Edén (II)



Los ojos se le abrieron tanto al reaccionar a las oculae que las luces de neón del techo se convirtieron en una tortura para sus retinas. Notaba el cabello azabache pegado a su frente húmeda, más empapada de sudor que de lluvia. En cuanto las lentillas penetraron en su interior, su pecho desnudo y mojado se calmó; las voces se silenciaron conforme la dosis irrumpía en su cerebro. Medio atolondrado, percibió la presencia de Dadá.

Se encontraba en su «sala de meditación», lugar que empleaba para evadirse cuando estaba realmente estresada. En realidad, no era más que un cuartucho situado en la zona infantil de un viejo cine restaurado, un espacio bastante reducido que, posiblemente, en el pasado fue un almacén donde depositar las pertenencias antes de acceder a la zona de juegos, la cual todavía conservaba parte de su menudo y divertido inmobiliario, así como restos de simpáticos animalitos dibujados. Fuera de la sala, ocupaban el espacio tiendas de campaña y colchonetas, pues el edificio acogía a un vistoso número de familias en el interior de Cinesucre. Teniendo en cuenta el adelanto de la Gran Riada, seguramente los grupos estaban organizándose con tal de pasar a buen recaudo las próximas semanas. Edén no lo oiría hasta pasados ciertos efectos secundarios de la droga, pero estaba convencido de que afuera las familias no dejaban de movilizarse e impartir órdenes.

Cada año se les hacía más complicado negarse a nuevas suscripciones: familias desamparadas que buscaban un techo donde protegerse de las adversidades climáticas. Cinesucre era de los pocos edificios conservados del siglo pasado, cuya falta de interés de las autoridades lo había transformado en un centro de salvaguarda para muchas personas. Se desconocía el motivo por el cual una construcción tan longeva había sobrevivido a siglos de decadencia, al igual que ignoraban por qué el Estado no se lo apropiaba. Un sinfín de leyendas urbanas rondaban por las calles sobre el origen del edificio, aunque este hecho no impedía su ocupación. En una sociedad donde ningún excremento tenía acceso a la propiedad y se conformaban con mediocres espacios en pisos compartidos por centenares de individuos, pocos se paraban a cuestionarse por qué un edificio del pasado no había sido demolido, ni despertaba el interés de los Celestiales. Simplemente, lo ocupaban y mantenían a flote conforme les era posible. Los antepasados de Dadá habían sido los primeros en gestionarlo, otorgándoles a muchísimas familias un espacio un poco más digno donde poder vivir. Al tratarse de un antiguo cine contaba con amplias salas que remodelar para amoldarlas a las necesidades primarias, así como agua corriente y luz, al menos, en la gran mayoría de ocasiones. Tras años de colaboración, se había creado una comunidad solidaria donde cada individuo intentaba aportar de manera colectiva para favorecer al grupo. El problema desde hacía años residía en esa desigualdad entre aumento de población y carencia de recursos.

Una Gran Riada llegada antes de tiempo era, cuanto menos, retorcida a los ojos de los hombres. Los ancestros del pasado no velaban por los hijos del futuro.

Estaban realmente jodidos.

Mientras meditaba, su amiga le miraba con el ceño fruncido a través de unos ojos turquesa, con una expresión que podía encontrarse entre el desasosiego y la curiosidad. Posaba sobre su frente unas gafas de aviador que siempre utilizaba cuando fabricaba las oculae, a veces, para proteger su visión, y otras, para despejar del rostro sus largas rastas castañas. Otra pista que indicaba la labor de Dadá antes de la llegada de Edén era la bata desaliñada de color grisáceo que en algún momento pasado había sido blanca, tanto como su cara debía serlo en lugar de presentarse recubierta de manchas cobrizas sobre sus pómulos y mentón, así como una lluvia de pecas verdosas siguiendo la curvatura de su prominente nariz.

Dadá, que según ella había acogido su nombre de una corriente artística del pasado, la perfecta precursora de la antítesis de la moda de Samhain. Edén rio, todavía tumbado boca arriba sobre una mesa de decoración infantil. Dadá comprendió que se encontraba en condiciones para dialogar.

—¿Mejor? —Edén asintió ligeramente, postrado sobre la mesa— ¡Eso es genial! — alzó los brazos mostrando entusiasmo. Acto seguido le lanzó una toalla— Límpiate el sudor e incorpórate. Tenemos que hablar.

Le obedeció y se sentó con cuidado, mientras pasaba el paño sobre su cuerpo húmedo. Al estar sobre una mesa de tamaño infantil, prefirió ponerse de pie. La desnudez de Edén estaba totalmente normalizada para cualquiera que tuviera un trato íntimo con él, aun así, Dadá le ofreció la ropa de reserva que siempre guardaba para incidentes similares. No es que fuera de su estilo y le venía un tanto holgada, pero Edén optó por callarse. Su amiga rara vez hablaba con seriedad, ni mucho menos pronunciaba la tan temida frase de «tenemos que hablar», la charla no pintaba bien. Una vez vestido, le preguntó:

—Dime, ¿de qué se trata?

—El diluvio se ha adelantado.

—¿No me digas? ¿En serio? —reprochó socarrón.

—Cerrarán las fronteras, nos quedaremos sin suministros —parloteó atropelladamente caminando de un lado a otro, como tantas veces había observado en alimañas encerradas en jaulas. Dadá siempre hablaba con el nervio moviéndole la lengua, pero ese día parecía más ansiosa de lo habitual—. Si llega el momento de carestía, dejaremos de vender y administraremos las dosis entre los nuestros, pero aun así... sin mercado exterior, sin el producto adecuado... no habrá más. Para nadie. Lo siento, pero debes reducir el consumo.

—Dadá, te juro que lo he pensado y me gustaría, pero... la sobriedad no es una elección. Y ahora lo requiero más que nunca. Necesito trabajar más horas, no puedo permitirme descansar. El futuro de mi familia depende de mí y no puedo hacerlo sin ellas, sin las oculae mi maldición... No insistiré en incrementar la dosis, me conformaré con lo que me des, pero por favor, no me pidas...

Una vez, cuando era muy pequeño, había olido una fragancia similar en una flor blanquecina que colgaba de la ventana de una casa. Una anciana ciega lo había llamado «jazmín». Un vago recuerdo olvidado, rescatado gracias a una sombra que creyó divisar por el rabillo del ojo. Una figura femenina, una niña con sinuosas formas de mujer. Ojos rasgados y negros, tez cristalina y lacia cabellera oscura. Le resultaba misteriosa y... ¿familiar? Se quedó mirándole, congelada en el tiempo. Abrió la boca; estaba desesperada por soltar palabra.

Dadá cogió del mentón a Edén antes de que pudiera leer nada de los labios de la desconocida. La castaña le observaba aprensiva. Susurró con insólita lentitud:

—¿Edén, estás bien? —asintió con la cabeza, aturdido. Dadá buscó alrededor justo donde se clavaban los ojos del joven— ¿Hay alguien contigo? —el joven negó y frotó su sien.

—Ha debido ser un efecto retardado. ¿Ves? No puedo dejarlo —la mirada cansada de Dadá denotaba tristeza.

—Está bien, pero te suplico que no la aumentes.

Dadá se arrodilló ante él y le cogió de las manos, como si aquello fuera un acto de presentación en sociedad de un nuevo Celestial. Edén nunca había acudido a una de esas festividades, aunque conocía a excrementos que sí, pues se elegía a un par al azar para prestarle lealtad a ese nuevo miembro. No era más que un proceso simbólico que representaba que los excrementos estaban por debajo de los Celestiales y debían jurarles lealtad y sumisión. Ahora que tenía a Dadá postrada, observándole con ojos suplicantes, podía llegar a entender el poder que despertaba en los Celestiales el acto de tener a alguien dispuesto a todo por complacer.

Aunque le resultó repulsivo.

—Levántate Dadá, estás ridícula —añadió divertido—. No te pega nada ese rol de sumisa.

Aun arrodillada le dio un toque con la palma de la mano en la pierna, como indicándole que no se burlara. Bastante ofensivo era postrarse así ante un joven diez años menor, como para que encima se pavoneara. A Edén le divertía su volatilidad: de devota suplicante a leona enfurecida. Le hubiera gustado chincharla más, disfrutar de esos pequeños momentos de amistad mientras pudiesen, sin pensar en el amargo futuro que le esperaba. Si la lluvia impedía la fabricación de las oculae su vida podría durar apenas unas semanas. Edén aún era afortunado, se esfumaría mientras sus seres queridos tendrían que mediar con su pérdida. Se imaginaba a la Dadá del futuro como aquella anciana que le hablaba de flores, muy cercana a la centena. Sola, sin su compañera a su lado.

—Te he visto en uno de mis sueños.

La llegada de Braille los enmudeció. Edén había sido tan sumamente egoísta de no pensar en ella. Como él, y otros muchos excrementos malditos, también necesitaban las oculae para subsistir. Hacía semanas que no la veía, tiempo suficiente como para deteriorarse. Llevaba un camisón largo que se le caía de uno de los hombros, evidenciando la pérdida de peso a la que se había visto sometida. El cabello desgreñado le caía en hondas negras sobre su tostada piel, caminaba a la deriva, dirigida por una mirada perdida del color del hierro fundido. Se plantó ante Edén como una de las múltiples manifestaciones que visitaban al joven. Braille no era más que un recuerdo fantasmal de su pasado, tan cerca como estaba de la treintena y en plena crisis del diluvio anual. Dadá se colocó sus gafas de aviadora, gesto que realizaba cuando pretendía ocultar el brillo lagrimoso en sus aturquesados ojos. Su pareja sentimental se estaba marchitando, aquella con quien había compartido más de una década. Cogió la mano de Braille y ésta sonrió. Un minucioso detalle que la tranquilizó. Edén intentó quebrar esa sensación angustiosa que rodeaba al trío.

—¿De qué trataba, Brai? —añadió con su macabro humor y una sonrisa mordaz— ¿Moría?

Tomó la autonomía de su prófuga mirada y la hizo suya. Durante un instante, Braille le miraba de verdad; nada de versiones disfuncionales que evocaban con dolor un pasado añejo. Sus manos, experimentadas buscadoras de tesoros, se posaban sobre los hombros de Edén. Estaban envejeciendo, pero mantenían su fuerza original.

—Los inmortales no pueden morir, Edén.

Braille llamaba así a los excrementos malditos. Nadie más lo hacía. Dadá había tragado saliva y contenía las palabras con agonía. Podía leer en su rostro agotado, por mucho que quisiera ocultarlo tras unas gafas de aviadora. Se encontraba abatida. «Por supuesto que no exigiré más dosis de oculae», pensó Edén. Es cierto que las necesitaba, su situación familiar se lo exigía. Pero no compartía con nadie una amistad tan íntima como con ellas y el deterioro de Braille aumentaba a un ritmo acelerado.

Rara vez un excremento maldito alcanzaba los treinta.

Desconocía —y le importaba una soberana mierda— la esperanza de vida de los Celestiales, pero en cuanto a excrementos existía una clara dualidad. Si no aparecían causas ajenas como asesinatos, enfermedades o perecían por las nefastas condiciones de subsistencia, la vida de un excremento podía alcanzar las tres cifras. En contraposición, los excrementos malditos se llamaban así por poseer una maldición, cuyo consumo de oculae se empleaba para paliar sus efectos. También, por su corta esperanza de vida. De cualquier modo, estaban condenados. Las oculae bloqueaban los efectos de su maldición al mismo tiempo que mermaba su sistema inmunológico y fomentaban el envejecimiento óseo, pero, de no bloquearse, cada vez que empleasen sus poderes perderían una parte de sí mismos. La solución parecía simple: la clave estaba en aprender a controlar su maldición. El problema era que al tratarse de un tema tabú nadie parecía interesarse en estudiarlas, por lo tanto, la única solución viable era la difusión de oculae para bloquearlas. Por esa razón, Dadá llevaba años investigándolas, variando sus componentes para hallar una alternativa menos agresiva. Le hubiera gustado contar con los medios para luchar directamente con las maldiciones, conocer sus orígenes más allá de las creencias populares para hallar una cura que las combatiese. Lamentablemente, debido a la falta de medios tan sólo se había hecho con cierto control de la creación de oculae en el mercado. Y de igual modo, su pareja no viviría suficiente como para salvarse.

Edén sabía muy bien qué significaba perder el control de sí mismo. Braille le despertaba compasión, pero el peor trago lo engulliría Dadá. No quería ni imaginar el sufrimiento de su propia familia cuando alcanzara su mayor deterioro.

Para entonces, prefería estar muerto.

Dadá se recolocó bien las gafas y besó la frente de Braille con una ternura sobrecogedora.

—Cielo, ves a comprobar cómo llevan la defensa contra el agua. Tengo que hablar con Edén antes de despacharlo.

Una vez Braille cerró la puerta Dadá lanzó un suspiro ahogado y se sentó en el suelo. No era una mujer menuda, fácilmente sobrepasaba el metro setenta, sin embargo, su presencia parecía insignificante. Edén cogió aire y se armó de valor para reanudar la conversación.

—¿Cuánto?

Una pregunta simple, que captó sin necesidad de explicaciones.

—Temo que no supere los tres meses, con suerte nos acompañará medio año más.

—Guarda mis dosis para ella —Dadá negó rotundamente. Ahora era Edén quién se arrodillaba, sentándose a la altura de ella—. Pues le robaré a algún cliente, algunos son adictos sin siquiera necesitarla.

—No —reiteró—. No te la juegues con tu único sustento económico. Y no insistas, tu familia te necesita.

—¡Vosotras también sois mi familia!

Dadá posó su mano sobre la mejilla de su amigo con una ternura casi maternal.

—Lo sé, por eso tenemos que protegerte.

—¡No soy un puto crío! ¡Joder, Dadá, déjame ayudaros!

—Lo sé, lo sé. Pero eres más joven, Edén. Ya sabes cómo funciona: ellos arriba; nosotros abajo. Un mundo podrido donde tan sólo subsistimos. Braille no es la primera a la que veré marchar, ni será la última. No existe alternativa. No la hay.

La entereza de Dadá le sobrecogía. Entrelazó sus manos con las de Edén y le miró con ojos serenos a través de los cristales. Sin permitirse ni una sola lágrima. Estaba destrozada, lo sabía. Pero se empeñaba en manifestar lo contrario. En secreto, alguna vez se había cuestionado si su propia madre poseería la determinación de su amiga. A veces, sólo con un cuarto le hubiera bastado para sentirse orgulloso.

—Cambiemos de tema —sacó de sus bolsillos una caja que contenía varias cápsulas redondeadas—; aquí tienes una dosis diaria para todo el mes. Una al día, no más. Es lo máximo que he podido recolectar. El diluvio comenzó apenas unas horas, si todo va bien no se alargará más de dos meses. He dado órdenes muy claras al equipo para intentar fabricar el máximo posible y muchos voluntarios se han ofrecido para vigilar los pasadizos subterráneos. Con suerte mantendremos intactas las vías y podrás acceder.

—Gracias Dadá, esta noche en el trabajo lo comunicaré.

—Gente de confianza —añadió, señalándole con el dedo—, no lo olvides. Por cierto —su voz se suavizó—, Karima...

Edén se percató de que no sabía cómo plantear esa pregunta. Ella misma se había visto en la situación de su cuñada cuando sólo tenía trece años. No era un tema que soliese tratar, aunque era obvio que sentía mucha empatía hacia la situación.

—Todavía quedan cuatro meses y dan de plazo hasta los dos últimos para presentar instancia a la subasta anual. Para entonces habré reunido el dinero suficiente como para que ni se lo plantee.

—¿Incluso con la Gran Riada?

Las duras condiciones climáticas provocaban la caída en picado del trabajo. En teoría, los Celestiales accedían sin dificultad hasta cuando diluviaba con más fuerza, pero incluso los excrementos con mayores ingresos se lo pensaban dos veces antes de salir de sus habitáculos pese a tener acceso completo a los «corredores», ya que no siempre eran tan seguros como pretendían publicitar y en alguna ocasión se habían visto desbordados por la lluvia. A Edén los riesgos no le importunaban, necesitaba trabajar.

Se levantó, sonrió con picardía a Dadá, pues no le agradaba verla taciturna. Realizó un movimiento sensual de cadera, al tiempo que dibujaba con su mano derecha unas curvas simuladas en su recta anatomía masculina.

—¡Vamos Dadá! Nadie folla como yo en las calles púrpuras. ¡Pues claro que tendré clientela!

«Bingo». Su amiga rio, más por las estupideces de Edén que porqué realmente le hiciera gracia. Le salía un hoyito sólo en el lado derecho de la mejilla cuando lo hacía, rasgo que le otorgaba cierto aire adorable.

Dadá tenía razón. El mundo estaba podrido. Una premisa que siempre había aceptado. Cuando merodeaba por las calles siendo un niño en busca de reliquias que vender por cuatro monedas y pan duro; cuando trapicheaba con oculae a personas dependientes cuya vida era efímera; cuando vendía su cuerpo al mejor postor...

Engullía cada fragmento de su historia como si fuera el aire que le daba la vida. Sin rechistar. Sin cuestionarse que nada podía cambiar. Su presencia en el mundo pasaría sin más, esfumándose en menos de diez años. Un paño de lágrimas, una pira funeraria formada por un cúmulo de cadáveres y el olvido.

Nunca le había importado. Las cosas eran así.

Pero, ahora que su vida no era lo que estaba en juego, que experimentaría esa pérdida con Braille, que su hermano y cuñada tendrían que vender lo más valioso que poseían...

Ahora, el status quo ya no le parecía tan aceptable.

Antes de marcharse, quería planteárselo a su mayor confidente, pero, las palabras se le atoraban en la garganta. Se sentía estúpido por tales pensamientos, ¿quién era él si quiera para plantearse una alternación del orden?

—Dadá... —titubeó. Ya se encontraba plantado ante la puerta a punto de irse, mientras ella le miraba sentada con las rodillas flexionadas— ¿Alguna vez... —meditó bien las palabras— ¿Alguna vez has pensado en cambiarlo todo?

Ella le miró en silencio durante un breve período, expectante. Se levantó las gafas, mostrando sus aturquesados ojos por primera vez desde la llegada de Braille.

—Explícate.

Edén miraba hacia el suelo, poco convencido de lo que deseaba decir. Los cuadrados de cerámica estaban desgastados y recubiertos de manchas difíciles de erradicar.

—Viven en las alturas, consumen lo que nosotros fabricamos dejándonos apenas migajas. Nos compran, nos exponen, nos explotan. Pero, los excrementos somos nosotros. Quienes vivimos abajo, sometidos a sus directrices, enjaulados, aglutinados en espacios inhumanos. Pese a ser quienes generamos el comercio rara vez poseemos bienes. Si los obtuviéramos... —Edén llevaba rato apretando los puños sin ser consciente— podríamos investigar cómo frenar nuestras maldiciones. Hallar una cura. No... ¡¿no te hierve la puta sangre al pensar que podrían ayudarnos?!

El joven respiró con dificultad después de soltar la verborrea. Acumulaba frustración de los últimos meses, después de la muerte de su tío y el embarazo de su cuñada. Finalmente, se dignó a observar a Dadá. Le incomodaba verla tan callada, ella que siempre parloteaba con entusiasmo. Sin duda había soltado la mayor gilipollez existente. Se dispuso a partir sin obtener respuesta cuando Dadá se pronunció.

—En los años en los que he podido estudiar el pasado he llegado a una conclusión —hizo una sutil pausa—. Creo firmemente que la razón por la cual han intentado silenciar nuestra historia es para evitar repetirla. Por eso recuperarla es tan cara, porqué el objetivo es ocultarla a toda costa.

—¿Qué temen que repitamos?

—La lucha, Edén. La lucha de un pueblo oprimido contra quien ostenta de manera injusta el poder.

—Ja —rio sarcástico—. ¿Y cómo se supone que íbamos a combatir? Ellos tienen el ejército.

—Y nosotros un arma mucho mayor —alzó el mentón, como sólo hacía cuando estaba totalmente segura de algo—: la unión.

Nunca había compartido esas reflexiones con nadie. Mejor aún, nunca había pensado de esa manera. Nunca. Jamás. ¿Plantearse que las cosas podían cambiar? Menudo sueño más memo. Ni mucho menos habría imaginado que alguien podía llegar a la misma conclusión. Por su manera de expresarse, Dadá llevaba tiempo guardándose esa clase de inclinaciones. No era una ocurrencia anormal, al fin y al cabo, ella llevaba toda la vida en contacto con resquicios del pasado. Había aprendido a descifrar los símbolos, se había cultivado en las letras hasta ser capaz de leerlas. Había llegado a la conclusión de que en el pasado existían diversas lenguas, todas ellas enterradas bajo los cimientos de la ciudad. Aun así, Dadá había logrado comprender una de ellas e intuir otras. No conocía a nadie tan capacitado; nadie que pudiera desentrañar la memoria de la historia sepultada.

Y que precisamente un referente como ella compartiera ideas, les hacía reafirmarlas.

Puede que sus gilipolleces no fueran simples delirios frutos de un cabreo descomunal. Quizá ella tenía razón. «No, ¿qué tonterías te planteas, Edén? Habla la desesperación de Dadá. Es inteligente, tiene conocimientos. Pero, la que habla es la frustración de saber que Braille se muere.» Ir más allá carecía de sentido, no existía ninguna posibilidad frente a un ejército.

Continuó su marcha por uno de los «corredores» ilegales que habían excavado los grupos pertenecientes a Cinesucre, el cual le dejaba bastante cercano del bloque de la insulae donde vivía. Que él tuviera constancia había pocos «corredores» ilegales en Samhain, la gran mayoría se habían construido por orden de los Celestiales para garantizar los negocios en época diluvial. Eran pasadizos por encima del nivel de la ciudad que solamente podían acceder aquellos que estaban acreditados como trabajadores, fuera en su horario laboral o no. De esta manera, aseguraban la exclusión y marginalidad social para aquellos individuos que consideraban sobrantes en la sociedad y que no aportaban ningún beneficio económico. Asimismo, fomentaba la segregación económica dentro de los excrementos. Por supuesto, los Celestiales tenían sus propias vías de acceso, aunque Edén desconocía su ubicación. Muchos intentaban burlar el sistema con certificaciones laborales falsas, ya que sin éstas no podían conseguir ni un trago de leche de la peor calidad, puesto que sin trabajo tenían el acceso al mercado vetado. En ese caso, o morías o sobrevivías gracias a la benevolencia de otro excremento que decidiera compartir sus miserias.

Por fortuna para Edén se había ganado un nombre destacado como trabajador en las calles púrpuras y su cuerpo era reclamado casi a diario. De los miembros de su familia su cuñada era la única que no trabajaba actualmente debido a su embarazo, mientras que su hermano era uno de los mineros que trabajaban en la construcción de «corredores». No obstante, una gran masa de la población se desvivía por hallar un trabajo en un mundo donde la competencia era constante.

Por ello, Cinesucre no sólo intentaba difundir la materia prima que conseguían para cubrir las necesidades de grupos que no encontraban o no podían acceder al mundo laboral, también, de manera ilegal habían construido sus propios «corredores» que, aunque subterráneos, cumplían su función y conectaban algunas partes de la ciudad. La autogestión tenía un punto débil, ya que no poseían toda la mano de obra necesaria, no obstante, Edén reconocía que su labor era esencial para muchas de las familias. En tiempos pasados, también lo fue para la suya.

Era cierto que sus infraestructuras dejaban mucho que desear respecto a los «corredores» legales, pero teniendo en cuenta sus medios cumplían con creces. El camino que había escogido lo dejaba dentro de una insulae cercana a donde vivía, ya en su interior se trasladaría con ayuda de los vecinos hasta la suya. Eran bloques de piso de hasta diez alturas muy cercanos los unos a los otros, realizados con materiales de baja calidad, donde se amontonaban en espacios reducidos diversas familias. No siempre había vivido allí, gran parte de su infancia la recordaba en el otro extremo de la ciudad, pero desde hacía siete años se había trasladado con su hermano Agni y su tío Joshua. Un refrán popular afirmaba que «la ventaja de ser pobre es que tu vecino también lo es»; la mayoría de personas mayores de la zona repetían la oración como si se tratara de un mantra. En cierta manera no les faltaba razón, sus vecinos podían mostrarse ariscos contra quién consideraban un invasor, pero entre ellos primaba la colaboración. Ese sentimiento de unión, de familia por decirlo de algún modo, constituían la base de su hogar. Poco valoraba tanto como el vínculo que se había construido tras largas décadas de penurias. Le resultaba irónico: un hecho que los obligaba a segregarse de la élite de la ciudad se convertía en su punto fuerte. «La únión» había dicho Dadá; algo tan presente en la vida de Edén y que nunca había considerado. ¿Podía tornarse su debilidad cómo la clave de su éxito? «No —se reprendió—. Olvídalo de una vez. Es completamente inviable».

El último tramo tuvo que hacerlo gateando, puesto que para introducirse en la insulae debía pasar por los conductos de ventilación que los propios vecinos habían construido para evitar problemas de humedad. Obviamente, no era un camino que pudiera realizar todo el mundo, las personas con movilidad reducida o ancianos lo tenían completamente vetado por su mera condición. Para ello, los más jóvenes se organizaban para realizar las compras de los productos que necesitasen.

Salió por una rejilla, la cual cerró con llave, una que poseían solamente los habitantes de la zona. La entrada del edificio siempre estaba vigilada por algún habitante de éste para evitar que la clandestinidad del «corredor» saliese a la luz, no obstante, cuando llegó no había nadie. Se trataba de un espacio muy reducido, sombrío, formado por ladrillos rojizos desgastados y pintarrajeados con el tiempo. Cuando entrabas, la humedad y el aroma a cerrado te salpicaba en la cara y, aun así, Edén lo prefería a las fragancias aromáticas que proliferaban en su trabajo. Carecía de ascensor, por el contrario, poseía unas empinadas escaleras sin barandilla, sentado sobre uno de los escalones se encontró con uno de los niños del vecindario junto a su mascota. Ambos dibujaban una imagen esperpéntica a ojos de muchos humanos, puesto que el gato era deforme y al muchacho le faltaban tres dedos. Los frutos que cosechaban los «excrementos malditos», razón por la cual su madre le había prohibido rotundamente volver a dibujar nada pese a ser su mayor pasión.

—Nilo, Agente Cop —les saludó Edén al pasar. A un par de escalones de la primera planta pudo oír el alboroto en la primera de las habitaciones.

—Margaret se ha puesto de parto —le dijo el muchacho, confirmando el murmullo aglomerado.

Edén asintió, eso significaba que su hermano y cuñada se hallaban junto a la muchacha. Según la tradición, se aconsejaba a futuros padres del barrio que estuvieran presentes en el proceso en el caso de producirse un parto en el vecindario. Margaret vivía en la décima planta, pero llevaba meses en la primera con tal de ser socorrida por las ancianas experimentadas en dar vida. En las insulae existía una norma no escrita en la cual viejos y discapacitados cubrían las primeras plantas y conforme más joven y capacitado se estaba, más alto se vivía. Edén le guiñó un ojo a Nilo, un gesto que le advertía en silencio que fuera un buen chico. El muchacho cogió a su gato y bajó los escalones de dos en dos hasta perderse de la vista de Edén. Acto seguido, llamó a la puerta, pero ésta se abrió con facilidad.

En ese mismo instante, su hermano le vomitó encima. Karima estaba tras él sujetándole la cabeza, mientras ambos escapaban a trompicones de la estancia.

—Puaj, Agni, eres repulsivo.

—Se ha mareado al verlo en un primer plano —aclaró Karima mientras pasaba con preocupación una tela empapada sobre su frente.

Las habituales mejillas ruborizadas de Agni palidecieron dotando a su piel rosada de un tono más similar a la leche agria, se le fatigaron tanto los ojos que podían competir con el rojo chillón de los rizos que siempre rasuraba para evitar posibles hurtos. Respiró con dificultad, apoyando su larga y escuálida figura sobre la pared. Karima le observaba expectante desde sus almendrados ojos, preparada para pasar por su frente de nuevo la toalla empapada. En su vientre hinchado se dibujaban manchas de sangre, vestigios del esfuerzo de Margaret por dar a luz. Descendían desde sus gruesos rizos gotas de sudor que acariciaban su tostada piel, ligeramente menos bronceada tras meses encerrada en su habitáculo. Seguramente, su experiencia de ayudante de partera había sido más agónica y estresante para ella que para Agni, no obstante, su porte trasmitía la serenidad que a su hermano le faltaba. Iba a ser una buena madre, Edén estaba convencido de ello. Razón de más para luchar por un futuro mejor.

—¿Te encuentras mejor? —el pelirrojo asintió.

—Había demasiadas... cosas asquerosas. Sangre, cabeza, ese bicho raro y alargado... —un escalofrío y una arcada fueron suficiente para que callara. Edén rio y le colocó una mano sobre el hombro.

—Eso te pasa por no operarte como yo —se dirigió a su cuñada—. Es broma, estoy loco por conocerlo o conocerla. Por cierto —asomó ligeramente la cabeza por encima, en dirección a la estancia donde decenas de vecinos parloteaban reunidos—, ¿qué ha tenido Margaret?

—Edén... —Karima oteó a Agni, desesperada, buscando en sus verdosos ojos un apoyo— La semana que viene nos apuntaremos a la subasta.

—Ni hablar.

—Hermano, es la mejor opción. No podemos permitirnos ampliar la familia en este momento.

—¡Soy tu hermano mayor, os dije que yo me encargaría! —ambos sisearon reclamando silencio, con tal de que la información no llegara a oídos ajenos. No buscaban compartir miserias en un día de celebración para el edificio. Edén bajó la voz— Quedan dos meses para que venza el plazo de la subasta, cuatro para su nacimiento. He ahorrado mucho y puedo seguir haciéndolo. Agni, el trabajo en los «corredores» es inagotable y Karima podrá reincorporarse pronto mientras las ancianas cuidan del bebé.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Sobreexplotarte hasta que tu cuerpo se sature y mueras? —ahora era Agni quien alzaba la voz, exacerbado— No estarás aquí para siempre, lo sabes ¿no? Debemos aprender a sacarnos las castañas del fuego por nosotros mismos.

—¡Precisamente por eso quiero ayudaros mientras esté aquí! —Edén cogió a su hermano del cuello de la camisa y aproximó sus rostros, obligando a éste a bajar, puesto que le sacaba una cabeza de altura. Le temblaba la voz y las lágrimas amenazaban con salir. La idea de morir le resultaba más aterradora tras la visita de Braille— Quiero conocerle, formar parte de su memoria antes de evaporarme de esta mierda de ciudad. Es mi sobrino y los miembros de la familia debemos luchar por salvaguardarnos los unos a los otros. Es lo que tío Joshua nos enseñó.

—¡No uses su recuerdo para convencerme de una decisión que no puedo cambiar! —lo zarandeó con rabia, en su caso las lágrimas afloraban hasta morir en su mentón.

—¡BASTA! —Karima los separó y ambos hermanos se observaron acalorados. Dentro de la sala hubo movimiento, pero todo atisbo de atención se eclipsó por la novedad del recién llegado. La joven los contemplaba arrebolada, con las mejillas encendidas de rabia— Edén, valoramos muchísimo tu esfuerzo, pero no es posible —el azabache intentó reprocharle; ella lo evitó—. El diluvio; no hay más que hablar. Sabes bien cuánto descienden los clientes en esta época, tu plan ya era complicado y ahora se ha vuelto imposible. No podemos mantener un bebé —sollozó, sorbió la nariz con fuerza y lucho por no titubear—. Llegará un momento en el que morirás, más cercano de lo que nos gustaría, y sólo por lo que eres la ley nos obliga a incinerarte y cubrir nosotros los gastos. Si no lo hacemos nos multarán apropiándose de cualquier cosa.

—Llevo ahorrando mucho para eso, no es excusa...

—No importa. Si no es ese, inventarán otro impuesto obligatorio. Saben que somos exprimibles hasta la muerte como si fuéramos un cítrico. Un hijo es un lujo que no nos podemos permitir. Cometimos un grave error que pagaremos el resto de nuestra vida. Pero eso no exime nuestro amor. ¡Oh, joder! —miró a Agni, ahora con el llanto inevitable compartido por ambos— Es lo que más amamos en el mundo y ni siquiera le hemos visto la carita. Pero si se queda, tarde o temprano nos lo quitarán por alguna deuda y lo llevarán a las calles púrpuras —le cogió la mano a su cuñado, apretándola con fuerza—. Tú sabes lo que significa eso...

Sí, lo sabía. Percibía un círculo de barro incrustándose bajo su garganta. Algunos lo llamaban nudo, mas, él lo notaba como un bloque grueso y pesado que se expandía conforme se sentía más disgustado. Lo increíble era ignorar la pesadumbre de su niñez en las calles dedicadas al placer hasta imaginarse a su sobrino o sobrina ejerciendo el mismo papel. Cuán normalizadas estaban las atrocidades para no ser capaz de contemplarlas como tal hasta que le salpicaban a un ser querido.

Agni abrazaba desde atrás a la desconsolada Karima, quien sollozaba cubriéndose el rostro con las manos. Él también lloraba, aunque lo hacía en silencio.

—Quedan pocas personas pelirrojas en este mundo, ambos tenemos el cabello rizado, nuestras pieles son como la noche y el día. Son rasgos que están de moda entre los Celestiales en estos momentos. Si existe la posibilidad de que caiga en una buena familia es ahora. Más adelante el patrón actual podría cambiar y su peculiaridad ser motivo de rechazo. Lo hemos meditado bien y esa es nuestra decisión.

Su voz sonaba apagada, como programada para soltar una serie de oraciones estrictamente planeadas. La carencia de emoción sólo mostraba la rotura de su alma. Estaban hechos mierda. Como el mundo. No podía ayudarles; tampoco a Dadá y Braille. A Edén le entraron ganas de reír, desahogar en carcajadas la frustración que vivía por dentro. Simplemente les miró y asintió en silencio, deseando encontrar las agallas para abrazarles sin verse como un hermano que había fracasado como tal. No lo hizo.

—De acuerdo. Me voy a casa. Tengo que arreglarme para el trabajo, nos vemos luego.

—Edén... —Agni se sentía mal, pero si no hallaba consuelo para su propio pesar difícilmente podría lograrlo para su hermano— Gracias.

Dibujó un esbozo de sonrisa y les dio la espalda, quedándose con una imagen de la pareja abrazada.

—Ha sido una niña —aclaró Karima antes de que Edén desapareciera por las escaleras—. Virginia. Margaret la ha llamado Virginia. Le alegrará que pases a verla alguno de estos días.

Unos escalones más abajo Nilo y su gato habían escuchado toda la conversación. Pocos años antes su madre había vendido a su hermanita, provocándole una tristeza permanente que el niño no alcanzaba a comprender. Ese mismo día el Agente Cop había nacido de sus manos al mismo tiempo que Agatha había regresado a los brazos de su madre. De esa aventura perdió tres dedos y nunca supo qué pasó con su hermanita tras recuperarla. Sólo recordaba que mamá le prohibió para siempre dibujar y que el Agente Cop era el único recuerdo de una pasión sepultada.

Entró por su pequeño habitáculo, no muy diferente al resto. Cuatro paredes formando un rectángulo divididas por un pequeño muro para separar la estancia en dos habitaciones diminutas, construido por su tío con ladrillos para crear la sensación de intimidad. No poseían cocina, ya que en la planta baja del edificio se servían platos para toda la comunidad, al igual que ostentaban un par de lavadoras para todo el vecindario. A parte de un armario compartido, un espejo robado por Edén y las dos camas no tenían nada más, a excepción, del cubo que usaban de retrete y otro redondeado que empleaban para darse un baño. Eso sí, se sentían afortunados por el agua corriente gracias al grifo que tenían, aunque ésta siempre salía helada. La puerta era la única ventilación con la que contaba al tratarse de uno de los habitáculos situados en la parte interna de la insulae, así que nunca contaban con luz natural y solían dejarla abierta un breve tiempo para que se ventilase.

Nada más entrar soltó las llaves, conectó la manguera al grifo para extenderla hasta el cubo que hacía la función de bañera. Necesitaba introducir el cráneo en agua congelada para aclararse las ideas. El frío borraría esa sensación de fracaso que lo atosigaba. «Mundo de mierda» se repitió una y otra vez. Le entraban ganas de asaltar las viviendas de los Celestiales al modo kamikaze y volarlos por los aires. Mientras llenaba el cubo se desvistió, sintiendo la humedad calando en su piel.

«Jazmín»

Se giró acongojado. Otra vez esa dichosa fragancia. La carne se le puso de gallina; no podía ser. Dadá le había suministrado una oculae. Nadie, absolutamente nadie, podía atormentarle hasta la mañana siguiente. Estaba más que comprobado. Sumergió la cabeza en el agua helada, dejando que la bajada de grados le afectara al cerebro hasta bloquear cualquier amenaza. La sacó, las gotas realizaban carreras en sus hebras negras y húmedas. La vio pasar de soslayo. No tendría más de catorce años, ojos rasgados, piel de porcelana. Una melena larga y lacia tan negra como la suya.

—¡NO! —gritó exasperado, levantándose y buscando desesperado en sus pantalones la droga.

—Eres una interferencia.

Edén rio.

—Tiene gracia que digas eso precisamente tú, ¡QUE NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ!

Le temblaban las manos y la maldita caja se había enganchado en sus estúpidos pantalones como si se propusiera alargar su tormento. Encima, la chica deambulaba de un lado a otro como analizando el espacio que la envolvía.

—Esto sólo ocurrió cuando conocí a Set, no debería ser así... ¿Dónde estoy? —Edén logró liberar la caja y la abrió con cuidado. Al ver que la ignoraba, la joven se le acercó más y el azabache respondió con sorpresa, lanzando sin querer las cápsulas de oculae— ¿Sigo en Samhain?

—¿Y qué más da dónde coño estés? ¡MÁRCHATE, JODER! Ya es tarde para ti, ¿no lo entiendes? —se levantó y corrió hacia las cápsulas.

—¿Qué quieres decir? —se acercó, pero Edén intentaba evitarla.

—Estás muerta, ¿vale? —confirmó evadiendo la mirada, mientras luchaba contra el nerviosismo de sus dedos para abrir la tapa de las oculae— Y yo no puedo hacer nada. ¡Así que largo!

—Te equivocas, yo no estoy muerta —intentó cogerle de las manos para evitar que se suministrara la dosis, pero fue como una brisa acariciándole y atravesándole la piel. Él se sorprendió; ella chasqueó la lengua.

Edén recordó cada una de las veces que un ser del otro lado había clavado sus uñas en su carne. El ardor iracundo de almas cuyo corazón jamás volvería a latir. Lo que más repudiaba de su maldición no era el acecho constante, sino la consternación de individuos que se aferraban a la vida y lo cubrían de marcas en su desespero. Odiaba sentir los pellizcos, tirones y manoseos maltratándole la piel.

No podía tocarle.

Por primera vez, la observó con atención. Poseía una lluvia de pecas cubriéndole un rostro de alabastro, resaltado por la obsidiana candente de su mirada. Le resultaba familiar a la par que lejana, como si una parte de él se hubiera desprendido tiempo atrás y hubiera formado una vida distinta a la suya.

—No has podido detenerme... —murmuró.

—Siempre se me olvida que en este estado no puedo tocar a nadie.

—No estás muerta... —reaccionó de pronto— ¿A qué te refieres? ¿Eres...?

—Un microbio. Es decir, un excremento maldito. Lo llamáis así, ¿verdad? Porqué estamos en Samhain, ¿no es cierto?

—¿Lo llamamos? ¿Qué has querido decir con microbio?

—Pero, ¿estamos en Samhain o no? —le observó impaciente, mirando hacia los lados; finalmente corroboró—: Soy nativa de Lupercalia, ¿la conoces?

—Perdona... es que jamás... siempre me visitan otros, nunca nadie como yo. Sí, estás en Samhain y claro, he oído hablar de la mítica Ciudad Púrpura, aunque nunca he salido de aquí.

—Ya, eso suele ser lo habitual. Y aunque lo hubieses hecho no lo recordarías —Edén arqueó las cejas; demasiada información nueva y confusa. ¿Quién narices era esa joven y cómo había llegado hasta él?

—No entiendo nada. ¿Has venido por un reto? ¿Te entretiene tomar el pelo a la gente apareciéndote o algo por el estilo?

Ella lo oteó con cuidado, como calibrando cuánta información podía o no aportar. Tras debatirlo, la determinación invadió sus ojos.

—Mi nombre es Ada y soy una infiltrada llegada de Lupercalia. He sido secuestrada por un Celestial, aunque nosotros los conocemos por Divinidades. Mi misión en esta ciudad era averiguar lo que llevamos tiempo sospechando.

—¿El qué? —cuestionó Edén entre divertido e intrigado.

—Que nos han tenido engañados, más controlados de lo que a priori parece. Nosotros, microbios o excrementos malditos, somos la clave para subvertir el poder.

Edén rio por lo descabellado que le parecía todo. Ese día, la casualidad se había puesto de acuerdo para mostrarle la alternativa de un mundo mejor.

—¿Cómo?

—Sacrificándonos por el bien común —giró la cara, como si contemplara un espacio diferente. Su gesto mutó al horror— Ya viene... —antes de que Edén pudiera preguntarle por quién, Ada se dirigió a él— No eres tú con quien deseo contactar, pero si vas a ser una interferencia espero que a la próxima me seas de ayuda y... no me rechaces, incluso si ya estoy muerta.

—¡Espe...!

Tal como había aparecido se esfumó. El único atisbo que dejó fue la fragancia de jazmín. En ese mismo momento, Agni y Karima entraban, cerrando la puerta a su paso. Vieron a Edén plantado, desnudo, con los ojos descolocados y expresión sorprendida.

—Edén... —preguntó su hermano, preocupado.

El aludido cayó de rodillas al suelo y comenzó a reír a carcajadas como un auténtico lunático, derrochando lágrimas y apretando su abdomen como si se le fuera a caer con la risa. La pareja se miró pasmada, sin saber muy bien cómo reaccionar. La cadena que siempre llevaba colgando del cuello tintineó varias veces sobre su pecho. Edén bajó la vista hasta ella, era un lobo que tío Joshua había tallado para él al poco de adoptarle de la calle. Lo sostuvo entre sus manos, como hacía siempre que deseaba fortaleza. Miró a su hermano y a su cuñada, el vientre lleno de vida de ella. Pensó en Braille y su efímera existencia.

Delirio o no, tenía que contarle lo sucedido a Dadá


N/A

¡Hola! Como dije el primer capítulo de Edén y éste eran originalmente uno solo, pero como quedaba muy largo para un inicio decidí dividirlos en dos. Espero que no haya sido muy pesado. Si se observan fallos o errores agradecería que me avisarais :) 

Como curiosidad decir que he querido llamar a algunos personajes como tres de mis escritoras favoritas: Margaret Atwood, Virginia Woolf y Agatha Christie. Igual que braille es la lengua y escritura para personas ciegas y quería llamar así al personaje :) 

Sé que este inicio todavía es confuso, pero creo que se han aclarado y profundizado en algunas cosas respecto al primer capítulo. Cualquier duda me podéis preguntar ^^

El próximo capítulo será ya de la perspectiva de otro personaje nuevo llamado Simone, espero poder publicarlo pronto :D 

¡Gracias por leer!

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