Vista ampliada al documento.
Querido Nico:
Lo que me pedías era complejo, y lo detallé a continuación lo mejor que pude. Opté por un archivo de word en lugar de un mail común, en parte debido a su extensión y en parte para que fuese más privado. Desde el momento en que estés leyendo estas palabras, tienes que ser consciente de que este documento ha pasado a ser de tu absoluta propiedad y tú decidirás si cuando termines de leerlo lo editas, lo borras de la faz de la tierra o lo conservas intacto.
Empecemos con cómo llegué hasta donde tú estabas, porque, a juzgar con cómo te fuiste de tu casa, sin dejar pistas ni avisos, buscabas estar solo. ¿Para qué? Allí estaba el inconveniente. ¿Por qué no sólo solo dentro de tu habitación, sino completamente solo, aislado de cualquier alma humana?
Me respondí a mí mismo recordando lo muy atosigado que te sentías con la sobreprotección de tu familia. Querías un respiro, eso lo entendí, pero no fue confiable el modo en que lo tomaste. No respondí al correo que me envió Clarissa preguntándome por ti, y en su lugar, decidí salir buscarte por mi cuenta. Quizá no querías que tu familia te encontrara, pero, muy en el fondo, deseabas que yo lo hiciera.
Al principio fue difícil. No habían lugares a los cuales concurrieras a menudo, más que el instituto. Te busqué allí, por si te lo preguntas. Llegué a explorar todo lugar posible, desde las calles cercanas a nuestras casas hasta la casa del señor Collins. Pero tú solo te habías desvanecido, como el fantasma que crees ser.
En ese momento de desesperación, llegué a sentir culpa. Tiendo a pensar que sucederán cosas terribles frente a largas incertidumbres. Comenzaba a imaginarte en una zanja o debajo de un puente, y a pensar que la responsabilidad recaía sobre mí, por haberte descuidado en el par de días que al parecer más me necesitabas. ¿Serías capaz de suicidarte, Nico? Respóndeme esa inquietud. Puedes decirme, yo no te juzgaré por ello.
Me disculpo si me necesitabas. En serio. Gasté el sábado entero tramitando mi licencia de conducir y gracias a ello pude salir a buscarte por mi cuenta ayer, aunque mamá deseaba acompañarme. Mis padres me rentaron un auto de segunda mano para evaluar mi capacidad de cuidarlo y ser responsable en mis asuntos transportándome por mi cuenta.
Mientras conducía por las calles agotado de posibles destinos, empecé a rememorar lo que hemos vivido, en busca de alguna pista que me ayudara a dar con tu paradero. Me planteé esto: Si yo fuera Nico, ¿a dónde iría?
Fue entonces cuando vino a mi mente el cementerio. Realmente no le apostaba a encontrarte allí, pero la corazonada terminó funcionando.
Cuando te vi, mi alivio no duró mucho. Estabas... mal. Tambaleándote mientras caminabas, una botella de alcohol en la mano. Habían lágrimas surcando tus mejillas y tú eras tan ajeno a ellas como al temblor de tus manos y rodillas, y a los suaves sollozos que sacudían tu cuerpo. Hablabas solo. No fue mi intención inicial, pero te observé desde atrás mientras detallabas tu relación con Johnny.
En ese momento en que por fin decidí hablarte, te sorprendí tanto que me aventaste la botella. No te preocupes, te falló el brazo y no tuve que mover un músculo para esquivarla. Tardaste un poco en reconocerme, y me dijiste algunas cosas en tu idioma natal, incluido mi nombre.
Sé que no viene al caso, pero me quedé fascinado ante la pronunciación italiana que le diste a mi nombre, todavía tengo grabado el sonido de tu voz mientras lo decías en mis pensamientos, reproduciéndose una y otra vez. Lastimosamente no puedo ayudarte con las otras cosas que me dijiste.
No me sentía cómodo contigo así. Nunca había visto a alguien alcoholizado en vivo y en directo y odié que tuvieras que ser tú justamente el primero. Tomaste la iniciativa y te tiraste a mis brazos. Por una vez, fui yo quien se tensó e instintivamente por poco te aparta. A más de que me doliera tanto verte así, apestabas demasiado. No soporto el hedor a alcohol, ni a tabaco. Ninguna de esas cosas.
Pero resistí a mis impulsos y me obligué a abrazarte de regreso. Sostuve el peso de tu cuerpo, que no me había parecido tan pequeño y frágil hasta ese momento. Necesitabas de mí, necesitabas un poco de consuelo*.
Sucedió una de las cosas que temía que te sucediera tan pronto: te rompiste. Lloraste en mi hombro como nunca había visto llorar a alguien que no fuera yo mismo. Llegué a llorar contigo, todo era demasiado abrumador y no tenía palabras, solo un corazón al que la impotencia lo hacía latir cada vez más rápido, hasta el punto en que me pareció que dolía.
Ese punto de la miseria humana es lo que a mis padres les gusta llamar la faceta negra. El peor estado emocional en el que se pueda encontrar una persona y que intenta ocultar de las demás a toda costa. Cuando no importa que los mocos tengan que ser limpiados con cualquier trapo a o sección del cuerpo a la mano y que los ojos se hinchen hasta casi no poder mantenerlos abiertos y que los sollozos se transformen en alaridos animales.
No te avergüences, creo que este episodio fue más benéfico que perjudicial. Te quitaste tu última máscara conmigo y descargaste todo lo que tenías dentro. Eso debió fortalecer nuestros lazos, aunque no lo hubieras tenido tan claro esta mañana. ¿Has podido familiarizarte con lo que te estoy diciendo?
Tampoco podía durar para siempre. Una vez que te vaciaste, ambos nos quedamos en silencio, aún abrazados. Ninguno de los dos lloraba más, pero tampoco teníamos ganas de hablar. Nos sentamos frente a la lápida de tu madre y disfrutamos de la fortuna de nuestra mutua y muda compañía en aquella noche tan pacífica.
Tras eso, sucedió algo extraño conmigo. Ya no quería devolverte a tu hogar, quería quedarme contigo, por toda la vida si fuera necesario. Son las fantasías ilusas que pensamos los que nos enamoramos estando en plenitud.
Pero tampoco podía aprovecharme de tu estado. No eras completamente tú, un Nico en todos sus cabales. Tarde o temprano tenía que llevarte a casa, y opté por tarde. En este punto ya puedo opinar que es una lástima que no lo puedas recordar. El principio fue malo, sí, pero nuestra velada improvisada emprendió un rumbo hacia lo alto después de la sima inicial.
Volví a mi auto provisional y saqué mi ukelele, que estuvo guardado en la cajuela desde el sábado por la noche, cuando tuve que pagar una apuesta con Charlie (de que conseguiría mi permiso de buenas a primeras) y dar un espectáculo improvisado en el restaurante que eligieran mis padres para celebrar (mi público fue bueno, me dieron propinas, aunque Charlie se llevó la mitad). Pensé que algo de música te sentaría bien, mi mente corría a mil.
Canté un tema especial para ti, y digo especial porque ya lo tenía bautizado con tu nombre pero aún no había preparado ni programado el momento de la serenata. Lo improvisé para ti. Te reto a escuchar todas las canciones del álbum A naked twist in my story de Secondhand Serenade hasta que puedas reconocerla.
La canción te hizo sonreír y hasta cantar conmigo. Tuve un lindo déjà vu del día después de que nos hicimos novios, en mi azotea. Cantar contigo siempre se siente igual de bien.
Comida italiana, serenatas de segunda mano y escritos cursis, eso es lo que tengo para ofrecerte.
¿Nos besamos? Sí. ¿Pasionalmente? Estoy asintiendo enérgicamente porque este es un sí con énfasis. No sabía que sabías besar así. No llegamos a segunda base, tuve que detenerte. Te aprecio demasiado como para dejar que, siendo dramáticos, arruines tu vida con una mala decisión en tu primera borrachera. En algún momento, dejando que las cosas entre nosotros fluyan, llegaría el momento adecuado para ello.
A esas alturas de la noche, llamó mi mamá. Estaba inquieta y tuve que darle una hora fija para volver. Había llegado el momento de llevarte a casa.
Pero allí no terminaron las cosas. En ese momento me miraste a los ojos y me confesaste algo importante. Justo cuando no estaba pensando en ti, apareces y me obligas a pensar en ti, esas fueron tus palabras exactas. Y lucías agradecido de que hubiera aparecido y te hubiera obligado pensar en mí.
Qué puedo decir, soy tu novio y es mi deber hacer que pienses en mí todo el tiempo. Está bien, no. ¿Al menos te reíste? Espero que sí.
Te quiero, Nico. De aquí hasta la última posdata del último mail que escribamos sobre la Tierra. La posdata infinita.
Ow, te pusiste meloso en el camino. Prefiero no repetir textualmente lo que dijiste, basta decir que mencionaste lo grande que la tiene Johnny y cuánto le ha servido. Estuvimos a punto de ser detenidos por una patrulla por haberme olvidado de apagar una de las direccionales tras una curva, pero un pobre desgraciado más borracho que tú nos salvó el pellejo, culebreando frente a la patrulla a exceso de velocidad y con el volumen de la radio al máximo.
Llegamos a tu puerta en el momento justo en que tu padre llegaba a la casa, y tú estabas intentando treparte en mí como un koala. Intercambiamos palabras ligeramente incómodas, para luego llevarte a rastras hasta tu habitación, porque tu batería finalmente se había agotado.
Haciendo cuentas, el alcohol te condujo a algo parecido a un síndrome premenstrual. Fase triste ⇔ Fase feliz ➾ Fase knock-out. Mi noche del domingo, normalmente aburrida, tuvo de todo, desde lágrimas hasta suspenso. Te agradecería si no me hubieras asustado.
No vuelvas a tomar así, por tu propio bien. Te lo ordena el futuro doctor profesor Solace. La próxima electroescríbeme un ASAP y volaré al cementerio antes de que termines de pronunciar Will, de ese modo tan tuyo.
Pd: No te culpo por lo de Johnny.
Pd2: Nunca me devolviste mi pijama, pero la vi doblada debajo de tu almohada y se me ablandó el corazón. Es tuya.
Pd3: ¿Qué tal esa resaca, uh?
Pd4: Esto no podía terminar sin posdatas, ¿cierto?
Att: Tu sol caliente.
N/A: *Consuelo en inglés se dice solace, justo como el apellido de Will. El rayito de sol hizo juego de palabras allí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top