Eílogo
Dana Chevalier
Los tribunales de estado no habían estado tan saturados antes por la prensa como ese día. Recuerdo haber bajado del auto que me recogió en el apartamento con toda una multitud aglomerada, tan cerca de la calle que tuve que cuidar que al momento de abrir la puerta no fuera con brusquedad, o habría golpeado al menos a cuatro personas.
Dakma Carabali, la entonces líder de Atwood, se dejó capturar dos días atrás en un operativo que se llevó acabo en una de las empresas que administraba. Y digo que "se dejó capturar" porque conocí a esa mujer, de haber querido seguir evadiendo las redadas y a la policía, podría haberlo hecho. Fue por eso que acepté de inmediato ir a verla cuando el oficial a cargo de su custodia se comunicó conmigo, diciendo que la cara mamma de la mafia se negaba a decirles palabra alguna, a menos que hubiera hablado conmigo antes.
Un pedido que los hizo sospechar primero y registrarme después, encontrando a Kenai como la única conexión existente entre nosotros.
Al descubrirlo, lo único que hicieron fue verme de mala manera, no hubo preguntas al respecto, por sus propios motivos decidieron ignorar el tema. Ahí me di cuenta de que seguía existiendo gente que no estaba de acuerdo con lo que yo era.
No me importó tanto como antes.
Fui llevado a una sala especial, con una pantalla que ocultaba a las personas de la mirada feroz de la líder más temida que tuvo Atwood desde sus orígenes. Ellos se escondían de ella y a mí me dejaron a su merced, sin saber que lo primero que haría al verme sería abrazarme como una madre a su hijo herido, un hijo que partió a la guerra por años y volvió derrotado, desfigurado y medio muerto.
Hablamos por horas; me contó de su hija, quien recientemente había muerto por culpa del cáncer, una enfermedad brutal que tenía todo su odio y contra la que no podía hacer nada. Mencionó que era la misma enfermedad que se llevó a Alaí.
En ambos casos los médicos se volvieron inútiles, no pudieron hacer más que darles una estimación de vida y encomendarlos a Dios.
Le pregunté por qué estaba ahí, respondió que se sentía cansada y harta de todo. Empezaba a sentir que comprendía a Kenai en sus momentos grises, entendía esa fascinación anhelada que tenía por la muerte, me dijo también que quizá, ella la deseaba también.
Quería descansar de todo, ya que sus motivos y propósitos estaban cumplidos o apagados. La familia que una vez tuvo se iba perdiendo y ella no era tan fuerte como para quedarse hasta el final, siendo la última que diera testimonio de cómo se destruyeron por completo.
En Atwood apenas y la necesitaban, las nuevas generaciones pensaban a su imagen y semejanza, sacando lo mejor de la organización sin que la jefa se los ordenara. Ya eran polluelos que volarían libres, lejos del nido de mamá.
Su hija murió joven, así que no tenía que hacerse cargo de ningún nieto abandonado, lo único que le preocupaba estaba en esa sala, acompañándola con una mirada rota y triste.
Volvíamos a ser iguales.
Hermanos de dolor y compañeros de lágrimas. Soñadores que buscaban la muerte y un descanso eterno en el que pudieran ser felices.
Sonrió satisfecha y dijo al concluir:
—Espero que nos veamos de nuevo en algún lugar en el que nuestros finales no sean trágicos.
Y yo le respondí:
—Te veré de nuevo en su historia, repetiremos esta escena en la tuya y, finalmente, podremos encontrarnos una vez más en algún lugar lejano que no sean las páginas de un libro.
Su sonrisa se agrandó. Nos abrazamos de nuevo y nos dijimos "adiós", sabiendo que en el fondo significaba un "hasta luego".
Esa fue la última vez que la vi. La ejecutaron al día siguiente y yo partí a su lado un mes más tarde, cuando mi historia pudo cerrarse con un punto final que dejaría atrás nuestro para siempre.
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