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𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

「༻ ☪ ༺」

En la cafetería, Denisse y Olivia me llaman con la mano alzada para ubicarlas. Me siento gratificada de tenerlas. Aún recuerdo cuando me encontraba perdida entre el bullicio estudiantil en el primer año y ellas se acercaron a hacerme una encuesta para un trabajo de su carrera: periodismo.

Siempre viví rodeada de personas que decían ser mis amigos, pero cuando pisé tierras canadienses en mi adolescencia fue como si hubiese desaparecido de sus vidas, de sus contactos, porque nadie me había llamado ni deseado un buen aterrizaje. Y ahí terminó todo.

Mis pies punzantes y doloridos andan con parsimonia, cualquiera que me mire asumiría que es un rasgo común en las bailarinas, pero en mi caso, prefiero no alterar el dolor con un paso enérgico que me derrumbe. Las palabras indirectas de la señorita Amelia el día de ayer bastaron para crear un descontrol exigente en mí.

—Mira amiga —anuncia Olivia apenas llego, con una sonrisa debajo de esos lentes en forma hexagonal que resaltan su rostro lindo y ovalado—, el fin de mes el consejo estudiantil organizará una excursión.

—¿Una excursión? —repito, autómata.

—Sí, caray, el ciclo termina en Junio —responde Denisse, su tono satisfecho y sereno—. Aún faltan algunos meses, pero ya sabes cómo se ponen.

Una brisa melancólica me invade el alma. Terminaríamos nuestro camino de preparación en poco tiempo, lo que significa que dejaríamos de vernos tan seguido. Yo no quería separarme de este lazo tan bonito que logré forjar y mantener por tanto tiempo.

Pensar en eso me decaía un poco el ánimo. Leo el folleto que tengo en mis manos: una playa.

—Asistirás, ¿verdad? —ambas buscan mi respuesta.

—Necesito pedir permiso —respondo con preocupación en mi tono—. A mi padre...

Denisse rueda los ojos por mencionarlo, no hace falta decir que no es de su agrado.

—Ojalá que ese hombre de terror te conceda disfrutar tu juventud al menos una vez, amiga. —Me toma de los hombros—. Necesitamos sacarnos muchas fotos; necesitamos recuerdos.

Suspiro al tener el pensamiento de que no se me concedería dicha oportunidad. Ni por más antelación que pida el permiso, simplemente... «no es no». No sabía si sería la última excursión a la que asistiríamos, y yo tenía que hacer algo para poder ir. ¿Cómo qué? Darle gusto en mis avances.

Al cabo de unos minutos, el escrutinio de sus miradas conduce mis ojos hacia los suyos, alternando mi vista entre ambas sin entender el motivo de aquellos gestos. Ocultas bajo una sonrisa cómplice que posiblemente lleva a un secreto.

—¿Qué sucede? —Mis palabras fueron las tijeras hacia el cordón de apertura para sus anuncios.

­De sus cosas personales emergen algunas anotaciones a pulso, fotografías impresas y capturadas por sus teléfonos. Todo listo para ser acomodado por esas cuatro manos didácticas y habilidosas, mis ojos se movían a la par de sus movimientos estructurados, como en aquellos juegos donde tienes que prestar atención para adivinar dónde se encuentra la pelota.

—¡Bingo! —grita Denisse, con alivio.

Chocan sus manos, felicitándose por su trabajo en equipo.

—No hables hasta que terminemos, amiga —reprende Olivia antes de poder preguntar nada, era bien sabido que mis palabras son hiperactivas.

—Bien... —acomodo mis codos sobre la mesa, entregándoles toda mi atención.

Comienza Olivia, aclara su garganta: —Encontramos información acerca del guapísimo Darmond —juega con sus cejas en mi dirección, insinuando cosas—. Estudia la licenciatura en música y según sus compañeros es de los mejores, tiene veinticuatro años... unos ojos atrapantes y excitantes. Ya los has visto, ¿no?

Lanza la primera fotografía de él sobre la mesa, según ella es la que mantiene de perfil en sus redes sociales, donde, un triángulo luminoso golpea sólo el lado derecho de su rostro. Mantiene una de sus manos cubriendo la otra parte que da a la sombra, expresando lo mismo con la mirada: nada, pero, concuerdo en la opinión de Olivia sobre sus ojos.

Viene a mí el recuerdo de ayer, cuando algo extraño sucedió entre nosotros cerca de las escaleras. Algo intenso, novedoso y misterioso, como él.

Otra fotografía que ponen sobre la mesa me saca del trance al que me indujo.

—¿A que es un bombón? —confiesa Denisse, lanzando un leve beso a la fotografía­—. Mide 1.82, perfecto para tus 164 centímetros, amiga —alude.

Yo seguía mirando la fotografía impresa en mis manos, intentando buscar algún indicio sobre él, algo que me dijera quién es, pero tal parece que su empeño por ser una tumba destaca entre todo lo demás.

—Tiene dos amigos —continúa Denisse con otra que me provoca ciertas cosas que no debería, y lo nota, porque sugiere—: No vayas a mojarte, amiga.

Hay tres chicos en esa captura: sin camisa, solo un short bañador. El fondo: Elora Quarry, Ontario. El trío sonríe de forma descabellada mientras alzan el dedo grosero en dirección al fotógrafo despistado. Un Darmond diferente al que he visto estas pocas veces; ahí sonríe con honestidad, sin duda. ¿Es que nadie le ha dicho que se ve bien cuando sonríe, por eso dejó de hacerlo?

—Este de aquí. —Mi amiga apunta con su índice sobre la foto, señalando al chico de en medio; el de cabello castaño y liso—. Bueno, él falleció. —Ese dato confuso me hace levantar el rostro. Oliva reprende a Denisse con el codo, pues su cercanía con la religión le impide mencionar a los que ya no están con nosotros.

—¿C-cómo? —pregunto estupefacta.

—No deberías decirlo así de sencillo. —Olivia intenta comportar a su compañera de investigación, pero Denisse es más sinvergüenza.

—¿Recuerdas el caso de Grayson Lavoie? —me mira, y asiento—. Él era amigo suyo. Creo que el tiempo en que te fuiste de intercambio a Francia durante tres meses fue cuando sucedieron las cosas con frescura. —Restriega sus manos en sus mejillas—: Fue todo un maldito caos.

Algo sutil escuché sobre eso en el pasado —alrededor de dos años— pero cuando yo regresé a Canadá ese asunto ya estaba cerrado y los alumnos dejaron de hablar de ello. Con el tiempo yo no pregunté, dejando más dudas que asombro en ese tema. Lo único que alcancé a saber fue que su hermana mayor, que también estudiaba aquí, regresó a Calgary junto a sus padres.

—¿Tú sabes lo que pasó? —pregunto en un impulso sorpresivo por saber más de él.

—Obvio, microbio.

Denisse se acomoda en la banca, como si necesitara una mejor postura para soltar aquella información que mantenía guardada en su memoria.

—En esa temporada...

Mi atención absorta en sus palabras se vio interrumpida por la voz pícara de un chico:

—Hola, señoritas.

Las tres miramos hacia nuestro costado, encontrando a nadie más que no sea Leonard Prescott. Su porte deportivo y llamativo resalta entre aquella sonrisa fácil con la que conquista infinidad de chicas. Con una que en aquel tiempo soñé que me dirigiera.

Parecía irreal que después de todo ese tiempo en que me la pasé mirándolo, intentando hacerme notar para sus ojos, por fin decidiera acercarse a mí. No lo entiendo.

—Lisette, ¿cierto? —Se rectifica apuntando hacia mí—. No, Mirella. Estoy seguro de que sí eres Mirella. —Mi boca se acalambra por instantes breves siendo incapaz de ocultar el disgusto de su ignorancia.

Lisette: la favorita de los profesores. Mirella: la favorita de los chicos. Mis dos hermanas siempre tenían algo que las hacía resaltar del resto, y yo iba incluida en ellos. Ese detalle ya no me inquieta, pero el hecho de que aquel chico que te gustaba lo diga... Una gelidez me recorre el interior cuando admito que siempre fui invisible para él, que ni si quiera mi nombre era golpeado en sus oídos como yo creía.

—Es Gianna, imbécil. —Denisse corrige con disgusto y sus cejas arrugadas.

­—Ah, sí... Gianna. —Hace un gesto desinteresado con sus ojos, como si aquello fuese común en él. Como si lo que menos le importara de una chica era su nombre—. ¿Podemos charlar?

Mi yo de hace tiempo estaría brincando de la emoción con una corriente precipitada de nervios y timidez, pero por alguna razón ahora me encontraba tranquila, ajena a cualquier chispeo que pudiera presentarse. Y teniéndolo frente a frente, sabiendo lo que yo soy para él...

—¿Qué necesitas?

Acepto por educación, porque a pesar de todo él no estaba obligado a conocerme, a gustar de mí o si quiera corresponderme un poco. Era una realidad que mantenía mi tranquilidad en estos momentos.

Mira en dirección a mis dos amigas, quienes se encargan de recoger toda su presentación manual de aquel chico misterioso. Un «a solas» se presenta en esa mirada que me estudia con unos ojos grises y determinados.

Me despido de ambas, caminando detrás de él hasta el salón de teatro. ¿Por qué quiere hablar aquí? Hay espacio de sobra allá afuera. Entra él primero dejándome el peso inesperado de la puerta una vez la soltó; recargo fuerzas musculares desde mi recóndito interior que no desayunó, hasta que mis manos pudieron detenerla y cerrarla detrás de mí.

Analizo mi alrededor dejando que las yemas de mis dedos se deslicen por las paredes que adornan con un muro clásico del romanticismo hecho por los alumnos de artes visuales.

—Nena —habla, llamando mi atención de forma insípida. La verdad, odiaba ese tipo de adjetivos a pesar de ser una fanática del romanticismo. "Nena, bebé, princesa, pequeña", no los tolero.

—Soy Gianna —recalco con disgusto.

Entonces decide acercarse, robando mi espacio personal de golpe. Sin darme el tiempo de reaccionar ante sus intentos, forcejea con su influencia que lo catapultó en los equipos deportivos. Me toma presa entre sus brazos.

«Serás tonta». Me repito al mirarle esos ojos dilatados, como un depredador victorioso cuando la presa cae en su territorio.

Sus ásperos besos se impregnan en mi cuello como un tallo de rosas con espinas sobresalientes, podía sentir la respiración apresurada de sus fosas nasales, como si esto fuese algo que debía realizar lo más pronto posible.

—¿Qué haces? ¡Déjame en paz! —exclamo hecha furia, intentando llegar a su mente retorcida y hambrienta.

—Vamos, ¿por qué con él sí? —Saca de su bolsillo delantero un teléfono que pone de frente, como si quisiese guardar el momento desquiciadamente.

Y yo no entendía sus palabras, fue hasta que lo aclara:

—Dejaste que el idiota de Darmond te follara sin siquiera conocerse —intento zafarme de su agarre intenso y lastimero. Ahí me di cuenta de que hablaba de aquel suceso después de la fiesta..., claro, William se lo debió contar porque fue él quien nos vio en su habitación—. Sólo un beso, anda, Mirella.

Sólo así fui visible para él: mostrándome semidesnuda.

Todos somos invisibles ante alguien hasta que ve la posibilidad de tenernos por capricho. Ni si quiera sabía mi nombre, pero aquella foto donde mostraba la desnudez de mi clavícula y cuello lo motivó a acercarse.

—¡Que mi nombre es Gianna, carajo! —grito, usando la expresión que he oído en Darmond. No entiendo cómo se impregna en mi sopa hasta en estos momentos—. Piensa bien lo que pretendes, Prescott —advierto—: no querrás lamentarte después.

Sonríe despreocupado de mis palabras: —Mi familia es poderosa, nena—. Levanta una de sus cejas.

—Lo sé, pero que no se te olvide que Darío Lombardi: fiscal general y juez tribunal de Toronto, es mi padre.

Su sonrisa se desvanece en una mueca. Sólo así logré que su agarre vacilara, sólo así me suelta por fin.

No fui yo, no fue mi palabra ni mi derecho a ser escuchada lo que me ayudó; había sido mi padre, como siempre. Porque si de algo se podía estar seguros era que la mayoría se tensaba al escuchar su nombre, tanto padres como alumnos les parecía una persona pesada con la cual es difícil imaginarse charlando amenamente. Su habilidad frívola, profesional y persuasiva de ejecutar su trabajo bajo la ley era motivo de conversaciones en todos lados.

Se aleja de mí con un semblante caprichoso, mezclado con furia, como un niño al que no se le ha comprado el juguete que quería.

—No se lo digas, no te atrevas —amenaza, su voz tiembla en ocasiones. Intenta ocultar su terrorismo debajo de esas palabras disfrazadas de autoridad.

—¡Entonces no te me vuelvas a acercar! —exclamo con las sienes palpitando. Salgo a toda prisa de ese tormentoso ambiente.

La sangre hierve dentro de mis venas, calentando hasta el más recóndito rincón molecular. Es tanta mi indignación que, esta vez, la puerta se me hizo ligera; la abro de un solo tirón. Lo que no contaba era que del otro lado estaría alguien más recibiendo el impacto.

—Agh, carajo...

—Dios, no, discúlpame... —Levanto mi mirada, arrepentida de dejarme llevar por aquellos sentimientos, buscando el rostro de este nuevo encuentro—. Eh... ¿Darmond? —musito.

Vuelve a quejarse en un susurro.

—¿Sabes mi nombre? —Una extrañeza se dibuja en sus ojos, pero no me estaba mirando a mí, sólo mantenía su mano cubriendo una parte de su rostro, la parte donde la puerta lo había golpeado.

«Igual que en aquella fotografía que me mostró Denisse».

Muevo mi cabeza para volver a la realidad, a esa pregunta que por poco no escucho. ¿Cómo decirle que mis amigas de periodismo se encargaron de husmear en su perfil para darme información?, ¿sería extraño confesarlo?

—Ah... —tartamudeo sin saber qué decir. Mis manos se mueven, intentado darle esa respuesta que nunca llegó. No me atreví a mentirle, pero tampoco a decirle la verdad.

Entonces reacciono:

—Vamos a la enfermería, mira ese golpe.

Mi preocupación sale a flote, sin recordar que este chico era más oscuro que una piedra de obsidiana. Cuando digo esas palabras me detengo tan pronto como las expulsé, estaba acostumbrada a los tratos hostiles e indiferentes de mi padre, pero eso no significaba que no doliera el desprecio hacia mis acciones de los demás.

Agacho la mirada, apagando el ánimo con el que hace pocos segundos me encontraba. Esperaba su respuesta fría.

—Bien, iré adelante para evitar que me golpees con algo más. —Se encamina con la mano en su rostro.

Giro mi rostro hacia su dirección, traduciendo sus palabras en mi mente. ¿En serio aceptó que lo acompañara? Engrando mis pasos para alcanzarlo.

Un profesor de medicina se encargó de darle instrucciones y un seguimiento médico especializado. Según él, sólo había sido un golpe. Dejaría un moretón, sí, pero nada de qué preocuparse.

Sentada en una de las sillas, mis ojos se atrevieron a indagar por su perfil tranquilo y sin expresión, ni siquiera de dolor ante los toques del médico sobre la zona. Era como si una coraza de indiferencia ciñera su semblante, como si quisiese demostrar que solo existe la solemnidad en su persona, nada más.

La información expuesta —sobre su amigo— por mis amigas me golpea en los pensamientos, pero me esfuerzo por hacerla a un lado, no es ni el momento ni tenemos la confianza como para sacar a relucir el tema. Mejor me callo.

Y entonces descubro otro golpe en la comisura de sus labios. Casi desaparecía, pero ahí estaba. Debí imaginarlo, pero no, no era el mismo lado que aquella vez que lo vi.

—Lo siento, fue mi culpa... ­—expreso cuando salimos de la fraternidad de salud.

—Lo sé.

Hago un puchero inconsciente.

—Si me pagaran por cada vez que me golpeas, comenzaría a hacerme rico —dice con sarcasmo, mirando su golpe cubierto con una gasa por la pantalla de su teléfono—. No sabía que me odiaras tanto como para azotarme cada que me ves.

—Lo siento, en verdad. —Acomodo el tirante de mi mochila en el hombro—. Estaba furiosa, no vi que entrarías...

—¿Tú enojada? —me corta—. ¿Viste las noticias sobre el calentamiento global?

Lo miro con las cejas hundidas, mis puños dispuestos a hacerle otro golpe en el otro extremo.

—Es una emoción, y por si no sabías: nadie está exento de ella.

Se encoje de hombros.

—Entonces, ¿qué fue lo que te hizo enojar así?

—¿Acaso te importa? —reclamo en un bufido, no sé por qué entro a la defensiva con él si fui yo quien lo golpeó y no tiene la culpa de lo que el idiota de Leonard tenía en mente—. No lo creo, así que mejor no preguntes.

Se mantuvo en un silencio abrumador a partir de ahí.

Caminamos por los pasillos al aire libre, donde, los florecimientos se extendían por todas las áreas verdes. Me encantaba que esta universidad le diera el valor correcto a la naturaleza, sin demoler nada para construir algo. Simplemente dejándola existir.

Exhalo un aire más liviano y despejado de preocupaciones y tensión, ¿será porque en esta área de la universidad los espacios verdes invaden nuestra vista de manera armoniosa? La fraternidad de carreras ambientales debe ser un escenario naturista y grandioso.

—Pero ¿qué te ha pasado? —La voz impregnada de preocupación de alguien me aventura a la realidad.

Cuando lo miro, me doy cuenta de que se trata de aquel chico que nos dio la ropa, y aquel que salió detrás de Darmond. ¿Cómo lo llamó?... ¿Barth? No...

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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto. Siempre trato de responder todos los comentarios y hacer vagancia, de paso.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!
~🕰️~

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