CUATRO

Ya que he accedido a tomar mi decisión como Eclipse de Nevafri y no como un chico con dinero, me veo obligado a anunciar públicamente a dónde voy a destinar los fondos. No quiero vestir mis prendas reales, pero Madre insiste tanto que no me queda otra. Visto mi traje escarlata de solapas blancas, muy similar al de madre, aunque en mi caso, también hay algunos ribetes azules, en honor a mi padre. Siempre es así, se van añadiendo colores de los padres, hasta que el color de los abuelos desaparece. Por ejemplo, el traje de mi abuelo, al anterior Sol, se trataba de un traje escarlata y negro, pero el capote de mi abuela era blanco, por ello nuestras solapas son ahora blancas. En el traje de mis hijos ya no habrá solapas blancas, sino el color de mi esposa. Sacudo la cabeza para no pensar en ello y dejo que terminen de prepararme para las cámaras. Se aseguran que el capote caiga perfectamente sobre mi espalda y añaden unos polvos finales para que la piel no me brille demasiado con la luz. Me pica la nariz y hago un esfuerzo para no estornudar.

Los anuncios siempre se hacen desde la sala de visitas, lo que en otros tiempos se habría llamado sala del trono. Hoy en día ya no tenemos tronos, es una ridiculez asociar una silla al poder, así que la sala de las visitas no es más que un amplio salón de corte moderno, minimalista, con luces blancas y alguna que otra escultura vieja. Hay un tapiz en el fondo de la pared, desde donde se vislumbra el símbolo de Nevafri, que no es otro que el de un eclipse con rayos dorados que surgen detrás del sol.

Saludo a las cámaras mientras me acerco al atril de cristal. La sala está llena de paparazzis de las distintas cadenas y revistas, aunque he de admitir que esperaba mucha más gente. Es la primera vez desde que se me declaró heredero al trono (cuando tenía 10 años), que me dirijo a las cámaras. Bueno, mejor que no se interesen demasiado en mí, no pretendo ser Sol si está en mi mano elegirlo. Apoyo ambas manos a los laterales del atril y sonrío con confianza, nunca he sentido nervios de hablar en público, así que no tiemblo ni tampoco siento pánico.

—Buenos días. Me hallo ante vosotros para anunciar un nuevo proyecto por parte de la Corona —no he pensado demasiado mi discurso, por lo que evito enrollarme más de la cuenta ni tampoco añado expresiones remilgadas y complejas, conciso y al grano—, concretamente supervisado por mí, el Eclipse Zaze Kababa. Destinaremos parte del presupuesto real para retomar las expediciones a la superficie de Marte, con el objetivo de cartografiar el planeta y añadir repetidores para permitir una mejor comunicación entre todas las colonias. Gracias por su atención.

A lo lejos, veo como Madre se lleva la mano a la cabeza mientras Padre se ríe por lo directo que he sido. Los periodistas empiezan a hacerme preguntas, que voy contestando como buenamente puedo. Que por qué empezar esto de repente, pues porque considero que debemos abrir los ojos y mirar al horizonte. Que si no es malgastar el dinero, no claro que no, tendrá resultados beneficiosos para todos. Que si pretendo formar parte de una expedición, sí, me gustaría, pero mis obligaciones van primero. Y así unos diez tediosos minutos en los que no paran de atosigarme con detalles que ni siquiera he pensado.

Cuando ya me he hartado de sus preguntas, despido a los periodistas con una cordial sonrisa, esperando que se sientan incómodos ante mi silencio y mi expresión. Surte efecto, la rueda de prensa termina y por fin puedo quitarme el capote.

—Siempre admiraré tu aplomo —confiesa mi viejo mentor, que me felicita dándome unas palmadas en el hombro.

Me encojo de hombros.

—Supongo que me has enseñado bien.

* * *

Esta noche, salir a la calle es más complicado. La gente está pendiente de mí, y aunque me enfundo mi viejo chándal, mi rostro es demasiado reconocible. Hay gente celebrando en las calles, como si hubiera declarado una fiesta nacional o algo similar. Cuando me fijo bien, todos ellos lucen una chapa, lo que me hace pensar que son parte del equipo de exploradores.

Al llegar al parque de siempre, veo que no está vacío. Chasqueo la lengua de fastidio y me siento en el césped, con las piernas cruzadas y los hombros encorvados, esperando a que Eduna llegue. Al cabo de unos minutos, la vislumbro en el horizonte. Se ha cortado el cabello, hago una mueca, le quedaba mucho mejor largo. Me localiza y señala la calle con la cabeza. ¿Conoce otro sitio? Me levanto modestamente, intentando pasar desapercibido y me acerco a ella.

—Vamos, sé de un sitio donde no habrá nadie.

La sigo con las manos en los bolsillos mientras me guía por callejuelas viejas, pasamos a otra de las cúpulas de Nevafri, y enseguida me doy cuenta que debe ser una de las cúpulas más viejas. Recuerdo haber recorrido todas las cúpulas cuando era pequeño, pero hace ya unos años que no me muevo demasiado.

—Nuevo corte de pelo —menciono.

—Ah sí, he visto que para trabajar en la gestión de residuos es necesario tener el cabello corto.

—Ah. ¿Y hacía falta tan corto?

Le toco el lateral izquierdo que se ha rapado casi al completo. Ella se gira, hace una mueca y se ríe.

—¿Ahora necesito aprobación real para cortarme el pelo?

—No, no. Claro que no —me rasco la nuca—. Es solo que antes te quedaba muy bonito. O sea, ahora también estás guapa, pero no sé, se hace raro verte así.

—Hm, me pasa igual. Gracias por el cumplido... Y a ver si tú te dejas crecer ese pelo bicolor —me da un manotazo suave en los rizos.

—¿Y darle la oportunidad a mi madre de mandar que me hagan trenzas? Quita, quita.

Ambos reímos. Eduna me hace pasar de nuevo por otro pasillo cerrado, bastante estrecho y viejo, lo que me hace pensar que cambiamos de cúpula de nuevo. Cuando abre la puerta del pasillo, veo que nos encontramos en las Casas. Hay una plaza central, con una fuente de agua que no funciona, donde hay colgadas algunas piezas de ropa. Alrededor de la fuente se hallan diversos barracones de distintos niveles. Me doy cuenta que han ido construyendo más barracones, amontonándolos unos encima de los otros. Un escalofrío me recorre la espalda al comprender la cantidad de gente que vive aquí, que no puede permitirse pagar los impuestos. Algunas personas pasan a nuestro lado, escuálidas, todos vestidos con ropa blanca que tiene pinta de haberse lavado demasiadas veces. Eduna ve que me he quedado parado en medio de la plaza y me coge de la mano.

—Vamos.

Obedezco y dejo que me guíe a alguna zona tras los barracones. Ahí, como si se encontrara fuera de lugar, hay un hermoso jardín. Verde, con flores y con un pequeño estanque. Hay juguetes en el suelo, perfectamente alineados.

—El toque de queda es mucho más estricto en las Casas, por eso es muy difícil que veas a alguien afuera a estas horas —me explica.

—Pero nadie controla el toque de queda. Quiero decir, no hay un castigo como tal...

Y es verdad. Las leyes estipulan que a partir de las 22 nadie, a no ser que vaya a trabajar o sea por emergencia, debe salir de su casa. Sin embargo, es una ley arcaica, y no hay policía que la controle como tal. Simplemente se recomienda regresar a casa a esa hora, más como una cuestión de salud.

—Ya, pero como deben trabajar desde bien temprano en los campos, los mismos ciudadanos se encargan de que se cumpla. He oído que ha habido peleas incluso —me aclara la chica.

—Nunca me había preguntado cómo vivían realmente...

—Ya, es lo que pasa cuando naces rodeado de riqueza —replica Eduna, luego se deja caer en el césped y cierra los ojos—. Perdóname, no era mi intención criticarte, no has elegido nacer como Eclipse.

—Tienes toda la razón en criticarme —me siento a su lado—. No he elegido nacer como Eclipse, pero podría haberme preocupado más por esta gente, haber destinado mi dinero en las Casas.

—No habría servido. En casa, mucha gente vive así —decido no comentar nada, pues es raro que Eduna hable de su vida en Társis—, algunos magnates de la Dirección deciden destinar dinero para mejorar la situación, y todo cae en saco roto. Los pobres siempre serán pobres. No puedes regalar dinero porque sí.

—Pero eso ayudaría —replico.

—Créeme Zaze, has hecho mucho. Con esa puesta tuya en escena tan... impresionante —se ríe—. Quiero decir, generarás nuevos puestos de trabajo. Puede que alguna de estas familias pueda salir de aquí después de todo.

Suelto un bufido.

—Eso espero —arranco un trozo de hierba y jugueteo con ella—. ¿Y este jardín?

—Cierto. Con esfuerzo, fueron creando este espacio, para al menos tener algo agradable en esta cúpula. Esos juguetes los van dejando los niños cuando crecen, para que así ninguno se quede sin jugar —sonríe.

—Es un gesto muy noble.

Pienso en mis juguetes de cuando era niño. Ocupan un armario entero dentro del trastero de palacio. Tenía muchos, sobretodo naves espaciales, coches y algún que otro peluche. Viendo los pocos juguetes que estos niños tienen me siento desgraciado. El mundo no es justo.

—¿Entonces? ¿Cuándo es tu examen? —le pregunto, queriendo cambiar de tema.

—En una semana. No creo que nos alcance el dinero para comer hasta entonces... Pero algo se nos ocurrirá. Papá ha recibido una llamada para un trabajo que es de noches, aun así, no hay nada seguro.

—Toma —me quito un colgante con mi nombre y se lo dejo en las manos. Está hecho de oro—, para ti. Véndelo.

Ella sacude la cabeza y me lo entrega. Sin embargo, yo me niego.

—No puedo venderlo Zaze, es tuyo... —replica.

—No me dejas que te dé dinero directamente, así que no me queda otra que hacerte un regalo —me encojo de hombros.

—Lo empeñaré —declara—, y cuando consiga el dinero, te lo devuelvo.

—Es tuyo, no tienes nada que devolver —le aseguro, aunque la conozco demasiado bien y sé que hará todo lo posible por devolvérmelo.

La chica murmura un gracias y se apoya en mi hombro. Este jardín también da a la cúpula, así que podemos observar las estrellas. Noto que Eduna se estremece, por lo que me quito la chaqueta y la arropo con ella.

—Gracias, qué bien vendría ahora tu capote —se ríe.

—Uff, si supieras lo que odio esa prenda.

—¿De veras? Yo creo que estás muy atractivo con ello —me mira y sonríe—, bueno, y con ese trajecito real que nunca quieres ponerte —pasa sus dedos por mi hombro.

Me sonrojo y dibujo círculos en la hierba.

—¿Tú crees? Yo lo noto demasiado apretado. Prefiero este chándal —confieso.

Ella estalla en una carcajada.

—¿Esto? Si es horrible, por favor.

—¡Oye! Que es un chándal estándar. Gris. Con capucha, pantalón anchote, camiseta de tirantes.

¿Qué problema hay en llevar una ropa simple? Talla L, colores neutros, corte simple y ancho.

—Oh vamos, no hablas en serio. ¿Un chándal versus tus ropas reales hechas a medida? Para mí es fácil decidir, eh —ladea una sonrisita.

Nos quedamos un rato más en el jardín, hasta que ya se hace demasiado tarde, por lo que regresamos sobre nuestros pasos. Acompaño a Eduna hasta su portal. Se trata de un edificio gris, con balconeras vacías o llenas de trastos, hay algunas pantallas que, por suerte, están apagadas, pero que seguramente por la mañana emitan anuncios. La chica se queda dubitativa unos instantes.

—Ojalá algún día pudieras venir a casa —dice al fin.

—Puedo ir.

—Es mejor que no se enteren de lo nuestro —replica—. No sería bueno para ti. A mí ya me da igual. No tengo una reputación que proteger.

La sostengo con delicadeza de los brazos.

—Eh, no digas eso. Para mí eres una chica increíble. Me da igual si tu familia es exiliada o no, solo me importa lo que veo en ti.

Ella baja la cabeza.

—Ojalá todo el mundo pensara como tú. Pero siempre me miran, con esas caras raras, esperando a que cometa un error para burlarse de mí, para gritarme que me vuelva a Társis, que soy un bicho raro —sus ojos brillan por las lágrimas.

La abrazo con fuerza y hago una nota mental de proponer una política más estricta contra ese tipo de discriminación.

—No dirán lo mismo cuando vean en lo que te convertirás —le aseguro.

Eduna me mira a los ojos.

—¿En qué puedo convertirme si no soy nada?

Un cosquilleo revolotea por mi tripa.

—Para mí sí eres alguien... y muy importante.

Y antes de que pueda seguir hablando, Eduna se acerca más a mí y me besa. La abrazo con fuerza y correspondo a su gesto. Se despide de mí fugazmente y me deja en su portal, solo, con el sabor de sus labios aún en mi recuerdo.



Holaaa. Me disculpo por no haber estado publicando nada. He estado bloqueadísima, y quería daros contenido de calidad. Este capítulo es uno de mis favoritos, un choque de realidad para Zaze. ¿Qué os parece?

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