𝕏𝕀𝕀
𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷
「༻ ☪ ༺」
En esta noche plomiza, aquello que podía sustituir mi tentación al tabaco era la música, sea cual sea el instrumento, yo me fundo en ella... Comienzo a cantar.
𝑊ℎ𝑎𝑡 𝑑𝑎𝑦 𝑖𝑠 𝑖𝑡? 𝐴𝑛𝑑 𝑖𝑛 𝑤ℎ𝑎𝑡 𝑚𝑜𝑛𝑡ℎ? 𝑇ℎ𝑖𝑠 𝑐𝑙𝑜𝑐𝑘 𝑛𝑒𝑣𝑒𝑟 𝑠𝑒𝑒𝑚𝑒𝑑 𝑠𝑜 𝑎𝑙𝑖𝑣𝑒.
(¿Qué día es? ¿Y en qué mes? Este reloj nunca parecía tan vivo).
𝐼 𝑐𝑎𝑛'𝑡 𝑘𝑒𝑒𝑝 𝑢𝑝, 𝑎𝑛𝑑 𝐼 𝑐𝑎𝑛'𝑡 𝑏𝑎𝑐𝑘 𝑑𝑜𝑤𝑛. 𝐼'𝑣𝑒 𝑏𝑒𝑒𝑛 𝑙𝑜𝑠𝑖𝑛𝑔 𝑠𝑜 𝑚𝑢𝑐ℎ 𝑡𝑖𝑚𝑒.
(No puedo seguir el ritmo y no puedo retroceder. He estado perdiendo mucho tiempo).
𝐶𝑎𝑢𝑠𝑒 𝑖𝑡'𝑠 𝑦𝑜𝑢 𝑎𝑛𝑑 𝑚𝑒 𝑎𝑛𝑑 𝑎𝑙𝑙 𝑜𝑓 𝑡ℎ𝑒 𝑝𝑒𝑜𝑝𝑙𝑒 𝑤𝑖𝑡ℎ 𝑛𝑜𝑡ℎ𝑖𝑛𝑔 𝑡𝑜 𝑑𝑜, 𝑛𝑜𝑡ℎ𝑖𝑛𝑔 𝑡𝑜 𝑙𝑜𝑠𝑒. 𝐴𝑛𝑑 𝑖𝑡'𝑠 𝑦𝑜𝑢 𝑎𝑛𝑑 𝑚𝑒 𝑎𝑛𝑑 𝑎𝑙𝑙 𝑜𝑓 𝑡ℎ𝑒 𝑝𝑒𝑜𝑝𝑙𝑒. 𝐴𝑛𝑑 𝐼 𝑑𝑜𝑛'𝑡 𝑘𝑛𝑜𝑤 𝑤ℎ𝑦 𝐼 𝑐𝑎𝑛'𝑡 𝑘𝑒𝑒𝑝 𝑚𝑦 𝑒𝑦𝑒𝑠 𝑜𝑓𝑓 𝑜𝑓 𝑦𝑜𝑢.
(Porque eres tú yo y toda la gente sin nada que hacer, nada que perder. Y eres tú y yo y toda la gente. Y no sé por qué no puedo mantener mis ojos lejos de ti).
𝐴𝑙𝑙 𝑜𝑓 𝑡ℎ𝑒 𝑡ℎ𝑖𝑛𝑔𝑠 𝑡ℎ𝑎𝑡 𝐼 𝑤𝑎𝑛𝑡 𝑡𝑜 𝑠𝑎𝑦 𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑎𝑟𝑒𝑛'𝑡 𝑐𝑜𝑚𝑖𝑛𝑔 𝑜𝑢𝑡 𝑟𝑖𝑔ℎ𝑡... 𝐼'𝑚 𝑡𝑟𝑖𝑝𝑝𝑖𝑛𝑔 𝑜𝑛 𝑤𝑜𝑟𝑑𝑠; 𝑦𝑜𝑢 𝑔𝑜𝑡 𝑚𝑦 ℎ𝑒𝑎𝑑 𝑠𝑝𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔. 𝐼 𝑑𝑜𝑛'𝑡 𝑘𝑛𝑜𝑤 𝑤ℎ𝑒𝑟𝑒 𝑡𝑜 𝑔𝑜 𝑓𝑟𝑜𝑚 ℎ𝑒𝑟𝑒.
(Todas las cosas que quiero decir simplemente no están saliendo bien... Estoy tropezando con las palabras. Tienes mi cabeza girando. No sé a dónde ir desde aquí).
Esta canción se convirtió en mi himno, resguardado y fuera del alcance de sus oídos. Me era más sencillo así, y no es como si todo lo que cantara fuera para ella —aunque sí la mayoría— pero este sentimiento era la única manera en la que mis palabras no se amontonaban en mi garganta a la hora de expresarme ante los demás.
Un ritmo suave y melódico, listo para sumergirnos en la presencia mutua...
Aun siento el cosquilleo de su espalada sobre mi pecho, mi palpitar con su voz sugerente. Es como si todas mis barreras se dieran la tarea de tomar un rol transparente cuando ella estaba cerca. Y me daba miedo, bastante. Le dije muchas cosas, razonamientos propios que debí haber resguardado con llave, como siempre, mi intención no era discutir o debatir con opiniones adversas.
Es solo que... Carajo.
No debí mirarla el día que canté en el bar, bueno, es algo que me cuesta bastante controlar. Sus ojos me atrapan, su voz me roba los suspiros... No entiendo por qué tuvo que ser ella. Todo lo que hemos hablado lo mantengo bajo mis recuerdos. Incluso lo más trivial y vago.
—Sabroso ser de mis tentaciones —Colton a mi lado, su llamado me sobresalta como siempre. Más sigiloso que un puma—, ese lápiz terminará por perecer en tus manos si sigues haciendo eso.
Mis ojos bajan hasta mis manos, donde yace un sacapuntas y el dichoso lápiz que recién obtuve de una tienda de arte online, casi a la mita de su longitud. Estaba absorto en mis pensamientos que no medí hasta qué punto era necesario.
—¿Estás bien? —Ahí estaba de nuevo ese tono de preocupación y la pregunta que lo define.
—Sólo pensaba.
—¿En?
—Tareas, trabajo, el recital...
—Ajá, y yo soy virgen —espeta—. Llegué hace unos minutos, los suficientes para escuchar lo que cantabas. Podré tener cara de idiota, según Bugpin, pero no lo soy.
Con él todo era sencillo, pero precisamente porque era sencillo no podía decírselo a la ligera. No quería preocuparlo.
—Ayer crucé camino con Lombardi. Limpiamos el salón de teatro.
Él asiente, como si supiera todo lo que trabaja mi mente con ese suceso. Además, comienza a tomar esas malditas notas en su «libretita» del teléfono.
—Por poco y la beso...
No se inmuta, solo vuelve a asentir.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Por idiota tal vez, no lo sé, Colton.
Chasquea la lengua guardando su teléfono.
—¿Recuerdas cuando me pediste que investigara de ella? —comenta—. El día que me confesaste que te gustaba.
—Yo nunca te pedí eso. Tu decidiste actuar cual detective por tu cuenta.
Da un guiño satisfecho.
—Pero bien que te aprendiste cada detalle, ¿a que sí? —Alza su ceja con el par de piercings; mirarlo me recuerda al día en que lo acompañé al estudio y salió lloriqueando de dolor.
—Eso no dice nada. Sólo tengo buena memoria.
Le da un repaso a mi habitación, en específico al letrero por encima de mi cómoda que dice «Que se joda» que pintó Boston hace tiempo. Sonríe de lado cuando lo lee en voz alta.
—Dime Stephen, ¿tú crees en el destino? —Toma acomodo en el borde del escritorio y cruza lo brazos.
Intento no sobre pensar en el rumbo de esta conversación.
—La verdad no. Yo no soy de esos. Simplemente creo que nuestra existencia se basa sólo en vivir y sobrevivir. Nunca espero que me pase nada; una herencia, un milagro, etc., ni me aferro a manifestar nada. —Toma el lápiz que casi me termino con el sacapuntas, asintiendo—. Pero lo que no entiendo es...
—¿Por qué ella? —termina por mí la oración.
Ni si quiera me sorprendo, era común que para este tipo fuera tan legible, como una carta de pokar sobre su mesa. Podría decir que era el único que se llevaba el crédito. Y me siento culpable por pensarlo, pero, con Grayson nunca fue así.
—Parece absurdo, pero... no lo entiendo. ¿Por qué tenía qué ser diferente con ella? Ni si quiera fue un intercambio de miradas. Yo sólo toqué el piano y ella bailó aquel año.
Colton se remueve en su perímetro para alcanzar la púa de mi guitarra.
—Una conexión artística, podría ser —dice—. Tú les diste vida a sus movimientos y los envolviste en tus notas musicales.
—He tocado desde que era niño y nadie me ha interesado así.
—Pero los niños crecen, mi sabroso pianista. —Sonríe de lado—. Los niños se enamoran, para eso existe el desarrollo. Y las pollas reaccionan también a esos sentimientos. —Se toca la suya para darle más énfasis a sus palabras.
Ruedo los ojos.
—Bueno, pues yo sí soy creyente del destino y esas cosas. Mi madre me metió ese ideal desde pequeño. Y lo que te diré es lo más cliché que escucharás. —Toca sus muslos como cual tambor—: ella llegó a tu vida para cambiarla.
Una mueca me entume el rostro.
—¿También le vas al romanticismo? Yo no lo creo, mi vida sigue igual.
—Eso no es verdad —farfulla—. No voy a dejar que lo niegues, porque sabes que te estás mintiendo a ti mismo. Y yo sé por qué.
—¿Por qué?
—Te sientes egoísta, ¿o no? —La razón se me clava cual estaca en el pecho—. Sientes que deberías mantener una línea de distancia como hasta ahora porque sabes que, si se cruzan, ya no habrá vuelta atrás.
—Puede haber vuelta atrás.
—Pero tú no quieres, y no eres de esos chicos que les hacen daño a ellas para alejarlas.
Este tipo de pláticas siempre nos conducían a sentimentalismos que prefiero evitar esta vez. Era verdad que desde que pasó lo de esa mañana donde despertamos juntos, supe que nada sería igual, y no lo ha sido.
—No quiero hacerle daño —musito.
He intentado trazar esa línea con una brocha de indiferencia y sequedad, pero es como si mi pintura fuese ella y cada pincelada marcara su esencia.
Colton aconseja que me balancee con palabras y expulse todo lo que resguardo en mi interior, pero no puedo. No lo haría. El hecho de que para mí signifique una marea descontrolada de emociones cada que la he mirado, tocado o hablado no significa que sea recíproca, o ¿sí? Ayer todo parecía tan conectado entre nosotros.
—¿Sabes qué creo? —le tiendo mi atención. Se roba la púa en mis narices, y añade—: Que ella te hará sentir. Ni yo, ni el idiota de Bugpin o tus abuelos... Ella será la consecuencia. Te hace falta sentir que estás vivo... —me mira—. Tú lo estás.
Por el bien de sus emociones, la plática terminó aquí.
Yo no creo en el destino ni en los finales felices. Nadie llega a tu vida porque tiene que llegar, simplemente tu círculo social se expande porque es la naturalidad de la vida misma. Y si existiera de verdad una divinidad que se encargue de unir y deshacer caminos, ¿qué tengo yo que le pueda ayudar a ella? Porque si el empeño en que nuestros destinos se crucen debe ser porque es para bien de ambos... Y lo último que le podría hacer alguien como yo, es el bien...
• ────── ✾ ────── •
Llegada la medianoche, Colton cabecea sobre la cama de en frente.
—Ralf... Déjame besarte... —murmura, somnoliento—. Acércate más...
Ruedo sobre las sábanas intentando que el sueño me alcance, pero al sentir inútil mis intentos me decido a bajar por un vaso de agua. La oscuridad nunca fue motivo para inquietarme, por eso no encendí ningún contacto eléctrico. Un halo de luz se encripta en un orificio de las cortinas de la sala de estar, se pasean en células etéreas hasta la isleta de la cocina. Si asomo hacia la calle, me encontraré con una luna brillante y protagonista de la noche.
Mi teléfono se enciende sobre la isleta, ajeno a que lo había dejado aquí abajo. Era Boston, etiquetándome en no sé cuánta cosa sobre arte, tatuajes y música. Debería estar dormido a esta hora. Prácticamente tengo tiempo para responder a ello.
No espero su respuesta al distraerme con un perfil que frecuento últimamente: sí, el de ella.
Su publicación más reciente —después de eliminar aquella foto— se trata de ella y sus dos amigas posando en el espejo del salón de ensayo, de cuerpo completo. Mis ojos repasan su rostro iluminado con una sonrisa, pero reprimiendo algo más en sus ojos.
Es tan jodidamente bonita.
No se esfuerza en hacer una pose sexy, sólo una graciosa que comparte con sus dos amigas, como si la etiqueta "Crazy girl" al pie de la publicación cobrara sentido. Mi corazón late con más presión cuando siento mis mejillas moverse.
«Carajo, no puedo estar sonriendo».
Pero todo ese encanto se ve opacado cuando la notificación de un recuerdo de Facebook cubre la pantalla, inconscientemente pulso ahí y me lleva a aquello que me oprime el pecho. Hace casi seis años que nos graduamos del instituto, los tres: Colton, Grayson y yo. Inmaduros, irresponsables y tan idiotas que a veces me avergüenza recordar esa versión de mí mismo.
La que Connor Darmond odia.
Tan solo recordar todo lo que hacíamos me hace preguntarme ¿cómo carajos logramos graduarnos? Éramos unos cabrones en toda la extensión. Problemas aquí y allá. Nosotros éramos en sí el problema.
«Eres un maldito desastre. Madura ya». Se supone que un padre busca las palabras correctas, algo que el mío jamás hizo.
«Eres egoísta, sólo piensas en tu dolor». Grayson me lo repitió tanto que terminé por creérmelo.
El corazón es como un cliente que llega a un establecimiento con la vara alta en la atención, esperando calidez y confort, y cuando nada de sus expectativas se cumplen... Al igual que nuestro interior alberga una cúpula de sensaciones que se quiebra cuando lo más dañino toma partido protagónico, dejando un vértice diminuto para aquello que de verdad vale la pena.
Ni si quiera recuerdo que bajé por ese vaso de agua porque me interrumpo con pensamientos desordenados y vagos que siempre trato de mantener al margen. Pensamientos sobre mí, sobre todo, de alguna manera se me da bien sobrepensar las cosas hasta el punto de generarme dolor de cabeza.
Pero es inevitable cuando la meta está teñida de temor, llanto y resignación.
Entonces busco entre los cajones con la desesperación tomando mi pulso, las puertas se balancean con ese chillido de madera gastada. Carajo, no hay. Ahora busco entre la despensa, y tampoco hay... Una luz roja se enciende en mi cabeza y miro en dirección a mi chaqueta que cuelga del perchero. Tomo un cigarrillo y lo enciendo, echando la cabeza hacia atrás; satisfecho y arrepentido.
No debería fumar. Realmente no debo hacerlo.
Pero lo hice.
Lo pienso hasta que lo termino, y justo cuando mis dedos deslizaban el segundo:
—No se te ocurra. —La mano de Colton ya se había adelantado.
Me ha cabreado, con culpa, lo acepto. Pero intento que no se dé cuenta de ello porque Colton es capaz de hacerme enfadar sólo para que logre que me exprese. Para que suelte todo.
Quiere verme sentir.
—Deberías estar dormido —le digo en su lugar.
—Y tú también. ¿Por qué no me despertaste?
—Sólo venía por un vaso con agua, ¿necesito guardaespaldas para eso?
Su entrecejo se arruga: —Y qué tal el agua, ¿eh? Creo que está muy helada para mi gusto —reclama, toqueteando la cajetilla en sus manos—. Al carajo, Stephen, aseguraste que tenías dos semanas sin fumar. ¿Por qué mentiste?
Su mandíbula comienza a tensarse, y sus manos deciden guardar la cajetilla en sus pantalones de pijama. Su cuerpo rígido y a la espera de mi respuesta.
—Entiendo lo difícil que es dejarlo, y no reclamo el hecho de que llegues a tener recaídas. Me molesta que a estas alturas me mientas. ¿Por qué?
—Lo último que quiero es preocuparte.
—Me preocupa más que lo ocultes y mientas. Sabes que yo he dejado de hacerlo frente a ti para evitar tentaciones. —Su voz se raspa—. ¿Por qué no hablas conmigo? Me has ayudado tanto en mi vida que quiero devolverlo; quiero que vivas, que sientas algo más que resignación.
Había dado justo en el núcleo del asunto.
—No quise mentirte, dejaré de hacerlo. En serio.
Ahoga un reclamo cuando ve mi convicción de zanjar el tema de mis emociones, y suspira.
—Sólo no lo hagas, ¿bien? Es malo para la salud.
—Sé que es malo, pero fumar a veces es...
—Hablo de mentir —me corta—. Y más cuando es a uno mismo.
Otro silencio empaña el momento de seriedad. El aire es escaso aquí abajo, las ventanas permanecen cerradas.
Después de un rato me atreví a hablar:
—Tenías razón. —Recargo mis brazos en la isleta—. Comencé a fumar otra vez desde ese día... Mi vida está cambiando por ella. Y yo no sé cómo partir.
Claro que no es su culpa, nunca lo sería. En estos momentos creería sólo en el destino para poder culparlo de estas ataduras que me impiden mantener el ritmo. Colton suspira, pasa sus manos por su cabello plateado y palmea mi hombro.
—Eres tan cabezota y sé que, si te digo que lo dejes fluir con ella me dirás que no.
—Me conoces bien.
—Creí que le hacías honor al letrero que te pintó Boston cuando te conoció. «Que se joda» debería aplicar para todo, ¿no crees?
Alza una ceja.
—No puedo despistar más mi vida, fue suficiente con hacerlo en el instituto. Si permito que me importe una mierda lo que hago, me arrepentiré. Y el tiempo no se compra con la plata, ni con nada.
Sus ojos claros me escrutan.
—Stephen... ¿Hay cosas de las que te arrepientes con Grayson? ¿Conmigo o con Bugpin? —suelta.
Ambos aspectos, unidos en la misma oración me ofusca la respiración, era como un guante fundido que apretaba mi corazón. Ordenar mis recuerdos y mis pensamientos serían la clave para que mis palabras fluyeran como él quiere, más nunca lograba algo más allá que lo entrecortado de mi respiración.
Era un peso que difícilmente disminuía; uno que acepté cargar hasta el último de mis días. Pensar en Grayson sólo me llevaba a relacionarlo con culpa y arrepentimiento.
—Puede que no sea lo mismo, pero no es justo que te arrepientas de todo por no haberlo intentado, o arrepentirte después de hacerlo... —asume con cautela—: Creo que tienes miedo.
—Lo tengo, Colton —murmuro, y repito—: Lo tengo.
Siento la compasión en su mirada.
—¿A qué le temes?
「༻ ☪ ༺」
¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰
Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto.
¡Muchas gracias por leer!
📚🤎
¡Hasta el próximo!~🕰️~
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top