Capítulo 23
Dana Chevalier
Hay recuerdos que viven dentro de nuestra mente, o en lo profundo de nuestro corazón; no obstante, también están los recuerdos que habitan en cosas cotidianas, que no desaparecen con facilidad.
Él permanecía atrapado ahí, en los muebles de la casa, en los libros acomodados por tamaños en cada repisa de los libreros. Kenai vivía en ese apartamento tanto como yo, dormía en la cama y vestía con las prendas olvidadas en el ropero y otras más sobre la silla del escritorio o en el perchero de la entrada.
No se había ido.
No pude verlo al regresar, ni charlar con él, pero sabía que no se había ido del todo.
—Estoy en casa —dije, colgando el abrigo al lado del suyo, dejé las llaves en la bolsa y la camelia en la mesa, haciéndole compañía al cuadro en el que colocaría las demás, una a una hasta formar una cápsula temporal de flores frescas y marchitas.
Pasé la cocina y la pequeña sala con aroma a químicos, avancé hasta llegar al cuarto, donde no me fijé en nada, dejándome caer de lleno en la cama.
De repente me sentía cansado.
De repente el sueño se desplegaba en mis párpados, volviéndolos igual de pesados que el plomo.
Abracé su almohada, la cual conservaba su olor, cubrí mi cuerpo con uno de sus abrigos olvidados en la cama, quizá por la prisa matutina durante ese día o quizá por un descuido mío la noche anterior, cuando tuve que refugiarme en ellos porque no lograba asimilar que el cuerpo metido en el ataúd fuera el mismo que me abrazó antes del caos.
Mi mente se inundó de niebla y poco a poco la inconsciencia cayó sobre mí, igual que una cálida manta, cuyo deber era aislarme del mundo.
°°°
Desperté por el llamado de una voz que se volvía más fuerte conforme abría los ojos. Una voz alegre, cargada de vitalidad y anhelo.
—Dana —canturreó cerca de mi oído, dejando un mordisco en la piel de mi oreja.
Él estaba ahí, recostado a mi lado, riéndose de mi expresión traicionera al tiempo que se jactaba de su gran habilidad para hacerme reaccionar a pesar de que mi sueño era profundo.
—Kenai —dije, sintiendo a mis ojos hundirse en el mar, con la diferencia de que no hubo lágrimas, ni tristeza. Me abracé a su cuello, juntando su cuerpo al mío, sin parar de agradecer porque, en su pecho, un corazón latía bajo la piel cálida.
Vivo.
Besé su mejilla.
Estaba vivo.
No tardó en rodearme por la cintura, pellizcándome de vez en vez con picardía. Su sonrisa se pegaba a mi piel y su aliento alborotaba mis sentidos, mis nervios junto con cada caricia que me entregaba al momento.
Por un momento no dijimos nada, estuvimos así, juntos en medio de un paraíso sobre el terreno que pertenecía al infierno.
—Me alegra que estés bien —murmuré sin despegarme, negándome a ver su rostro, el cual, a pesar de estar firme y sólido, ya no tenía su cicatriz.
—Ya lo viste por ti mismo, Dana. —Haciendo de las suyas con mi cabello, sus dedos desenredaron lo que Dakma no terminó y, despacio, tomándose su tiempo, comenzó a trenzar los mechones rojizos—. Estoy bien. Ya no tienes que preocuparte por mí, ahora vive por ti, preocúpate más por ti.
—Las personas mueren, ¿no es así?
—Sí.
—¿Entonces por qué duele tanto? —Mi agarre comenzó a desvanecerse junto a él—. Kenai, no quiero perderte.
Su beso, en el mismo lugar que el de Dakma, se sintió diferente, llevando en su roce promesas y recuerdos. Nos llevaba a nosotros en ese gesto.
Todavía sin mirarme directo a los ojos, me separó de su hombro y me recostó en su pecho.
—Nunca —dijo. Volviendo una simple palabra en una promesa que perduraría, atrapada en la tinta de una historia y el recuerdo de un corazón.
°°°
Subir al tejado a mitad de la noche ayudó a que un poco de la bruma se dispersara. Ahí, en lo alto, sentado, viendo las estrellas escasas en una noche de primavera, la similitud y el frío del invierno recaían, trayendo la memoria de otros días, de otros tiempos.
El paisaje cambió a medias, sembrando la duda entre la blancura y los colores que acompañaban a la cálida primavera.
Su abrigo, el mismo que usó entonces, me protegía del sereno, de la brisa ruda y el tiempo despiadado.
Lo único débil seguía siendo mi corazón, que se agrietó más al decir...
—Feliz año nuevo, Kenai.
Y no obtener respuesta.
°°°
No cambió nada en ese tiempo que permanecimos separados, ni un poco. Todavía llevaba el pelo ondulado, vestidos alegres y bolsos con pedrería y correas de metal.
La señora Watson sonrió al reconocerme, e ignorando los tres escalones que separaban la entrada de la casa con la calle, se lanzó a mis brazos haciéndome retroceder.
—Cariño, creí que no volverías por un tiempo. —Tironeó de mis mejillas—. Te extrañé tanto, tanto, Dana. Qué bueno que viniste hijo, pasa, pasa. Justo acabo de preparar té con miel, vamos, entra. Hay alguien a quien creo que estarás feliz de ver.
Me detuve un poco, obligado a seguir adelante por los tirones de la señora Watson.
—¿Está aquí? —pregunté.
—Vino porque estaba preocupada. —Cerró la puerta y me quitó el sombrero, luego fue a por el abrigo de Kenai, colgándolo en el perchero tras examinarlo al notar que la talla no iba acorde conmigo—. Zoe, linda, ¿adivina quién acaba de llegar?
Un rostro pecoso, con el cabello rojizo atado en un chongo dolorosamente bien hecho, levantó la vista del periódico en su regazo.
Ella tampoco había cambiado.
—¡Dana! —Zoe bajó el periódico, soltó su bolso y corrió en nuestra dirección, jaloneándome un rato antes de detenerse para abrazarme—. Dios, Dana. ¿Sabes lo preocupada que estaba? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Cómo pudiste irte sin avisarme? No sabía dónde buscarte o si estabas bien —riñó, tirando de mi oreja—. No hagas eso, podrás ser un adulto, pero no olvides que soy la mayor. Tengo que cuidarte.
—No esperaba verte aquí —dije, devolviéndole el abrazo.
—No me cambies el tema por conveniencia, señorito. Todavía estoy molesta porque te escapaste sin decir a dónde siquiera. ¡Imprudente!
—Lo siento.
—Hablaremos más tarde al respecto. —Se apartó, alisando el cuello de mi camisa sin planchar, algo que no le gustó y reflejó en una mueca de descontento—. Ven, siéntate.
Le hice caso y la señora Watson también, uniéndose a nosotros en el sofá de en frente. La sonrisa radiante en su rostro no se borraba.
Con ellas parecía que nada había cambiado, me hacían pensar que la pesadilla de los últimos días en realidad jamás ocurrió, que Kenai estaba vivo y...
Kenai.
"Estoy bien. Ya no tienes que preocuparte por mí".
Sacudí la cabeza y me centré en la taza de té que, de un momento a otro, apareció entre mis manos, calentándolas un poco.
—Dana —habló la señora Watson—. ¿Por qué viniste, hijo? ¿Hay algo que necesites?
—Sí. En unos cuantos días voy a viajar, estaré fuera un mes, así que necesito que alguien cuide mi apartamento y le pague al casero lo del mes que viene. Quería ver si usted estaría dispuesta a hacerme el favor. Claramente le pagaría por ello.
—No hace falta. —La señora Watson bajó su té—. Nada más déjame el dinero de la renta y yo me haré cargo de ir a pagar. ¿Qué día tengo que estar ahí?
—El treinta, por favor. —Saqué un sobre con el dinero y una tarjeta con la dirección, colocándolas sobre la mesa, al alcance de ella—. Aquí está la cantidad y la dirección. Ya hablé con el dueño, cuando vaya solo diga que paga en nombre de Dana Chevalier y no habrá problemas.
—¿Te vas? —Zoe sostuvo mis manos, igual que de niños cuando no quería que nos separáramos mucho al caminar, igual que el día en el que su esposo se la llevó a la fuerza y ella se negaba a soltarnos, bajo la promesa de que iba a volver, de que mamá se pondría bien.
Asentí.
—No para siempre —agregué, temiendo que reaccionara mal.
Su agarre se aflojó.
—¿Por qué, Dana? Primero te vas de aquí, ahora quieres viajar, no tengo nada en contra, pero, al menos me gustaría saber los motivos. Me preocupa que haya pasado algo y yo no esté para ayudarte, igual que esa vez. —Conforme más decía, su voz se iba apagando hasta volverse un susurro apenas entendible.
En esa ocasión fui yo quien la sostuve fuerte y le sonreí.
—No pasa nada —le aseguré.
—Eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué quieres irte de aquí?
—¿Por qué? —La miré, a esos ojos tan azules como los míos—. Bueno, aunque mis alas estén rotas quiero volar en todos los cielos.
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