𝕍𝕀𝕀𝕀

𝕲𝖎𝖆𝖓𝖓𝖆

「༻ ☪ ༺」

<3

𝑬𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂𝒓𝒍𝒆𝒔 𝒔𝒊𝒈𝒏𝒊𝒇𝒊𝒄𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒂𝒄𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒂 𝒕𝒂𝒓𝒆𝒂 𝒅𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒍𝒐𝒔 𝒅í𝒂𝒔. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂𝒓 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒓𝒑𝒓𝒆𝒕𝒂𝒓 𝒔𝒆𝒏𝒔𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒏𝒐𝒗𝒆𝒅𝒐𝒔𝒂𝒔 𝒆𝒔 𝒆𝒍 𝒑𝒓𝒐𝒚𝒆𝒄𝒕𝒐 𝒂𝒍 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒄𝒆𝒓𝒕𝒊𝒇𝒊𝒄𝒂𝒏. 𝑴𝒆 𝒑𝒆𝒅í𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒑𝒆𝒓𝒎𝒊𝒕𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒂 𝒎𝒊 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒗𝒊𝒗𝒊𝒓, 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒎𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒗é𝒔 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔... 𝒀 𝒚𝒐 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒔𝒆 𝒍𝒐 𝒉𝒆 𝒑𝒆𝒓𝒎𝒊𝒕𝒊𝒅𝒐.

𝑨 𝒕𝒊 𝒏𝒐 𝒕𝒆 𝒑𝒓𝒐𝒉𝒊𝒃𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒓 𝒉𝒂𝒄𝒊𝒂 𝒐𝒕𝒓𝒐 𝒍𝒂𝒅𝒐, 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒂𝒍 𝒇𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆... 𝒚 𝒇𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒆 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒕𝒐𝒏𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒆 𝒂𝒓𝒎ó 𝒅𝒆 𝒗𝒂𝒍𝒐𝒓, 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒆 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒕ó 𝒅𝒆 𝒔𝒖𝒔 𝒄𝒂𝒅𝒆𝒏𝒂𝒔 𝒄𝒐𝒓𝒓𝒆𝒄𝒕𝒊𝒗𝒂𝒔. 𝑭𝒖𝒆 𝒂𝒉í 𝒅𝒐𝒏𝒅𝒆 𝒅𝒆𝒄𝒊𝒅𝒊𝒔𝒕𝒆 𝒔𝒆𝒓 𝒍𝒊𝒃𝒓𝒆 𝒚 𝒄𝒆𝒅𝒆𝒓 𝒂 𝒕𝒖 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒓𝒆𝒗𝒊𝒗𝒊𝒓... 𝒀𝒐 𝒏𝒐 𝒕𝒆𝒏𝒈𝒐 𝒆𝒍 𝒗𝒂𝒍𝒐𝒓, 𝒏𝒐 𝒔𝒐𝒚 𝒗𝒂𝒍𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒕ú.

¿𝑴𝒊 𝒅𝒆𝒔𝒕𝒊𝒏𝒐 𝒔𝒆𝒓á 𝒒𝒖𝒆𝒅𝒂𝒓𝒎𝒆 𝒃𝒂𝒋𝒐 𝒖𝒏 𝒕𝒆𝒄𝒉𝒐 𝒅𝒆 𝒆𝒙𝒄𝒆𝒍𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒚 𝒇𝒓𝒊𝒂𝒍𝒅𝒂𝒅? 𝑺𝒊 𝒆𝒔 𝒂𝒔í... 𝒏𝒐 𝒔é 𝒔𝒊 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒂 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂𝒓 𝒂 𝒍𝒂 𝒎𝒆𝒕𝒂.

༺ 𝓖𝓲𝓪𝓷𝓷𝓪 ༻

—Vamos, Gianna... 1, 2, 3, grand jeté —guía con profesionalismo—. Ligera, vamos de nuevo: 1, 2, 3, grand jeté...

Desplazo frontalmente las piernas, esto lo hacemos todos los días para probar mi flexibilidad; algo que mi padre me ha dicho que me falta, bueno, algo de todo lo demás. Doy un paso que simula un pequeño salto frontal.

—De nuevo.

Me deslizo por el salón.

Lo repito cuantas veces me indica la señorita Zanoli, mi instructora de ballet particular que tengo desde hace años. Podría decirse que me acostumbré a su disciplina fuerte y marcada; era más sensible que mi padre, eso sí.

—Ahora vamos con plié.

Tomo una bocanada de aire mirando a Lisette, quien me espera sentada tomando té. Saber que tengo su atención sobre mí me cohíbe, si ella ahonda en mis ojos al momento de verme bailar se dará cuenta de todos mis secretos, encabezando una serie de preguntas que no sabré cómo desmentir.

No quisiera mentirle a ella.

Intento despejar mi mente, ahogándola de una solidez blanquecina para evitar distracciones, para que ni la profesora ni Lisette se dieran cuenta del mundo que me acongoja internamente. Entonces doblo mis rodillas con los pies en el suelo. Este paso me servirá para fortalecer y flexibilizar más algunos músculos, especialmente el tendón de Aquiles. Sólo así podré desarrollar movimientos más complejos con mayor soltura.

—De nuevo.

Una y otra vez, hasta que dijo «siguiente». No parecía gustarle.

Brisé volé, sissonme, vamos, sigue mis indicaciones: brisé volé, pas de bourrée...

Intento con todas mis fuerzas la consecución de sus órdenes, inhalando el impulso que me lleve a hacerlo bien, a que Lis no crea que esto es el martirio que elegí. El rostro insatisfecho de la señorita Zanoli me golpea en las inseguridades.

—Gianna, concéntrate. Regresa a posición e inicia otra vez.

Tomo todo el aire que me ofrece el ambiente, pero nunca es suficiente para lograr maravillarla con mis pasos, mucho menos mi pirouette. Debería ser más sencillo, no he desayunado; no hay nada que pueda atascar mi flexibilidad ahí adentro.

Terminando la clase, la señorita Zanoli se acerca a mí con cautela, como si quisiese decir algo, pero al mismo tiempo querer callarlo. En su lucha interna me atrevo a dar el paso por mí misma, intentando hacerla sacar esas palabras.

—¿Nos veremos mañana? —ella niega.

—Gianna —dice, su voz seria y marcada—, tú sabes que el ballet es una forma de arte conjunta con la música y la expresión corporal. —Me quedo mirándola al no entender lo que intenta decir. Entonces continua—: Tu baile puede contar historias si te lo propones y dejar un profundo significado en cada uno de tus movimientos... Ahora dime, ¿cuánto amas hacerlo?

Los nervios me estrujaron cualquier rastro de cosquilleos, el corazón estaba tan alerta que casi implosiona dentro de mí; aquella pregunta siempre ha significado todo un dilema para mí. Me daba a entender que mis movimientos eran fríos y ajenos a cualquier sentimiento cálido que debía demostrar.

—Yo...  —musito después de unos momentos ensimismada.

—Eres buena y disciplinada, pero podría decir que estos últimos meses he intentado buscar lo que te hace falta para ser excelente... y no logro encontrarlo. —Cada palabra era una punzada en la sien.

Mi padre quería excelencia, y yo no sabía qué pasaría si se entera que no puedo serlo.

—Yo... me esforzaré. ­—Era lo que decía siempre, ¿qué más podía decir?, ¿lo siento?

Palmea mi hombro en un acto comprensivo que me hace mirarla. Es la primera vez que me deja ver su lado más humano.

—Ahonda en ti, Gianna. Ya te he enseñado todo mi itinerario, pero lo más interno... a eso no puedo llegar, sé que no me lo permitirías.

Y tenía razón.

—Hablaré con tu padre —avisa y la tensión de las consecuencias que me esperaban me deja el rostro hecho un desastre terrorífico—, no puedo avanzar más contigo. Llegamos al final, Gianna.

—No se lo diga, por favor —suplico, casi en sollozos—Podemos intentar con otra cosa, ¿Qué tal otra coreografía? ¿Más movimientos? Yo podría...

—Lo siento. —Me corta serena—. Si el ballet no es lo que quieres, debes dejarlo. Al final, te amargarás por un sueño que no te llena el corazón, y el espectador no quiere ver desprecio en los movimientos, quieren ver amor y pasión.

—Pero me gusta bailar...

—Y lo puedo notar, pero al mismo tiempo lo odias, ¿no? —palmea mi hombro, se acerca y susurra—. Si te aferras a bailar dentro de la esfera, nadie sabrá que estás ahí adentro.

Si los ojos de Lisette no estuvieran analizando mis movimientos gesticulares, me habría derrumbado en este momento, me habría lanzado a un precipicio de incertidumbre y desesperación. Las piernas me tiemblan y mis manos se entumen ante la posibilidad de ser expuesta ante esa mirada fría y dictadora.

—¿Todo bien? —inquiere con su voz pasiva y cálida cuando la profesora se va.

—Sí... sí, solo avisó que no vendrá por algunos días —miento, agachando la mirada de vergüenza.

• ────── ✾ ────── •

Esta mañana recibí un mensaje de texto donde mis amigas me daban aviso que no asistirían al plantel, debido a sus prácticas en su carrera. Era bonito que alguien te cuente sobre sus actividades personales sin habérselo pedido, o sin saberlo.

Este ambiente es desastroso y casi asqueroso, pero no había más. Sabía que no debía comer, aunque mi estómago lo pidiese, si lo hice fue porque Lisette estaba conmigo y no podía advertirle del entorno tosco y opresor que me rodea la vida. Mis padres nunca notan cuando piqueteo la comida fingiendo ingerirla, de hecho, para mi padre sería mejor que mantenga mi talla mínima para obtener los papeles principales de los recitales.

Doy arcada tras otra, si no funciona con mi fuerza, utilizo el índice para deshacerme de todo lo que me sobra. Solo así me quedará el vestuario. Solo así puedo ser más flexible. Solo así puedo ser la principal.

Si obtengo el principal quizás mi padre acceda a dejarme asistir a esa excursión, nunca he ido a una, en ningún año. Y me emociona.

—Desayunamos juntas, ¿verdad? —Mis alertas se encienden al escuchar que un par de chicas entrar al baño.

Jalo la palanca del escusado para alejar esa imagen diversa de todo aquello que permaneció en mi estómago estas últimas horas, y limpio mi boca. Espero a que las chicas entren a sus necesidades y cepillo mis dientes. Sí, me preparé como siempre que sucede esto.

Mi rutina de todas las mañanas antes de entrar al salón de ensayo. Por suerte mis amigas no se han dado cuenta de ello.

Mis ojos reclamantes de un descanso merecido punzan en cada parpadeo. Ayer mi padre llegó después de la cena, pero eso no le impidió hacerme levantar de la calidez de mi cama para practicar. Su tono hostil está clavado en mi corazón, como siempre, sin nada de tacto porque la pirouette me salía mal, muy mal. Probablemente dormí dos horas, bueno, al menos pude hacerlo, no debería renegar.

Entro al salón de ensayo con los ánimos intentando encontrarme, todo está normal, pero hay algo que se diferencia: un chico. Sí, un chico al fondo del salón con un enjambre de compañeras bailarinas rodeándolo: extraviadas y frenéticas.

Ni que fuera Enzo Vogrincic.

No miro de quién se trata y me abstengo de acercarme, en lugar de eso, dejo mi mochila cerca del espejo para sentarme justo al lado. Mis piernas parecen partidas, mis brazos pesados y me punzan los dedos de los pies. Nada fuera de lo normal en mi día a día.

—Toca algo más, por favor —la voz chillona de Alina navega por todo el eco—. Algo para mí.

Qué insoportable.

—Tocará para mí —reclama otra—. Ya ha tocado la que tú querías.

Y ese mismo reclamo se repite en una y otra, a la espera de que aquel susodicho núcleo decida a quién debe hacerle caso. Me absorto en pensamientos de cansancio, pasando de aquel bullicio de quejas que me soplan más la pesadez.

Una notificación en mi grupo me despierta.

Princesas en sandalias:

Denisse:

Amigaaa, encontré algo para ti. ¡Gózalo!

(Foto)

Yo:

¿No estaban en prácticas, señoritas?

Olivia:

De hecho, sí, y el profesor se está acercando...

Hablamos después, amiga. ¡Suerte hoy!

Abro la imagen misteriosa que ha dejado Denisse, y ahora sé por qué me ha dicho «Gózalo». Es una captura de Darmond, ¡Dios! ¿Por qué me haces esto? Se supone que debo alejarme y olvidar lo que pasó, pero nadie me coopera.

En ella aparecen él y otro chico disfrutando en una butaca la sinfonía de un foso orquestal. Darmond parece deleitarse con cada nota, su rostro satisfecho lo demuestra. Como si hubiese degustado el mejor postre del mundo. Sonríe; una sonrisa apacible y sincera. Su acompañante saluda a la cámara con dos dedos, mientras sus ojos están aparcados en Darmond.

"De mis mejores sorprais para mi querido sabroso", dice al pie de la publicación. Un tal @CocoPlum_24 según la screenshot de Denisse. ¿Por qué se aferra a mandarme esto? Me siento una usurpadora de intimidad cuando él ni siquiera lo sabe.

Hace dos días que me acercó en su coche a la ubicación de mi hermana y desde entonces no hemos interactuado. Mis latidos se aceleran al recordar la sensación agradable de aquel karaoke improvisado bajo el semáforo de la avenida principal. No me arrepiento: de haber sido yo en ese momento.

Es un poco extraño siendo que no nos conocemos, pero no dudaría en demostrarle mis demonios porque ellos asumen que bajo su criterio no son peligrosos. Aun así, lo mejor es no hacerlo.

—¡Señorita Lombardi! —exclama la profesora que no vi cuándo llegó.

Alina y su grupo de amigas venenosas se ríen cuando me incorporo con un brinco tonto que me hace caer otra vez de culo.

—Y así se hace llamar bailarina, ¡tiene dos pies izquierdos! —espeta Alina, y la profesora no la reprende. ¿Por qué? Si dentro de clase está prohibido la burla emocional.

—Lo siento —digo a la profesora. Me pongo de pie sin mirar al frente.

—Todas en fila, chicas; voy a dar un anuncio.

En menos de dos minutos ya está todo como lo ordenó. Su voz gruesa y firme es motivo de nuestra conducta autómata, como máquinas sin pensamientos ni emociones. Así lo quiere ella. Mi estómago hace un ruidito sutil que solo resuena en mi interior cuando comienza a andar su discurso. Me concentro en suprimir el apetito hasta erradicarlo.

Me cuesta, pero lo logro.

—Acércate, por favor —logro escuchar después de mi lucha con mis tripas—. Él es Stephen Darmond: alumno de la licenciatura en música, nuestra compañera de fraternidad.

Los nervios se me tensan uno por uno, un calor extraño me recorre en vía libre por todo el cuerpo, aparcando en mi garganta con rudeza. ¡Él! ¿En serio? Las demás compañeras no pierden el tiempo en halagar entre murmullos sus brazos remangados ventilando esos tatuajes llamativos que ascienden en sus nudillos. O su cabello, oscuro como la noche, peinado tan casual que le da un aire dinámico y jovial.

Bueno, no es Enzo, pero es Darmond. Y eso me gusta más.

—Interpretará con nosotros el recital de marzo —lo miro con crudeza—. Vendrá a partir de mañana y cuando se necesite el ensayo con la coreografía.

La profesora Amelia sigue hablando y explicando cosas que debería prestar atención, pero su porte tan oscuro y firme me atrapa. Si me atrevo a juzgar, no se ve como un pianista clásico; lleva unos pantalones negros informales, una camisa gris casual remangada a los codos y unas botas de cordones. Parece más un estilo rockero.

Mis ojos traviesos se comportan cuando reciben la atención que han atraído: me mira de soslayo.

—Será un placer colaborar con usted, joven Darmond.

—El honor es mío, como todos los años —dice jovial y muy educado. Nadie me creería si les digo que de sus labios sale la palabra «Carajo».

Dedicamos la clase a corregir posturas y cosas más técnicas, mientras Amelia intercambiaba opiniones con Darmond acerca de las melodías que se utilizarían, más para que él tuviera la oportunidad de practicar su trabajo.

• ────── ✾ ────── •

Salgo exhausta de texto de mi clase de historia de la danza, bebiendo agua para saciar lo que mi estómago exclama cada hora... ¿Y si esta vez como algo? Igual y puedo mandarlo al escusado después.

El sol comienza a ponerse deslumbrando un matiz de colores anaranjados que entusiasman mis flácidos pasos hacia el corredor principal. Mi maleta pesa o mis hombros se debilitan cada vez más, no lo sé, pero me acorta mucho la velocidad.

—Hola —saluda alguien a mi espalda y me suena familiar. Decido girarme.

—Oh, hola, Boston.

Luce tan jovial y fresco como siempre; Darmond debería andar sonriendo como él.

—¿Qué tal tu última clase?

—Si lo reduzco a una palabra esa sería: texto. —Me mira inquisitivo.

—Déjame adivinar... ¿Historia?

Mis ojos se engrandecen.

—Ni más ni menos. ¿Cómo lo dedujiste?

Se encoje de hombros.

—A la mayoría les pega esa asignatura. Es muy aburrida cuando la imparte la profesora Celine. Steph y el hisopo concuerdan conmigo.

—¿Hisopo?

Suelta una risa como si le hubiese contado una barbaridad.

—Digo Colton, ¿no lo has visto? Por su cabello plateado. —Niego—. Debo decir que tiene un estilo único, pero me gusta joderlo con eso. —Se mofa con sus propias palabras.

Caminamos entre pláticas banales sobre asignaturas favoritas y odiadas, hasta llegar a la entrada principal del plantel. Ahí, la ventisca del atardecer me recibe con un golpe en las fosas nasales; aroma humeante a carne cocida y especias, pimienta y pan.

—Mueve ese culo, Bugpin. ¿Por qué siempre tenemos que esperarlo? —se queja su amigo. Mis ojos captan su cabello teñido de plata y el apodo que Boston le dio cobra sentido...—. ¡Oh, oh! Mira lo que te trajo la marea, sabroso.

—Hola —saludo con mi mejor sonrisa, como si fuesen jueces de mis facciones.

—Belleza, me disculpo ante mano por la presencia de este tipo sin formación, espero que no te haya mordido. No le hemos dado de comer.

—¡Yo no soy ningún perro! Idiota. —El temple tranquilo de Boston se desvanece.

Noto la presencia misteriosa de Darmond a su costado... Stephen, su nombre es Stephen. Me gusta. Y le queda. Nuestros ojos se encuentran por un segundo, antes de que la voz de Boston le haga mirarlo de nuevo.

—¿Me compraron una hamburguesa? Mis tripas rugen como oso desde hace un rato. —Aplaude y se frota las palmas.

—No te compramos nada, traga aire de la naturaleza —espeta el famoso Colton—. Mi dinero no es para consentir a un tatuador de quinta como tú.

—¡¿Cómo dijiste?! Desquiciado hisopo de las bajas pasiones. —Su ceño se frunce y se remanga la prenda hasta los codos—. Para tu información, Steph siempre me considera y sé que él si me compró, ¿verdad?

Sin decirlo, le entrega un contenedor de hamburguesa.

—Puaj, por eso es un grosero conmigo, porque tú le conscientes sus caprichos. Ya no hay respeto.

—¿Te apetece una? —la voz ronca de Stephen me da un respingo. Se refiere a una hamburguesa.

¿Yo? ¿Cuántos kilos subiré con eso? No voy a entrar en... ¿y si lo expulso en el...? ¡Basta, basta!

—No... te lo agradezco. —Sonrío para evitar que note el bullicio intestinal que me ampara.

Su rostro impasible me despierta los nervios.

—Belleza, ¿quieres que te acerquemos a tu casa? —Los amigos de Stephen se unen; Colton lleva su brazo enredado en el cuello de Boston, como dos hermanos jugando. Como si nunca pelearan tan brusco.

—Estoy bien, gracias. Alguien vendrá a recogerme.

—Sin pena, eh, este sabroso es un caballero y no te tocará a menos que se lo pidas —dice seductor, con ambas cejas bailando.

Mis mejillas arden al instante.

—Lo dirás de broma, pero ya se han ido juntos en coche hace un par de días. Ellos solitos —insinúa ahora, Boston.

—¿Y qué tal estuvo? Esta vez no estaban ebrios, pudieron darse más cosquillas aquí y allá.

Stephen carraspea fuerte; una sutil tonalidad rojiza en sus orejas.

Antes de poder responder con los nervios desordenados, un auto familiar aparca frente a nosotros: es Luciano. Y significa que debo irme... Me despido con una sonrisa de los tres, y no es hasta que Luciano me abre la puerta del auto que la sensación frívola me invade el cuerpo; se ha roto la burbuja de confort que me creó ese trío tan extrañamente agradable.

「༻ ☪ ༺」

¿Cómo van? Espero que les haya gustado este cap. 🥰

Su voto y comentario me ayudan mucho a seguir y saber cómo la llevo con esto. 

¡Muchas gracias por leer!
📚🤎

¡Hasta el próximo!~🕰️~

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top