𝕏𝕀𝕀𝕀

𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

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Merda, merda, merda, merda...

«La principal serás tú, Lombardi». Me había dicho la profesora Amelia hace una semana, cuando todo parecía tan distante y difuso. No cabía de la emoción; un sentimiento intenso que me llevó a relajar mi cuerpo con una porción de comida. Cuando se lo conté a Boston, me invitó a la hamburguesería como celebración.

Por suerte no notó que apenas y toqué el alimento, no quería que se diese cuenta del tormento que me invade cuando me ponen en frente un plato.

Mis visitas al baño aumentaron un ochenta por ciento desde que supe que el éxito de unas palabras bonitas dependía de mí. Pero por fin había conseguido una meta impuesta por mi padre, por fin pude darle esos resultados que tanto espera, ahora solo faltaba subirme al escenario y bailar...

He de decir que esta semana también ha sido intensa para todos los que participaremos, incluido Stephen, quien ha demostrado un total compromiso con su tarea. Es tan dedicado cuando se trata de música. Me gusta ese aspecto de él.

Alina no paró de insinuarse durante toda la semana, una completa tortura porque no lo dejaba ni respirar intentado conseguir su número de teléfono. Otro chico le habría gritado o mandado al caño con hostilidad, pero incluso cuando se atrevía a tocar su brazo, Stephen se portaba educado y tranquilo.

Y yo de algún modo me aliviaba que pusiera su distancia, sé que no me corresponde sentirme así, pero... No sé, en el fondo quizás ambos queremos ser amigos, si eso implica que podamos estar cerca del otro.

Esta vez era una de esas en donde el ensayo se extendía y nos tocaba cruzar caminos; me había esperado en la puerta del salón a que terminara de guardar todas mis cosas. Los pasillos solitarios y en un silencio fantasmal combinaba perfecto con el cielo plomizo y espolvoreado de puntos brillantes.

—La próxima semana es el recital... —dije, caminando a su lado.

Su porte tan firme y masculino, y su fragancia... Merda, estoy perdiendo.

—Y estás nerviosa —asegura, su mirada fija en el frente—. Pero creo que todo saldrá bien. Nunca has fallado.

—Si te soy sincera, no me había sentido así. Se me hizo común subirme y actuar desde que era niña, pero esta vez se me revuelve el estómago de solo pensar en que me puedo equivocar.

Guarda sus manos en los bolsillos de su pantalón y me mira.

—No sería el fin del mundo.

«Para mí sí».

—Pero quiero ir a esa excursión... —murmuro para mí, pero mis palabras lo alcanzan, más no se enfoca en ese tema.

—Estará tu familia, ¿no? —Me encargo de que no note la rigidez que me provoca pensar precisamente en ellos; en la perfección que buscan—. Tus dos amigas... Y, aunque no sea importante, estaré yo también.

La brisa nocturna me invade hasta los huesos; ni si quiera el calor de esas palabras logra calmarlo. Hundo también mis manos en los bolsillos, nerviosa, y con un cosquilleo repentino que despierta al escuchar esa voz.

—Estarás tocando, es imposible que puedas verme —menciono—. Además, no debes distraerte, dependemos de ti.

Sus mejillas se mueven en una sonrisa media.

—Te aseguro que me las he ingeniado siempre —revela cuando salimos del marco de la puerta principal.

La ventisca no hace más que aumentar y mi cuerpo se regocija en reacción a la calidez temporal.

—¿Siempre? —asiente sin responder más.

Emprende los pasos para acercarnos al coche de Luciano, que me espera aparcado en donde mismo. En un segundo dado, nuestros brazos rozan piel y fue como si una descarga interna circulara por mis venas.

—Buenas noches, señorita Lombardi. Por favor, suba —indica con amabilidad. Sus ojos se plasman en Stephen, lo saluda con un gesto de mano.

—¿Podrías darme un minuto? Por favor. —Luciano asiente después de sonreír.

La cercanía del chico que tengo a mi costado ha aumentado; dio un paso cuando Luciano se ha girado de espaldas.

—En estos momentos estoy aceptando abrazos, por si te quedaste a despedirte —dice mirándome a los ojos con un brillo diferente. He de decir que lo he notado desde hace días.

—¿Es tu manera de decir que quieres uno? —sugiero, me alzo de puntillas para darle más sazón a mis palabras.

No sé a qué tipo de juego nos hemos metido, pero comenzó después de que limpiamos juntos el salón de teatro. Me mira más, me habla más, y hasta me ha esperado un par de días al salir del ensayo. Aunque otras veces sigue siendo el mismo chico cerrado e indiferente con su entorno.

—Ya no estamos en invierno como para dar abrazos —digo sin dejar de sonreír, se me hizo costumbre hacerlo en su presencia—. Mejor abrazar la almohada que a m...

—Eres bonita, Anima —suelta en un suspiro de repente, parpadeo unas cuantas veces. Me pasmo cuando su mano acomoda un mechón de mi pelo, y repite—: Eres... muy bonita.

Mis voces interiores gritan sin remedio haciendo que mi mente sea incapaz de reaccionar como es debido. Mis palabras mueren en mi garganta y mis hormonas parecen emprender cual carrera interna descontrolada. No puede jugar con eso, ¿me estará tomando el pelo?

Su voz profunda y desbalanceada, como si le hubiese costado confesarlo.

—Eh... yo...

Sonríe más aliviado.

—Nos vemos en el ensayo. —Me da un guiño y se esfuma con toda esa presencia intensa que solo hizo que me flaquearan las piernas.

Él... él cree que soy bonita.

• ────── ✾ ────── •

A donde sea que mire los nervios y la preocupación de la profesora se expanden, quería todo impecable y sin ningún fallo despistado. No había rincón que dijera que todo está tranquilo. Mis compañeras calientan, mis compañeros comparten consejos, Amelia va de aquí para allá sin perder la excelencia en su tono de voz.

Hoy era el gran día, oficialmente la primavera haría acto de presencia con este recital, como todos los años...

—Haremos un último ensayo en treinta minutos, prepárense —ordena la profesora con un aplauso.

Los demás aprovecharon para ir a desayunar algo; habíamos comenzado a las seis y tan pronto llegamos ya nos esperaba con órdenes de exigencia y calidad. Nos merecíamos un leve descanso, aunque bueno, yo preferí solo beber agua.

Las palabras de aliento de mi padre esta mañana fueron: «Hoy es el día, hazlo excelente». No sonrió, pero su tono parecía menos grueso que siempre... Vamos avanzando, ¿no?

Jalo la palanca del escusado por tercera vez en veinte minutos. Hoy debo ser impecable, no doblarme ni fallar, y necesito estar ligera, aunque desde ayer que no pruebo bocado... No importa, el mundo del ballet implica compromiso y arduo trabajo, solo así se consiguen las cosas, según mi padre.

Merda...

Por suerte habrá alguien experto en cosmetología para que arregle el desastroso rostro pálido y ojeroso que tengo. Pocas veces me he maquillado porque mi padre dice que así atraeré la atención de los hombres, y lo que menos quiere para mí son distracciones, solo en ocasiones especiales como esta es cuando me da la oportunidad.

Después de una arcada que me nubla un poco la vista, escucho un leve toque en la puerta del baño.

—¿Todo bien? —No distingo con exactitud el tono por lo bajo que es.

—Salgo enseguida —hablo más por compromiso, porque quería que se fuera.

Jalo la palanca otra vez y me incorporo.

—An...

—¿Qué haces aquí dentro, Darmond? —Una voz femenina exclama fuera del baño en el que estoy—. ¡Es el baño de chicas! Sal de aquí o llamaré a algún profesor.

—No vine a hacer cosas turbias.

—¡Que te crea tu madre! —exclama disgustada—. Si quieres darte una paja hazlo en tu casa, no aquí.

—Ideas estúpidas que tienes. No me toques, voy a salir yo —brama.

Me quedo recargada en la puerta, esperando que el mareo desaparezca; mis piernas débiles tiemblan de cansancio; mi cabeza punza y mi estómago duele; mis lagrimas resbalan una por una sin ser consciente.

¿Qué pasaría después de esto? El recital era mi meta todo este tiempo, pero aún falta el que presentamos a final de curso, y ese... ese sí que es muy importante para todos los alumnos interesados en conseguir una oportunidad laboral allá afuera.

De marzo a junio son tres meses. Y sé lo que me espera, sé todo lo que tendré que sacrificar... y me da miedo.

La chica ha salido del baño y se ha marchado, así que voy a cepillar mis dientes. Mi aspecto en el espejo: esa no es la misma Gianna que hace tiempo, esa no es la que Antoine conoce y la que dejó con esperanzas inocentes. Esta no es su solecito... ¿Y si viene hoy? Si esta vez el destino se torna a mi favor y me permite verlo sentado entre los demás espectadores; si esta vez me permite dedicarle mi actuación...

No me va a reconocer.

Intento arreglar un poco mi desastre facial y salgo, ahí, la presencia de alguien se impone a mi costado. Mi languidez me sorprende; el brinco del susto me tambalea un poco.

—¿Estás bien? —Su tono envuelto en una preocupación que me sorprende—. Estás pálida...

—Estoy bien, estoy bien. Comí algo caducado ayer y ya hizo su efecto —me escruta con recelo—. Debemos ir a ensayar, la profesora se enojará.

Su entrecejo se arruga mirándome con desaprobación.

—Al carajo la profesora, vamos a la enfermería.

Me exalto al instante, es como si bajo su presencia todas mis emociones explotaran sin tener un rumbo fijo, es como si la necesidad de decirle todo lo que me pasa no me dejara tranquila. A él, por qué.

—A mí sí me importa ser puntual... —Me safo de su suave agarre. Doy un paso con dificultad y él lo nota.

—Pero te sientes mal.

—No me siento mal, estoy bien —intenta hablar, pero lo interrumpo—. Te agradecería si no intervienes.

Me toma del brazo otra vez con una suavidad que me compunge el pecho, y me acerca a él.

—¿Desde cuándo haces eso?

—No entiendo a qué te refieres... —El nervio de ser descubierta me expone—. Ya te dije que...

—¿Quién te hace hacer esa mierda? Anima, ¿tu profesora? —su tono serio y firme—. ¿Es por eso por lo que siempre desayunas solo una maldita barra integral?

Todas mis inseguridades se amontonan cuando lo menciona, queriendo gritar que el peso de mis hombros cada vez me acorta el paso. Queriéndole decir que todo esto es por los deseos de mi padre y su habilidad tan marcada para hacerme sucumbir a la excelencia.

—No podemos llegar tarde —musito con la voz quebrada, mis ojos se escuecen cuando su pulgar acaricia mi mejilla—. Nos... nos van a reprender...

Acerca su frente a la mía en un toque cálido y confortante.

—Hemos ensayado todas estas jodidas semanas sin parar, anda, no seas necia.

Niego. Sé que me dirán que todo se debe a mi falta de alimentos o vitaminas, y no quiero dar explicaciones que repercutan después en mi curso. Eso enojaría bastante a mi padre.

—Prometo comer algo al terminar el ensayo —miento sin mirarlo—. Es el último, no podemos retrasarnos. Por favor... —Encuentro mis ojos con los suyos, atentos a mí—. Además, no podemos iniciar sin el pianista.

Su ceño fruncido y su cuerpo tenso, disgustado tal vez, pero aun así decide darme el beneficio de la duda. Nos separamos con pesar y andamos.

En el salón de ensayo, no podía faltar la mirada desaprobatoria de la profesora y las de insinuación de los demás. Todos me miran entrar como si fuese el bicho raro de la colonia; cansados de escuchar los comentarios hostiles de Amelia por mi retraso, bueno, nuestro... Stephen entra segundos después, pero con la diferencia de que él me pasa de lado, despreocupado de todas esas miradas que conjeturan entre sí; murmullos aquí y allá.

—Vaya manera de prepararse para el ensayo —murmura un compañero—. ¿Dónde estaba la fila?

Stephen se detiene justo en frente con un aura oscura y fulminante, listo para cualquier movimiento en falso de aquel otro.

—A sus posiciones, ¡todos! —ordena Amelia con un tono estricto y rudo. Todos nos formamos y Stephen toma asiento en el banquillo del piano. Ella da pasos contados con su taconeo habitual—. Señores... Esta institución es de prestigio, de las más reconocidas a nivel internacional por su demanda y excelencia académica.

Sus manos en su espalda, su mentón elevado y sus ojos fulminando mi mera presencia.

—En el reglamento, si se dignaron a leerlo al ingresar, estipula que está estrictamente prohibido la interacción íntima entre estudiantes. —Se detiene frente a mí, amenazante—. Señorita Lombardi, últimamente tomó la costumbre de retrasar mis clases y eso no es correcto. ¿Quiere que de aviso a su padre?

La fuerza se me esfuma en un milisegundo ante la posibilidad de que me sancione quitándome el papel que me costó tanto conseguir. Niego, cabizbaja, buscando palabras correctas para alzar mi voz.

—Es evidente que sus retrasos se deben a conductas fuera de un marco correcto. Señorita Lombardi, si osa de tener encuentros sexuales con un chico dentro de las instalaciones, es mejor que deje de hacerlo por el bien de su curso —advierte—. Y procure evitar que sea nuestro pianista, no podemos iniciar así.

—Yo... l-lo siento, no volverá a...

—No estábamos teniendo sexo —reclama Stephen desde su lugar. Todos lo miran, menos la profesora—. Es mejor que paren con insinuaciones estúpidas y fuera de lugar.

—Yo te vi en el baño de chicas, ¿qué hacías ahí? —Elya, una compañera alza la voz, y los murmullos se hacen notar otra vez.

—Silencio todo el mundo —sisea Amelia y ahora sí mira al chico tras el piano—. Joven Darmond, le voy a sugerir que se mantenga al margen de esta conversación entre mi alumna y yo.

—Estoy involucrado, así que no me pienso callar si usted no lo hace —su voz gruesa y solemne, sin nada de respeto.

Amelia frunce el ceño.

—Pido respeto, soy una profesora.

—Y yo lo pido siendo alumno.

Amelia suspira y anda con ese taconeo contado.

—Joven Darmond, entiendo su postura defensora por el hecho de que recién le han satisfecho, pero déjeme enfatizar que aquí todos somos un equipo. No hay necesidad de retrasar el esfuerzo de sus compañeros por fines meramente sexuales.

Un combate de miradas frías e indiferentes nos deja a todos pendiendo de un hilo, y temerosos de que tome represalias con nosotros por el atrevimiento de Stephen y no dejarse intimidar.

—Le recuerdo que su participación también puede estar en juego —espeta, y la mirada de Stephen se oscurece, no queda ningún rastro de serenidad—. Hay más alumnos en su clase. Alumnos que no solo son elegidos por ciertas circunstancias del pasado.

Su pecho sube y baja con pesadez, incluso a mi distancia puedo notarlo. Y se queda en silencio, mismo que Amelia toma victorioso para proseguir.

—Vamos a retomar el ensayo, es el último —zanja, y me echa una mirada rápida de reprensión—. En tres horas será el recital.

• ────── ✾ ────── •

Esas tres horas parecieron como tres minutos durmiendo. Ante nuestros ojos todo estaba planeado correctamente, pero Amelia se encargaba de hacernos ver que no podíamos fallar, pues varias universidades también se dignaban a venir a ver el recital.

Mi atuendo está listo, mi peinado y todo lo demás, pero, internamente el vacío que me atormenta no me deja en paz desde que comencé a vestirme. Los vestuarios rebosan de compañeras nerviosas por la excelencia de su maquillaje, y los compañeros nerviosos y apresurando movimientos de las chicas.

Yo, mirándome al espejo, ajena al todo alboroto a mis espaldas visualizo a una chica cohibida toda su vida; esclava de un mundo tan estricto como lo es el ballet. A una que, no importa lo que haga, nunca será escuchada. Y siempre tendrá la culpa... Vi a una niña intentando gritarme que mire hacia arriba; donde la claridad de mi arte me dará todas las respuestas que necesito.

Vi a una niña que anhela, y que nunca goza.

En mis ojos yace un sinfín de inseguridades, de sueños incomprendidos que jamás me tomarán de la mano. Nací para obedecer. Crecí para no pensar, y en mi vejez, tal vez muera para no arrepentirme.

Mis amigas me enviaron un mensaje extenso cada una, donde me felicitaban y decían estar orgullosas de mí. Igual Lisette. Y me pregunto si se sentirían igual si no me hubiesen dado el papel principal. Por otro lado, Boston me envío un video inspirador que me da entender que no hay nada mejor que entregarse por completo al arte, no vivir de él, sino, vivir con él.

Yo quisiera poder vivir con mi arte, el que yo elija.

—El director de la universidad está por terminar su discurso, y el piano ya está listo. Háganlo espectacular como todos los años.

—¡Sí! —respondemos todos.

El piano... Algo pasó en Stephen desde que la profesora le dijo aquellas palabras; se encerró en sí mismo durante la hora siguiente. De hecho, abandonó el ensayo para ir a su casa a vestirse, siendo que teníamos que hacerlo aquí.

Y desde entonces no lo he visto.

Es hora. Es el momento.

Mi corazón se compunge cuando el telón se abre, dispuesto a exponerme ante un público crítico y atento a lo que debo transmitir. Las luces me calan al instante y el bullicio interno me corroe. No lo entiendo, he hecho esto toda mi vida, pero hoy...

No parezco yo. No parezco amar esto.

Mis ojos repasan los asientos aleatoriamente; veo a mis amigas, sonriendo y con su teléfono de frente; veo a Boston, sentado dos filas atrás mirando a su amigo con orgullo; miro a mi familia completa en los asientos delanteros. Lo miro a él y todo se oscurece en mi mente.

Es como si yo fuese una presunta sospechosa bajo su juicio frívolo e indiferente.

Esperan que triunfe esta noche, esperan que no los decepcione...

Las ganas de retroceder e irme corriendo comienzan a invadirme con punzadas de cobardía, pero cuando echo un vistazo hacia la dirección donde se ubica el piano me topo con él: Stephen, reconociéndome entre los demás, intercambiando un lenguaje intangible de miradas que solo sabría hacer con él.

«You are art», sus labios lo gesticulan con una claridad que me revolotea en el interior.

Inhalo y exhalo con los ojos cerrados.

Comienzo por moverme al son de la melodía del piano, actuando tal cual los ensayos, imaginando que nadie me mira, que nadie puede quebrarme. Convenciéndome que el ballet es doloroso y estricto, pero sigue siendo arte. Aunque Boston diga que el arte siempre transmite el dolor, más nunca debe generarlo, y Stephen crea que ser presos de un recuerdo nos va a atormentar hasta el final si no hacemos algo al respecto.

Giro, como si dejase que la nula brisa me arrastre por todo el escenario, incapaz de soltarme. Porque así es como me percibo: más liviana que una pluma. En este mundo nadie se mete conmigo, nadie me exige ni espera nada de mí... aquí me siento bien...

Vislumbro una parpadeante luz al fondo de todo este concepto interno, que me guía, que me enseña y que me abraza con una fuerza confortante en unas notas vaporosas sobre un aire armonioso. Como si nuestros mundos se conectaran cuando nuestros talentos chocan, como si su música fuese hecha para mi danza. Como si sus instrumentos y mi baile crearan un mundo de comprensión y conexión artística.

A mitad del recital, de mi cuerpo brotan gotas que perlan mi piel, una colonia interna de hormigas corre por mis labios y las yemas de mis dedos... mis palpitaciones bombean con exigencia, y mi cabeza se distorsiona con cada movimiento por más sencillo que sea; da vueltas y más vueltas.

Mis movimientos ligeros en un vaivén de sensaciones difusas, la melodía del piano se aleja cada vez más, aunque intente alcanzarla.

Rozo con una compañera a mi costado cuando no calculo un paso, no debería pasar, en ningún ensayo rocé con nadie. Y al instante, pareciera que vago por una vía subterránea... una sin salida...

No puedo ver.

Pero sí sentir; y el golpe sobre el suelo se me cuela en cada rincón celular.

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¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!
~🕰️~

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