Sábado 16/04/2016, Cumpleaños de Will.
Quién lo diría.
Quién diría que los Solace recibirían a Nico con las luces apagadas y gritando «¡Sorpresa!» mientras salían desde atrás de los muebles y hacían estallar serpentinas en el aire.
—No es mi cumpleaños —aclaró Nico, retractando el paso que iba a dar al frente. ¿Estarían ebrios? ¿Debería dar media vuelta y correr de vuelta al auto mientras Ayalet siguiera allí?
Lo siguiente que supo fue que la señora Solace lo arrastraba a trompicones hasta la sala de la casa, donde los invitados lo volvieron a aclamar. Nico no supo cómo sentirse. De las ocho personas que le aplaudían no conocía al cincuenta por ciento. Se encogió detrás de la mujer, como un gatito asustado. El único pensamiento que su cerebro aturdido logró consolidar fue: «Hey, aún tengo puestos mis zapatos. Todos tienen puestos sus zapatos». Al parecer los cumpleaños eran una excepción en la norma zapatiense de los Solace.
—Ya sabemos que no es tu cumpleaños —explicó la mujer, con una amplia sonrisa, mientras lo llevaba hasta el pie de las escaleras y se giraba hacia él, sin soltar sus manos. El bamboleo de los vuelos de su vestido blanco mareó un poco a Nico—. Will mencionó que cumpliste años el viernes pasado y que no hiciste ni recibiste nada. Por eso hoy haremos una celebración doble. Queríamos que fuera sorpresa.
—Ah —dijo Nico, mirando de reojo de los invitados, que por suerte ya se encontraban evacuando la sala. Como en toda parrillada, la celebración se estaba dando al aire libre, en el patio trasero de la casa—. ¿Es válido hacer eso?
—¡Claro que sí! —Danuska apareció de un brinco frente a ellos, con los ojos azules inyectados de emoción. Nico respingó cuando Sofía salió desde detrás de ella. Luly fue la única que respetó su espacio personal, sonriendo a distancia.
—¡Pero mira qué tenemos allí! —chilló Sofía— ¿Ese es el tan misterioso regalo para Will?
«Corre, Nico. Corre.»
—Chicas, vamos a ver si el abuelo no está quemando la carne, ya saben cómo es —ordenó la señora Solace—. Siéntete como en casa, Nico. Ya sabes dónde encontrarnos si necesitas algo.
—Will aún no baja de su habitación —le susurró Luly al paso—. Si quieres puedes subir. Está terminando de ducharse.
La cara de Nico se cubrió de rojo. Se sintió como las caricaturas antiguas, cuando se calentaban tanto echaban humo por las orejas. Solo que la calentura de Nico no iba en ese sentido. Demonios, ahora tendría que desaparecer esa imagen mental antes de que sus hormonas se salieran de control.
—Hey, Nico, ¿estás bien? —Se manifestó el rubio, precipitándose a bajar por las escaleras.
Nico deseó que no se hubiese precipitado. Es decir, ver a Will Solace con ropa decente y el cabello húmedo por el baño en la cima de unas escaleras es como ver a una celebridad iluminada por los reflectores, a punto de brindar un show en vivo. Cuando llegó junto a él, ambos se quedaron mirando sus manos.
—¿Me hiciste un regalo? —preguntaron al mismo tiempo.
Tras terminar la pregunta y asentir en respuesta al otro, se sonrojaron al máximo.
—Creí que mi regalo había sido la lasagna —musitó Nico.
—Ese fue el intro.
—¿Esa no es la parte inicial de una canción?
—Pues ahora lo será también de los regalos. Vamos tómalo.
Nico lo hizo. Era una funda de regalo color azul oscuro con estampado de Star Wars y un pompón plateado. Arrancó las grapas y extrajo con cuidado lo que había en su interior. Su boca de entreabrió de la conmoción.
—¿De dónde lo has sacado? —jadeó, sonriendo por un segundo, antes de mirarlo fijamente a los ojos.
—Tuve que buscar mucho, pero a la final logré hallarlo.
Los ojos de Nico volvieron a su regalo. Un mazo completo de Mythomagic, con un plus de una figurita coleccionable, nada más ni nada menos que la de Apolo. Muy probablemente, cuando llegase a casa, Nico haría un orificio en la cabeza de figurita para agregarla a su collar.
—Gracias. —Se tomó su tiempo para pronunciar esa palabra, alargando cada letra.
—Prego. È un piacere —dijo Will, antes de soltar una risita cohibida—. Practiqué esas únicas palabras para decírtelas hoy.
—Per cose del genere, sei incantevole —soltó Nico.
—¿Qué?
—Que ahora abras tu regalo, tonto.
—¡Hey! —Will se quejó, pero ya se encontraba obedeciendo para ese entonces. Nico podría pedirle que se pusiera a bailar twerking en aquellos momentos y él lo haría.
Nico no pudo evitar sonreír. Pero sonreír en serio. Su boca tembló hasta que se extendió por toda su cara y sus dientes quedaron al descubierto. Ver a Will emocionado era todo lo que necesitaba para ser feliz.
—¿Es... —la voz de Will falló— lo que creo que es?
Nico sonrió más, si es que eso era posible.
—Compruébalo por ti mismo.
Will destrozó el envoltorio. Al sujetar la caja desnuda de iPhone en sus manos, comenzó a tiritar y jadear hasta reír. Había una nota pegada encima que decía: «Me declaro culpable de haber hurtado tu dinero, espero que con esto puedas perdonarme (no me iba a alcanzar con mis ahorros tampoco)». Will abrazó el regalo contra su pecho.
—No puedo creerlo. Tú... —Miró a Nico, perplejo y luego otra vez a la caja del celular. Sus rubias pestañas se mojaron con sus lagrimas retenidas—. Realmente lo hiciste... No sabes cuánto tiempo... No sé qué decir...
—Pruébalo —sugirió Nico, colocando las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones mientras alzaba los hombros—. No tienes que preocuparte por la línea, ni por el case, ya me encargué de todo.
En ese momento, los parlantes estallaron con la canción Cake by the ocean, de DNCE. Will bufó mientras negaba con la cabeza.
—Esa es nuestra señal de el asado está listo. Será mejor que vayamos, ya nos escaparemos después.
A buena hora Will era un chico de palabra. Estuvieron afuera lo necesario para contentar a sus padres, disfrutar de un opíparo banquete y, en el caso de Nico conocer más a la familia y amigos de Will. Todos sus abuelos estaban vivos y presentes, y contaban anécdotas que hacían reír a todo el mundo, sobre todo cuando se olvidaban de cómo seguía la historia y sus hijos o nietos tenían que recordárselo. En cierto modo, fue agradable. Nico pudo llegar a sentirse como en casa, introduciéndose a una nueva familia. Le gustó más ese concepto de fiesta de cumpleaños que el desenfreno usual de la mayoría de los adolescentes.
Aprovecharon la distracción de la familia con las fotos y vídeos que les tomaron soplando las velas para huir a la carrera. Se habían tomado las molestias de conseguir dos tortas, un pie de piña para Nico y una torta con cubierta de chocolate blanco para Will. Llegaron a la habitación del rubio entre jadeos y risas, cerrando la puerta detrás de ellos.
Durante los siguientes cuarenta minutos, se la pasaron sentados en la cama, jugando una partida de Mythomagic y configurando el nuevo celular de Will. Registraron tanto la huella digital del rubio como la de Nico. Jugaron a hacerle preguntas tontas a Siri. Instalaron las apps más triviales como Whatsapp, Facebook y Snapchat. Incluso se mandaron mensajes estando el uno al lado del otro. Will no cabía en sí de dicha. Nico jamás había reído tanto.
—Gracias por hacer esto posible, Nico —dijo Will al final, cuando su emoción comenzaba a menguar, reemplazada por una felicidad silenciosa—. A mí me hubiera tomado meses...
—Era lo menos que podía hacer por ti —respondió Nico, con un escozor en la garganta. Abrió la boca para decir algo más, aunque no estaba seguro de qué era, simplemente fluía—. Tú lo mereces todo...
—¿Quieres acompañarme a un lugar? —interrumpió Will—. Es mi rincón personal.
Nico asintió, parpadeando. Will deslizó su mano en la suya, entrelazando sus dedos. Lo llevó con delicadeza hasta el centro de su habitación, desde donde se puso de puntillas para tirar de una de las cadenas que colgaban de su lámpara de techo. Un agujero cuadrado con vista a las estrellas quedó al descubierto. Una escalera se desplegó hacia abajo.
—Ven.
Con las manos aún entrelazadas, se las arreglaron para subir las escaleras. Will iba al frente y Nico detrás. Cuando llegaron, fueron azotados por el viento nocturno, que hizo a Nico achinar los ojos hasta acostumbrarse. Entonces se quedó literalmente boquiabierto. Will tenía allí una especie de salita personal, a la intemperie. Con luces de jardín como iluminación, poofs de balones de basketball, una guitarra acústica, una mesita de centro, una pequeña estantería de libros, un equipo de sonido tapado por una manta negra y una mini refrigeradora. Era una azotea, pero solo tenía acceso mediante la habitación de Will.
—Ventajas de ser el único de tu género en medio de tus hermanos —explicó Will—. Aquí vengo cuando quiero relajarme, concentrarme más en mis estudios, practicar alguna canción, o incluso hacer unos tiros de baloncesto. —Señaló un aro que Nico no había percibido antes, prácticamente al borde.
—¿Y qué pasa si te sale mal el tiro? —Nico torció su sonrisa.
—La última vez el balón terminó enchuzado en las vallas del jardín. Por esa razón no lo hago tan a menudo.
—Mírale el lado bueno —jadeó Nico. No sabía por qué hablaba así, pero no podía evitarlo. Era como si la mera presencia de Will le robara el aliento—. Así te ves forzado a hacerlo bien.
A las luces de las lámparas de jardín, Will parecía una escultura viviente de oro con cabello de fuego.
—Lo mejor es el espectáculo de arriba —dijo Will, inclinando la cabeza hacia atrás.
Nico lo imitó. El cielo estaba plagado de estrellas. Eran más de las que Nico había visto jamás en su vida, tal vez a excepción de las fotos que encontraba en internet. Pero esta era una escena en vivo, aquellas estrellas refulgían realmente sobre su cabeza, y ninguna imagen sacada de una cámara, por muy profesional que sea o por muchos megapixeles que tenga, puede compararse a aquella inmortalizada por tus propios ojos.
—Es increíble que esto esté todos los días sobre mi cabeza y recién repare en ello.
—Desde aquí el cielo tiene una vista única, especialmente en primavera y verano. No entiendo muy bien por qué, pero mejor ¿no?
Ambos bajaron la mirada al mismo tiempo, encontrándose cara a cara, el uno al lado del otro. Sus manos seguían entrelazadas y el viento hacía que sus cabellos ondearan en la mima dirección.
—¿Will? —susurró Nico.
—¿Sí? —Will también susurró.
—Ya sé cómo me pagarás la apuesta.
—Ajá.
—Quiero que me beses.
Will lo miró perplejo, parpadeando a su vez. Consideró pellizcarse el brazo, pero sus terminaciones nerviosas hicieron corto circuito y se vio incapaz de sentir su propio cuerpo. Esperó a que Nico le dijera que no había dicho nada y que otra vez estaba imaginando cosas. Pero eso nunca pasó. Nico continuó allí, a la expectativa.
—Bésame, Will. —Esta vez no susurró. Lo dijo en voz alta y clara, con un tono autoritario y las estrellas como testigos.
—¿Lo... di-dices en serio?
Nico se rió y tiró de su mano con fuerza, provocando que Will se tambaleara hasta sus brazos y sus labios se encontraran en un beso.
Algunos dicen que el primer beso es el más significativo de la vida. Corrijamos un poco ese dicho. El amor no es una carrera donde el primer lugar se lleve todos los méritos. A veces corres por el camino equivocado y al llegar a la meta te llevas una decepción. Pero si eso ocurre no hay que agobiarse, porque la vida está llena de caminos que puedes recorrer hasta encontrar a la persona indicada, aquella que sacuda tu mundo y te haga desear formar parte del suyo. Y si llegas a amar a una persona antes de besarla estás de suerte, porque su primer beso será una experiencia mágica. Tal vez olvides el contexto en que ocurrió pero jamás lo que sentiste mientras ocurría. Deja una huella en tu alma, pionera de otras iguales o más profundas que llegarán en el futuro. No puedes afirmar si aquella relación que estás viendo nacer perdurará o si tu alma gemela solo sea la persona que estás besando. Solo puedes desprenderte del mundo y derretirte dentro de aquel amor que te deslumbra en tiempo presente, como hicieron Will y Nico.
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