Plus: Especial Navideño Sorpresa.

Esto es un one shot, muy aparte de la historia de E-mail. Es como una pequeña especulación de lo ocurrido en Navidad, entre La sangre del Olimpo y El Oráculo Perdido, cuando Will y Nico aún no eran una pareja oficial. Tal vez nadie lo lea hoy, pero mi éxito era publicarlo justamente en Navidad, así que aquí estoy, espero que lo disfruten.

Este año, el Campamento Mestizo celebraría la Navidad como se debía, siguiendo la tradición cristiana a pedido mayoritario de los campistas. Habían desactivado los termorreguladores ambientales para permitir que la nieve se irrigara por los tejados de las cabañas y el suelo como una suave cobertura de algodón. Los líderes de cabaña pululaban emocionados alrededor del pino de Thalia, decorándolo con bombillos y luces de colores. Dos campistas de Apolo dirigían una de sus carrozas hacia la punta, cargando con una brillante estrella de luz mágica que la cabaña de Hefesto había fabricado para la ocasión; según afirmaron, mientras más espíritu navideño rodeara a la estrella mayor sería su fulgor.

En el camino de entrada a la Casa Grande habían bastones bicolores de dulce ordenados en dos hileras paralelas. Dentro, Quirón, vestido con un traje de Santa Claus (ese milagro necesitó de una semana entera de insistencia general), instruía a las arpías para una preparación apropiada de la Cena Navideña. De vuelta al exterior, las hijas de Aftrodita y Eros estaban esparcidas por todo el terreno, encargándose de colgar muérdago en rincones donde según ellas había potentes cargas de amor.

Como se puede apreciar con los preparativos, los campistas que habían decidido residir el año completo en el campamento esperaban ansiosos la llegada de los demás. Los habían invitado a pasar todos juntos la Navidad allí, y sorprendentemente ninguno se negó. Los semidioses podían pertenecer a distintas clases sociales, razas, etnias o sexualidades, pero allí eran una unidad homogénea, una familia.

Al apagarse los últimos albores del sol, un muchacho delgado y de ropas oscuras emergió desde la sombra de uno de los árboles de la Colina Mestiza. Percy Jackson, quien adornaba la parte baja del Pino de Thalia junto a su novia, fue el primero en verlo.

—¡Hey, Nico! —Percy agitó las manos en el aire para saludar y al mismo tiempo llamar su atención— ¡Bienvenido!

Nico buscó el apoyo del tronco del árbol con la mano para recuperarse del mareo otorgado por viaje por las sombras. Reacomodó su bolsa de regalos sobre su hombro mientras el hijo de Poseidón saltaba de la rama en la que estaba encaramado con una ágil pirueta y se acercaba corriendo. Sus mejillas estaban arreboladas y sus ojos verde mar centellaban como las aquamarinas que crecían en el centro de las flores del jardín de Perséfone.

—Wow, —Percy frenó un poco, sorprendido por la bolsa de tela Nico cargaba a sus espaldas— ¿acaso eso es...?

—Podría ser muchas cosas —contestó Nico—. Como un cadáver, por ejemplo; o...

No pudo terminar porque Percy le quitó el aliento con un abrazo de oso, cosa que no fue difícil porque el hijo de Hades se había pegado el estirón.

—Te extrañamos —murmuró Percy.

—Solo me fui por dos meses —respondió Di Angelo, poniendo los ojos en blanco. En retrospectiva, era el menor periodo de tiempo que había pasado lejos de allí. A veces su padre lo necesitaba en el Inframundo porque los quehaceres de duplicaban o hasta triplicaban en determinadas épocas del año. A Nico le convenía acudir en su ayuda. Con la paga había podido comprar los regalos para sus amigos.

En ese momento, Annabeth llegó e hizo lo mismo que Percy. Nico se dejó. Aunque aún le costaba efectuar gestos de afecto, sí permitía que sus amigos los abrazaran, le dieran apretones de hombro o palmaditas en la espalda cuando gustasen. Ese avance se lo debía a una persona en particular, que se había ganado su cariño a cuesta de una actitud irritantemente terca y persistente en cuanto a mejorar sus hábitos sociales y de salud.

—Me atrevo a afirmar que eso es una bolsa de regalos —dijo la hija de Atenea.

Nico se encogió de hombros.

—Nunca les agradecí por todo el apoyo que me dieron. Era lo mínimo que podía hacer.

—¿Cuál es mi regalo? —preguntó Percy, incapaz de contener su emoción.

Annabeth lo empujó con el hombro, lanzándole la típica mirada de advertencia materna.

—Está bien —dijo Nico, y extrajo dos cajas de la bolsa, para tendérsela a los novios. Ambos sonrieron agradecidos. Eran regalos simples, pero significativos. El primer libro de Sherlock Holmes para Annabeth y una cálida sudadera azul con las iniciales AHS, siglas de un equipo de natación local, para Percy—. ¿Will está por aquí?

Annabeth negó con la cabeza con enajenación, fascinada con su regalo.

—Debe estar en su cabaña o en la enfermería. Muchísimas gracias, Nico.

Nico asintió, intentando mantener a raya su decepción. No lo encontró en los lugares mencionados, ni en ningún otro rincón del campamento. Huraño, se sentó en las gradas del anfiteatro para soplar y frotarse las manos, entumecidas por el frío.

Repentinamente, una bola de nieve se estrelló en su sien. Nico se volvió, enfadado, pero no había nadie a la vista. Otra bola lo golpeó, y esta vez, echó a correr en dirección a su origen. A medida que corría lo golpeaban más bolas, pero Nico nunca pudo encontrar el responsable de lanzarlas, solo seguir de dónde venían, cambiando de dirección constantemente.

En minutos, se hartó de aquella persecución sin rumbo. Frenó de golpe y convocó a un escuadrón de zombies que comenzó a tirar nieve a diestra y siniestra describiendo un círculo protector a su alrededor. Cuando las bolas de nieve dejaron de llegar, devolvió a los zombies al Inframundo y se dispuso a regresar con Percy y Annabeth, pero una última bola le dio de lleno en la espalda.

Nico gritó. Desenvainó su espada y se movió tan rápido, que esta vez logró acorralar al responsable contra el suelo, con la hoja de hierro estigio aprisionada contra su garganta.

O mejor dicho, la responsable. La gorra de los Yankees se había desprendido de la cabeza de Piper Mclean después de que Nico la tacleara.

La hija de Afrodita sonrió y le enseñó las palmas en señal de paz.

—¿Qué te pasa, maldita sea? —rugió Nico.

La sonrisa de Piper se extendió. Era una sonrisa pícara que decía «Lo siento», sin sentirlo realmente.

—¡Ahora, Jason!

Una ráfaga circular de viento capturó a Nico y lo remolcó a un destino desconocido mientras el hijo de Hades soltaba maldiciones y amenazas de muerte no aptas para niños.

Finalmente, el tornado improvisado lo escupió dentro de una habitación a oscuras que Nico no pudo reconocer. Bizqueó cuando las luces se encendieron de repente y entonces un resuello escapó de su boca, formando una nube de vaho. Había una enorme caja de regalo con envoltura roja y un pompón negro en medio de la habitación, con su nombre como destinatario. Antes de que consiguiera mover un músculo, el regalo se abrió de par en par y Will Solace quedó al descubierto, sujetando  una cartelera en las manos.

«Este ofrecimiento sincero
ha sido mi regalo más difícil.
¿Quisieras complacerlo?»

—¿Qué ofrecimiento? —preguntó Nico.

Will le sonrió. Vestía un buzo verde hoja con un estampado de reno y unos pantalones oscuros. Los rizos rubios caían sobre sus sienes como resortes de seda de oro y sus ojos, de un azul más intenso que el cielo o el mar, refulgían con la habitual vivacidad de los hijos de Apolo.

Hermoso. Nico no encontró otra palabra para describirlo.

—Lo averiguarás cuando respondas. Si me dices que sí, no solo te habrás ganado un regalo único en su especie, sino que me lo habrás dado a mí también.

Nico lo sopesó. No entendía nada, y quería entender, pero le daba recelo aceptar algo a ciegas. Al final asintió. Si no podía confiar en Will, no podía confiar en nadie.

La sonrisa del rubio iluminó cada rincón de su cara. Nico casi lamentó cuando carraspeó.

—Cierra los ojos.

Extrañado, Nico obedeció. Fantaseaba con sentir el peso de algún collar y la respiración de Will en la nuca cuando algo suave y cálido acarició sus labios. No fue necesario formular la pregunta, ni articular una respuesta. Toda duda quedó evaporada en el momento en que Nico se inclinó levemente hacia adelante y le devolvió la caricia a los labios de Will Solace.

Cuando abandonaron la habitación, que resultó ser la misma enfermería, no podían dejar de sonreír. Caminaron de la mano, disfrutando del cálido y reconfortante sentimiento que albergaba dentro de ambos. Por una vez, Nico no sentía ni pizca de esa sensación de soledad que parecía acecharlo en todas partes. Por fin, podía ver la belleza que irradiaban la nieve, los colores, las luces, los olores y el espíritu en sí de la Navidad. Will, por su lado, nunca pensó que su idea saldría tan bien. Lo había conseguido. Nico lo había aceptado. Había deseado pedírselo desde hace un mes, pero no fue hasta que las vísperas de la Navidad fortalecieron su espíritu que decidió arriesgarse. Se alegró de haberlo hecho.

Qué mejor día para el comienzo de una hermosa relación. Al siguiente día recién recordaron que Nico había dejado su bolsa de regalos tirada en el anfiteatro.

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