ú, 𝑦𝑜 𝑠𝑒𝑔𝑢í𝑎 𝑎𝑡𝑎𝑑𝑎 𝑦 𝑒𝑙 𝑔𝑟𝑎𝑛 𝐷𝑎𝑟í𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑚𝑖 𝑡𝑖𝑡𝑖𝑟𝑖𝑡𝑒𝑟𝑜...
𝐴 𝑣𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 ℎ𝑢𝑖𝑟 𝑑𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜...
༺ 𝓖𝓲𝓪𝓷𝓷𝓪 ༻
Recargo mi cabeza sobre la almohada, pensando en aquello que había escrito proveniente de mi corazón, como todo lo que mi pulso plasmaba. ¿Existirá el día en que en lugar de que mis letras lleguen a sus ojos, mis palabras lleguen a sus oídos?
Suelto un suspiro de resignación.
Antoine se estaba tardando mucho en regresar, y Stephen... A él yo lo alejé por mi padre. Aún recuerdo su tacto hace días, mientras yo le restregué que me decidí a ese mundo teñido y confuso del que debería huir; unos ojos que me pedían que cambiase de opinión...
—Señorita Gianna, su hermana Lisette ha llegado y su madre pide que baje —avisa una de las chicas del personal con amabilidad.
Agradezco ante su aviso y reacomodo mi ropa con un vestido suelto color blanco, irradiando frescura y elegancia; un cuello cubierto que resalta mis hombros pequeños; y un cincho en la cintura para dar estabilidad a mi figura. Opto por dejar caer mi cabello sobre mis hombros.
Bajo las escaleras como si fuese una niña, esperando ver el ya conocido rostro hermoso y sereno de mi hermana; aunque esta vez no venía sola: su prometido Maximiliano la acompaña.
Ambos forman parte de una de las empresas más conocidas de Estados Unidos; comprometida con la innovación que busca generación de productos con proyectos de ingeniería. Algo digno de admirar.
—¡Tía Yana! —gritan por la derecha, la voz infantil y alegórica me hace girar hacia la puerta; era ese pequeño cuerpo de dos años que corre a toda velocidad hasta refugiarse en mis brazos.
—¡Mi principito! —Abrazo con intensidad a mi sobrino, no importa si lo veo frecuentemente, su llegada siempre me ha llenado el corazón de felicidad.
—Derek no de dejaba de pedir venir a verte, hermana —la voz femenina de mi hermana mayor me hace mirar arriba—, a veces siento que te quiere más a ti.
—No lo dudes, Mirella, —Lisette entra a la conversación—, Gianna juega con él y si le da atención. —Los ojos azules de Mirella se entornan con disgusto.
¿Nunca podrán llevarse bien, de nuevo?
Antes de que Mirella responda, su esposo Alexander toma el control de su ira y logra tranquilizarla con un toque en el hombro. La tensión entre ellas siempre era palpable y el aire se volvía denso y opaco cuando se dirigían la palabra.
—¿Cómo está mi querida familia? —La entonación ronca y autoritaria, digna de un hombre de negocios y con un léxico inconfundible somete la tensión a un aire fresco y abrazador—. Hijas, me da gusto verlas, pasemos a la sala de estar.
Entonces todos fuimos ahí. El personal sirve copas de vino para llevar una plática amena acompañada de la frescura de la bebida.
Un efímero recuerdo de Stephen me invade los pensamientos, al mirar a mis dos hermanas con sus esposos. Y la punzada del arrepentimiento me pincha. No debí decirle que no lo había elegido a él, no debí detenerme a hablar, pero... me sentía tan culpable cuando vi una determinación en sus ojos que jamás había experimentado con alguien. Quería asegurarse de que estaba bien.
Y yo solo lo alejé...
—¿Gianna? —pregunta mi padre con ese tono que me eriza hasta los nervios, esfumando cualquier pensamiento—. Pregunté cómo te fue en la universidad, responde.
—Ah... bien. —No sé qué decir, todo está revuelto y en pausa en mi cerebro—. Sí...
Arquea una ceja, con desaprobación. Con él no tengo que titubear, balbucear ni murmurar.
—Me dijo tu profesora que tus movimientos siguen igual. ¿Qué está pasando? —exige, en un tono seco y tajante—. ¿No recuerdas lo que hablamos? ¿No recuerdas lo que pasó por no esforzarte?
Mi ánimo decae al instante.
—Darío, no es momento. —Mi madre endulza el tono y arremete contra la autoridad con la que se dirigió, como siempre lo hacía. Por su parte, no finge haberlo entendido y su semblante duro permanece sobre mí.
Y yo volvía a sentirme diminuta, casi sin voz en su presencia, en cada mirada fija y sin delicadeza. Tenía que responder a su pregunta, a todas. El silencio opaco del ambiente demostraba que era verdad.
—N-no es nada —trago saliva en cada palabra, pero sin demostrarle el nerviosismo que me impide sentir—, papá, me esforzaré más.
Expreso una sonrisa fingida para darle veracidad a mis palabras, para persuadirlo y que me dé el control de la danza como se lo pedí, pero cada día me era imposible seguir la rutina que me impuso. No podía decírselo, más bien, no debía.
«Estoy poniendo tiempo en ti, Gianna, debes ser la mejor». Me reprocha, siempre.
Y yo tenía que sentirme agradecida.
—¿Ya viste que el esfuerzo es indispensable para el triunfo? —espeta al instante, refiriéndose otra vez al recital fallido. Al que, según él, arruiné por no cuidarme—. En la vida no tendrás éxito si eres endeble, Gianna. Si quieres ser bailarina de ballet no es suficiente.
«Si quieres ser bailarina de ballet», ha dicho...
Asiento, apagada en pensamientos.
Sin recibir otra respuesta, la plática continuó como si nada la hubiese interrumpido. Mis cuñados y padre compartían cifras y visiones de sus ingresos, mientras que mi madre compartía recetas con Lisette. Mirella tecleaba su teléfono con esas uñas de salón que le hacían ver unos dedos de celebridad.
—¿Dónde está Derek? —pregunto. Sin desviar la mirada de su pantalla táctil se encoje de hombros y despista su falta de atención hacia su pequeño.
Cuando era adolescente siempre admiré la belleza de Mirella, tenía una piel tan suave que maquillaba todos los días, una personalidad que cautivaba a todos los chicos que la miraran, y un cuerpo genéticamente alineado. Y ella lo sabía.
—Mirella... —murmuro, quería su atención sin captar otra.
—¿Mhm? —expresa, levanta su teléfono para capturar su rostro en una fotografía.
Con ella todo era diferente; nuestra conexión no estaba tan compacta y frecuentemente mis secretos revelados resultaban expuestos ante mi padre en un desliz de sus frustraciones. Pero, esta vez necesitaba algún consejo, y en esta familia no había alguien más que supiera de chicos como ella.
—Verás... —agacho la mirada—, discutí con un chico... —suelto, por fin, pero con mentiras—. Ya sabes, de esas que no sabes cómo arreglar.
Sus ojos me encuentran sin despiste, su rostro redondo y fino iluminado por la luz de la pantalla de su móvil. Enarca sus cejas con interés.
—Vaya, y yo que creí que permanecerías santa hasta el matrimonio —dice, en una fina voz de sarcasmo—. Entonces sí tienes tus movidas.
«Yo no dije que era virgen».
El recuerdo de Stephen y esa mañana despertando a su lado vuelve a interceptarse en mí como un recordatorio de que no podía negarlo, no había sido mi primera vez, pero sí la última hasta ahora.
—Le dije que no deberíamos vernos más, pero...
—Ya te arrepentiste —concluye. Coloca su móvil sobre sus muslos y me entrega su completa atención—: ¿Quieres mi consejo para que vuelvan a hablar?
—Sí, por favor.
Da golpecitos en su barbilla con su índice y sonríe con perversidad.
—Tengan sexo —suelta sin rodeos.
—¿Q-qué?
—Sí, extrañar se convierte en un deseo tortuoso, en uno tan intenso que no te deja espacio para otro sentimiento. Y cuando sus cuerpos se unen de nuevo: ¡Splash!, los benditos orgasmos aparecen.
—Yo... no creo que eso sea así.
—Qué va. Los hombres siempre ceden ante nuestro cuerpo. Incluso aunque tú seas la culpable, ellos solo quieren frotarse entre nosotros —me señala con el dedo—. Eres muy delgada, hermana, pero tal vez haya algo en ti que le mueva el interior, aun así.
¿Qué está diciendo? Es una completa barbaridad, y estoy segura de que ni estando sobrios podría pasar algo que mi lado retorcido imagine. Estoy encerrada desde mi niñez, castigada a una rutina ajena y encapsulada a reglas que no puedo cumplir, pero sé que él no es alguien que busque solo placer.
—Él no es ese tipo de chicos...
Interrumpe, cerrando mi boca con dos dedos:
—Shh, hermana, ¿sabes cómo se consigue la experiencia? El que duermas con él ayudará a que se dé cuenta que no debe perderte.
Pero fui yo la que puso esa distancia. Frunzo mis labios en desacuerdo con ese consejo.
—Mírame, tengo veintisiete años y te puedo asegurar que disfruté de mi vida sexual como mejor pude. Ahora estoy casada con un hombre íntegro. —Guiña un ojo refiriéndose a Alexander—. Te arrepentirás si te mantienes en una burbuja de santidad hasta que llegue "el correcto". —chasquea la lengua—: Por favor, ¿quién demonios sabe cuál es el correcto? Si tienes a un chico por ahí, aprovéchalo.
No sabía si esas palabras eran las que debía tomar como consejo, pero una parte de mí —la más oscura— me decía que lo tomara. Quizás Lisette me diría lo contrario, y mi corazón me exigía saber su consejo, pero mi cuerpo me pedía hacerle caso a Mirella: sentir y vivir... algo que pocas veces tengo el derecho.
• ────── ✾ ────── •
—Te ves hermosa, Gianna —dice Lis.
Me ayuda a subir el cierre de la espalda. Su sonrisa siempre me hace sentir linda.
—Ajá, y con ese estilo nunca captarás la atención de ningún chico. Pareces de quince —expresa Mirella, su honestidad combinada con sarcasmo a veces dolía.
—Cierra la boca, Mirella —el tono de voz de Lis fuerte y recto—, ella no necesita miradas para saber que es hermosa, como tú.
Esto último termina por arrugar el entrecejo de Mirella. Lis era sencilla, hogareña y dulce; Mirella era extravagante, una mujer de lujos y un poco mimada, esa era la razón de sus discusiones continuas.
—No hagas caso, pequeña, eres her-mo-sa... Más bien diría que te ves más delgada que antes. ¿Estás comiendo bien?
Me tenso unos segundos y vi todas las veces que he visitado el escusado después de comer.
—Sí... Pero ya sabes, entre ensayos y todo eso no se me nota —sonrío nerviosa, y solo zanja el tema porque Mirella vuelve a hablar.
Desde que éramos chicas todos decidían atenderlas a ellas, en los bailes la que debía esperar sentada era yo, la que debía ir a dormir temprano porque no tenía citas era yo. Y de alguna forma eso me llevó a creer que era porque no era sobresaliente a su lado.
«No necesitas a un hombre» Diría mi padre, francamente tiene razón, pero yo no quiero a alguien para ser feliz. Yo quisiera sentir lo que es amar a alguien mientras es recíproco, sentir que alguien te mirará a ti y sonreirá, que alguien te pensará y se sentirá amado. Y ese sentimiento no desparece, aunque trate de aferrarme a una rutina donde a veces no hay ni cupo para mí.
En momentos inesperados ese vacío me recorre la tranquilidad.
Yo soy amante de lo romántico, lo sencillo y lo duradero, y sé que en mi camino habrá personas que no estén de acuerdo conmigo y crean que todo es falso e irreal, pero al final todos necesitamos embriagarnos de algo cada día que nos haga vivir. Dinero, amor, amistad, familia... cada persona le da un valor apreciativo a las cosas.
Bañar nuestra vida con lo que nos haga feliz no debería ser un delito.
—Buenas noches, familia. —Mi padre se levanta de su asiento con una copa de vino en la mano—. Esta noche me gustaría felicitar a Mirella y Alexander por considerar la opción de un segundo integrante a su familia. —Noto una leve mueca en el rostro de mi hermana mayor, si bien sabía que no era muy fan de los niños, no comprendo los motivos para aceptar tal propuesta.
¿Por qué querría tener otro bebé si a ella la vida maternal no le favorece?
—Como siempre he dicho: la familia es lo más importante...
Mi padre sigue hablando y exponiendo los logros de Lisette y Maximiliano en su empresa, así como brindar su apoyo incondicional para ellos si lo requerían. Por suerte, Lis es más honesta consigo misma y no se dejaba guiar por decisiones de terceros en su vida.
No me inquieto al no entrar en ese brindis, sé bien que no lo merezco bajo su criterio por fallar en el recital. «¿Te perdonó?», las palabras de Stephen me taladran todas las inseguridades. Era un hecho que me negaba a aceptar; pero aun así decidí su perdón...
—Y como último punto de este brindis, quiero expresarles mi felicidad porque estamos toda la familia reunida. —Este punto me punza en la sien—. Venir a esta ciudad en aquellos años ha sido de las mejores decisiones que hemos tomado.
¿Hemos? ¿La mejor decisión?
—Nada nos hace falta, todo se está acomodó para...
—S-sí nos hace falta, papá... —balbuceo inconscientemente. Todas las miradas se posicionan sobre mí, en especial esa expresión dura y fría que temo corresponder.
—Repite lo que acabas de decir para interrumpirme —su gélida voz me revuelve las palabras.
—N-no estamos todos... —agacho la mirada hacia los pliegues de mi vestido.
—Gianna, mírame y eleva la voz —ordena—. Te he dicho que nunca bajes la mirada.
—Darío, con calma. —Mi madre intenta pacificar los sentimientos.
—¡Gianna Lombardi! —Da un sonoro golpe sobre la mesa, removiendo los cubiertos por doquier.
Mi voz entrecortada y temblorosa hizo lo que pudo: —¡Hace falta Antoine!
La mención de ese nombre retumba en los oídos de todos los presentes. Su mandíbula se tensa en un instante removiendo el estrés y la frustración que le causa este tema, sus hombros rígidos amenazan con descontrolar emociones retenidas por una acción mal ejecutada.
—Él ya no es un Lombardi —sentencia en un tono hostil y rencoroso que me apuñala el alma—. Se largó y jamás le permitiré regresar, los sabes, ¿no?
Lo sabía perfectamente, yo estuve ahí cuando lo obligó a irse de casa... lo despojó.
—T-tú le diste la espalda... papá. —Sus ojos se engrandecen y la fina barrera de comprensión comienza a romperse a pedazos.
—Es mejor que paren. —Mi madre intenta a toda costa relajar el ambiente—. Terminemos esta noche en familia, sin discutir.
—Es una maldita escoria, ¡un marica! —grita con furia—. Una decepción que lleve mi apellido, yo no perdono humillaciones. ¡En esta casa, no pone un solo pie jamás!
—¡Tú eres la escoria! —grito, decidida y sin tartamudear. El peso de sobreesforzarme estaba corriendo entre mis palabras—. ¡Echaste a tu propio hijo! ¿Dime qué tipo de padre hace eso?
—No me levantes la voz. ¿Quieres más motivos para sancionarte?
—¡Hazlo!, ¡me importa un carajo toda tu mierda! —Sigo gritando para ofenderlo, y mis hombros parecen más ligeros. Mi estómago se revuelve con una punzada que retumba en mi pecho.
La imagen de Darmond me ayuda a no bajar la mirada, a seguir con firmeza. Había cavado quizá mi propia tumba bajo su dominio, pero por primera vez, no quería callar, quería expulsar todo, aunque me costase el mundo. Si bien no conozco de mucho a Stephen, se estaba convirtiendo en alguien a quien no quería perder, y bajo sus palabras, bajo su mirada, removió en mí todo un sentimiento que estoy atesorando.
—¡¿Qué dijiste?! —Se levanta con furia de su asiento, como un rey dispuesto a someter a sus guardias incumplidos—. ¿Te estás escuchando? ¡¿Qué clase de vocabulario es ese?!
También me pongo de pie, a la defensiva.
—Son expresiones y están en los diccionarios. ¿Quieres que te traduzca las definiciones? ¡Carajo, carajo, carajo!
Por inercia, Max y Alexander le siguen el paso para cubrirme cuando se acerca a mí. Aseguré un golpe que nunca me llegó debido a esa protección. Encuentro sus ojos chispeando de cólera y bañados en decepción.
—No me hagas enseñarte conductas de respeto, niña —amenaza con la hostilidad como principal factor expresivo—. Agradece que estás por graduarte, porque de no ser así, estarías de nuevo en Italia...
Las lagrimas resbalan por mis mejillas. Canalizar mis emociones es muy difícil para mí, y más cuando se trata de mi padre.
—Gianna, no te conviertas en alguien como él... —traga saliva—. No me decepciones tú también.
—Señor, cálmese, mi hijo no necesita ver esto. —El comentario de Alexander me coloca en la realidad, pero no quiero mirar a Derek, quien sé que se esconde entre los brazos de Mirella y mi madre; asustado.
—Vete a tu recámara, estás suspendida —ordena, su tono es más bajo, pero el sentimiento de desdén se impregna en cada sílaba—. Y olvídate de esa dichosa excursión. No irás.
Entonces me voy, aferrándome a ese collar con dije de un reloj añejo, desatando lágrimas que me esforzaba en retener cuando se trataba de Antoine. Cuando se trataba de darme cuenta de que él ya no lo amaba, y nadie se disponía a defenderlo, solo yo.
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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. Gianna por fin soltó un poco de todo hacia su padre 🥰
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Muchas gracias por leer!
📚🤎
¡Hasta el próximo!
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