Capítulo 19


Dakma


Alaí ya se encontraba esperándome en el punto de encuentro cuando lo alcancé. Apenas me vio sus ojos pasaron de tener brillo a ser una copia indefinida de la oscuridad monstruosa de un ser que no pertenecía a este mundo.

Yacía calmo hasta que el trueno rompió su paz.

—Es solo una pregunta a la que sí o sí tienes que responderme. —Sujetó mi mano sin ejercer casi nada de presión, fulminando los vendajes que ya no se escondían por el saco sangriento que dejé olvidado más atrás es un contenedor de basura común con pinta de clandestino—. ¿Quién te hizo esto?

—Alaí...

—Espero que le hayas matado porque si no...

—Alaí. —Acaricié su mejilla, raspando mi piel con las primeras señales de que su barba volvía a crecer—. Necesitamos encontrar a Kenai.

Frunció el ceño, una vena resaltó en su cuello como muestra de su insatisfacción y molestia.

—Mis prioridades cambiaron. Necesito matar a la persona que te lastimó. ¿Quién fue?

—Taylor. —Se quedó helado, todo el color que ganó por culpa de la ira se disipó—. Te daré los detalles más tarde, ahora mismo tenemos que buscar a Kenai. Por favor.

—¿Lo mataste? —preguntó en un susurro, dejando que su voz fuera llevada por el tiempo sin mucha fuerza.

—Sí.

—Está bien. —Presionó su frente con la mía, respirando despacio sin dejar de masajear mis manos—. Busquemos a Kenai.

Rodeé su cuerpo y lo empujé al piso, girando su cuerpo para evitar que se impactara directo con el concreto. Él reaccionó a tiempo e interpuso sus manos para no dejar que su peso me aplastara. La bala que venía en nuestra dirección rompió el cristal del lugar, alertando a las personas que comían dentro.

—¿Cuántos? —preguntó Alaí, viendo de reojo el lugar desde donde dispararon.

Cargué mi pistola, agradecida de encontrar municiones de sobra en los bolsillos de su saco.

—Tres para cada uno —respondí, ladeándome un poco para encontrar un buen ángulo desde el cual enfocar y dispararle al objetivo no fuera un riesgo ni un desperdicio de municiones. Jalé el gatillo al estar lista. Los cuerpos de dos tiradores cayeron del segundo piso—. Bueno, me queda uno —dije.

Alaí disparó hacia adelante, se levantó y me ayudó a ponerme de pie también. Tomó el lado izquierdo, liberando tres tiros más.

Su espalda chocó con la mía, me impulsé de la firmeza en sus músculos para ir hacia delante con una patada que arrancó el arma de las manos del último.

Dos tiros en sus piernas y él igual cayó.

—Es un miembro de Cheshire —dijo Alaí—. ¿Qué está haciendo aquí?

—Taylor les ordenó asesinar a Kenai. Supongo que su orden también incluía evitar que nosotros nos reuniéramos con él. Debe saber dónde está. —El chico se retorció—. Habla ahora y te dejaré con vida. A fin de cuentas, Taylor está muerto.

—¡Mientes! Él no...

—Yo lo maté —interrumpí—. Y si no quieres ser el siguiente dinos la ubicación actual de tu grupo. Belto los está dirigiendo, ¿no es así? Gustavo jamás iría en contra de Kenai, incluso si eso lo lleva a desafiar a York.

Dudó, pero la semilla de la incertidumbre y el miedo ya estaba plantada en su interior, luego de escuchar mis palabras la debilidad se hizo presente.

Lo dijo todo, llorando, balbuceando y suplicando por su vida.

No escuché las razones para perdonarlo, solo la ubicación. La urgencia de partir evitó que pensara en nada más, dejándolo atrás, muy atrás.

Alaí corría a mi lado, siguiéndome el paso a pesar de que sus ojos dejaban al descubierto la intención de querer detenerme.

Sabía cómo debía verme: ensangrentada, herida, con un moretón en la mejilla y varios impactos de bala, dos de ellos abiertos de nuevo.

Intentaba ignorarlos, las heridas, el dolor, quería ignorarlo todo y correr.

Quería llegar a tiempo.

Fuera Kenai, Dana, o ambos, necesitaba encontrarlos.

Salvarlos.

Protegerlos.

Sin darme cuenta me encontraba llorando, mis labios se movían sin detenerse, pronunciando palabras que jamás creí pronunciar, encomendándome a un Dios en el que jamás llegué a creer, quizá fue por eso que no me escuchó.

Mis palabras se quedaron atrapadas en algún lugar entre la tierra y el cielo, desapareciendo una vez que llegaron a ser dichas.

El único testigo fue Alaí, quien jamás dijo nada de ese día o de lo que ocurrió en el transcurso de búsqueda. Yo agradecí eso, porque ese sería el único y el último momento en el que llegaría a creer en algo, en Dios.

Paramos en la entrada del callejón por culpa de la escena. La maldita escena. Era un baño de sangre con cuerpos y balas alrededor de una joven pareja que nunca pudo serlo. Dana lo sostenía en su regazo, murmurando algo que parecía un canto, no dejaba de acariciar sus mechones ni de llorar, mientras que Kenai...

Kenai no le respondía.

Aparté la mirada a los muros, al cielo, a cualquier otro lugar menos a su cadáver.

Porque ahí, ahí ya no quedaba más que una pila de sueños destruidos en forma de un hombre que solo soñaba con la libertad.

Perdí la fuerza apenas lo vi, pálido como las hojas de un libro recién impreso. Me llené con la idea de que estaba dormido y lo llamé, le hablé de lejos, evitando ir con Alaí para ver la verdad, sus heridas, similares a las mías o incluso peor.

Él no despertó.

No estaba dormido.

Alaí sujetó su muñeca y estuvo así un rato, pasado un minuto la bajó. No vi su rostro, no me hizo falta para saber que también lloraba, buscando esperanza en donde ya no quedaba nada.

—Es tarde —dijo con la voz rota que pertenecía a un padre que acababa de ver a su hijo partir, irse a un lugar al que no podía seguirlo. Lo teníamos en la palma de nuestras manos y, a pesar de la seguridad con la que nuestro puño lo envolvía, fue capaz de escurrirse y desaparecer entre nuestros dedos—. Kenai... él... —Apretó con fuerza la mano que antes dejó a un lado, sujetándose de ese último vestigio físico para mantenerse fuerte—. Murió.

Dana lloró con más fuerza, Alaí maldijo entre lágrimas, y yo... Yo solo supe que caí de rodillas cuando sentí el dolor de la raspadura luego de que la tela se rasgara, un recuerdo de que, a diferencia de él, yo seguía existiendo.

Seguía viva.

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