𝕏𝕀𝕏

𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

「༻ ☪ ༺」

<3

𝑆𝑎𝑏𝑒𝑠, ℎ𝑎𝑦 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑙𝑎𝑛𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 ℎ𝑎 𝑎𝑡𝑟𝑎𝑝𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎ñ𝑎; 𝑑𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑒 𝑗𝑎𝑟𝑑í𝑛 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑎𝑑𝑜 𝑣𝑖𝑑𝑎, 𝑚𝑖𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑑𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑝𝑜𝑠𝑎𝑟𝑠𝑒 𝑒𝑛 𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑛𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑚á𝑠 𝑏𝑜𝑛𝑖𝑡𝑎, 𝑛𝑖 𝑙𝑎 𝑚á𝑠 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑎𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑗𝑎𝑟𝑑𝑖𝑛𝑒𝑟𝑜𝑠... 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑎𝑙 𝑓𝑜𝑛𝑑𝑜, 𝑜𝑝𝑎𝑐𝑎 𝑦 𝑠𝑖𝑛 𝑒𝑠𝑒 𝑏𝑟𝑖𝑙𝑙𝑜 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑑𝑒𝑚á𝑠. 𝐶𝑜𝑚𝑜 𝑦𝑜...

𝑌 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑑í 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑟𝑒𝑔𝑎𝑟í𝑎 ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑐𝑖𝑒𝑟𝑎, 𝑛𝑜 𝑖𝑚𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎 𝑠𝑖 𝑚𝑒 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑠𝑖𝑛 𝑎𝑔𝑢𝑎 𝑦 𝑛𝑎𝑑𝑖𝑒 𝑚𝑒 𝑎𝑏𝑎𝑠𝑡𝑒𝑐𝑒. 𝑌𝑜 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑟é 𝑚𝑖 ℎ𝑢𝑚𝑎𝑛𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑒𝑛 𝑒𝑙𝑙𝑎, 𝑝𝑎𝑟𝑎 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑟𝑙𝑒 𝑣𝑒𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑎ú𝑛 𝑒𝑥𝑖𝑠𝑡𝑒.

༺ 𝓖𝓲𝓪𝓷𝓷𝓪 ༻

El comienzo de esta nueva semana me tiene atrapada en noticias: vino un coreógrafo conocido a guiarnos en el proceso de ensayos para el recital de fin de curso. Él elegirá los papeles para cada bailarina, al igual que el título al que le daremos vida.

Escuché por ahí que puede ser Gisselle o el Lago de los cisnes. ¡Merda! Sería fantástico interpretar alguno...

Me adentro al salón de baile más puntual que de costumbre, no hay nadie. Esta mañana mi padre aprovechó que nuestros horarios de entrada coincidieron para subir al auto conmigo. Fue incómodo. Fue terrorífico. Desde aquella cena en donde le dije barbaridades no hemos vuelto a hablar, simplemente me da órdenes... pero ni si quiera me mira.

Está decepcionado de mí. Lo noto.

Y quise hablarle, contarle que desde el sábado tengo una sensación agradable en mi pecho, que por primera vez me emociona realizar esa rutina tan pesada; después de la cita con Stephen, pero eso significaría revelarle que salí de casa con un chico sin supervisión. Y eso lo decepcionaría aún más.

Por eso no dije nada, y el silencio quedó intacto hasta que me dejó afuera de la universidad. Sin despedirse. Sin mirarme. Ni si quiera ese «esfuérzate hoy» que siempre decía.

Exhalo un aire espeso antes de quitarme la ropa de casa. Aprovecharé que aún no llega nadie al aula y que los chicos bailarines casi siempre son los últimos en entrar. Y porque Amelia tiene las llaves para los vestidores.

Desabrocho mi vestido con total languidez, lo dejo deslizarse hasta que toca suelo en caída libre.

Estoy tan absorta en vestirme, que no me percato de las voces ruidosas que se aproximan. El sonido enérgico de la puerta me descoloca de mi concentración; subo el leotardo a toda prisa.

Merda, merda...

—Dijiste que bailaba ballet, ¿dónde está? —Esa voz exasperada me resulta familiar cuando miro hacia atrás—. ¡Ah, mira!, ahí está. Hola, belleza.

Era como en esas películas en donde de un momento a otro vives experiencias que nunca te imaginas que serás protagonista. Mi padre ya los habría demandado por verme a medio vestir...

Deja de pensar en él cada que te sucede algo novedoso.

—Wow —silba Colton antes de llegar a mí, en un repaso atento. Sus labios se curvean en una sonrisa de picardía—. Ya decía yo que había todo un instrumento debajo de esos estuches de tela —mira a Stephen, que venía con él—. ¿Verdad que te lo dije?

—Deja de mirarla —advierte en un susurro—. La incomodas. —Stephen mantiene su mirada fija en su amigo, asesinándolo por no incorporarse a la realidad. Resopla—: Te dije que debíamos tocar. Ya estaba aquí.

—Sí, pero se lo tengo que preguntar...

—Te dije que dejaras eso. Ya te conté todo y...

Colton sisea: —Calla, sabroso. Quiero que ella lo diga...

—¡Quieren mirar a otro lado, pervertidos! —exclamo, estricta y con el entrecejo arrugado—. Tú no imagines nada —señalo a Stephen con ojos dramáticos, después me paso a Colton—: ¿Y tú no sabes que es de mala educación irrumpir así?

Mis fosas nasales expulsan todos los nervios que me causa que dos chicos ­­—atractivos, debo admitir— me estén mirando así, y ninguno se digna a voltear para otro lado. Colton cierra la boca y cruza los brazos para acercarse a mí, pero Stephen le toma el bíceps para detenerlo.

—¿Tuvieron sexo en su cita? —pregunta tan despreocupado—. Él me asegura que no, pero le hice confesar que se besaron —aplaude con emoción—: Y me creí una mierda que no pasó nada más. Con semejante tensión sexual que se cargan, no creo que lo único fuese un beso.

Me toma la delantera en las palabras.

—Ya te he dicho que no, Colton. No todo el mundo piensa en sexo como tú. —Darmond rueda los ojos cuando su amigo se niega a creer.

—El sexo no es malo, queridísimo sabroso —protesta—. Puede que mañana esta belleza sucumba al cruzar la calle porque un camión la arrojó y te arrepientas de haberlo hecho en su cita.

—Qué gráfico —murmuro.

Stephen frunce el ceño. Colton se encoge de hombros.

—Qué va... —dice con total calma, ignorando todo—. ¿Quieres venir a nuestra tocada del sábado? Será a las diez de la noche.

Este muchacho sí que es impredecible. No da un paso cuando ya está poniendo el otro pie. Hace un alboroto y sale de él como el moho. Busco un jersey en mi bolso de ensayo, sin recordar que he traído vestido.

—No puedo asistir —confieso con total sinceridad, ellos no se imaginan lo que significa pedir permiso al poderoso Darío Lombardi. Y más cuando no lo he tenido contento estos últimos meses.

Abre la boca, incrédulo. Se lleva una mano al pecho, simulando dolor.

—¿Qué has dicho, belleza?... Anda ¿Sí?, ¿sí?, ¿sí?, ¿sí? —Une sus manos en suplica y da un par de brinquitos—. Nada turbio, solo tocaremos. Ya has estado ahí y bien que te gustó.

Mis mejillas se colorean cuando miro a Stephen y recuerdo su mirada traspasando mis barreras.

—Es que... en verdad no puedo. Necesito un permiso y...

—¡Ah, no!, nada de que no puedes. —Saca una tarjeta con un número de teléfono, probablemente el de él—. El sábado pasaremos por ti antes de las diez. No importa si tenemos que sacarte por la ventana. No importa si tienes perros rabiosos en la entrada... Y no importa si alguien saca su escopeta para asesinar a semejantes bellezas; ¡tú vas porque vas!

Se fueron después de eso.

• ────── ✾ ────── •

Llegado el sábado, la constante vibración de mi teléfono me incorpora a la misma noche opaca de todos los días. A una frescura intimidante que me recuerda a mi padre, a esos ojos que dejaron de demostrarme que me quería.

—¿Hola? —contesto a la llamada. Hablo un par de veces antes de darme cuenta de que ya se había cortado.

Entonces recibo una notificación de mensaje:

Número desconocido:

Volveré a llamarte, pero esta vez responde. ¿Quieres?

¿Quién se supone que es? Honestamente no soy de las personas que reciben este tipo de mensajes con frecuencia. Es hasta aterrador cuando sucede.

La llamada entrante vuelve a aparecer. Deslizo hacia el ícono en verde.

—¿Dónde vives? —preguntan de entrada.

—¿Q-qué?

El nervio me punza y el corazón me palpita en un instante. De inmediato imagino a un grupo de personas intentando rastrearme para secuestrarme, torturarme o degollarme el cuello. Miro la pantalla de nuevo, intentando relajar la respiración.

—¿Dónde vives, belleza? —Su voz se torna más familiar. Suelto el aire que acumulé por segundos—. Aquí hay un sabroso bizcocho que quiere de tus tres leches. Es tu panadero y te está preparando bollería...

La confianza con la que se dirige me estabiliza un poco el pensamiento e intento entrar a su juego:

¿Quién eres?

Gime indignado.

—¿Escuchaste eso? No sabe quién soy —dice por la línea—. ¿Quién soy? ¿Que quién soy?... Soy el sabroso amante de tu bizcocho. Soy hfnkhfvb...

—Dame eso...

Esas últimas palabras me dejan confusa. Pero me hace sonreír porque escucho un forcejeo seguido de gruñidos del otro lado.

Anima, quedamos a las diez, pero no sabemos dónde vives... Soy Darmond.

­—¡Stephen! ­­­—anuncio para mí con un asombro que me sorprende.

Solo había un detalle: olvidé pedir permiso al amanecer. Sé que sería un rotundo NO porque mi padre está molesto conmigo. «No importa si tenemos que sacarte por la ventana». Esas palabras me bastaron para ponerme de pie y dirigirme al baño.

Denme diez minutos y los veo en la avenida King.

Debo estar loca por intentar huir sin que alguien se dé cuenta. Pero incluso a mí me sorprende la agilidad que tengo para pasar por la plaga de cámaras de cada rincón. He de decir que Antoine fue quien orilló a mi padre a instalarlas, especialmente para evitar estas cosas...

Él intentaba ser libre, vivir... Como yo.

Porto unos jeans negros pegados al cuerpo, un top de manga larga color gris que me ciñe el busto más de lo que estoy acostumbrada; incluso tengo un poco de vergüenza al mirar cómo sobresalen ambos pechos con sutileza. Termino con unas botas negras, mi intención es acoplarme un poco al estilo que hay por doquier en ese bar.

Cuando logro salir con engaños y una maniobra de sigilo, suelto el nudo de nervios que casi me ahoga.

La noche pesada de este sábado parece perfecta para jugar a las escondidas y que nunca te encuentren. Las calles silenciosas y despejadas dejan una sensación de alerta, como si en cualquier momento alguien saltara de lo más recóndito sobre ti. Mis ojos examinan minuciosamente cada hoja removida por la brisa, cada maullido de aquellos gatos que salen en busca de comida. Incluso a la lejanía se percibe la estridulación de los grillitos.

Al llegar al final de la calle, temerosa de algún tipo borracho en busca de dar molestias, tomo de nuevo el teléfono —en el número registrado—, mando un par de mensajes avisando mi asistencia, pero no logro recibir respuesta.

—Son las diez de la noche, Gianna, ¿y saliste sin abrigo? —murmuro para mí, jalando las mangas para cubrir mis palmas.

Mis ojos plagados de preocupación se extienden por todo el perímetro, como un agente secreto que busca una pista escondida en su misión.

—Qué belleza... —Un susurro en mi oído me sobresalta como nunca y mis instintos me motivan a insertarle un pisotón con mis botas—. ¡Auch!, oye, eso dolió... —Se quejan.

­—Por suerte no tocas el bajo con los pies. —Stephen se mofa, acercándose a nosotros.

—Lo siento, yo... —alcanzo a decir—. Creí que eras un tipo que quería molestar.

Se frota el pie con una mueca de dolor.

—Wow, esto es nuevo, nadie me había maltratado así antes —gruñe en reclamo—. Creo que ya me gustas. Sabroso, ¿me permites luchar contigo por su amor?

Quise decir algo, pero me mantuve intrigada por qué tipo de respuesta le daría. Imaginé esas escenas de romance en donde el chico dice algo como: «ella es mi chica» o «no te atrevas», por eso su respuesta me parece tan insólita como graciosa:

—Creí que al que amabas era a mí. —Hace un puchero divertido—. Me has roto el corazón, Plummer. —Se gira indignado—. Ya no quiero hacer nada.

Colton traga saliva, jugando.

—Estoy bromeando, sabroso. Tú eres único en mi vida. Tú eres mi pie y yo soy tu sandalia.

—Patrañas.

—Anda, mi sabroso tatuado con olor a hombre. ¿Quién te quiere? ¿Quién te quiere?

Stephen se aleja de él con la misma actitud indignada y decaída. Si antes decía que su amistad me agradaba, ahora creo que está tan sólida como cual metal.

Colton me mira.

—¿Has visto lo berrinchudo que es?

—¡Yo no soy ningún berrinchudo!

—Entonces ven, corazón, para darte un abrazo. —Estira sus manos—. Ven con Colton best friend. A mis brazos.

Y como si esas palabras sirviesen, sorprendentemente Stephen se deja abrazar por el chico de los cabellos plateados. Ríe con victoria y aprieta la boca de Stephen como pescado. Yo me quedo en pasmo por esta escena tan sacada de la mente extravagante de Plummer.

¿Me servirán ese tipo de berrinches con él?

Carraspeo un tanto fuerte, captando la atención de ambos.

—Ah... Eh... No quiero interrumpir, pero...

—Si interrumpes, belleza. —Stephen le da un golpe en el hombro.

—Lo siento, Anima. —Hace un ademán para que camine primero—. ¿Vamos?

Entrar al bar de nuevo me regresa un poco a aquella sensación que tuve la primera vez, pero en esta es como si tuviese un motivo para sentirme segura aquí dentro. Colton dijo que hoy es el descanso de Stephen, por eso lo tomaron para venir.

Hombres de todo tipo de complexión, con tatuajes fantásticos; mujeres con un atuendo envidiable. «Ellas si se ven hermosas con este estilo», pensé. Dentro de todo el bullicio mental que comienza a formarse dentro de mí, camino hacia alguna mesa cualquiera para poder sentarme a apreciar este evento.

—¿A dónde vas? —La voz ronca de Stephen me detiene al instante.

—A sentarme. —Apunto a cualquier extremo. Sus ojos traviesos viajan unos segundos al escote de mi blusa, y se pone nervioso cuando lo atrapo mirándolos.

—Hay una mesa especial para ti... —carraspea—, ven.

Su mano en mi espalda baja es suficiente para traerme ese cosquilleo que difícilmente sé ocultar.

Llegamos a la mesa —justo frente al escenario— donde nos espera Boston; saluda sin despegar sus labios de esa ala de pollo con salsa barbecue. Me siento a su lado, siguiendo a Stephen y Colton con los ojos, quienes se dirigen a la puerta que lleva al escenario.

—¿Quieres? —Casi ininteligible, me pregunta Boston.

Se ven bastante apetitosas, tanto que estuve a punto de acceder cuando me acerca la charola. El olor novedoso me lleva a la culpa por querer romper aquella dieta que debo seguir con disciplina. En mi mundo, un kilo más es una puerta cerrada.

Le indico que no, y muestra gusto por tal respuesta.

Las luces parpadean para suspenderse después, como aquella vez, como quizá lo es siempre que habrá alguien creando melodías arriba de ese escenario. El ruido se redujo de forma sorprendente bajo toda esta oscuridad de incertidumbre. Incluso mi estómago comienza a sentir un cosquilleo recorrer con sutileza.

—Damas y caballeros —anuncia el baterista, detrás del micrófono—, Like a Stone de Audioslave.

—Ya comenzó. —El semblante hambriento de Boston cambia a uno de total seriedad; limpia el resto de salsa con una servilleta y sus ojos se centran en la banda.

La canción comienza con un aire melancólico y tranquilo desde las primeras notas de los instrumentos

Puedo sentir la profundidad con la que entona cada verso; es emotiva y me evoca sentimientos de una soledad confusa, una pérdida inexplicable y la esperanza de algo vago en su voz. Lo miro a los ojos: inmerso en su propia voz, en su propia expresión artística, los mantiene cerrados y eso me impide ver más allá de un chico haciendo lo que le gusta.

Con el paso de los minutos mi análisis recae en un individuo perdido en sus pensamientos, expresando en letras lo que su garganta no puede.

­—Permanecer en un lugar, como una piedra, a la espera de la persona que le dé sentido y significado a su existencia. —Boston entona la canción casi hablando. Su mirada permanece en Darmond, o en todos ellos, pero sus palabras parecen dirigidas a mí con la intención de que lo escuche.

Y de alguna forma me confunde.

La calma, melancolía y casi resignación en la voz ronca de Stephen, son como una hipnosis artística capaz de crear un horizonte propio, con el alma, con su corazón.

Una parte de la canción dice:

"Y seguí leyendo hasta que el día acabó. Y me senté arrepentido de todas las cosas que he hecho, por todo lo que he bendecido, y en todo lo que he fallado".

No lo sé, incluso Boston parece saber que él es un lienzo reservado, indispuesto para el ojo público..., sólo aquellos capaces de apreciar la expresión de su arte.

—Boston... —lo llamo entre todo el desenlace musical del grupo—, ¿hace cuánto conoces a Stephen? Me dijiste hace tiempo que su amistad fue espontánea, pero solamente.

El día de nuestra cita Stephen se reservó a contarme cosas sobre él. Mas bien hablamos solo de nuestros intereses y en aquello que descubrimos que teníamos en común: un padre distante y frío. Yo tampoco pregunté, porque era la primera, entonces, no es muy común hablar de eso cuando no hay la suficiente confianza para soltarse.

—Soy su hermano ­—asegura, dispuesto a convencerme. Una mueca inconsciente en mi rostro de desaprobación lo hizo añadir­—: No necesito su sangre para considerarme su familia, ¿o sí?

Mis ojos bajan hasta el vaso de cristal, servido con whisky. Puedo asegurar con honestidad que secundo su opinión, pero las palabras de mi padre se interceptan en mis pensamientos: «Ya no es un Lombardi». Él lo considera su hermano a pesar de no serlo, y mi padre..., reniega de alguien de su sangre.

Y reniega de mí...

—Estoy de acuerdo —respondo con más tardanza de lo habitual.

Y él lo nota.

—Conocí a Steph cuando cursábamos tercer grado de la universidad —expresa con una sonrisa melancólica—. Siempre he sido débil, ¿sabes? Soy del tipo que se mete en peleas y nunca gana... y ese día no fue diferente —suspira, jugando con los adornos de la mesa—. Él me defendió de William y Leonard, y su equipo de futbol.

—¿Stephen en una pelea? —pienso en voz alta.

Boston asiente y le da un trago a su bebida.

—Cuando no se trata de Connor, es bueno en las peleas. Aunque hace tiempo que dejó de meterse en líos.

Connor, su padre. El sujeto que no es de mi agrado sin si quiera haberlo conocido.

—Ya... Y ¿desde entonces son amigos?

—Yo no tengo hermanos varones, así que a él lo considero como tal. Y sé que es mutuo —sonríe de nuevo—. Me cuida y siempre quiere verme prosperar. ¿Te conté que él me ayudó cuando le conté sobre inaugurar un estudio de tatuajes?

Parpadeo, sorprendida. Hemos conversado desde que intercambiamos número, pero pocas veces profundiza en el tema de Stephen, es hasta un logro cuando decide hacerlo.

—No, nunca lo mencionaste —digo con un sutil tono a reclamo.

Él sonríe en disculpa.

—Verás, mis padres siempre me han apoyado en todo, pero en ese entonces querían que me enfocara en la universidad. Además de ese típico eslogan de que «los hijos de los empresarios no deben trabajar». —Hace una mueca de asco—. Fue difícil al principio, por eso le pedí ayuda a Stephen, y sinceramente no sé cómo lo logró, pero habló con mis padres y aceptaron que lo hiciera. —Saluda en mi dirección y bebe un poco—: Hasta ahora nunca me ha confesado qué les dijo, ni si quiera mis padres, pero le estoy agradecido por eso.

Asiento grabando en mi mente el tono tan familiar que envuelven sus palabras.

—También fue de mis primeros clientes... —Mira al frente, y después a mí—. Por todo eso es que le prometí a sus abuelos que estaría al pendiente.

Enderezo mi cuerpo.

—¿Sus abuelos?

Boston cierra la boca al instante.

—Ups, bueno, no le digas que te lo dije. Stephen tiene a sus dos abuelos maternos viviendo en Edmonton, vienen a visitarlo una vez al mes. —Hace un mohín para pensar—. Esta vez han tardado en regresar, no sé, tal vez esperan la visita de alguien.

Juega con sus cejas en mi dirección, y me confunde.

—Más vale que no estés ligando con el bizcocho de nuestro sabroso, tatuador de quinta. ­­­—El tono burlón de Colton me abre las puertas de la realidad en la que me había sumergido.

Stephen lleva las magas dobladas a los codos, un gesto que nunca dejará de provocarme todo. Más cuando veo yo misma cómo es que las dobla.

—Yo sí tengo amigos a parte de ustedes, no como tú. —Saca la lengua.

—¿Qué te pasa? Trozo de carne con olor a lapicera, yo también tengo amigos.

Sus hombros chocan como siempre que discuten.

—Basta, no peleen. —Stephen se interpone—. El que no tiene amigos a parte de ustedes soy yo.

Ambos se miran, en silencio; con esa metida de pata que flota sobre el aire en nuestra mesa.

—¿Yo no soy tu amiga? —reto alzando una ceja.

Toma el asiento de Boston, a mi lado.

—Mm, los amigos no se besan, según yo —protesta mirándome con detenimiento, humedeciendo su comisura derecha antes de sonreír.

Sus amigos se sientan frente a nosotros murmurando no sé qué cosas, y es ahí, cuando no tenemos su atención, que me acerco a su oído para susurrar:

—Tengamos otra cita, entonces —digo, y él ladea su rostro para mirarme. La distancia de nuestros labios es tan peligrosa que temo no saber contenerme frente a aquel par de escandalosos.

—¿Estás segura? —susurra.

—Citaré tus palabras: «No tengo ninguna duda, me gustaría salir contigo». —Sonríe de lado—. El próximo sábado, ¿qué dices?

—Digo que esperaré paciente a que llegue el día.

Ambos sonreímos sin distanciarnos.

—¡Oigan tórtolos! Hay niños presentes —habla Colton.

—No es verdad, hisopo, este bar es para mayores de edad.

「༻ ☪ ༺」

¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!~🕰️~

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