𝕏𝕏𝕀

𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷

「༻ ☪ ༺」

El recuerdo fugaz de Gianna me invade como todos los días: su piel suave, sus dedos ligeros, su fragancia... Ese beso que traspasó todas mis barreras.

Carajo... siempre ha sido ella.

La noche toma un rumbo maduro y plagado de candencia; la música resuena en toda la locación y los clientes se enriquecen de ella. A cualquier lado que mire, me encuentro con besos, susurros e incluso movimientos que desencadenan algo más que caricias.

Esto pasa todas las noches. Pues es un bar.

Colton permanece en la mesa de enfrente, bebiendo hasta hartarse e intercambiando saliva con aquellos chicos que lo acompañan. Enhorabuena, hizo el diseño de un plano que encantó a los socios de su padre, y estaba feliz, festejando.

Mirándolo, externo a él y bajo mis circunstancias me doy cuenta del aspecto que tenía hace dos años, era parte de ese círculo. Y no hablo del intercambio de saliva, sino del alcohol.

Junto a él nada era negativo, pero... Esa plaga de recuerdos me acecha al observar.

—Hola, Stephen. —Esa voz melosa..., Sophie. Su tono deja ver los tragos que lleva encima—. Tenía muchas ganas de verte... —Desliza su dedo índice en mi antebrazo, trazando mi vena—, estoy ebria y con muchas ganas de saciar deseos, ¿te gustaría revivir viejos tiempos?

Me restriega el escote prominente de su vestido para que mire más allá, como ella está acostumbrada a que hagan todos. Aunque tenga novio, ella prefiere tener a las fraternidades comiendo bajo sus encantos.

Me aparto con indiferencia.

—No, no quiero —digo lo más cortante que puedo—. Estoy trabajando, vete.

Acto contrario: se sienta en el banco libre.

—¿Por qué no? —Hace un puchero—. Ah, ya... No me digas que ahora te importa quedar bien, ¿es eso?

Ignoro su tono despectivo, me centro en ordenar algunas botellas de vino tinto bajo la barra. Su escrutinio me molesta, pero me aferro a ser impasible. Al ver que no seré yo quien siga hablando, lo hace ella:

—Éramos la mejor pareja de toda la universidad. ¿Lo recuerdas? Aquellos años... —Bebe de su copa, orgullosa de la imagen que dio.

—Y por eso te acostaste con Prescott a las dos horas que estuviste conmigo, ¿no? Dime ¿querías que me quedara después de eso? —alzo la mirada hacia ella—. Pero, en fin, terminar contigo fue lo mejor que pude hacer.

Frunce el ceño.

Intento mantener mi lugar de trabajo limpio, distante de esta incómoda visita. Esas palabras logran mantenerla en un silencio opaco y aburrido, pero no se fue. Era necia, le encantaba tener la última palabra.

—Él no lo hace como tú —asegura con la típica excusa que alguien te da. Ruedo los ojos—. Anda, estaba ebria.

—Eso pasó hace dos años, Sophie. No hay necesidad de mencionarlo de nuevo. Ya no me importa.

Estira el brazo para tocarme, pero logro que no me alcance.

El silencio es interrumpido por un par de clientes; de esos que piensan que con un chasquido sus bebidas ya estarán preparadas. Dejo de lado a Sophie para ocuparme en un buen servicio. Con mi mayor sonrisa de "nada me jode" les entrego minutos después una digna preparación.

Y son de esos que ni las gracias ofrecen.

Suspiro y mi atención regresa a ella cuando me hace una ceña para mirarla.

—No dejo de pensar en ti desde hace tiempo..., me gustaría intentarlo de nuevo. —Le da otro trago a su bebida. Alza una ceja—. Estoy segura de que no has encontrado a alguien que te satisfaga en el sexo como yo. —Se detiene para entrecerrar los ojos—. ¿O es que esa chica que subió aquella foto y tú tienen algo?

Es descarada.

—Yo no pienso en ti y no quiero nada contigo. Punto —sentencio.

—¡Todos me desean!, ¿por qué tú ya no? —exclama en un berrinche. Sus sienes comienzan a punzar, la estaba cabreando con mi indiferencia. A ella no le gustaba eso.

Ruedo los ojos, cansado de su drama y me dirijo a la próxima área de limpieza.

Después de llevar a Colton a su casa, con sus padres agradecidos ante la inconsciencia de su único hijo, me marcho a la mía. Mis abuelos duermen cuando llego por la madrugada, y sin despertarlos tomo un baño antes de dormir.

• ────── ✾ ────── •

El canto de los pajarillos calma mi tempestad interior. Los tenues rayos del sol se adentran a los huecos de las hojas desordenadas sobre las ramas, como un festín de círculos cálidos y parpadeantes. La sombra trae consigo un silencio sereno que difícilmente encuentro en otra área para dormir; la brisa remueve las pocas hojas sueltas con un sonido estimulante. Me sumerjo en una pausa mental.

Trabajar hasta tarde tiene sus desventajas a la hora de querer dormir y ser un alumno responsable.

La semana en curso ha parecido un flujo de agua, pues la rapidez de su trayecto es sorprendente. Con ella, la presencia de Lombardi me deleitaba por completo. Sus amigas vinieron a mí el día de ayer para hacerme participe de una sorpresa que le tienen preparada, y querían que fuese yo quien se la diera.

Claro que acepté.

Su cumpleaños... ¿Por qué no me dijo que se acercaba?

—¿Estás pensando en mí? —susurra.

Mi cuerpo se tensa con el peso de sus muslos en mi regazo. Abro los ojos con el ceño fruncido. Es Sophie de nuevo. Carajo. Revivieron los fantasmas.

Mi tranquilidad ha roto un récord de tres segundos.

—Quítate.

—Vamos, Stephen. —Su voz retumbante me pone rígido—, no me trago que me hayas olvidado, sé que aún me amas. —Se dispuso a acercarse hasta mi boca, lo suficiente cerca para sentir su respiración sobre mis comisuras.

—Quítate, Sophie. Sabes que a pesar de todo no soy un idiota, no quiero empujarte.

—No —insiste—. ¿Por qué no aceptas que aún me deseas?

No entiendo por qué le dio la idea de acercarse a mí después de tanto tiempo. Quizás se cansó de jugar con otros, no, debió jugar ya con todos y ahora viene por la siguiente vuelta.

—Intentemos otra vez...—expresa con voz entrecortada, deseosa de mí, de mi piel, de mis caricias.

—Déjame en paz.

Sujeto sus hombros para apartarla de mi regazo y poder ponerme en pie; no quería volver a eso, a esa vida donde me invadía arrepentimiento tras otro. A donde me consideraban un jodido problema.

Eso cambió, y ahora hay alguien más en mi vida.

Bufa y da un zapatazo al suelo como berrinche.

Busca en su mochila con urgencia y saca un par de cigarrillos. Me ofrece uno mientras enciende el suyo sobre su boca. Mi vista fija en ellos, en cómo el mechero propaga la chispa en la punta y parpadea... El humo se esfuma cuando se combina con el aire.

Carajo, no.

Trago saliva.

—¿No? —inquiere acercándolo más a mí. Su otra mano lo despeja de su boca y expulsa el vaho con satisfacción. Jadea y sonríe.

Trago saliva con más intensidad... No, no, no.

Colton se enfadará.

Mis abuelos se decepcionarán.

Me fallaré a mí mismo... Lo estás logrando, no caigas.

—Te gustaban estos, lo recuerdo bien.

Aprieto mis puños para no flaquear. Mi pulso se acelera, y no de buena manera. Mi boca se reseca, ansiosa de nicotina. Aprieto los labios, indeciso. Está a solo unos centímetros de mí, puedo estirar la mano y tomarlo, aspirarlo y expulsarlo como he hecho siempre... Solo debo estirar la mano... Solo debo decirle que sí y encenderá el mechero...

—No... No quiero —articulo, en un suspiro, perdido en el aroma que desprende, luchando con mis impulsos.

Da un paso hacia mí y juega con la distancia del tabaco en mi nariz. Tiene malicia en sus venas. No comprende mis luchas, nunca lo hizo. Solo le interesa verme ceder ante la necesidad, que sea débil. Cierro los ojos cuando inhalo el hilo de humo que me traspasa las fosas.

Lo quiero...

—Aparta eso de mí —doy un golpe a su muñeca que la sorprende.

No voy a ceder.

Giro en mis talones para largarme de este ambiente tentador que se ha llevado toda mi tranquilidad. Odio cuando me interrumpen. Odio el ruido cuando quiero silencio. Odio a las personas cuando quiero estar solo. Y ella me ha cabreado con su mera presencia. Pero sus impulsos la llevan a abrazar mi espalda cuando ve perdida mi atención, se aferra.

«Sophie también aseguró que Grayson no tuvo la culpa, sino tú» Las palabras de Boston se me enredan en una venda de humillación.

—Por favor, dame otra oportunidad. Te prometo que volveremos a revivir esa chispa de deseo que nos consumía —asegura.

—No me toques.

—¿Por qué? Porque sabes que caerás en mis encantos —restriega sus pechos en mi espalda.

Separo sus manos con un movimiento brusco, aferrándome a un semblante solemne y frío.

—¡No me toques, carajo! —advierto desesperado, pero parece excitarle mi humor­—. Ya estoy con alguien, así que más te vale dejarme en paz.

Suelta una carcajada escandalosa. Apaga su cigarrillo con el pie.

—Entonces es verdad que te coges a esta chica, ¿cómo es que se llama? —hace un mohín para pensar—. Ah, sí. La zorrita que te la chupa antes de los ensayos...

Tiro de su brazo con dureza, harto de todas estas personas.

—Cuida tus palabras, ella no es como tú.

Sonríe con descaro.

—Por favor, no hablarás en serio.

—Sí lo hago.

Suelta otra carcajada vacía, con furia.

—¿La estás defendiendo? Vaya, vaya. Entonces sí que hace un buen trabajo con tu polla —la fulmino con la mirada—. Por Dios, ¡sólo mírala! Es un esqueleto con tutú.

—Hija de puta. ¡Ella es mucho mejor que tú! —grito con el escándalo brotando de mi piel.

—¿Mucho mejor que yo dices? —También eleva el tono.

—Por mucho, carajo.

Su sonrisa desaparece para embarcar en muecas de frustración.

—No me jodas con eso. A ti no te gustan así.

—Te equivocas.

Me fichó como un playboy sin remedio en aquel entonces, pero el que lo era en verdad sería Grayson. Él gozaba de tener la atención de las chicas, sus números y sus cuerpos durmiendo en su cama. Yo solo era su amigo.

—¿Entonces por qué demonios aceptaste salir conmigo?

—Porque me resigné a que ella jamás se fijaría en mí —le aclaro ante una mueca de confusión—. Hablo de Gianna Lombardi. Sophie, te usé como una distracción para intentar no pensar en ella..., pero no lo logré.

Estaba frustrado por mi propia cobardía de acercarme a hablarle. Yo debía de dar el paso, y en lugar de ello, cometí el error de acceder a la petición de Sophie en aquel entonces y ser su novio. Por conformismo. Por miedo.

El silencio incómodo se cuela entre nosotros, incapaz de disolverse. Y nosotros, sin romperlo con palabras.

Antes de poder decir algo más...

—Stephen... —giro mi rostro hacia esa voz tan pacífica. Era ella. Todo mi cuerpo clama al instante por su cercanía, por su tacto. Avisa después de darle una mirada rápida a Sophie—: Boston está en problemas.

Doble carajo.

En el transcurso a la ubicación, nos topamos con alumnos apresurados hacia el punto, como si hubiera algún tipo de brillantez en el suceso. Todos tratan de hacerse un espacio con teléfonos y risas resonantes.

Los gruñidos se hacen más fuertes conforme nos acercamos. Jaloneo y me hago un espacio entre aquellos que hacen de barrera de todo este problema. Un alumno en el piso: Boston, con el rostro ensangrentado, sometido por otros dos pertenecientes al grupo de William y Leonard. Ambos le insertan golpes como si fuera un saco de boxeo.

De nosotros tres, Boston es el más delgado; tiene fuerza y pocos músculos, pero su falta de ejercicio y actividad física le impide tener un cuerpo corpulento. También era el más insensato a la hora de reaccionar, pues acostumbraba a esto: meterse en líos que difícilmente ganaba.

Jalo la camiseta del principal golpeador —el que está sobre él— con fuerza para obligarlo a ponerse de pie. Le inserto uno en el pómulo que lo desequilibra y cae de culo hacia el otro extremo. Detuve al otro alumno dispuesto a seguir la pelea.

Boston alterado y cubriéndose la cabeza.

—¡Quítate de mi camino! —exige uno de ellos, con su camiseta de futbol bien puesta, insinuando poder en el ambiente.

Por el rabillo del ojo logro dar con aquel par que no para de ser espectadores. Satisfechos del espectáculo.

—¿Y si no qué? —contesto. Mis ojos imponentes lo miran desde arriba. Si no equivoco, tiene la misma estatura que Boston.

—Si no, me vas a conocer.

Sonrío de lado.

—Voy a patearte el culo... —amenaza Boston cuando se pone de pie, pero detuve la imprudencia con mi brazo.

—Basta, quédate atrás —ordeno, mi voz frívola y autoritaria—. Vete, aquí nada pasó —advierto al otro alumno.

Pero su cobardía no acaba aquí, se atreve a cruzar mi línea personal y me empuja con ambos brazos. La necesidad de partirle la cara comienza a urgir. Drenar la frustración en estos momentos es imposible.

—Me harás perder la paciencia.

­—Dime cómo y con gusto lo hago —espeta con una jodida sonrisa de victoria.

William y Leonard deciden acercarse con un aura imponente para cualquiera, menos para mí. El pequeño de mi grupo se tensa y da un paso detrás de mí.

—Darmond, Darmond, Darmond... —William aplaude en cada mención—. Qué gusto ver que no se pierde la costumbre. Estas semanas han sido frustrantes, y necesito expulsarlo todo. ¿Qué dices? Por los viejos tiempos.

Leonard y sus otros dos acompañantes me rodean.

—Te dije que te cuidaras las espaldas, ¿no? ¿Ahora sí podemos arreglar diferencias?

—Imbéciles.

—¿Tienes miedo?

—Estoy temblando, ¿no lo ves? —Mi tono sarcástico le arrebata la sonrisa—. Casi al borde de orinarme. ¿Quieres ser mi retrete?

Sus ojos se entrecierran. Me mira indagando en sus pensamientos.

—Entonces hagamos esto. —Leonard se mete como el moho a la conversación—. Si nos metemos en pelea, tendremos problemas con el director y no nos permitirán graduarnos.

—¿Entonces que propones? —le dice.

—Una carrera. Si ganamos Darmond pelea, y si no, los dejamos en paz. Será justo.

Sus acompañantes y el bullicio de los interesados me punzan en los tímpanos. Era como si el presidente aprobara alguna reforma conveniente. Los gritos me ensordecen.

—No lo haré —afirmo con seguridad y todo el estruendo se detiene.

Mis ojos corren hacia una chica que nos mira con el rostro ceñido de preocupación.

—No lo haré. No voy a correr —repito y su ceja punza de cólera—. No voy a pelear, no haré nada que no quiera.

Intento irme, pero toma mi brazo como si fuese un niño malcriado. Tenemos la misma estatura y edad. Él es más ancho debido a sus entrenamientos, y honestamente dudo que en estos momentos tengamos la misma fuerza.

—¿A qué juegas? —dice con voz desafiante y gruesa—. ¿Quieres el papel del santo? Sabes que ese nunca te va a pertenecer.

Ahora competimos en miradas hostiles y cargadas de envidia. Quizás muy en el fondo envidio su agilidad en la cancha, su capitanía en el equipo o que simplemente tenga el lujo de andar sin rumbo. Y él detesta que cuando se trata de música todos piensan en mí, porque él en alguna ocasión fracasó con el chelo.

—Si no te basta con que diga que no, no es mi maldito problema. Ve a atenderte —intento esfumarme de nuevo, pero esta vez los agarres se multiplican en mi cuerpo. Sus acompañantes intervienen.

Boston intenta acercarse y se lo impiden; Gianna ha desaparecido sin darme cuenta de en qué momento. Me mantengo relajado, bastante para mi sorpresa, aunque quiera arrancarle los dientes uno por uno.

—Antes te veías más fuerte.

Esbozo una sonrisa media, de soberbia.

—Gracias por preocuparte, te irás al cielo. Solo espero que no te manden directo al inf...

Interrumpe mis palabras con un golpe en el costado; fuerte y corto, pero muy profundo. Un quejido sale de mi voz. Quién diría que este milagro le estuviera sucediendo a él.

Otra más en el labio, y uno en el estómago. El calor ya está impregnándose en mi piel. Escupo la sangre resultante y lo miro fulminante... Bien, esto será por Boston. Atino para soltarme de aquel agarre y me abalanzo hacia él, comenzando una pelea sobre la tierra suelta.

—¡No, Steph! ¡No! —grita con desesperación.

Le inserto uno en el pómulo, en donde recién se curaba. Rodamos un par de veces, restregándonos sobre la suciedad del suelo. Enredo mi brazo en su cuello sin pensar en nada más, pero me atina con el codo en el abdomen. Nos separamos. Y cuando intento ir sobre él, los demás entran en acción.

No sería justo, lo sabía, y aun así me arriesgué. Sus demás amigos lo ayudaron, y ahora era yo quien estaba siendo sometido.

Carajo.

Una punzada me inquieta, pero me aferro a no bajar la guardia.

—¿Ahora quién eres Darmond? Un maldito cobarde —escupe la sangre que tenía sus labios—: Esto va por mí y por Leonard. —Siguen golpeando—. ¡Ven que no es invencible!, solo usa una máscara.

Los minutos transcurren más lento que la espera de una noticia, todo en mi mente reniega de mi imprudencia. Porque sí lo fue, pude irme sin que influyeran sus palabras, pero... simplemente nadie toca a los míos y sale sin rasguños.

—¡Maldito imbécil! —Alguien más llega—. Te doy dos opciones: ¡lo sueltan o lo sueltan! Tú elige.

Este sujeto... Tendré el regaño de mi vida.

—No te metas en esto, Plummer. Lárgate. No seas su perro faldero.

Colton ríe con fuerza.

—Lo dice el que tiene mil holanes a su alrededor. —Su tono firme—. Repito: lo sueltan o lo sueltan.

Los golpes cesan, permitiéndome escuchar con más claridad. Aunque el intento por levantarme me reprende.

—Si quisiera una mamada de huevos, te llamo, ¿vale? Mientras, lárgate de aquí. Superamos en número.

—¿Y quién dijo que iba a pelear? En nuestro grupo, Stephen era el más apto para las peleas. A mí me da asco que tus sucias manos empastadas me toquen —sonríe al ver la cara de rabia de William—. Lo resolveremos como la gente civilizada que somos.

Los hombros de William se tensan al mirar la seguridad de Colton.

—¿Quieren saber a quién me cogí hace poco? —expulsa, sonriendo con una autoridad asombrosa.

—Hijo de puta... —brama con furia—. ¡A nadie le interesa saberlo!

—Yo creo que sí. ¡Escuchen todos, yo...!

Sus ojos se desafían, sus manos titubean y su rigidez demuestra que hay algo más resguardado dentro de él. Entonces da la orden a sus acompañantes de que me suelten. Se va sin decir nada y todos lo siguen entre reclamos estúpidos, incluido Leonard, quien nos echa una mirada de furia antes de partir.

—¡Oye William! —grita Colon, y el otro se detiene con los hombros rígidos—. Estaré esperando tu llamada, te aseguro que te dejaré satisfecho —dice—. Otra vez...

Hay silencio después de eso.

Gianna se apresura conmigo, cuando mis amigos me ayudan a poner en pie.

—Son unos idiotas. Debemos ir a la enfermería. —Sus manos titubean para tocarme, pero al final lo hace.

Y es como un bálsamo sobre la piel. Sus dedos sobre mis golpes calmando el hormigueo de dolor.

—Estoy bien —gruño al dar el primer paso, y ella frunce el ceño. Sonrío con inocencia—. Bueno, no, pero prefiero ir a casa.

—Pero...

—Tranquila, belleza, yo me encargo de este niño —guiña un ojo—. Te acercamos a casa y después lo llevamos a que lo inyecte una enfermera.

—Dicen que las enfermeras tienen grandes «dotes» —insinúa Boston despreocupado, haciendo un gesto que hasta el más ingenuo entendería.

—Uff, Bugpin —silba Colton—. No estás para saberlo, pero yo sí para contarlo. Cuando yo fui...

—¡Malditos verdes! —No me había percatado del color carmesí que tomó el rostro de Gianna. Sus brazos sobre su pecho, con el entrecejo arrugado—. E-es mejor que lo lleven a su casa. Debe descansar.

Mis comisuras tiran de una sonrisa que la hace enfurecer más.

—No dejes que ninguna enfermera te inyecte... Ah... No... —Pasa un mechón detrás de su oreja—. No mires... quiero decir, no dejes.

Mi par de punzadas se cubren el rostro y se acurrucan para contener la risa. Sé lo que se avecina cuando la llevemos a casa. Pero ellos me orillaron a esta situación, ¿no? Son unos ingratos.

—Si tu eres mi enfermera, ¿puedo mirarte?

Su rostro se vuelve rojo y traga saliva. Juguetea con sus dedos, mirándolos.

—Vámonos, Hisopo. Somos el mal tercio.

—¿Qué? No, anda tú. Yo quiero saber si esto termina en sexo —bromea, simulando comer palomitas de maíz.

—¡Colton! —gritamos en sintonía, los tres.

「༻ ☪ ༺」

¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!~🕰️~

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