𝕏𝕀
𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆
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La tormenta de nervios se modera cuando pienso en infinidad de cosas para tranquilizarme, no es justo que solo yo me encuentre empapada de esta sensación.
Su voz me hace girarme a mirarlo otra vez.
—¿Sabes que no te llevarás nada cuando mueras? Lo único que quedará de ti será comida para los gusanos. —El tono agrio que salió de su boca me causa escalofríos.
En ese tema podía convertirme en una punzada en el trasero. Lo miro con unos ojos chispeantes de disgusto, ricos en misterio.
—Te equivocas, a veces es lo único que...
—Esa persona no volverá, aunque le reces a seres imaginarios, implores y desees que así sea —interviene antes de poder terminar mi reclamo. Creí que su intención era molestar, pero su tono a la defensiva comienza a tensar el ambiente—: Es estúpido darle valor a un maldito objeto que sólo te recuerda más de lo que debería, admítelo... tener eso en las manos sólo te traslada al momento en donde dejaste de ser quien eras.
La resequedad en mi garganta me impide entablar oraciones fijas y debatientes hacia lo que está diciendo. ¿Era un aviso despistado de lo que él sentía? O sólo se harta de las personas como yo; aquellas que atesoramos un objeto sólo porque a alguien más le gustaba.
—¿Crees que a alguien le gustaría ser recordado por medio de un objeto casi desbaratado? —Su tono comienza a ser más intenso, más reclamante—. Eres más materialista de lo que creí.
¿De lo que creyó? ¿Por qué el creería algo de mí? No hace mucho que nos conocemos...
La frialdad en sus palabras tensa el ambiente, llevándose consigo el calor corporal de hace unos momentos. Y en este punto, el único sonido perceptible es el del aire acondicionado.
—No lo entenderías... —Me atrevo a revelar, sí, con cierto egoísmo. Pero él tampoco está siendo suave.
Este era mi secreto, mi amuleto para sentir que algo me mantiene unida a Antoine a pesar de la distancia. No entiendo sus razones, ni pido que entienda las mías...
—Ser presos del recuerdo atormenta más que el anhelo —masculla con voz melancólica.
Me adentro a mi mundo, diminuta por fuera, alerta y cabizbaja, así como con mi padre. Y no es que me hayan dolido sus palabras, pero hablar de lo que implica este recuerdo me hace retroceder a toda la fortaleza que he adquirido en mi adultez, aquella que me es difícil dejar salir.
—Yo sé que volverá —alego, arrinconando el reloj en mi pecho con ambas manos.
Vuelve a mirarme a lo lejos. Y esta vez no puedo negar que es a mí.
La tensión es palpable en estos momentos, se ha perdido cualquier rastro de comodidad, de compañerismo; el silencio vaga en aires abrumadores y densos como una capa de neblina. Entonces nos adentramos a la tarea de nuevo, cada uno en su mundo, a su ritmo y en silencio. Dejando un sentimiento confuso flotando con presencia a nuestras espaldas, pero ninguno se digna a esclarecer puntos.
Más tarde, el sonido de su teléfono emerge el color en este ambiente lúgubre y sin vida. He escuchado que la mayoría habla cuando contesta una llamada, pero él deja que la otra persona sea quien dé el paso.
—Estoy bien... —avisa por lo bajo, pero el eco del salón de teatro ayudó a que su voz resuene en cada rincón—. ¿Quieres relajarte? Te digo que estoy bien... le dije a Boston que me tocaba la jodida limpieza. —Me era imposible no escuchar estando a unos metros de él. Bufa, y añade—: Colton, no llores... Carajo... Escucha... ¡Colton, escúchame!
Me despisto al sentir ahora mi teléfono vibrar entre mis cosas a la lejanía, me apresuro a tomarlo para contestar, no me es permitido pasarme un solo timbre.
—¿Hola? —Me siento sobre el baúl, manteniendo mi distancia para no interrumpir la llamada de él.
Era mi madre, avisando que Luciano ya venía en camino para recogerme, debía esperarlo en la entrada principal.
—Es hora de cerrar —avisa después de algunos minutos.
Su expresión tranquila es un poco confusa, es como si hace unos momentos no hubiésemos discutido... o debatido, lo que sea que significara.
Antes de llegar a la puerta, me atrevo a hacerle una pregunta que no pidió. Común en mí.
—Oye, ¿asistirás a la excursión que el comité estudiantil organiza?
—No.
—¿Por qué no? —Me intereso un poco por su respuesta, mientras espero que sumerja la llave para cerrar el salón de teatro—. La mayoría irá, ¿no te emociona disfrutar el tiempo que nos queda con tus amigos?
Sus hombros se tensan y responde después de algunos segundos:
—No todos disponen de una respuesta a tus preguntas... Anima. —dice sin mirarme, guardando las llaves en uno de sus bolsillos. Toma su distancia y se aleja al compás de mis ojos.
—¿Anima? —repito siguiéndolo.
Da un suspiro antes de volver a hablar.
—Escucha... disculpa mis palabras. Son reales, y no las cambiaré, pero el tono se me fue de las manos. No quise incomodarte.
Su tono, su expresión y todo en él era tan indescifrable, casi como un juego de azar, donde crees que tienes la carta de la victoria, pero llega un comodín que interpone tu suerte.
—Está bien, yo no quise persuadir tus pensamientos. Solo que, es un obsequio que alguien me dejó precisamente para recordarlo.
Me mira el rostro, buscando algo más allá que palabras.
—Lo extraviaste unos días, ¿dejaste de pensar en esa persona?
Caigo en cuenta lo que intenta decirme, y me dolió, porque sí lo recordé a pesar de no tener el reloj conmigo. Para él es estúpido darles valor a los objetos llenos de recuerdos, pero, para mí, a veces es el lazo intangible que te une a esa persona. Sea bueno o sea malo, te permite viajar al pasado cuando lo miras, a donde fuiste feliz y lo sentiste cerca.
Mi silencio parece darle la respuesta.
—Algunas repuestas son exclusivas, ¿no? —me regresa la jugada.
Levanto mi mirada hacia él, encontrándome con unos ojos oscuros que esta vez no despegó de mí. No otra vez... piernas, por favor no tiemblen. Mira mis labios entreabiertos, expulsando la consecuencia de mis palpitaciones. Retoma la cercanía, tanto que mi espalda ahora se encuentra con la puerta.
Me atrevo a situar mis palmas en su abdomen para detenerlo, y sí, de alguna forma, para saciar estas tormentosas ganas de tocarlo. Fija sus ojos en mis manos que viajan por su torso con una fragilidad que sé que le provoca algo más; aprieta sus labios, y puedo notar el ritmo de sus palpitaciones. Su pecho sube y baja más rápido.
Me mira con unos ojos sugerentes, oscuros de un deseo que yo también he despertado en cada encuentro.
¿Cómo es posible que hace minutos estuviésemos debatiendo y ahora nos encontramos a centímetros de un beso?
—¿Me permites? —susurra a mi oído.
Estoy a punto de acceder con un «sí» decidido y firme, que tome mis labios como le plazca y que terminemos con esta tensión, pero sus dedos rozan los míos cuando me quita el reloj de la mano.
Se refiere a eso, aun así, asiento.
Giro mi cuerpo y levanto mis ondas castañas en un intento de darle mayor vialidad a la tarea; ardo en sensaciones y me quemo en cosquilleos cuando esos mismos dedos palpan mi cuello al colocar el broche. No quiero que se detenga, quiero que bajen por mi...
—Tu espalda sería un lienzo perfecto para un tatuaje de Boston —susurra en mi hombro; su voz ronca y profunda—. Se ve muy suave...
Tomo aire, mucho aire.
—¿Solo la verás? —sugiero tan pronto se me ocurre. Puede que esto no esté bien, pero no sé qué más hacer.
Me giro de frente otra vez, y justo en ese momento, coloca sus manos en la puerta, una a cada lado de mi cabeza. Me arrincona en su fragancia masculina. Y yo... yo hago que las mías le abracen la espalda baja para atraerlo hacia mí.
—Tienes iniciativa, Anima.
Su boca viaja lenta hacia la mía, viaja y...
—Carajo... —maldigo en un jadeo profundo que me hace avergonzarme. Cubro mi boca.
Sus labios se curvan en una sonrisa de orgullo y alza una ceja.
—Con eso me harás creer que piensas mucho en mí, ahora usas mis palabras.
—No... yo... lo siento —retomo el aire. Mis manos en el pecho y merda... allá abajo nada está bien.
Sin perder esa sonrisa traviesa, me deposita un beso en la mejilla, tan lento y cargado de emociones que se me hace la eternidad en ese acto. Sus labios gruesos dejan en mí una marca interna de su esencia, de su tacto... Merda ¿Por qué en la mejilla?
𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷
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«Será mejor que te detengas ahora», pienso cuando creo haber tardado más segundos de lo normal en ese beso en su mejilla.
Carajo, no quiero conformarme solo con eso. Ya bastante lío tengo en controlar cierto factor en mis pantalones que me puede delatar de un deseo apresurado. Sus ojos palpan la confusión y decepción que me reclaman.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —interfiero antes de que este momento se apague. Ella asiente—: El día que me golpeaste con la puerta justo ibas saliendo de aquí. Lo pensé y creí que tu enojo se debió a la labor de limpieza, pero...
—No fue eso —me corta al instante—. En realidad... eh... —inhala y exhala antes de tomarse su tiempo en responder—: ¿Recuerdas que aquella mañana en casa de William él nos vio salir de su habitación?
—Ajá.
—Debió contárselo a Leonard Prescott porque... —ladeo mi cabeza en busca de sus ojos vagos en el suelo.
Aprieta sus puños.
—Me trajo aquí con la supuesta excusa para charlar, pero en realidad me reclamó por lo de la foto, bueno, en realidad me dio a entender que debí acostarme con él en lugar que contigo —expone con timidez y disgusto. Esto comienza a punzarme la sien. Continúa—: Quiso besarme a la fuerza, pero lo amenacé con el poder de mi... de cierta persona, y no logró hacerlo.
La furia quiere alcanzarme, ha pasado su tiempo, pero eso no quita que ese maldito idiota haya actuado como un jodido cerdo con ella.
—Ya pasó, así que solo le di vuelta a la página, ya no necesitaba más problemas sobre ello.
Me mira alerta.
—¿Más? Me aseguraste que no tuviste ninguno. —Su temple se tambalea y los nervios la alcanzan.
—Bueno sí, no muchos, pero sí. La verdad, eh... solo unas cuantas advertencias, nada de qué preocuparse —dice restándole importancia, pero algo en su actuar me dice que se tensa al recordarlo—. ¿P-podemos cambiar de tema?
Analizo un poco la situación, y no me conforma esa respuesta, pero tampoco la obligaré a hablar.
—Sí, lo siento.
—No te disculpes, no has dicho nada malo.
Lo dice la que arroja disculpas hasta por los codos. Doy un paso hacia ella, el mismo que retrocedí hace un rato.
—Aquel día me burlé de tus motivos y ahora te hice recordarlo. No creí que ese idiota estuviera involucrado. —Viajo de sus ojos a sus labios—. Debí preguntar si estabas bien.
Me estudia en un silencio corto y analítico, internamente se pregunta y responde cosas, lo sé.
—Si lo veo soy capaz de arrancarle los dientes uno por uno.
—No, no es necesario. No te metas en problemas por algo como eso. Estoy bien y eso es lo que importa —asegura con una sonrisa.
Dejo que mis ojos se claven en los suyos; un color avellana brilla sin limitación. No hay luz, ni un sol que los alumbre, pero lo hacen por naturaleza. Un acto que satisface mi interior. Puedo imaginarla bailando mientras toca el violín, como hace un rato, deleitando al mundo con su talento, demostrándole a todos que ama su arte. El que ella eligió.
Convierte su alma en arte, por eso «Anima» le va como anillo al dedo.
Mientras sus mejillas se colorean en un carmesí intenso, me atrevo a grabar su rostro: cada facción, cada peca y cada lunar que le adornan un semblante angelical y esculpido.
—¿Ves que tus palabras no se ponen de acuerdo contigo? —dice en voz baja, sus labios se entreabren.
Me voy a volver loco si sigo admirando ese gesto tan sexy de sus dientes delanteros. Trago saliva mirándolos.
—Dijiste que era una estupidez mirarme al hablar, y ahora no puedes dejar de hacerlo —sonríe de lado, su voz tan suave y académica.
Subo a sus iris.
—¿Quieres que admita que no puedo? —asiente orgullosa—. Bien, no puedo.
He perdido.
Sabía que si la miraba demasiado terminaría por ahogarme en su marco visual. Esta distancia, esta interacción quiere romper cualquier barrera impuesta por mí. Y yo debería ser más fuerte, pero tratándose de ella soy el hombre más débil en la faz de la tierra.
—Es que soy tan bonita que es imposible que no lo hagas, ¿verdad? —bromea con una carcajada, pero no lo comprendo.
—¿Por qué te ríes? No has dicho ningún chiste.
Captura un mechón en su oreja, dejando que la carcajada desaparezca. Da un suspiro lento.
—Déjalo, no lo entenderías.
Acomoda su mochila en su hombro.
—Estoy descubriendo que no te convence tu físico, ¿es eso?
—No es que no me convenza, solo... Sé que para todo siempre hay clasificaciones, y tal vez después de mis hermanas o de mis amigas o de mis compañeras yo...
Se guarda un suspiro y aprieta los labios. Mi interior me increpa una lanza de valentía para que hable sin decir alguna estupidez.
—Sabes, una mujer mayor me ha enseñado que la belleza es subjetiva y reside adentro de uno mismo: en los intestinos y todo eso. —Suelta una risa divertida—. Quiero decir, puede que alguien te sorprenda y te diga que ante sus ojos eres la más bonita. No lo tienes que ser para todo el mundo. Recuerda que, ante el espectador correcto, siempre serás la mejor obra que haya mirado.
Mueve la cabeza en negación.
—Se escucha bonito, pero solo pasa en los libros o películas, lo sabré yo —refuta cualquier intento por convencerla—. Es irreal, ¿no?
Me acerco más.
—Y si te lo digo yo, ¿sería real para ti? —mi tono ronco e inquisitivo.
Un corto silencio se cuela entre nosotros cuando nuestros ojos se conectan; yo veo a la chica artística más hermosa que he conocido, y quiero decírselo todos los días; veo a alguien que guarda un mundo reprendido e inseguro en su interior, uno que, me gustaría que fuese mío también.
¿Qué verá ella en mí? Tal vez un hombre con cara de culo que para todo hace corajes.
No responde, en su lugar decide combatir con otra pregunta.
—¿Puedo hacer ahora una pregunta yo?
Su semblante se tiñe de preocupación antes de que le acceda con un «sí».
—¿Con qué te golpeaste ahí? —apunta a mi pómulo y comisura.
Toda sensación apacible se me esfuma al instante; la tensión vence en mis hombros y el jodido Tic vuelve a mis dedos. Agradezco que no me esté mirando las manos. La bruma me corroe.
—Fue un accid... Un percance con un objeto que no miré al agacharme.
Su escrutinio me pone de nervios.
—Sabes... no te juzgaré si dices que es de una pelea —la miro—. Me disculpo, pero no creo eso. Estás mintiendo.
Me alejo de ella con dos pasos rígidos.
—¿Tengo la pinta de ser alguien que vive en las peleas? —inquiero disgustado—. ¿Qué sabes tú si miento?
¿Eso soy para ella? ¿Eso ve en mí?
—No, no es eso... es solo que... —Se acerca a paso contado—. ¿Quién te hizo eso?
Mis manos en mi cabello, mi voz firme intentando no flaquear. Su cercanía actúa como cual enzima en el cuerpo y todas mis preocupaciones se aceleran.
—Me golpeé, ¿sí? —Camino a mi coche sin llegar a él, y después regreso—. La gente suele golpearse en el día a día.
—Entonces, ¿por qué evades la mirada? —reprende—. Escucha, no voy a orillarte a hablar, está bien, lo entiendo. Solo quiero ofrecerte mi apoyo si lo necesitas.
—¿Por qué? Ni siquiera somos amigos.
Su silencio me apuñala el pecho.
—Tienes razón, no lo somos... pero no me considero una persona común. —Cada vez se acerca más—. Me gustaría saber si tienes un problema con alguien, tal vez yo pueda...
—¿Defenderme? —bufo en desacuerdo—. Estoy bien así.
Su ceño se frunce, su espalda se irgue y la firmeza de su tono me toma con la guarida baja.
—¿Con moretones en el rostro y que se salgan con la suya?
—Yo no...
—¡No lo niegues!
—Son fortuitos, ya lo dije.
—Pues algo me dice que no.
—Oye, basta...
—Nadie tiene derecho a lastimar a otro —expone con solidez—. Sé que piensas que soy una chica blanda sin fuerza; una de cristal, pero mi tipo de apoyo no es violento porque sé que tengo las de perder.
—Es mejor que pare...
—Déjame ser tu amiga si solo así me dejarás acercarme —interrumpe con seguridad—. Prometo no entrometerte tanto, solo en lo que tú me permitas.
¿Por qué? ¿Por qué sus ojos muestran preocupación por mí? No nos conocemos, ni sabemos nada del otro. No tendría motivos. Pero yo tengo la culpa por no saber controlarme en su cercanía.
Me atrevo a tocar su mejilla con mis nudillos entintados, mi tacto clama por más de su piel; delineo el contorno de su labio inferior. Ella cierra los ojos y se estremece...
—Es solo un golpe, ¿por qué te pones así? Soy casi un extraño para ti.
—No eres un extraño, Stephen —susurra al son de mi tacto en su labio.
—Aún así...
Da un trago inestable de saliva.
—Yo... alguna vez quise hacer algo por alguien —confiesa en un hilo de voz, pero no se aparta de mi tacto—. No pude defender a esa persona de ningún modo, y la inmadurez de mi adolescencia me impidió darme cuenta de los detalles que aparecían en su rostro. Eran la prueba de que nada estaba bien... —sus cejas de hunden—. Pero siempre me decía que se había golpeado con algo.
Carajo... Esto no debería ser así.
—Así que, discúlpame. Yo solo actué por impulso, me dejé llevar... sé que no somos amigos —repite con un pesar que sentí hasta el fondo de mi alma—. Y no voy a entrometerme en tus asuntos.
Cuando llego a casa no sé cómo clasificar ese momento. Bueno o malo, fue tan... tan... intenso. Tan confuso que me es difícil darle significado. Nos estamos acercando cada vez más y es algo que se me está saliendo de las manos, porque estoy perdidamente enamorado de esa chica desde hace tiempo, y esta vez no le fui tan indiferente...
Significa que a partir de aquí es cuando comienza el verdadero problema.
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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Muchas gracias por leer!
📚🤎
¡Hasta el próximo!~🕰️~
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