Capítulo 17


Dakma


Conforme más subíamos más perdíamos de vista el suelo, la salida y la única posibilidad de escapar de un infierno que no tardó en llenarse de fuego, disparos y muertos.

Kenai avanzó primero, abriéndose paso tras Belto, evadiendo o asesinando a los hombres que se interponían entre el cazador y su presa.

El resto seguimos su recorrido con dificultad, aventurándonos en senderos con trampas que llevaban a un mismo destino.

La muerte.

Respiraba pesadamente a causa de la agitación y los mareos que azotaban mi cabeza, la cual parecía estar siendo llevada a través de un remolino ascendente.

Por un momento perdí la noción de dónde estaba y qué era lo que estaba haciendo ahí, reaccionando tarde al grupo de los aliados y enemigos, alertándome o maldiciendo porque la bala que fue tirada en mi dirección no llegó a mí. Alaí bloqueó el impacto de esta, cambiando su expresión preocupada por una de dolor.

Debajo de la manga de su camisa la humedad roja avanzó, contaminando la tela.

—Tienes que salir de aquí —me dijo.

—No puedo. —Me moví lo más rápido que pude, recobrando algo de sentido al ver la sangre que retuve con un torniquete—. No todavía. ¿Puedes disparar?

Alaí rodó los ojos.

—Incluso si tuviera todo el brazo agujereado, mi puntería sería mejor que la de Belto. —Alcé una ceja. Él tiró del gatillo, dando en la cabeza de uno de nuestros atacantes, justo entre ceja y ceja—. Puedo disparar. Tú eres quien me preocupa. ¿Ya estás mejor?

Lo imité, dando en dos blancos que cayeron inertes, uno sobre otro.

—Parece que sí —respondí, recargando detrás de una pared que nos servía de escudo contra los ataques.

—Engreída.

—Mal perdedor.

—¿Un dos de tres? —preguntó, pegándose a un pilar desde el que tenía una visión regular del panorama que se abría delante.

—Vas a perder.

—No te adelantes. —Me dio un beso en la mejilla—. Nada está escrito, my rose.

—¡Eso es trampa! —exclamé, cubriéndole la espalda. Su risa se ahogó con la oleada final de metal y sangre.

La secuencia básica de movimientos, disparos y golpes pasó en mi mente al tiempo que la ejecutaba.

Uno a uno, los hombres que restaban cayeron como plomo en el mar: hasta el fondo.

Vomité a un lado de los cuerpos con la llegada del silencio al edificio, un silencio inquietante y aterrador. Alaí estuvo ahí para mí, sobando mi espalda hasta que todo lo que tenía que salir estuvo fuera, volcado y unido a la sangre que se extendía dando forma a un lago.

Acepté su pañuelo cuando él me lo ofreció al final, lamentado tener que ensuciarlo con los restos de desperdicio que quedaron en las comisuras de mis labios. Él no se quejó de la escena, besó mi frente tras comprobar que seguía ahí, un ritual que comenzó cuando todo parecía que iba a terminar para nosotros.

—Divídanse en dos grupos —ordené a nuestros hombres—. Maten a cualquiera que siga con vida e incendien este lugar al terminar. Alaí, tú vienes conmigo. —Señalé el frente, donde la última puerta permanecía cerrada—. Todavía nos queda una.

Preparó su arma y apuntó al interior, giré la perilla, sin bajar la pistola que se sentía como una extensión más de mi cuerpo.

Vi un movimiento en el piso y me precipité, empujando a Alaí a un lado, sin darle la oportunidad al hombre medio muerto, para que le disparara.

No. A él no.

El impacto, cerca de mi hombro, me hizo ver el mundo partido, nublado por el dolor al que nunca terminaba de acostumbrarme.

También disparé.

Su brazo quedó inservible luego de tres disparos al hombro. El arma cayó a un lado, la pateé, alejándola aún más de él.

—Voy a matarlo —sentenció Alaí, encargándose de mi extremidad lastimada.

—Espera un minuto. —Puse mi pie en la herida del hombre. Contuvo un grito. Dolía. Sabía que lo estaba matando; sus ojos, su expresión, su todo me dejaba claro lo terrible que era pasar esa tortura y lo mucho que me odiaba—. ¿Dónde están? ¿A dónde fueron? —Ejercí más presión. El hueso tronó, su vida también. Comencé a perder la paciencia. No teníamos tiempo y ese hombre nos estaba haciendo perderlo—. ¡¿Dónde está Kenai?!

—No lo sé. —Rompió en llanto, escupiendo palabras y sangre—. No sé. ¡No lo sé! ¡Juro que no sé nada!

—¿A dónde fueron? Los debiste de haber visto. ¡Habla!

—Si yo fuera tú —aconsejó Alaí mientras se recargaba en la pared, dándole la espalda a la ventana—, le diría lo que quiere saber. Una rosa es una flor bella, pero no te olvides que sus pétalos solo están ahí para ocultar el filo de sus espinas.

Sacudió la cabeza y, antes de que se mordiera más la lengua hice que doliera, obligándolo a gritar, a hablar.

—¡Huyeron! Belto escapó por la escalera de incendios y Morte fue tras él. Pero es inútil seguirlos. ¡Es inútil! —Dejó las muecas, cambiándolas por sonrisas maliciosas—. No llegarán a tiempo hasta él. Nuestro jefe tiene un escuadrón que le dio la comisión. ¡Van a acorralarlo y lo matarán! Tenemos su punto débil. ¡Lo tenemos!

Perdí la fuerza para seguir adelante al escuchar eso.

Lo negué, más para mí que para el hombre moribundo que reía como un loco.

—No es cierto.

—Lo tenemos y vamos a usarlo. Morte fue descuidado. Esta vez no va a poder escapar. ¡Ninguno de los dos saldrá con vida!

—¿Qué le hicieron, malditos? —Lo alcé, agitándolo como un muñeco roto—. ¡¿Qué le hicieron a Dana?! Les juro que, si le pusieron, ¡aunque sea un solo dedo encima! Si le tocaron uno solo de sus cabellos, Kenai va a matarlos, y luego, cuando ya los haya acabado, los traeré de vuelta y los volveré a matar.

La sonrisa que liberó me provocó escalofríos y miedo.

Sobre todas las cosas tuve miedo.

Miedo a que fuera real.

Miedo por Kenai, por Dana.

Miedo de perder.

Solté su cuerpo, que cayó inerte sobre los otros luego de recibir la ira de Alaí en forma de una bala que dio justo en el blanco.

—Están en peligro. —Sostuve mi cabeza. De repente, el mundo volvía a girar—. ¡Los dos están en peligro!

—Me encargaré de buscar a Kenai. —Alaí apartó mis manos—. Te dejo un escuadrón para que te encargues de buscar y proteger a Dana, es más seguro para ti y el bebé.

—No —dije—. Si Dana está en peligro tengo que ir y venir rápido. Nuestros hombres son buenos, pero llamarían demasiado la atención. Llévalos contigo, divídanse y busquen en toda el área. Yo iré a su departamento. Alaí, si en media hora no lo han encontrado, nos veremos en frente de la tienda de comida china que está a una cuadra de aquí. Y, si en una hora no damos con el paradero de Dana, Kenai o los dos, llamaremos a la policía. No vamos a dejar que mueran.

Apretó nuestro agarre y besó el dorso de mi mano.

—Es una promesa. Vuelve con vida, my rose.

—Tú también, tienes que volver.

No nos soltamos.

No pudimos hacerlo.

Encerró mi cintura y yo envolví su cuello por un segundo.

Uno solo.

Un minúsculo, maldito y bendito segundo.

Lo besé, aferrándome a la esperanza disuelta en su boca y al valor escondido en sus labios.

Correspondió mi beso, moviendo una de sus manos a mi mentón, perfilándolo con solemnidad y un tacto suave, de espuma y algodón.

—¿Recuento total? —preguntó, todavía contra mis labios, negándose a liberarlos del todo.

—Quince.

Hizo un sonidito de decepción y volvió a besarme. Hambriento, desesperado.

Lo interrumpí.

—¿Recuento total?

Desvió la mirada.

—Trece.

—Recuérdame cobrar mi cena cuando salgamos de esto.

Me aparté, alborotando su pelo una última vez.

—Te amo —dije.

—Te amo —se despidió.

Nuestros caminos se dividieron y, aunque sabía que la distancia se extendía no volteé a verlo ni una sola vez.

°°°

Recordaba la dirección gracias a los escuadrones de vigilancia, recordaba que tenía que pasar por la florería y la joyería.

Tamada me saludó, agitando un pañuelo desde la entrada de su negocio, le correspondí con prisa y seguí moviéndome.

Dejé el auto mal estacionado en frente del edificio en el que estaba su hogar. Me sorprendió no ver al vigilante en su cubículo ubicado en la entrada.

Una sorpresa que se convirtió en alarma y miedo.

Conté los escalones mientras subía. Un total de cuarenta para llegar a su piso.

Preparé el seguro, lista para forzar la cerradura; sin embargo, apenas toqué la perilla noté que no estaba cerrada.

La puerta, entreabierta, te daba la bienvenida a un hogar con aroma a ellos.

Desde las paredes y la decoración hasta los dos abrigos desiguales que colgaban en el perchero del recibidor, justo a un lado de un mueble con una canasta de compras, todo, tenía sus nombres grabados en grande.

Avancé al interior, parando en seco en la sala, donde un hombre bebía té negro en una vajilla ajena, decorada con flores. Entre sus manos, uno de los poemarios de Dana estaba abierto a la mitad.

Bajé el arma, cambiando de opinión al último minuto. La regresé a su posición original, apuntando a la cabeza.

Él cerró el poemario y bajó la taza que sostenía. La media sonrisa que curvó sus labios me quitó la esperanza de que, fuese lo que fuese que estuviera haciendo ahí era algo bueno.

—Te estaba esperando —dijo.

—¿Qué haces aquí, Taylor?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #bl#méxico