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𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆
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La semana siguiente ha pasado más rápido de lo que me hubiese gustado, aunque fue bastante normal para mí, cargada de deberes; ensayos, teoría, prácticas, estudios. Con esas tareas me ha sido imposible compartir un café humeante con mis amigas, lo único que nos acompañaba eran los mensajes de texto en nuestro grupo. Sólo así sabíamos de nuevos chismes.
Y hablando de:
—Mira, amiga... Encontré a la exnovia de Darmond. —Denisse extiende su teléfono hacia mí con gesto de disgusto. Seguía con ese asunto a mis espaldas, como si le hubiese dicho que me gustaba.
—¿Es Sophie Grace? —Olivia se acerca a mirar—. Uy, ella se ha tirado a media universidad. Incluso a mi hermano, que es catalogado como un nerd.
—Jamás la había escuchado —confieso, ambas se miran en complicidad.
—Pues no, amiga. Podría asegurar que sólo nos conoces a nosotras —expone Denisse con facilidad—. Tu padre es el culpable, cabe aclarar.
Bueno, ya había dicho que no necesitaba un círculo social grande, cuando la calidad de mis amigas me bastaba, incluso he llegado a entablar una bonita amistad con Boston Bell este tiempo. Es muy simpático y últimamente le da por esperarme al salir de la última clase, pues nuestras horas coinciden.
—Es la típica porrista cliché del equipo de futbol. William y Leonard son los primeros que la follan cuando ganan partidos —dice Olivia con voz indiferente.
—También cuando no —arremete Denisse.
Es linda, con un cuerpo de reloj de arena envidiable; digno de la capitanía en el equipo de apoyo femenino. En la foto mostrada aparece de espaldas sin sostén aparente, con un tatuaje ilustrado de una espada enfundada, envuelta en un manto color rojo intenso que recorre toda su espina dorsal; en su hombro tiene otro: unos labios dibujados en tatuaje.
Leo la descripción de la foto, Bugpin había realizado ese trabajo, tenía una etiqueta en su cuenta artística de Instagram. Si es a exnovia de Stephen, era de esperarse que aprovechara el talento de su amigo.
—Cuidado con ella que es muy narcisa y caprichosa. —Denisse expone sin despegar sus ojos del teléfono—. En algún proyecto la hemos entrevistado, y a mi parecer es una persona hueca. Solo físico limpio.
—No podemos juzgar Denisse. —El razonamiento de Olivia se interpuso—. No todos tienen el mismo interés en nutrirse de conocimientos, a algunos les basta con ser bonitos y vivir en el placer.
Denisse le lanza un beso al aire.
—Amiga, amiga, Dios no se enojará contigo si por una vez dices algo como: es una zorra —ambas reímos, pero no en burla. Sabemos que la religión de Olivia se la han impuesto desde sus abuelos.
Olivia nos saca la lengua y hace una mueca infantil. Después ríe con nosotras.
—Mira, mira... —Denisse sigue indagando en perfiles ajenos.
Una fotografía de ella y Stephen en el bar Jeff's —el letrero navideño sobresale en la foto—, ambos con una botella en la mano. Ella lo está besando con lujuria, casi como si hubiese pasado algo más después de eso. La fecha indica que fue hace dos años.
«¿Es de tu incumbencia, chismosa?».
—Tal parece que su relación era un poco... —Baja por el perfil de su cuenta de Instagram—, tóxica. En algunas fotos se besan con pasión, en otras publicaciones parece que no se soportan. ¿Cómo pudo perder a alguien como él? No se ve mal tipo.
—Es de mala educación husmear en los perfiles de otros —dice Olivia, con esa preocupación del «¿Qué dirá Dios?» otra vez.
—Gianna, ¿quieres que entre al de Darmond? —la ignora, y su voz diabólica me contrajo los nervios.
—¡N-no!, ¿por qué? —me altero—. Ni siquiera somos amigos. ¿Sabes qué? Mejor me voy que me toca limpiar el salón de teatro.
Ambas se echan a reír en carcajadas, satisfechas, como si tuvieran material para sus publicaciones periodísticas.
—¡Adiós, amiga!, nos escribiremos. —Se despiden de mí al incorporarse. A pesar de todo, me sentía un poco vacía cuando ambas se iban, atesoraba su presencia cada día y más sabiendo que pronto nos graduaríamos.
Doy un respiro de resignación y me dirijo al salón de teatro, desarmando el moño apretado en mi cabello. Masajeo mi cráneo. Una maraña de atuendos didácticos y guiones por doquier me esperan ahí dentro.
Entro con los mismos suspiros de pereza con los que venía andando y me quedo parada en medio de todo el caos teatral que se me presenta en las narices. Doy un paseo visual por todos los rincones; mis labios se arrugan en cada montón de artefactos escénicos que miro. Era difícil ver por dónde comenzar.
—Qué desordenados son.
Bueno, al menos era la última vez que me tocaría limpiar un salón, el orden varía según las carreras. Un tipo de disciplina que nos impuso el director de la universidad al ingresar aquí.
El chillido de la puerta de entrada me despierta de aquellos desordenados pensamientos. Giro mi cuerpo para ver entrar a ¿Stephen?, ¿también a él le toca limpieza?... Bueno, mientras más manos intervengan, mejor. Podría decir que esto también era molesto para él, más no encontraba un solo gesto en su rostro que me dijera qué pasaba por su mente. Sin saludar, ni mirarme, arroja su mochila al escritorio de enfrente y emprende el deber en silencio.
La última vez que lo vi fue en aquel bar, hace una semana, cuando me miró como si yo fuese el único espectador bajo el escenario. Una mirada que me encantó. Me hizo sentir y desear muchas cosas, pero no entiendo al destino que me lo presenta tan intenso cuando menos me lo espero, y después lo desaparece de mi mapa por días.
Y en los ensayos, bueno, han sido tan pesados que no hay tiempo de mirarlo si quiera o hablarle. Queda muy poco para el recital, él debe sentirse cansado también.
Mis dedos titubeaban y mi voz lucha por hacerse notar.
—¿Te parece si tu comienzas con ese lado y yo me encargo de reacomodar la vestimenta? —Echa un vistazo al salón antes de asentir.
Mis recuerdos se han basado en él últimamente; cuando bailo, cuando río con mis amigas... cuando estoy bajo la opresión de mi padre. ¿Por qué me intereso tanto por él? ¿Por qué me sentí confortada con esos iris? No quiero hacer conjeturas que no se acercan a la realidad, puede pasarme lo mismo que con Leonard, solo que con Stephen si doliese de alguna forma.
Tal vez no era para mí esa mirada y alguna otra chica estaba detrás de mí... como Sophie.
Subo al escenario atrapando ánimos en mi red de suspiros, y tomo el primer atuendo: un vestido largo color mostaza con pliegues blancos en su falda. Un encaje de corazón parecía moldear el pecho de la chica que lo portara. Como inercia, lo coloco sobre mi cuerpo intentando imaginarme con él mientras daba vueltas...
Recordé cuando iba a las obras de teatro con mi madre, a ella le encantaban.
—Debe ser lindo actuar en una obra, ¿no crees? Se necesita mucha disciplina. —Tomo otro vestido aún más hermoso—. A mí me daría pena actuar frente a muchas personas sin equivocarme —digo, tomando cada vestido para pasarlo a su ganchillo.
—Eres bailarina, es lo mismo —refunfuña. Su respuesta inesperada me hace volver mi rostro a su ubicación.
Él guarda los artefactos de guerra en los baúles sin inmutarse.
—¿Cómo sabes que bailo ballet? —inquiero con un tono relajado, pero obtuve un silencio distanciado—. Creo que nunca te lo he mencionado, o ¿te lo dijo Boston? Hablamos de eso el otro día.
—Y todos los días.
Lo miro confundida.
—¿Cómo dices?
—Que hablan todos los días. —Su tono grueso y extraño, casi como un reclamo—. ¿Te contó que ha terminado su relación tóxica con una chica porque tú se lo dijiste?
Sus palabras me toman con la guarida baja, dejo de lado un poco el deber para saber más. Recuerdo que me habló de ello y cómo se sentía; no quería preocupar a sus amigos por exigirse más a causa de ella. Y yo solo le aconsejé que viera por él mismo, que nadie tiene derecho a manejarnos... a obligarnos a temerle a la libertad.
—A nosotros nunca nos escuchó —reniega para sí.
Ojalá pudiera tomar ese consejo para mí.
—Me da gusto por él —dije al cabo de segundos—. Es un buen chico y merece a alguien que también lo comprenda como artista. Esa chica lo rebajaba por no ser miembro del club deportivo y eso no está bien.
—Era una tóxica —dice—. Jodidamente tóxica para alguien como él.
Hay un pequeño silencio después de esas palabras.
—Pero ahora está libre...
—Sí, y puede elegir a una chica que le corresponda de la mejor manera.
—No me refería a eso.
—Ah, ¿no? ¿Entonces?
Sólo he entablado pocas conversaciones con él desde que nos "conocimos", y me han bastado para entender lo poco comunicador que es. Una vez que entra en ese silencio reseco, ya no hay vuelta atrás.
Sé que no me va a responder, por eso cambio de tema.
—Sabes... cuando yo era niña, actué en una obra de teatro musical, interpreté a una bailarina —expuse con melancolía, porque en ese entonces me encantaba—. Tenía muchos nervios porque era la primera vez que salía al escenario... era muy tímida. —Termino de colgar vestidos y paso a la ropa varonil—. Por suerte alguien estuvo ahí para darme ánimos desde las gradas...
Jamás olvidaría ese día, recordarlo es una de las cosas que hago constantemente antes de subirme a un escenario a bailar. Antes de que se me olvide de que mis manos son guiadas por unas cadenas de excelencia y disciplina.
—Pero fue la única vez en mi vida que lo hice, después sólo se trató de baile, ensayos... él dijo que me faltaba mejorar —suelto inconsciente y aprieto mis labios para cerrar palabras innecesarias para él.
Una vez los percheros se encuentran listos y muy acomodados, bajo del escenario para darle un vistazo al escritorio repleto de hojas de papel y lapiceros. Tan desordenados que podría asegurar que un par de gatos pelearon sobre él.
—Por cierto... ¿Dónde aprendiste a cantar? ¿Lo haces desde niño?
—Hablas mucho.
—Y tú no hablas casi nada. El otro día parecías más amigable —espeto y su cuerpo se tensa un milisegundo.
Gruño por su silencio antes de levantar la vista y encontrarme una belleza estacionada casi al fondo del salón. Para este entonces ya habría olvidado que me dijo habladora, o quizá era mi naturaleza.
—¡Oh, mira! —me apresuro a esa dirección y me detengo para apreciarlo desde la corta distancia. Era un violín—. ¿Crees que haya problema si toco?
Mi ánimo casi decae cuando sus ojos se ensombrecen a la distancia. Sé que no me mira a mí, sino al instrumento, y estoy segura de que un segundo más en silencio y se me habría echado encima. Por eso decido no verlo.
Deslizo mis dedos por los bordes, sintiendo las notas intangibles recorrer todo un camino empautado dentro de mí, cierro los ojos cuando mis yemas se esparcen por el estuche resplandeciente. Lo abro. El olor a madera de pino enriquece mis fosas artísticas capturando cada esencia con sutileza. No sé qué hace un instrumento en este salón, pero...
Coloco el barbado entre mi hombro y barbilla, sujetando el diapasón con la mano izquierda y el arco con la derecha. Una sensación electrizante me recorre cada célula, llevando mis nervios a relajarse para desencadenar una melodía serena que se instala con melancolía en mis oídos... cada desliz del arco se sumerge a mi mente como un lienzo siendo trazado con sus primeras líneas de pinturas.
Y me adentro a mi mundo, al único que conozco cuando se trataba de un violín y pasos de baile. Donde solo existimos él y yo, arrastrando al mundo a un universo de comprensión, amor y arte conjunta. Él me susurra las notas en complicidad, y yo me encargo de darles forma en movimientos improvisados, salidos de mi interior.
Enderezo mi espalda, ajusto mis piernas en posición y mis talones comenzaron a deslizarse por el salón, dando una inauguración dancística y musical que solo soy capaz de demostrar así, sin presión. La melodía que mis manos provoca me basta para ahondar en todo un sueño reprendido y resguardado.
Me siento libre y en armonía con el tiempo y el sonido. Nada a mi alrededor me impedía ser yo: enorme y con poder tras el violín, como un despertar después de mantenerme presa.
Dando incontables vueltas, danzando en sintonía, mi cuerpo se tensa al instante cuando choco con algo. Mis ojos se encargan de examinar la situación con cautela, pero aquella burbuja construida sin esfuerzo había sido pinchada en mil gotas de realidad.
—No deberías tocar lo que no es tuyo. —Era él, había chocado con su pecho. Su respiración caliente sobre mi hombro sin violín—. Aun no terminamos, deja eso.
Un suspiro denso me sale del pecho, y los latidos comienzan a hacer un trabajo acelerado. No lo entendía del todo, pero quizá la sensación de rozar cuerpo con un chico —algo que nunca me sucedía— estaba haciendo su efecto hormonal.
—Sí, lo siento —balbuceo. Mi razón atrapada en respiraciones exaltadas y temperaturas febriles.
Su brazo hace de vía entre el hueco de mi codo y cintura, pero sin tocar alguno. Lo extiende hasta que logro capturar su puño aun impactada por el río de sensaciones novedosas. La incertidumbre de lo que haría me tiene pendiendo de un hilo, mientras puedo sentir la tela de algodón de su camiseta en mi espalada descubierta.
¿Precisamente hoy tuve qué ponerme un vestido con espalda a la deriva?
—Es tuyo, creo —dice en un susurro, su palma de abre con sutileza, apreciando el florecimiento de sus dedos al exterior. Mis ojos se abren como platos al darme cuenta de que ese objeto se me había caído sin darme cuenta.
Se supone que es mi tesoro, y nunca me di cuenta de que me hacía falta... El reloj que Antoine me dio.
—¡Oh, no! ¿De dónde lo sacaste? —exclamo, lo quito de su palma como si de eso dependiera mi estabilidad.
Lo encapsulo en mi pecho después de darle un beso ligero. Estaba añoso y desgastado, pero eso no me importaba. Era mi tesoro. Era mi recuerdo. Era mi secreto.
—Es viejo —recalca, con toda la intención de lograr algo—, estuve a punto de desecharlo.
La intensidad con la que mi cuerpo se gira fue suficiente para que mi pecho revotara en el suyo con sutileza, pero eso no me importó al estar sumida en un reclamo ante su falta de empatía.
—Nunca, escucha bien: nunca se te ocurra darle valor a algo por su aspecto —mi voz pesada parece impenetrable en sus emociones. Podría asegurar que a mi padre le diera un infarto si estuviera viéndome a un par de centímetros de los labios de un chico—. Es como si me encargara de destrozar tu instrumento favorito.
Los centímetros que diferencian nuestras estaturas en estos momentos me resultan tediosos, pues no me permiten parecer intimidante ante él. Al contrario, parezco un duendecillo furioso al lado de un lobo feroz.
Mis ojos, tan traviesos como siempre, se encargan de capturar un golpe reciente en uno de sus pómulos. ¿Es que siempre se mete en peleas? Esta vez no puede culparme de haber sido yo. Desciendo a una de sus comisuras: un leve rasguño las adorna, y me roba un suspiro cuando la humedece a propósito.
Se me va el raciocinio, se me va.
—¿Por qué nunca me miras? —inquiero, y me arrepiento de decirlo cuando las palabras ya estaban en sus oídos.
Lo más despacio que pudo, viaja desde donde sea que se encontraran sus ojos para estacionarlos en los míos, con una intensidad que me deja helada, como la noche en que lo escuché cantar... como había querido que lo hiciera inconscientemente.
Una mirada tan expresiva que le da profundidad a su silencio. Su rostro anguloso y su mandíbula definida...
—¿Te pega que alguien no te mire? —expulsa con cierto interés, uno que me fue difícil descifrar.
—N-no... Es por respeto, ¿sabes? —intento remediar y mantenerle la mirada—. Estoy acostumbrada a que mirar a los ojos es indispensable en una conversación —inclina un poco su cabeza, humedece sus labios con parsimonia, obligándome a mirarlos otra vez.
Miro, mantengo y quiero. Deseo sus labios en los míos, con culpa.
—Eso es una estupidez. —Se burla sin sonreír—. Y yo estoy acostumbrado a no seguir ninguna regla.
Trago saliva antes de responder, asciendo a sus ojos de nuevo.
—A veces tus actos no se ponen de acuerdo con tus palabras, ¿lo has notado?
Tengo la sensación de que cada vez se acerca más, y eso me envuelve en nervios, y valentía, y otra vez en nervios... Una combinación que siempre ha sido extraña cuando se trata de él.
—Además... —me detengo cuando le di énfasis a la palabra «estupidez». A mí siempre me marcaron con aquel pensamiento estricto de que debía mirar a los ojos por obediencia. Jamás debía agacharme frente a nadie, mucho menos ante mi padre—. No, nada.
Podría asegurar que vi una fisura de confusión en su rostro, pero se esfuerza en mantenerse impasible.
—Tienes la costumbre de dejar palabras a medias —dice burlón.
Me palpita todo el cuerpo. ¡Todo! Y en mis pensamientos aparecen infinidad de fantasías que he resguardado con broche de indiferencia. ¿Por qué con él cerca todo en mi cabeza fluye sin decencia?
—No creo que sea problema, tú tampoco eres un Don palabras.
Su mano viajera en mi espalda baja eriza toda mi piel.
—Corres el riesgo de extrañar mi voz —susurra. Su respiración golpea en mis labios.
Merda, creo que podría vivir un día entero escuchándolo sin renegar. Es que su voz...
—Soy más dura de la que crees —reto en su mismo tono sugerente—. Digo, hablando de la voz...
Mis mejillas arden al ver cómo sus ojos se oscurecen.
—Estamos hablando de la voz, ¿o en qué estás pensando?
El nudo de nervios viaja hasta mi garganta cuando mira mis labios con una llamarada de urgencia en sus iris. Un musculo de su mandíbula se tensa al pasar saliva. Mi boca exige hidratarse de él, solo de él. Y el lado valiente de mi interior lucha por salir a flote: tomarle el cuello y frotarme sobre él, pero el lado cobarde y preso de mí misma me lo impide.
Caigo en cuenta en la manera en que mi cuerpo reacciona ante su cercanía, y me aterra, me aterra asumir cosas que no están en mi marco rutinario. No sé cómo es que me tiento a pensar en que le pudiera llegar a interesar de esa forma.
Trozo la burbuja de sensaciones que por poco me baja las bragas, y me alejo. Camino hasta el estuche para guardar el instrumento. Como si nadie lo hubiese tomado.
—De cualquier forma, gracias, por devolverlo —carraspeo y vuelvo a él, pero sólo hizo un ademán con la mano, sin mirarme, de nuevo.
Reniego internamente, ya lo tenía frente a mí, mirándome y casi devorándome... Merda.
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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Muchas gracias por leer!
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¡Hasta el próximo!
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