Viernes, 22/04/2016, Ravioles traicioneros



Nico necesitaría un grado superlativo a «de lo peor» para describir cómo se sentía. Vio llegar los mensajes de Will. Uno a uno. Sin falta. Sintió en su propia piel su preocupación cada vez más intensa, como escalofríos que cada vez lo sacudían más fuerte.

Y fue incapaz de contestar.

Eso le hería. Le hería no ser capaz de contestarle a su novio cuando él no tenía la culpa de nada. Pero no podía hacer nada más al respecto que sufrir por ello. Sus dedos se rehusaban a teclear una respuesta, así fuera mínima, así fuera un maldito emoji o un mísero punto. Simplemente no podía. Había como una fuerza superior que se lo impedía. Una fuerza superior dentro de su ser.

Desde su infancia le pasaban cosas así. Nico le pegaba a un niño por estorbar en su camino y cuando la maestra le pedía que se disculpara, no lo hacía. No podía. Se quedaba mudo y congelado, incapaz de actuar. Entonces la maestra llamaba a su padre y se llevaba una repelada adicionada a un castigo en casa.

¿Qué está mal con este niño?

Esa pregunta lo incitaba a actuar peor aún. Para un niño como Nico, era un estímulo tan efectivo como un caramelo.

Ya habían pasado años en los que no había sufrido uno de aquellos episodios. Conoció a Johnny y todo mejoró. Luego conoció a Will y las cosas mejoraron todavía más. Pero sin Johnny, era como si alguien hubiera quitado la base de una torre de Jenga. Todo se derrumbó. Volvía a ser el niño que odiaba todo y se odiaba a sí mismo por odiar todo.

Nico solo quería que el sufrimiento se detuviera. Las lágrimas, el dolor que no le dejaba respirar ni dormir en paz. Sentía que se ahogaba en sí mismo, algo lo arrastraba hasta el fondo de un mar oscuro y turbulento.

Estaba hecho un ovillo en su cama y no sabía cómo comprimirse más, así que comenzó a tirar de su cabello. El dolor físico que sus dedos remordidos experimentaban era un alivio. El Señor Sol, apretado contra su pecho, era como una pequeña luz que su abrumadora oscuridad estaba consumiendo. Ya casi no quedaba nada.

Entonces algo pastoso se estrelló en el vidrio de su ventana. Nico levantó la cabeza y arrugó la nariz enrojecida por el llanto. Una mancha viscosa, roja con blanco y amarillo invadía su ventana. Nico aún intentaba identificar qué era eso, cuando llegó la segunda. Esta vez, se levantó y la abrió. Tuvo que esquivar la tercera sustancia de dudosa procedencia que lanzaban a su ventana.

—¡Hey, tú! —se quejó con el muchacho que pilló con las manos en la masa, a punto de lanzar la cuarta masa extraña— ¡Deja de lanzarme porquerías!

El muchacho se retiró el beanie de la cabeza, levantó la cara y sonrió. A Nico se le cortaron los insultos junto a la respiración.

—¡No es porquería, son ravioles! ¡Y están riquísimos! —Will alzó la bandeja que colgaba desde dentro una funda de su brazo— ¡Traje muchos de repuesto!

Nico apoyó los codos en el alféizar de la ventana y desde su estómago gorgoteó una risa tan brillante que la oscuridad no pudo detener.

—Los ravioles no me gustan, Will. Es el único tipo de pasta italiana que no me gusta.




De haber recordado que Will era un fanático del orden, Nico lo habría dejado en el vestíbulo lidiando con Arthur y sus juguetes babeados. No le gustaba la forma en que escaneaba el desorden de su habitación, como un médico evaluando a su paciente. Comenzó a levantar ropa y papeles sin que Nico se lo hubiera consentido. Luego llegó hasta el escritorio, arrugó un poco la frente y estiró las manos hacia la caja metálica de galletas danesas.

—¡Alto! —gritó Nico, sobresaltándolo—. No abras eso. Ni se te ocurra.

—Está bien, está bien. —Will levantó las manos y se alejó un paso de la caja—. ¿Qué tienes allí?

—Cosas demasiado personales. —Las mejillas de Nico ardían pensando en el último mensaje de Johnny, lo que había escrito antes de ir al cumpleaños de Will, la factura del helado que le compró su padre cuando Nico le confesó acerca de su sexualidad, entre otros tesoros importantes que yacían guardados allí.

—Está bien —repitió Will—, no violaré tu intimidad.

—Gracias. —Nico soltó el aire.

Will se detuvo frente al parlante, ladeando la cabeza. Había comenzado a tararear la canción y Nico ya se había acostumbrado a su meliflua voz como parte de ella. Casi maldijo cuando Will dejó de tararear para hablar.

—No creía que escucharas este tipo de música.

—¿Esperabas rock? ¿Linkin Park, Simple Plan, Fall Out Boy, quizá? ¿O esperabas algo como Artic Monkeys o Twenty One Pilots?

—La verdad, estaba pensando en Green Day, Nirvana y My chemical romance, pero sí.

Nico se encogió de hombros.

—Pues, la mayoría del tiempo prefiero música más tranquila, y últimamente he incursionado en el género New Age y el Épico. Creo que ya tengo suficiente y hasta demasiada chispa en mi interior como para buscar otra que me haga explotar.

Will sonrió.

—Pensé que nadie conocía Epic Soul Factory o BrunuhVille. —Levantó el dedo índice—. ¿Ese es Yiruma?

—Ludovico Einaudi. Nuvole Bianche. —A Nico se le aguaban los ojos mientras hablaba.

Will sacudió la cabeza.

—Si vas a escuchar música instrumental en situaciones como esta, deberías escuchar algo más alegre. —Hizo el ademán de cambiarle, pero Nico detuvo su dedo.

—Nuvole Bianche puede evocar muchas cosas. Depende de cada persona interpretar de un modo u otro la música. Es por eso que me gustan tanto las canciones instrumentales. No tienen una letra que las encasille un una temática específica. Por eso, a cada ser humano les evocan cosas distintas. Incluso a un solo ser humano pueden evocarle cosas distintas en los distintos periodos de su vida. Es algo increíble.

Will frunció un poco los labios.

—¿Y te recuerda cosas bellas?

—Ahora mismo me está recordando a Johnny. —Nico sonrió con nostalgia.

Will decidió que no era un buen momento para montar una escena de celos. Durante los siguientes dos minutos, se dedicó a limpiar la habitación de su novio. Lo hacía con tanta buena voluntad que Nico se levantó de la cama para ayudarle. La música seguía sonando y en algún momento sus cuerpos comenzaron a reaccionar al ritmo, acercándose el uno al otro.

«Ahora mismo, me late que es una canción romántica» pensó Will.

Sus dedos se encontraron cuando intentaron recoger el último pantalón tirado en el suelo. Dejaron la prenda donde estaba y en su lugar se intercalaron entre sí. Will culpó a la dopamina y a la música por lo siguiente que hizo. Empujó a Nico a la cama y se trepó sobre él, sosteniendo sus manos a sus costados.

—¿Y ahora te parece una canción erótica? —le preguntó Nico en un jadeo.

Will se hubiera devorado su boca de no ser porque alguien carraspeó a sus espaldas. Aide estaba cruzada de brazos, sujetando el teléfono de la misma forma que hizo Perséfone hace unas horas.

—Will, tu madre está al teléfono. —Aide sonrió—. Si te preguntas de dónde sacó el número, yo se lo di cuando fui a tu casa.

Will se fue a contestar al pasillo y Aide corrió hacia su hermanito.

—¿Estás bien, bebé? ¿El niño rubio te hizo algo? ¿Aún eres puro?

Nico gruñó y se la sacó de encima.

—Aide, ya lo hemos discutido miles de veces. No soy tu bebé. Sí, todavía soy «puro». Y estaba bien hasta que apareciste.

—Oh, mi cusito bonito —Aide lo abrazó y lo apretó tanto mientras lo mecía que si Nico hubiera sido una caricatura, se le habrían brotado los ojos—. Debería ser ilegal que crezcas tan rápido.

—Aide... —Nico se quedaba sin aire.

Ella lo soltó.

—Dile a Will que lo acepto siempre y cuando no te toque demasiado antes del matrimonio.

Y se fue, dejando a Nico totalmente colorado. Will volvió con cara de disculpa.

—Mi ma dice que vuelva. Eh... —intentó tomar al Señor Sol, pero Nico le había ganado—. ¿Me puedes devolver mi peluche? —Lo intentó tomar otra vez, pero Nico lo alejó.

—No.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tú me lo diste.

—¡Te lo presté porque estabas enfermo!

—Ahora estoy triste. —Nico se aferró al peluche como un niño berrinchudo—. Te lo devolveré cuando yo lo decida.

Will hizo un puchero. Entonces se le ocurrió una idea.

—¿Y si hacemos un trato?

—¿Qué trato? —Nico le lanzó una mirada gatuna.

Will estiró las manos, pidiendo su peluche.

—Te cambio al Señor Sol por mí. Podrás abrazarme siempre que estés triste, enfermo, feliz. Cuando quieras. Y solo seré tuyo.

Diez minutos después, Will regresó con su peluche a su casa.


N/A: Aquí les dejo la descripción gráfica de lo que pasó entre el último diálogo y la última línea:

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