Fenómenos
2017, sin editar.
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La suave brisa golpeaba contra tu rostro, casi con el deseo de acariciarlo. Los mechones de tu cabello blanco se mecían al ritmo del viento, dándome el privilegio de poder apreciar con mayor detalle cada una de tus finas facciones.
Párpados cerrados, lunas ligeramente violáceas debajo de tus largas pestañas. Piel pálida, pómulos rosados, nariz respingada. Tan inexistente; tan sutil y a su vez, exuberante. Como un ser acendrado y remoto.
Y te encuentro tan difuso, imposible, inalcanzable. Te sientes lejano, pero estás aquí, tumbado sobre la arena y con tu cabeza descansando sobre mis piernas. Aunque luces inefable, soy capaz de percibir el movimiento de tu pecho, al compás de tu tranquilo respirar.
Pudieron pasar segundos, minutos o incluso horas... Pero me era imposible dejar de observarte, no cuando eras la más bella obra de arte. Tan digno de admirar.
Tus ojos se abren, y puedo ver las palmeras reflejadas en el mar de tu mirada. Tan inesperadamente electrizante e hipnotizante.
Me sonríes. Esos labios color sandía se curvan hacia arriba, tu expresión relajada se descompone al hacerlo. Y me encanta, como absolutamente todo de ti.
Al final, todo se resume en tu encantadora sonrisa. Eres capaz de ganarme sólo con ella. Toda mi voluntad y cordura se ve arrasada, estoy a tus pies. ¿Cómo lo haces?
Por inercia e impulso, mis dedos se pierden entre las sedosas hebras que posees, antes de inclinarme un poco hacia adelante y buscar tus labios para unirlos con los míos. El cosquilleo que se desparrama por mi cuerpo se siente bien, infinitamente bien.
De repente, ya no te estoy viendo. Sólo te percibo, te siento. Te siento. Y me atrapas en la exquisita y superferolítica fusión de nuestros labios, esa caricia fugaz y extremadamente satisfactoria.
Estoy subiendo, Shinya, subo. Me elevas a lo más alto. ¿Y sabes qué es lo mejor de eso? Que no me dejas caer, en cambio, tus brazos me acunan. Tu esbelta figura se acopla a la mía, nos abrazamos de una manera reconfortante. Me siento en paz.
Tu esencia se mezcla con la mía. La aureola que te rodea está llena de fuego, las llamas suben y me envuelven, se vuelven azules...
El mundo se detiene, vivo contigo en ése momento. Cerca, sintiéndonos, abrazándonos.
Te sientes cálido, la tibieza que tu cuerpo emana me brinda una sensación muy agradable. Haces que ese pequeño y efímero instante, se vuelva eterno. Así me siento por ti; en un eterno verano.
No entiendo qué es lo que tienes, cómo es que logras llevarme al paraíso sólo con tu presencia. Y llego a una única conclusión, por lo que procedo a decir:
-Eres un fenómeno, Shinya.
Ante mis palabras, sonreíste. Luego, te removiste entre mis brazos. Y finalmente, terminaste sobre mi regazo.
La suave yema de tu dedo pulgar me brindó una suave caricia, en el labio inferior; antes de que ese lugar fuera ocupado ahora por tu boca. Pero el contacto labial se desvaneció pronto, dejando un helado vacío.
-Cariño, si te quieres ir, ven conmigo -susurraste. El melifluo sonido de tu voz revoloteó en todo mi ser, e hizo temblar hasta mi alma-. Sé un fenómeno como yo, también.
-¿Te sientes así? -pregunté. Asentiste levemente con la cabeza, en sinónimo de afirmación. Entonces, yo decidí preguntar:- ¿Cómo?
Reíste por un segundo, transmitiéndome algo inexplicable.
-Todo lo que necesitas es amarme, para sentirte como yo. -Fue tu simple respuesta.
Quedé pasmado, lo consideré... y tenías toda la razón.
Cuando volví a clavar mi vista en ti, una linda etiqueta de corazón reposaba sobre tu lengua. Me la mostrabas, y yo decidí probarla.
Como anteriormente habías propuesto, sí, acepté; me fui contigo en un camino directo al delirio.
Emprendimos un largo viaje. Tú gritabas que podías oír los colores del amplio cielo, mientras yo veía los sonidos procedentes de ti; eras música. Tenías un ritmo más intenso que el jazz, pero más suave que el rock. Tal melodía armónica logró hacerme vibrar.
El nimbo del sol y todas las estrellas se hallaba en tus ojos, en tu cuerpo. Brillante, haciéndote ver aún más radiante.
Detrás de ese brillo se encontraba mi lejano pasado, el cual era más extraño que lo extraño. O al menos así me parecía, carente de cualquier sentido... Porque la verdadera lucidez de todo está en ti. Tú eres mi razón, la vida tiene sentido cuando estoy contigo.
-Oh, Guren -pronunciaste mi nombre, enredando tus brazos en mi cuello y conectándome a la realidad por una milésima de segundo-. Bailemos con el océano.
Así que bailamos en cámara lenta, bailamos despacio, al compás del océano y de tu cadencia al cantar en voz baja. A nuestro alrededor todos los colores se distorsionaron, se ondearon de arriba hacia abajo, hasta que se tornó todo color azul. Y nosotros también nos volvimos azules.
El tiempo se disipó, dejó de hacer acto de presencia al hacer mal tercio entre los dos. Dejamos de existir, para volver a nacer en cada unión de nuestros labios, en cada roce de nuestras pieles.
Mis manos logran colarse debajo de la tela de tu ropa, mis dedos recorren el sendero de tus níveas y definidas curvas. Suave, dulce, grato.
-Eres tan frío como el hielo -me dijiste al oído-. Pero cuando eres lindo... Es asombroso, en toda forma.
Y nos besamos, mientras la temperatura corporal de nuestros cuerpos se elevaba considerablemente, las pupilas se dilataban y los corazones se aceleraban.
No podía quitarme de encima esta sensación ambigua, esa que nos quedaba cada vez que el rollo se cortaba y la ausencia se expandía entre nuestras bocas. Nos intoxicábamos, pero suspirábamos en sintonía.
La atmósfera entre ambos no se desvanecía. Permanecía intacta, encantadora, agradable. Nos hundíamos poco a poco en el mar de la pasión, a cada toque el amor entre ambos florecía.
Oh, cuánto te amaba. Estaba más que seguro de eso.
-Me quiero quedar contigo -afirmé.
-No sé pelear, cielo... Si tú te quedas, yo me quedaré junto a ti.
Ido totalmente en la tenue tibieza entre la unión de nuestras anatomías, me dejé llevar y tomé del cóctel de placer y éxtasis que me ofrecías con un nuevo beso. Si mis pensamientos antes estaban nublados, ahora puedo entender un poco más tu razonamiento.
Es sólo una cuestión de disfrutar y sentir, la que debía comprender, para ser un fenómeno contigo.
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