Capítulo 2


Dakma


—He escuchado en las calles que cuando la muerte está feliz es porque sus manos están a punto de llenarse de vida, vida que no es la suya. —Entré al despacho, caminando directo a Kenai, cuya mueca se agrandó al verme por encima de su periódico con fecha del día anterior.

—Quizá no se trata de eso. —Alaí se sentó a su lado, cruzando una pierna sobre la otra a la par que se enfocaba en el apartado que Kenai mantenía abierto—. Yo diría que la muerte ya se ha cobrado la vida. Se la ha bebido toda. ¿No es así?

Él cerró el periódico de golpe, suspirando con la pesadez del fastidio y la resignación.

Para ser un joven era muy malhumorado, incluso en días que no lo ameritaban.

—¿Pasó algo bueno hoy? —pregunté, tomando asiento delante de ambos—. ¿Viste a tu hermano?

Kenai sacudió la cabeza y se cruzó de brazos.

—No quiere verme. Ha estado molesto desde que le dije que si se unía a una de las divisiones me encargaría de expulsarlo personalmente.

—Todavía es un niño —comentó Alaí, provocando un incendio en la tierra dentro de los ojos de Kenai.

—¿Y qué con que sea un niño? No me vengas con que no sabe lo que dice, porque te aseguro que está consciente de lo que significa unirse a una división de Atwood. Mientras yo esté aquí, él no pondrá un pie en ninguna de las familias. Hay mejores formar de morir si es lo que quiere hacer —agregó, regresando a su postura calmada, a pesar de que los músculos de sus brazos se tensaron, marcándose por debajo de la camisa que vestía.

—Vaya, vaya. —La puerta volvió a abrirse y los dos miembros restantes entraron, obligándonos a ponernos de pie y saludar. Taylor hizo un ademán, finalizando las formalidades, y se sentó en el sillón principal. Belto se quedó de pie, luchando con la mirada contra Kenai.

—Los dejo solos un rato y se están gritando. No quiero ni imaginar qué será de ustedes cuando yo ya no esté, seguro harán pedazos la organización.

Belto apartó la mirada, al igual que siempre. Kenai se deleitó con su pequeña victoria y regresó su atención al jefe, escuchando la introducción a la reunión y los primeros informes. Al llegar su turno fue breve, no dijo mucho y no porque no quisiera, sino porque no tenía qué decir; como líder de familia se encargaba de dirigir sin problemas las áreas asignadas a su división, siendo el único en los últimos cuatro años que no se quejaba con Taylor acerca de las redadas policiales o los enfrentamientos con otras familias.

Si necesitaba matar, mataba.

Si era necesario torturar, lo hacía.

No se limitaba a la protección de sus miembros como algunos de nosotros. Taylor lo quería por eso.

—Hay algo más —dijo Kenai al final, cuando parecía que no hablaría de nuevo en toda la reunión.

Taylor movió los dedos y esperó, pero Kenai no abrió la boca.

—¿Qué es? —preguntó entonces, a sabiendas de que eso era lo que su numerale quería.

—Solicito que se me reasigne de territorio. Dejo la capital y Montana, a cambio quiero New York.

Alaí dejó de hojear el periódico ajeno y Belto de limpiarse las uñas, irradiando odio con cada respiración. Taylor fue el único que apenas y se mostró sorprendido, siguiendo el hilo de la conversación sin apenas cambios en su tono de voz.

—¿Por qué? Manejas dos territorios y, si decides trasladarte, te quedarás solo con New York; además, está la comisión. No es fácil tratar con las otras mafias.

—No me asusta la comisión, solo ustedes tienen problemas con ellos porque no los respetan como mafias. No es mi problema que haya falta de educación en tus filas, Taylor. —Kenai cruzó los brazos, no iba a ceder—. Quiero New York.

—Aún no me dices la razón. —Taylor se acomodó un mechón canoso de cabello, el cual volvió a liberarse, regresando a su posición anterior.

—No me dirás que lo vas a considerar... —Belto golpeó la mesa, agitando las botellas y las dos copas servidas hasta la mitad—. Como Capo sabes que el orden es inalterable, New York le ha pertenecido desde la formación de Atwood a la familia Walker.

—Pero, por años, tu familia no ha conseguido establecerse por completo —habló Kenai con la mirada clavada en sus uñas—. Cheshire, en cambio, lleva un camino intacto bajo mi mando. Siendo racionales creo que lo mejor es enviarme ahí, eso sin contar que soy el que mejor relación tiene con Luciano y las demás familias integradas en la comisión.

Belto rodó los ojos.

—No seas prepotente. Te matarán apenas pongas un pie en su territorio.

—¿En serio? Porque el fin de semana pasado estuve allí, a plena vista en el territorio de la familia Gambino, y hoy estoy aquí, bebiendo vino tinto de hace una década, contigo y el jefe, sin una bala metida en mi corazón o un rasguño que pruebe tu afirmación.

—Si sigues provocándolos tarde o temprano conseguirás que te maten, Kenai. Y cuando eso ocurra será el día más feliz de mi existencia.

—Qué miserable debe de ser tu existencia para que solo puedas ser feliz cuando yo muera. Descuida, Belto, no falta mucho para ello, si entrenas más tu puntería, en diez años serás capaz de darme en la cabeza en lugar de en el hombro.

—Silencio los dos —intervine—. El jefe sigue aquí, así que mantengan la compostura.

Kenai asintió cabizbajo, aceptando la orden sin contradecirme, Belto, por su parte, me maldijo antes de apartarse, esquivando el puño de Alaí, que destrozó el perchero que quedó en el lugar de Belto.

La madera se vino abajo junto a las prendas de alta costura, algunas se rasgaron por las astillas y otras quedaron intactas.

Suspiré.

¿Por qué tratar con hombres siempre era tan difícil?

—Si mi saco tiene un desgarre por su culpa, haré que lo lamenten el resto de sus vidas —advertí.

—Descuida. —Alaí se levantó, sosteniendo entre sus brazos la prenda negra que me quité en la entrada—. Lo atrapé antes de que cayera. No iba a dejar que se dañara por culpa de un imbécil.

Taylor se aclaró la garganta, silenciando el escándalo que se armó en pocos segundos.

—Kenai, prepara a tu división. Quiero que estén en New York antes del 21 de Julio. Belto, tu familia pasará a hacerse cargo de los territorios que manejaba Cheshire. Dakma, necesito que nos veamos en quince días para que me informes del contrato de armas y, Alaí, encárgate de eliminar a la persona que está filtrando información.

—Pero, jefe... —Belto intentó protestar.

—No aceptaré objeciones, si alguien se opone a mis órdenes me encargaré personalmente de recordarle quién es el Capo aquí. Pueden comenzar a retirarse.

Kenai se puso de pie, hizo un saludo a Taylor y se despidió de mí con un asentimiento de cabeza.

Llegó al montón de abrigos, tardando segundos en sacar el suyo, cubierto por una fina capa de polvo y una marca diagonal en la manga. Hizo una mueca al colocárselo, seguida de un gesto de advertencia a Alaí y el movimiento de sus labios diciendo: "me debes un abrigo nuevo".

Al salir se detuvo junto a Belto, palmeándole la espalda con compasión, o algo parecido, ya que, aunque no dudaba de su humanidad, me resultaba imposible creer que la parca podía sentir compasión.

Las palabras que dijo salieron suaves, siendo susurros nada amistosos que hicieron palidecer a Belto.

—Creo, mi estimado, que, si no me hubieras lanzado este periódico a la cara, New York seguiría siendo tuya. —Kenai le dejó el periódico pegado al pecho, un periódico más viejo que el que estaba leyendo cuando entré. Le sonrió—. Gracias —dijo y la puerta se cerró cuando abandonó la sala.

Belto fue tras él, tirando el papel al suelo.

Lo levanté por mera curiosidad, pasando los apartados sin notar nada extraño; las noticias eran las de siempre y si había algo novedoso salía en la sección de chismes, algo que Kenai siempre se saltaba porque le aburría.

Una celda roja, hecha con tinta que no pertenecía a la edición, llamó mi atención, enseñándome una sección dedicada a un artista, cuyo poema describía sin querer a Kenai y a la muerte que lo seguía en su nombre y su vida.

—Así que, el poeta de las alas rotas. —Le entregué laedición al fuego que ardía en la chimenea, guardando la hoja de poemas en misaco sin que los dos hombres restantes se dieran cuenta—. Interesante.

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