Edén (III)
Las sábanas agujereadas se adherían a la superficie de sus muslos. Extendió las manos hacia éstas, con la finalidad de aminorar la sensación glacial. Los dedos le temblaban al compás del castañeo de sus dientes. Solía adaptarse a las bajas temperaturas con facilidad, incluso se jactaba de haber sobrevivido con éxito a veinticuatro grandes riadas. No obstante, los espasmos liderados por su sudoroso cuerpo se producían debido a la fiebre. La calentura provenía de su síndrome de abstinencia, pues en períodos de bonanza no controlaba el consumo, pero con el adelanto de las lloviznas no le quedaba otra. De no retomarse la normalidad, las oculae escasearían.
Dadá le había entregado una caja con una dosis diaria que Edén cumplía a rajatabla, pero su cuerpo estaba acostumbrado a una ingesta más elevada. Había incrementado su dosis desde la noticia del embarazo de su cuñada, debido a su decisión de aumentar la jornada laboral para salvar el destino de su sobrino. En consecuencia, el deseo de consumo se convertía en un eco resonante.
De alguna manera, había logrado cubrirse por completo con la maltrecha sábana, haciéndose un ovillo sobre el colchón tirado en el suelo. Aunque su epidermis experimentaba un frío extremo, por dentro le quemaban las entrañas. Las gotas se desplomaban de su lacia cabellera, esa que llevaba ligeramente por debajo de la nuca y que ahora se apelmazaba en su cuello. Abrió la boca y percibió la sequedad de ésta, ni tan siquiera un rastro de su saliva que humedeciera sus labios. Quiso pronunciarse, suplicar por un trago de esa agua blanquecina que sabía a cal. En su lugar, disparó un gimoteo lastimoso.
El despertar de su maldición suponía un problema añadido de la reducción de ingesta, pues temía que los espectros regresasen para atormentarle. Eso le aterrorizaba. Sin embargo, existía una pequeña esperanza de recibir una visita distinta. La mera posibilidad le otorgaba las fuerzas necesarias para soportar el malestar.
«Ada» la reclamó mentalmente. Y sus pensamientos se perdieron en la penumbra de la habitación.
Su encuentro había despertado en Edén sentimientos desconocidos. Puede que estuviese perdiendo el juicio y ella no fuera más que una consecuencia de su maldición, pero se le había presentado en el momento oportuno. Después de la visita a sus amigas había atestiguado la degradación en la salud de Braille, así como contemplado la resignación respecto al futuro de su sobrino. Desesperado, había llegado a plantearse una deconstrucción del sistema, a sabiendas de no poseer los elementos oportunos para ejecutarlo.
Y entonces, Ada llegó hasta él.
Sólo le había acompañado en dos ocasiones, y en ese insignificante fragmento temporal ella le había abierto los ojos a un mundo desconocido, más hostil de lo imaginado, pero también menos inescrutable. Si había sido capaz de burlar la seguridad de la ciudad para adentrarse en ésta, si había más excrementos malditos luchando para erradicar la jerarquía... significaba que el cambio era posible.
Había intentado comunicarse con Dadá para relatarle lo acontecido, pero entre sus disparatados horarios y los nuevos acogimientos de Cinesucre no había hallado el momento. Decidió que en un par de días acudiría a visitarla. Se moría de ganas de hablarle de Ada, cuya curiosidad se había acentuado tras su último encuentro, tras la marcha abrupta de la chica intermitente con la palabra en la boca. Temía por su seguridad y, aunque un pálpito interno le indicaba que seguía con vida, quiso desentrañar el misterio de su ubicación y ponerla a salvo de una vez por todas.
En múltiples ocasiones la gente le hablaba del amor. En especial, la clientela Celestial. Edén lo interpretaba como un medio para ocultar sus carencias, por lo que se dedicaba a asentir con fingido interés. A la segunda oración perdía el hilo de la conversación. En parte, porque le importaba una soberana mierda los problemillas de los ricachones; y también, porque el amor romántico le resultaba irreal.
Es cierto que contaba con ejemplos cercanos: Dadá y Braille; Agni y Karima. Incluso su tío Joshua había mencionado haber amado a alguna mujer en el pasado. No obstante, Edén se sentía muy alejado de sentimientos tan normalizados. Amaba a sus seres queridos, pero era incapaz de desarrollar relaciones íntimas.
En cierta manera, la obcecación por Ada le había hecho cuestionarse sus emociones, preguntándose si estaba desarrollando aquello llamado amor. Idea que refutó al instante, pues no deseaba su cuerpo del mismo modo que los amantes. Sí, le despertaba interés, pero, ¿quién no lo experimentaba hacia quien poseía el conocimiento? No podía evitarlo; le fascinaba su posición privilegiada en cuanto a información se trataba. Antes de conocerla, ni si quiera se había planteado la existencia de secretos dentro de su sociedad. Ella podía ser la clave para salvar sus vidas, pero para ello, antes debía liberarla.
«Cuanto más alto vueles, más dura será la caída.» la voz sonaba como su tío Josh. «Lo sé —le contestó para sus adentros—. Estoy cargando con demasiadas cosas, pero sabes que me sobra arrogancia, tío. Espero dejar una impronta cojonuda para cuando marche de este mundo.»
A decir verdad, el legado carecía de peso. Tampoco su fijación por Ada se reducía al conocimiento. Había algo más, algo que no era capaz de descifrar. Desde su fragancia corporal a su forma de mirar, con esos ojos oscuros tan seguros de sí misma. Existía un paralelismo entre ambos, un nexo común.
Como si estuviesen conectados y entre ellos existiera un...
—¿Edén?
—¿Ada? —logró escupir el joven, esperanzado.
—¿Quién?
Al parecer, los delirios febriles distorsionaban su percepción. Logró sacar la cabeza de debajo de la sábana y ver a través de las hebras aceitosas que opacaban su visión. La luz estaba apagada porque en dicho estado la oscuridad le favorecía, sin embargo, vislumbró la figura femenina apoyada sobre el muro que separaba el piso en dos habitaciones. Le pareció atisbar la mano sobre su inflado vientre y el revoltijo de su enmarañado cabello.
—Karima... —murmuró en un débil susurro.
La vio asentir y creyó que lo observaba con suma preocupación.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
Edén asintió como pudo, aunque dudó que fuera perceptible con todo su cuerpo sometido a espasmos. Debía haber realizado más escándalo del habitual para que su cuñada se alertase, pues en su última semana el espectáculo se repetía de continuo. La silueta de la joven se arrimó hasta el bulto que representaba Edén, portando un vaso de agua entre los dedos. Él alzó la cabeza, debilitado y sediento. Dejó que la chica le ayudase y las gotas humedeciendo sus carnosos labios le supieron a gloria.
—Tienes los ojos enrojecidos.
—¿Cómo lo sabes? Estamos a oscuras.
—Lo notó en el tacto. Ardes, Edén.
—Eso es porque lo llevo en la sangre —rio, una carcajada carente de fuerza—. Soy un fogoso empedernido, cuñadita.
No supo si la gracia le afectó o no. A su parecer, Karima dibujaba una mueca en los labios. Extrajo un trapo de su bolsillo y lo humedeció en el interior del vaso. Lo pasó sobre la frente del varón, produciendo un estremecimiento en él.
—Agni lleva doce horas fuera de casa —la vocecilla de Karima era un murmullo sutil—. No he logrado hablar con él, así que imagino que doblará turno. Los corredores necesitan refuerzo extra tras el adelanto de la borrasca.
Su hermano trabajaba como obrero de corredores, las vías de acceso a la zona comercial de la ciudad. También colaboraba con la construcción de éstos de manera ilegal, encargados por Cinesucre con la finalidad de ofrecer un acceso para los parados, ya que la entrada en los corredores oficiales sólo se permitía a individuos con acreditación laboral.
Desde el inicio de la Gran Riada, los obreros se habían visto obligados a extender sus horas de trabajo en jornadas que sobrepasaban días. En consecuencia, Karima se pasaba mucho tiempo sola encerrada en el piso, conformándose con la compañía de los vecinos. Pese a su juventud, poseía un alto sentido de la responsabilidad, acostumbrada a cuidar a los chiquillos del edificio, así que dedujo que su permanencia en el hogar se debía al inestable estado de Edén. Casi le hizo gracia; una adolescente cuidando de él. Deseó cambiar las tornas, devolverlas a la normalidad. Su posición como miembro más longevo del núcleo familiar debía convertirlo en el responsable de velar por su hogar y levantar la economía. No en el deshecho humano que realmente era.
La miró con ternura y notó las arrugas en el entrecejo de Karima. Advirtió esa expresión perpetua que denotaba culpa. Ya lo habían dialogado en familia. Habían tomado las medidas esenciales y éstas habían fracasado. En ocasiones ocurría.
Tras realizarse una vasectomía, paso obligatorio para quien ejerciera la prostitución, estuvo recolectando y entregando los profilácticos que encontraba en su trabajo a su hermano. Como el uso de éstos dependía del tipo de cliente, y pese a no estar exentos los Celestiales de las enfermedades de transmisión sexual, se encontraba con muchos que se negaban a utilizarlos y aunque los trabajadores no decidían sobre su propio cuerpo, ninguna norma prohibía quedarse con los preservativos. Con una esperanza de vida tan efímera Edén no se preocupaba de su salud personal, así que decidió darles un uso y asegurar el bienestar de los suyos.
No obstante, la fiabilidad de los preservativos no era total, aunque insignificante, existía un porcentaje de error. De hecho, Karima estaba encinta porque se les rompió. Debido a su naturaleza infértil los Celestiales prohibían el aborto, aunque se practicaba en la clandestinidad. Si Agni y Karima no hubieran demorado su confesión, Dadá habría encontrado algún contacto. Pero su silencio prolongado había provocado el avance de la gestación, siendo peligrosa cualquier intervención.
No quería ni imaginar cómo hubiera tomado su hermano la pérdida de Karima, del mismo modo que no comprendía un mundo sin ambos.
—Volverá... —corroboró con dificultad. El agua entrando en su organismo lo beneficiaba, pero la ansiedad lo consumía como la droga que anhelaba catar. Dirigió su visión hacia la muchacha, aún en la oscuridad adivinaba su expresión taciturna— ¿Quieres hacerme compañía?
Karima asintió enérgica. En realidad, Edén no deseaba la presencia de nadie en su estado actual, pero tras apreciar la soledad hundiendo los hombros de la muchacha se decantó por combatirla. Con el embarazo, los altibajos de la joven se acercaban a la depresión. Edén levantó la sábana como pudo, invitándola a tumbarse a su lado.
—Es un flan —comentó en alusión a los temblores. Ella musitó un sonidito incierto—. ¿No sabes qué son? —era lógico, a algunos clientes les divertía compartir manjares exóticos— Es una especie de postre que se mueve ante el movimiento. Tendrías que verlos, son muy graciosos, en especial encima de... es igual.
Karima dejó el peso de su mano sobre la suya, paralizando el seísmo de su tacto. A pesar de su juventud, percibió los callos en la palma y las puntas de los dedos. Sólo tenía diecisiete, un año menos que Agni. Para un excremento maldito, cuya vida se consumía deprisa, se hallaban en el ecuador de sus vivencias. Pero, ambos eran humanos comunes. Si todo transcurría debidamente, les esperaba una longeva existencia.
La conocía desde hacía siete años, cuando se trasladaron junto a tío Josh a la insulae. Karima era una de las huérfanas del edificio criada por las ancianas de la planta baja. Edén había presenciado la evolución de la relación entre Agni y ella, desde su amistad infantil hasta su romance adolescente. Dudaba que ninguno de los dos hubiese estado con otra persona. Por el contrario, Edén había perdido la cuenta de los individuos con los que se había acostado.
Sangre. Sudor. Lágrimas. No distaba tanto de superar el mono.
—Es extraño —confesó Karima—; cuando era más joven fantaseaba con este momento. Es tan distinto de lo que imaginaba por aquel entonces...
—¿Soñabas que te metías en un colchón mugriento y te cubrías con una sábana empapada en sudor mientras le hacías compañía a un drogadicto? ¡Joder, Karima! He infravalorado la extravagancia de mis clientes.
—No, tonto —suspiró—. Eras el guaperas del edificio, Edén. El típico rebelde por el que todas suspirábamos. Solía pensar que Agni intentaba parecerse a ti; que te imitaba. Cualquier chiquillo lo hacía, en realidad.
Edén rio, quizá, con mayor amargura de la deseada. El recuerdo le sabía agridulce. Su hermano tratando de copiar sus gestos y expresiones, tío Josh enfurruñado... le resultaba tan lejano...
—No éramos conscientes de nuestra fortuna —continuó la joven—. De ser...
—Normales —finalizó Edén.
—No quería...
—Mira —Edén entrelazaba los dedos con su cuñada—: he dejado de temblar.
Karima asintió despacio. La presencia de la joven provocaba una sensación similar a la inyección de un calmante. Su personalidad sosegada le recordaba a la brisa de las noches primaverales. Edén apoyó su pulgar sobre la muñeca de Karima, advirtiendo las pausadas pulsaciones, opuestas a los latidos embravecidos que golpeaban su estructura torácica. Aunque sus temblores menguasen, su corazón continuaba decidido a salírsele por la boca.
—Os quiero mucho, Edén. A los dos —guio la mano del susodicho hasta su abultado vientre. El varón se sobrecogió, percibiendo la vida bajo la muralla de piel—; a los tres. Créeme cuando te digo que nos gustaría quedárnoslo, pero sabemos que es la mejor decisión. Incluso si no la compartes. Puede crecer en mejores condiciones.
—O no —insistió—. ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo aseguras que su vida es mejor que la nuestra?
—Basta con mirar a nuestro alrededor —se apoyó contra su pecho de la misma manera que Agni hacía de niño—. Mírate, morirás antes de tiempo si sigues explotándote para salvar una causa perdida.
—La vida de los Celestiales no es perfecta, Karima —habló con seguridad, recordando cuantas veces había seducido a la oligarquía en su trabajo—. Carecen de afecto, no entienden las relaciones humanas. Por eso las compran.
En cuanto lo dijo se arrepintió. Para empezar, no era el indicado para sermonear. Su propio cuerpo se encontraba en el mercado. Además, tampoco comprendía los entresijos del amor más allá de la familia. Asimismo, sólo la desesperación llevaba a las personas a vender su descendencia. Y se hallaban en un mundo liderado por la depredación más absoluta. Por mucho que se ofuscara, ningún recién nacido tenía futuro como excremento.
Observó a su cuñada en la penumbra. Su mutismo delataba disconformidad, con una pequeña dosis de malestar. Edén buscó destensar la cuerda de la discordia.
—Si hubiera una manera de invertir los roles... ¿lucharías por quedártelo?
—¿Otra vez con lenguaje de tu trabajo? —le cuestionó desorientada.
—No, no —se mordió el labio, pensativo—. Me refiero a un supuesto donde los Celestiales caen y obtenemos una sociedad más equitativa y justa.
—Pero Edén —Karima rompió en una imprevista carcajada—, ¿qué tonterías estás diciendo? ¿Cómo iba a darse el caso? El mundo es como es. No existe manera alguna de alterar su orden.
—¿Y si la hubiese?
Ella le contempló con sus ojillos almendrados que de noche parecían opacos. Su cuerpo relajado reposaba a su lado. Sonreía, parecía incluso divertida. Le besó en la mejilla.
—Entonces lucharía. Y lo llamaría Edén, en honor a su chalado y extravagante tío.
Edén dibujó una sonrisa divisando las grietas del techo. Las palabras de Karima fueron el gesto necesario para apaciguar su tormento. Abandonó su cuerpo al reposo, al tiempo que charlaban de trivialidades hasta quedarse dormidos.
La fragancia a jazmín impactó de bruces. Su particular aroma le abrió los ojos, topándose con un primer plano de la adolescente que dormitaba a su lado. Con las palmas de las manos todavía sudorosas, impulsó su tórax hacia arriba. La tela haraposa de la sábana se aferró a su pecho desnudo, ése que palpitaba agitado ante el inesperado reencuentro.
Ada le observaba desde unos ojos tan oscuros como el infinito. Plantada con sus pies descalzos, la bata andrajosa de color hueso dominaba la opacidad del habitáculo. La penumbra formaba una barrera entre ambos, aun así, advirtió sus facciones eternas. Su presencia le inquietaba, tanto como todas esas niñas con mirada de mujer que compartían oficio con él.
Su propio silencio le sorprendió. Abrió los labios decidido y ambos se pronunciaron a la vez.
—Tengo que pedirte un favor.
La misma oración con idéntica entonación. Una partitura canturreada por semejantes. Por algún motivo desconocido no le sorprendió. Muy al contrario, la invitó a exponerse en primer lugar. Ada asintió; la oyó tragar saliva. La notó caer por su garganta como si fuera suya.
—He reflexionado mucho durante los últimos... días —sonó dubitativa, como si no calibrase bien el tiempo—. Mis amigos... es probable que nunca entren en Samhain. Para escapar de mi cautiverio requiero la colaboración de otras personas. Por muy arriesgado que sea; no me queda alternativa.
Edén se levantó de la cama y se aproximó hasta ella. Pese a no ser un hombre de gran altura, le sacaba una cabeza. A diferencia de los espíritus que le visitaban cuando su maldición lo controlaba, Ada no podía tocarle. Maldijo para sus adentros no ser capaz de ofrecerle un consuelo. Parecía quebrada. Ella, quien poseía una mirada de hierro.
—Claro, cuenta conmigo —le confirmó Edén.
—Bien, porque te necesitaré como emisario —las cejas del joven dibujaron sorpresa, pero Ada continuó—. Sólo alguien con acceso a la base de datos de mis clientes puede conseguir pistas sobre mi paradero. Cuando entré en la ciudad me infiltraron dentro del Palacio de las Nínfulas, ¿lo conoces?
—¿Cómo no hacerlo? —cuestionó estupefacto— Es la creme de la creme. Cuando vendes tu cuerpo aspiras a la cima. O al menos, deseas alcanzarla por la protección, el salario, las condiciones... Si no fuera porque formar parte es complicado cuando eres hombre, ofrecería mis servicios.
—Vale —le frenó la joven con un ademán de mano—. Soy consciente de que parece un caramelito comparándolo con la miseria —Edén agachó la cabeza, avergonzado. No es que valorase la fama del Palacio, sino que se encontraba en una situación de grave precariedad. Ada, quien parecía empatizar con él, suavizó su tono—. No voy a juzgar tus deseos, pero deberías aspirar a más.
—Es más sencillo decirlo que hacerlo —comentó Edén con una sonrisa amarga. Ada suspiró.
—Mira, dejemos ese debate para otro momento. Mi tiempo es limitado. Sé que allí hay alguien conectado con nuestra asociación, aunque nunca me han facilitado la información de su identidad.
—Espera, ¿alguien en Samhain sabe que en Lupercalia una organización secreta lucha para destruir el sistema? Joder, otro detallito que apuntarme para cuando localice a Dadá.
—Edén, céntrate —insistió—. Sé que es mucha información interesante, pero necesito que me ayudes a localizar a la persona que me infiltró. He de trasmitirle todo cuanto sé, por lo que has de ser mi mensajero.
—Me encantaría, Ada. Pero te recuerdo que soy un excremento maldito. Aunque fingiese ser un cliente tengo el acceso restringido.
—El otro día estabas con una Divi... Celestial —se corrigió, pues en cada ciudad la élite conservaba un nombre distinto—. Seguro que no es la única. Parecía adorarte, quizá puedas convencerla de que te invite.
—Aunque fuera el caso, una vez dentro, ¿qué hago? ¿Me paseo por las habitaciones preguntando quién es la espía revolucionaria? ¿Te imaginas? Podría colocarme un cartelito: «intercambio azotes por interrogatorio».
—Como cómico te morirías de hambre —espetó con una sonrisa burlona—. Has demostrado ser inteligente. Vi cómo fingías una conversación con una Celestial mientras dialogábamos. Además —añadió—, puedes comenzar preguntándole a la única persona digna de mi confianza en el Palacio.
—¿Una amiga?
—No exactamente. Alguien como nosotros. Se hace llamar Ajedrea y merodea con frecuencia el salón de té. Fue la única con la que confraternicé, por lo que si alguien ha captado mi ausencia es ella. Puedes comenzar por ahí. Quizá sospeche de algún cliente en concreto.
Edén la escrutó con atención. Bajo la capa de oscuridad no fue capaz de percibirlo, pero le dio la sensación que sobre las pecosas mejillas se delineaba una gruesa línea ojerosa. La encontraba mucho más adusta que en sus anteriores visitas y le entraron ganas de preguntarle sobre su estado de ánimo. No obstante, la manera tajante de expresarse denotaba urgencia, por lo que respetó su silencio. Se había prometido a sí mismo auxiliarla, aunque significase adentrarse en uno de los lugares más cotizados de la ciudad.
Corroboró su participación en la misión con un ademán de cabeza.
—¿Qué favor querías pedirme tú a mí? —indagó la joven. Edén casi lo había olvidado.
—Me gustaría que conocieras a Dadá. ¿Podrías presentarte cuando la localice?
—Te dije que no controlo mis poderes. Es decir, lo hacía antes de caer en manos de mis captores. Pero, han estado suministrándome algo. En estos momentos... sólo puedo proyectarme como cuando era pequeña, cuando necesito... escapar de la realidad. ¿Y quién es Dadá? —se apresuró a añadir.
Edén titubeó. Las declaraciones de Ada se volvían cada vez más sombrías. La determinación con la que empleaba las palabras se diluía en una insondable desolación, que incrementaba conforme ahondaba más en su interior. Cuando la miraba no podía evitar pensar en un cristal: hecho pedazos era frágil, pero podía matar. Algo en ella era ambivalente, como arrollador y vulnerable al mismo tiempo.
Como él.
Tal vez esa similitud que hallaba en ella era lo que le arrastraba hacia su corriente.
—Dadá es mi mejor amiga y necesita tanto como nosotros que este sistema cambie —utilizó el «nosotros» a propósito, porque ya se sentía parte de la causa y corroborarlo con sus propias palabras lo hacía real—. Ella ha estado investigando por su cuenta. Aunque sobre hechos distintos, quizá te es útil.
Ella lo observó abstraída, compartiendo un recuerdo privado con él.
—Cuando era pequeña, mi tío o la persona que fingía serlo abusaba de mí —el vello de Edén se erizó, más al percibir el tono anodino de su melódica voz—. Podría decirse que desarrollé un don, que mis habilidades nacieron gracias a un crimen atroz. Pero me niego a otorgarle una connotación positiva a lo que sucedió. Mi poder vivía dentro de mí, tarde o temprano despertaría. Que se manifestase antes no fue una bendición.
»Su funcionalidad era inestable. Tan pronto me enviaba a un paraje inhóspito como a un escenario más propio de otra dimensión. El único punto en común de los escenarios era la soledad. Nadie me acompañaba en mis viajes. Con el tiempo, aprendí a domarlo. Escogía el paisaje que más se adecuaba a mi estado de ánimo.
»Hasta que conocí a una igual, Simone. En cuanto supe lo que era, entablamos un vínculo —Ada sonrió como nunca lo había hecho ante Edén—. Le enseñé a controlarlo y aunque le cueste admitirlo, ha mejorado mucho con los años. A partir de entonces, cada vez que me evadía la buscaba a ella. Al principio no era muy habladora, pero me conformaba con su mera presencia. Nunca volvería a estar sola.
»Una vez, dejé la mente en blanco. Me apetecía hallar un espacio nuevo que explorar. Más que un escenario, me arrastró hasta un nuevo actor: Set. Un completo desconocido. Justo cuando creía que comprendía mi habilidad, que ésta sólo se manifestaba ante personas importantes para mí. En ese momento no lo entendí, pero mi don me indicaba el camino con sabiduría. Antes incluso de conocernos, ya estábamos vinculados. Y no se equivocó, de la misma manera que pienso que tú, pequeña interferencia, has llegado a mi vida por alguna razón.
La revelación le sobrecogió. No sólo por el hecho de exponer su sufrimiento de una forma tan natural. ¿Él también sonaba así cuando conversaba sobre atrocidades que tenía interiorizadas? Se le heló la sangre de pensarlo. Ambos compartían el pasado con un familiar, pero en la historia de Edén el suyo era amable y compasivo, mientras que el de Ada ocultaba a un monstruo. Por otro lado, escuchar de los labios de la joven la relación entre ambos le resultaba tan aterrador como alentador. De modo que no estaba enloqueciendo, ella también percibía un vínculo.
—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó, desorientado.
—Porqué lo necesitabas. Me miras con preocupación, como si fuera una mezcla entre fascinación y bicho raro. Y creo en mí misma, y en consecuencia, también en ti. Los que compartimos una misma naturaleza hemos de mantenernos unidos —lo observó pensativa—. Dime cuándo y yo intentaré presentarme ante ti.
No hicieron falta mayores palabras, pues Edén imaginó que se refería al encuentro con Dadá.
—Dame un par de días. Reúnete conmigo para entonces. Mientras, intentaré convencer a mi cliente de acudir al Palacio.
—De acuerdo, me las ingeniaré para volver. Ahora he de marcharme, Edén.
Él aceptó su despedida, no sin antes ejecutar una última pregunta que le rondaba sin descanso.
—Ada... ¿estás bien?
Sabía que su planteamiento era absurdo, que nadie en su situación gozaría de plenitud. Sin embargo, no podía evitar interesarse por su estado mental. Ella le sonrió sin mediar palabra alguna. Una sonrisa que se evaporó al mismo tiempo que su figura.
Tras de sí, su cuñada murmuraba en sueños ajena a lo acontecido, como si nunca hubiera sucedido. Quizá estuviera en lo cierto. Otro efecto de su maldición.
Y al pensar en su pesadilla, despertó, como si sus terrores la aclamasen a gritos. Demasiadas horas sin consumir pasaban factura. Se giró acongojado y miles de ojos como canicas se chocaron contra él. Las víctimas de la riada parecían encolerizadas. Apuntaron con sus dedos hinchados, abultados y azulados hacía Edén.
Perdió la fortaleza de segundos anteriores. Ahogó un grito; se hizo una bola sobre el gélido suelo. Olvidando la visita de Ada, la charla con Karima e, incluso, la razón de su existencia. Iban a por él. Sólo había cabida para el miedo.
«Una dosis —suplicó—. Una dosis o morir.»
El siguiente capítulo es desde la perspectiva de Simone y lo publicaré a lo largo del mes, pues también forma parte del regalo para Arantza <3
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