Tóxico
2017, sin editar.
────── ✧ ──────
El balón amarillo se elevó en el aire, segundos que dieron lugar a un suspiro ahogado, antes de que la raqueta tomara acción y provocara un ruido seco que retumbó en la cancha.
Un tercero, desconocido e irrelevante, mantuvo su vista clavada en ese continuo movimiento. De un lado al otro, pasando por sobre la red, ocasionando un constante e interminable eco hasta el momento en que fuera a picar contra el polvo de ladrillo para anotar un punto.
Pero Guren no prestaba ni un ápice de su atención a eso. Ni a la pelota, ni a la sintonía que esta causaba al chocar contra la redecilla de la raqueta, ni a la puntuación. Sus ojos estaban fijos en la persona que llevaba la mayoría de puntos, a menos hasta lo que pudo contar antes de perderse en él.
Él, el chico que se movía en el lado derecho de la cancha —desde la perspectiva obtenida desde la banca en la que estaba sentado—, logró que todos sus sentidos flaquearan y se concentraran en su anatomía. Era un imán, que atraía de forma constante los ojos del azabache a seguir cada uno de sus movimientos.
Guren en ningún momento consideró que se veía como un tonto. Los ojos están para mirar, o al menos así lo piensa él; quien está observando sin ninguna clase de pudor al albino que se encuentra jugando. No sabe si se percató de su mirada o no, pero tampoco le importa demasiado. No podía desperdiciar la ocasión, no dos veces en la vida se puede presenciar tal belleza frente a ti.
En su interior, agradeció a su madre por sugerirle ir a ver los partidos de tenis del club de la escuela, aludiendo que tal vez podría llegar a atraerle. No obstante, lo que le atrajo no fue ese deporte que no despertaba su pasión en lo absoluto... Sino, el peliblanco que participaba en las actividades ahí mismo. En ese momento.
No podría decir con certeza si fue coincidencia u obra del destino, pero se topó con algo tan majestuoso frente suyo, que no pudo evitar quedarse maravillado.
Llevaba cortos minutos analizando, pero podía estar seguro de que el ojizarco brillaba. Tenía un aura majestuosa rodeándolo, despedía una inmensa luz al sonreír, en cada festejo al anotar, del mismo modo al soltar resoplidos cuando su suerte derrapaba de forma inesperada. ¿Qué rayos tenía ese chico? Un encanto impresionante, claro está, sin mencionar el físico y la exuberante belleza que cargaba; que en conjunto, podían causar una increíble primera impresión. Sino, ¿cómo era posible sentirse tan cautivado?
Así se sentía Guren: cautivado. Así de sencillo, así de complicado. Podía pensarlo de forma sencilla y decir que simplemente le atraía, o complicarse mucho más al querer explicar lo irresistible que le resultaba el individuo en cuestión.
Las piernas níveas, blancas, finas y largas; las manos firmes sobre el puño de la raqueta, pero que mantenían la delicadeza en sus uñas y dedos; las hebras de su lindo cabello blanco, tan suave y pulcro a la vista, moviéndose al compás de la brisa creada por los propios zarandeos del juego... Las sonrisitas de suficiencia cuando sabía que llevaba la ventaja, sus cejas cambiando la expresión de su rostro a cada segundo....
Fue imposible terminar de enumerar los detalles en su cabeza, porque el árbitro tocó el silbato y la práctica dio por finalizada. Entonces Guren se dispuso a levantarse de ahí e irse, su presencia entre tanto festejo y felicitaciones era innecesaria.
A decir verdad, muy lejos no llegó. Se estacionó a un costado del galpón donde resguardaban los objetos del club, apoyando su espalda contra una de las paredes exteriores de madera. Una vez asegurado de que aquel rincón estuviese lo suficientemente alejado, rebuscó en su bolsillo y con calma sostuvo un cigarrillo entre sus labios, cerrando los ojos luego de prenderlo y dar un paso más hacia la muerte; ahogándose lentamente.
—Eso es asqueroso, ¿sabes? —mencionó una voz que Guren nunca antes oyó. Pero, en cuanto tal melifluo sonido invadió su audición, rogó de forma inconsciente tener la oportunidad de volver a escucharla mil veces más. Se le dio la oportunidad ahí mismo, puesto que volvió a hablar—. No te ves sexy ni nada por el estilo.
Una tenue sonrisa se acentuó en los labios anteriormente rectos del pelinegro, que levantó sus párpados y cabeza para poder ser consciente de quién le estaba hablando, aunque lo adivinó antes de ver; sólo una persona podía tener aquella voz.
—Me da igual —contestó—, no pretendo parecer sexy.
«Además, ser sexy te queda mejor a ti» quiso agregar Guren.
—¿En serio? —preguntó con fingida incredulidad el chico de tez clara, al mismo tiempo que se posicinaba, de forma nada disimulada, junto a Guren—. Bueno, de todos modos creo que sí eres sexy... Aunque fumar no es algo que te vuelva más atractivo, al contrario. Deberías considerarlo.
Las oscuras cejas del más alto se alzaron ligeramente, incluso se sintió ligeramente avergonzado. Sin embargo, se abstuvo de complacer el pedido indirecto del muchacho a su lado. Aunque, al parecer, no hizo falta... Él se lo esperaba, ya que no tardó en deshacer el flojo agarre de sus labios sobre el cigarrillo con un torpe tirón.
—¿Por qué fumabas? —preguntó Shinya, pisando el cigarrillo que seguía encendido, o al menos hasta que conoció la suela de sus zapatos deportivos.
Guren, lejos de estar realmente enojado por las acciones ajenas, ladeó la cabeza y le dedicó una nueva mirada al albino. Totalmente contrario a lo que llegaba a demostrar, se sentía ciertamente intranquilo con su magnífica presencia a su lado. Causaba una leve incomodidad en su ser, pero no una relativamente mala, sino más bien porque no estaba acostumbrado a sentirse tan abrumado.
—No lo sé —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros—. La costumbre, tal vez.
Lo siguiente que el Ichinose sintió, fue una cálida presión sobre sus hombros. También escuchó el sonido que provocó el roce de sus prendas de ropa, cuando Shinya se desplazó de su lugar en la pared, para poder pararse frente a él. Estaban cerca, Guren acorralado, con las manos ajenas acariciando la piel que yacía bajo el cuello de su camisa.
—Es una horrible costumbre —dijo el ojizarco, casi como un regaño, mientras la yema de sus dedos seguían esmerándose en estremecer el cuerpo impropio.
Sólo al estar separados por escasos centímetros, Guren pudo notar que el menor masticaba chicle. Supo que era de menta cuando la respiración de Shinya comenzó a mezclarse con la suya, cuando pudo casi saborear ese aroma o gustito. Tuvo la oportunidad de corroborar aquello, en cuanto la distancia se volvió inexistente y se dio el lujo de probar ese par de labios color sandía que lo llevaron al mismísimo cielo con sólo un roce.
Pero ninguno de los dos quiso que esa pequeña intimidad se limitara a un roce. Así que, cuando las manos de Guren buscaron atraer a Shinya de la cintura, este rodeó con sus brazos el cuello ajeno y buscó más cercanía. Más calor, más intensidad, más pasión, más lujuria para seguir alimentando todos los deseos que iban aumentando gradualmente entre ambos.
No hubo señal del beso tierno cuando los ojos dejaron de ver y se soltaron a sentir, mucho menos cuando los húmedos músculos dentro de sus bocas se dieron paso hacia el encuentro. La intensa fusión de sus labios no quería marcar fin, se abría paso a cada segundo, a cada centímetro recorrido.
El vacío se debió ensanchar cuando el cuerpo pidió lo vital: aire que respirar. Recién ahí volvió la consciencia que se esfumó en la nebulosa del placer, ese mismo provocado por el candente beso compartido; que dejó respiraciones agitadas, pulsos acelerados y corazones latiendo con fuerza.
—Shinya Hīragi, tercer año, cuarta clase... —musitó el joven de mirada oceánica, sonriente—. Búscame.
Dicho eso, se fue. Y se llevó su calor, su aroma, su chicle y su brillo. Pero dejó ahí su esencia, el deseo desbordante y un terrible anhelo por más.
Entonces Guren reflexionó al respecto, llegando a una conclusión inmediata: No se puede dejar un mal hábito, sino tal vez, reemplazar por uno mucho peor; adictivo, embriagante, tóxico... Tal y como lo era todo de Shinya.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top