11 (FINAL)
NOTA DE AUTORA: Sepan que hay un final feliz a lo largo de la lectura, ¿Ok? Cuídense mucho y pásenla bien. La verdad es que fue un desafío escribir esto, pero valió la pena. La amé. Aún nos falta un pequeño extra para la historia. Lxs quiero, lunitas soñadoras.
Volvieron a encerrar al justo que desafíaba las mentiras del mundo. La única en acercarse a la celda fue la Alcaldesa, quién ojeaba los lares antes de mirarlo a él. —¿Saben cómo salir del infierno?
—Sí. Pero no depende de mí si lo logran. — Aseguró, remojando los labios. El policía ennegreció el ceño hasta mirar a sus compañeras pasos atrás. Ellas conversaban como de costumbre sólo que apesadumbradas. Miraban entreveces. Cuando el policía entendió la indirecta, se aferró a los barrotes. Graznando como los leones. Desafíando a la reina que amenazaba a sus soldados.
—TOCÁLAS Y...
—¿Y qué, soldadito? Sólo uno tiene poder aquí.
—Si ellas no regresan con vida, me aseguraré de que pierdas ese poder.
—Como si pudieras.
Mew la agarró del cuello, atrayéndola a los barrotes. Haciéndola golpearse la frente. —¡CIIZE, SUPERVISORA, NO VAYAN! NO VAYAN CON ELLA. NO LA SIGAN. — Las mencionadas miraron, curiosas. Luego avanzaron a la escena, quitándole las manos de encima. Cuestionaron el bienestar de la alcaldesa, quién con un resoplido afirmó estar bien. La flecha sangrante en su frente no hacía más que correr como un río. Ella removió su flequillo y reacomodó la chaqueta. Mew quedó sin palabras. Lo que vio lo cambiaba TODO y reclamaba TODO. El ojo izquierdo de la mujer era esmeralda resplandeciente. Bajó la mirada a sus talones y vió la lentilla caída. El mismo marrón que lleva el otro ojo.
Ella se percató y rápidamente se puso sus gafas de sol. Mirándolo en pánico. Mew sonrió ampliamente, entendiendo todo. —Ahora lo entiendo. Por eso quieres mi silencio.
La alcaldesa se escandalizó y se fue. —¡NO VAYAN AL INFIERNO CON ELLA! ELLA ES LA ASESINA, CIIZE. ELLA ES LA BRUJA QUE ESTAMOS BUSCANDO. POR FAVOR, ESCÚCHAME. ESCÚCHAME.
—¿Por qué actúa como un loco? — Preguntó la supervisora. Ciize contuvó las lágrimas mientras seguía a su compañera a lo largo del pasillo. El policía cayó de trasero al suelo, agarrando puñados de su cabello, cabizbajo.
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Gulf seguía preocupado por Mew, pero no podía ir a verlo. O al menos no sin disfrazarse. Jeff y Bible se retiraron a descansar en sus hogares. Estar solo incrementaba los pensamientos y los pensamientos lo sofocaban. Estaba sentado en la silla giratoria del escritorio de Song, abrazado a sus piernas. Mirando afuera tal como la fatidíca Bella de Crepúsculo cuando su querido vampiro la abandonó. Sólo que Gulf no había sido abandonado. Le habían arrebatado a todas los que amaba. Mirar el exterior era un recordatorio constante.
La puerta se azotó a cerrar.
Al voltear, encontró a Song aventando la mochila en la cama. —Song, regresaste. ¿Estás bien?
—Siempre estoy bien. — Gulf rodó los ojos ante su respuesta. —Fui de compras a la darkweb. — Le entregó un libro pesado de odre y cinturón. Un pentágono trazado a raspones en el centro. El moreno lo tomó incrédulo. Masajeó el pentágono antes de abrir el libro, pasando las páginas hasta encontrar información eficaz.
Un hechizo de modificación metamórfica.
—Oh por Dios. — Él sonrió. —Esto es perfecto. Gracias, Song. Necesito la apariencia de un policía para visitar a Mew.
Song tomó asiento al margen de la cama. Jugando con su cabello entre manos. Ella miró al techo pensativa. —Cirugía mágica, entonces. Yo quiero ser Shakira la próxima.
—Perdón por matar la ilusión pero ya eres la versión asiática de Shakira.
Song se sonrojó entre risas y se cubrió la cara con el pelo.
—Ok. Saldré por unos instantes, Song. Volveré pronto.
—Espera, no es seguro.
—Si no vuelvo dile a Jeff y a Bible que me busquen. ¿Ok? Muchas gracias, Song.
Él la besó en la frente y se fue. Ella se tocó la frente. Acariciando la área besada. Sintiéndose, por primera vez en mucho, a gusto con el marginado de la universidad. Observó la puerta cerrarse sin objetar ni comentar nada. Simplemente deseando lo mejor para el brujo.
Mew continuaba en la celda de la comisaría. Abrazado así mismo con la mirada pérdida. Estaba demasiado ensimismado como para prestarle atención al policía que abrió la celda y colocó la bandeja de comida en la butaca. El guardia le dijo que comiera, siendo ignorado.
—Debes comer, Mew.
—Repítemelo cuando te condenen al Sacrificio Humano y sabrás mi respuesta.
Sí, el otro oficial no era responsable de nada. Sin embargo, Mew ya estaba harto de ser amable. Las preocupaciones lo abarrotaban de miedo. Justo en el retiro del guardia, otro entró. Uno cuyo kepi le oscurecía el rostro.
—Tengo órdenes de trasladarlo a La Casa Blanca.
—¿Órdenes?
—La alcaldesa lo ha ordenado.
—Oh. Mm... — El guardia leyó la etiqueta en su uniforme. —Iré contigo, Jay.
—Es realmente innecesario.
—Insisto.
—Bien.
Esposaron las manos de Mew y lo llevaron a la patrulla de detrás. El pelinegro no decía una palabra durante el camino. Mientras los policías conversaban sobre la ruta. Cuando 'Jay' llamó la atención del guardia contrario y sopló un hechizo de soñolencia. Induciendo al guardia al sueño profundo.
Mew se asustó, agarrando la manija de la puerta.
—Mew. Soy yo. — Gulf estacionó en un área desolada antes de quitarse la gorra y voltear con la más hermosa de las sonrisas. Su apariencia americana cambiando al semblante original. —He venido por ti.
—¡GULF! — Mew lo abrazó. Ambos respiraron en sus hombros. —Viniste por mí. ¿Estás bien? ¿Estás herido?
—Mis preguntas precisamente.
Ambos se verificaron.
—Creo saber quién asesinó a Engora Miller. Es alguien que jamás imaginamos.
—¿Quién?
—La Alcaldesa. Bajó al infierno hoy con mis compañeras. Debemos salvarlas.
—Descuida, lo haré. Tú te quedas aquí.
—Iré contigo.
—Es muy peligroso, Mew. De verdad. — Ambos se mantuvieron la mirada. Leyendo sus consternaciones. Deseándose lo mejor en mutuo silencio. Salió del auto. Avanzando un par de pasos para transportarse.
—¡Espera! — Volteó ante el grito e inesperadamente fue atraído de las mejillas. Sus labios conectaron con los del policía, dulce y tiernamente. Gulf cerró los ojos. Este era el momento que más anhelaba sentir. El momento que practicó. Joder, se sentía bien. Mejor que cómo lo imaginaba.
Gulf le respondió con un segundo beso, rodeándolo del cuello con ambos brazos. Continuaron besándose hasta que necesitaron tomar aire. Unieron sus frentes y respiraron al unísono. La sensación seguía ahí, sus labios ardían por más. Sus cuerpos necesitaban unirse tal como ellos.
Necesitaban tiempo que no tenían.
—¿Qué significan nuestros besos para ti? — Gulf preguntó.
—Que quiero tener a alguien a quién le guste el mantecado a mi lado todos los días de mi vida.
Gulf rió. —¿Es que no te cansan los helados?
—A las buenas personas le gustan los helados. ¿Qué significaron nuestros besos para ti?
—Significaron lo mucho que me gustas.
Ambos sonrieron. El brujo lo tomó de la mano y retrocedió sin dejar de verlo, extendiendo sus manos juntas, hasta verse obligados a soltarse. Desapareciendo así en un portal. Transportado al inframundo.
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La Alcaldesa estaba en un laboratorio con un traje de astronauta sencillo. Los mismos trajes que le eran colocados a las policías y más investigadores. Todas estaban frente a un agujero creado exactamente para entrar al infierno. —Bajarán por el túnel SIN mirar atrás. Así es mucho más fácil. Nos deslizamos y entramos. No tengan miedo. Una vez terminemos, nos paramos por dónde bajamos y el agujero nos succiona una por una.
—Eso sonó... raro. — Ciize opinó.
—Lo raro aquí, oficial, es que tú lo veas como doble sentido.
Tan pronto colocaron sus manos en la Tierra húmeda y asomaron sus cabezas, se deslizaron hasta lo desconocido. Gritando por ayuda.
Hasta caer en un lugar dónde el calor picaba como las abejas y ardía para la eternidad. Ambas mujeres se levantaron entre gritos, encontrando un bote delante de ellas con Muerte a bordo.
La criatura las miraba mal.
Al contrario de ellas, la Alcaldesa aterrizó de pie. Acostumbrada al tan temible hogar de las almas pérdidas casi tanto como si fuera una de ellas. Ante su aparición, Muerte agrandó los ojos. Sintiéndolo desde ya. —No tienes permitido estar aquí. — Él amenazó. La mujer lo desafió con una sonrisa de oreja a oreja.
—Y qué, ¿Vas a llorar o a sacarme de aquí como un hombre?
Muerte saltó del barco, pero ella lo hizo cenizas con un chasquido de dedos. La supervisora junto con Ciize voltearon hacia ella, apuntándola con sus armas. Los demás ayudantes temblaron. —¡¿USTED ES UNA BRUJA?! Mew tenía razón. Debimos escucharlo–
Suspiró con un ruedo de ojos y sin articular una palabra obligó a la supervisora y a unos más a dispararse con el arma. Los ayudantes ahogaron un gemido. Ciize miró el cuerpo sin vida de la mujer que la cuidó como una hermana durante cinco años. Las lágrimas cedieron tal como sus piernas. Con un susurro mutado llamó a la supervisora e incluso la sacudió, pero nada la traería devuelta.
Por si fuera suficiente, la alcaldesa tomó a Ciize del cuello de la camisa y la aventó al bote. —Compórtense o los arrojo al mar, idiotas.
Ciize respiró agitada conforme la observaba.
Los demás miembros del infierno se asomaron a la escena. Con ellos las madres de Gulf, quiénes estaban aterradas. Lilidh tomó vuelo con ellas en sus brazos, ocultándolas en otra parte del inframundo.
Porque todo conducía a una guerra peligrosa.
La Alcaldesa sonrió ante el desafío de los soldados infernales y los empujó con sólo apuntarlos con las manos. Condujo el bote a toda velocidad e hizo flotar a los seres humanos que la acompañaban, todos gritando conforme eran obligados a seguirla en el viento.
Ella explotó cabezas, deshizo cuerpos y desmembró soldados hasta llegar a la celda de Conrad. El brujo comido por los buitres. Aquel hombre sonrió con su presencia.
—Mi descendiente. — Él respiró. La mujer igualizó su sonrisa. Depositando a los humanos por alrededor.
—Te traje almas que comer. Para tu resurrección, mi señor. Los humanos allá arriba harán todo lo que les pida. Una vez te tenga a ti, los brujos escondidos saldrán y gobernaremos el mundo. No más humanos. No más miedo. Sólo nosotros. Un mundo para los brujos.
— No somos nada sin los humanos. Un mundo con sólo nosotros será un caos. — Gulf habló al margen de la sala de castigo. La mujer volteó incrédula.
—Spimplings. Ansiábamos tu llegada. Se habla de tu fuerza innata. Eres natural. Matamos a Engora por ti. Bueno, yo me llevo el crédito.
—Son unos monstruos.
—Ay, mira cómo nos paga el carajito. ¿Lo ven? Matamos a una bully y los malos somos nosotros. Generación de Cristal. — La Alcaldesa negó con la cabeza. —En fin, te queríamos en nuestro equipo. El nene quiere jugar para el equipo perdedor, qué lástima. Ni modo.
La Alcaldesa lo empuja con sólo apuntarlo. El moreno vuela por los aires, pero aplana los pies en la pared y se impulsa hacia adelante, volando hacia ella. Con él encima de ella, él la hace perder la consciencia con los poderes.
Cuando toca pelear con Conrad, el brujo ya no está encadenado a la pared y succionó dos de las almas ofrecidas. Gulf busca a su alrededor y el brujo lo ataca desde los aires, tumbándolo al suelo.
—Eres valiente, niño. Pero a estas alturas deberías saber quién de los dos va a ganar.
Lo arrastra sin tocarlo hasta que Gulf queda apoyado en la pared con las manos encadenadas. Los buitres picotean su estómago. Cavando con los picos. Abriendo su carne tejido por tejido. Gulf gruñó, pero poseyó a los buitres. Todas las aves iluminando sus ojos en púrpura.
Conrad sonrió impresionado.
—Vaya, me sorprendes. Los animales no son tan fáciles de poseer. Mucho menos esa especie.
Los buitres volaron hacia Conrad picoteándolo a la cara. El hombre las degolló con sus garras. Matando a cada una de las aves. Al terminar con las atacantes, Gulf se lanzó a él, rompiendo las cadenas de la pared.
Lo tumbó al suelo, tomándolo del rostro y mirándolo a los ojos incendió su rostro en llamas púrpuras. El brujo gritó en agonía. —Los humanos son mis amigos. No dejaré que les hagan daño. — Spimplings aseguró con los ojos del mismo color de las llamas. Los gritos de Conrad se convirtieron en risas incesantes. Ambos mirándose al rostro.
—Niño ingenuo. — Conrad succionó las llamas en su interior. Arreglando el tejido quemado en su rostro. Reparándose por sí solo. A Spimplings le sorprendió que su truco no funcionase. Estaba casi seguro de que funcionaría. De que protegería al mundo. —¿No te contaron mis historias antes de dormir? Soy más fuerte que el rey del inframundo. Si quiero puedo gobernar este lugar.
Luis apareció con un tridente. Diciéndole a Gulf que se apartara.
Sin embargo, Conrad hipnotizó al rey del inframundo a apuñalarse el estómago con el tridente. El rey vomitó sangre. Cayó de rodillas incrédulo a lo cometido. Él era un ser inmortal. No podía morir. O al menos nadie se había atrevido a matarlo. Ni siquiera sus propios soldados. ¿Podía una de sus armas matarlo?
La Alcaldesa se levantó entre gruñidos y voló el tridente por la habitación hasta tomarlo en su mano. Sonrió al tener el poder en sus manos. Entonces levitó a Gulf en el aire, de espaldas a ella.
—Gracias por las almas y adiós, brujito.
Atravesó su estómago con el tridente.
Gulf escuchó el arma deslizarse entre sus entrañas y la sangre caer. Vomitó sangre e incluso tembló sin control. Mirando abajo las tres estacas que lo conducían a la muerte. El rey infernal agrandó los ojos. La policía Ciize lloró desde dónde estaba. Mientras que los feroces brujos sonreían.
'¿Es así cómo termina la historia? Spimplings sólo fue un héroe aficionado que no salvó a nadie. Ni siquiera así mismo. Entonces el sacrificio de sus amigos,... Todo lo que hicieron por él. Fue en vano.'
Gulf perdió el brillo en los ojos y lentamente dejó caer la cabeza. Escuchando sus bocanadas de aire.
La vida pasó por sus ojos. Momento por momento. El reencuentro de su mejor amigo, la salvación de sus matonas, la nueva amistad de Song, el amor del policía. Hasta su tan esperado beso.
Aún herido gritó todo de sus pulmones y se quitó el tridente, apuñalando a Conrad en el estómago con él y quemándolo en llamas púrpuras. Volteó hacia la Alcaldesa para encenderla en las mismas llamas. Un fuego especial, creado por él mismo. Un fuego que quemaba a los pecadores hasta las cenizas. Los males gritaron todo de sí hasta evaporarse en cenizas púrpuras.
Gulf cayó de rodillas cerca de Luis. Sus ojos regresando a la normalidad. Él sostuvo su propio estómago mientras lo revisaba. —Luis. Luis, ¿Estás bien?
—Sí. Estoy bien, hijo. Sólo muy herido. Pero tú... hijo.
Gulf cayó en su pecho, temblando.
—Debes curarte. ¡Rápido! — El rey infernal intentó sanar sus heridas, pero era un daño infernal. Nada superaba eso. —Gulf, ¡GULF!
—... Dile a mis madres que las amo. Y a Spike... a mis amigos. Al policía. — Él sonrió conforme las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentía frío en un lugar de verano eterno. Eso sólo significaba que la muerte estaba cerca. Que muy pronto pertenecería a este lugar.
—Hijo...
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En 600 días, Luis hizo un ataúd de cristal con vista al interior y el cuerpo de Gulf yacía adentro con un ramo de flores en las manos. Lo tenían en una habitación especial del Inframundo porque nadie lo iba a castigar. Nadie le iba a dar condena eterna a su amigo.
Jeff, Bible, Mew y Spike lo velaron entre lágrimas. Sus madres lloraban a una esquina junto a Lilidh, el novio de Lilidh y Cerpigus (El jabalí de tres cabezas bebé y mascota del inframundo).
—Tú muerte no será en vano, Gulf. Spike logró reunir evidencias. Las presentaremos al mundo y haremos que los humanos y los brujos vuelvan a unirse. Todo será posible por ti. Ya lo verás.
Mew prometió a su lado. Tomándolo de la mano. Le dio un pico en los labios y se fue. Jeff recibía apoyo de Bible, pero nada hacía que dejara de llorar.
El silencio inundó la habitación cuando todos se fueron.
De repente, los labios de Gulf brillaron color púrpura con el recuerdo del último beso y él despertó con una gran bocanada de aire. Aplanó las manos en el vidrio empujando este hacia arriba. Al hacerlo se arqueó en el borde, mirando el suelo con los recuerdos de todo. Se tocó el estómago y al alzarse la camisa, las heridas cerraron. Convirtiéndose en extensas cicatrices. Sanadas por nada más ni menos que...
—El poder del amor. — Él susurró.
https://youtu.be/QZgsOddWNjk
Spike apareció en la puerta, desanimado, cuando al mirar encontró a su príncipe con vida. Ambos se vieron con sonrisas y el hijo del rey corrió hasta envolverlo en sus brazos.
Luego, afuera del inframundo, alguien tocó en la puerta de Mew. Mew abrió completamente soñoliento. Aún era de madrugada y él traía un pijama puesto. Al abrir la puerta, sonrió de oreja a oreja.
—¿Quieres ser mi compañero de helados? — La persona preguntó.
Mew dejó las lágrimas caer. Lo abrazo con todas sus fuerzas antes de responder:
—Para siempre.
FIN
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