Martes 29/03/2016, Clase de Biología.


Nico di Angelo tenía una hoja de papel doblada en sus manos y una misión importante por cumplir: hacerla llegar hasta Will Solace. La cuestión era cómo.

Su objetivo se encontraba a seis bancas de separación vertical y tres de horizontal. En medidas de salón de clases, eso es muy, pero muy, lejos. Habían transcurrido treinta y ocho minutos desde que comenzó la clase y aún no movía un dedo. En parte por copiar el contenido que Mr. Smith proyectaba al frente y en parte por estar formulando posibilidades de acción que casi por las mismas descartaba.

No podía levantarse sólo para hacerlo por su cuenta. ¿Qué tan sospechoso se vería aquello? ¿Qué diría el maestro? No podía confiar en que sus compañeros pasaran el papel hasta el puesto de Will sin leerlo antes.

Ugh. Nico no estaba acostumbrado a pensar tanto.

Will, al igual que todos los martes, respondía emocionado y sonriente cuantas preguntas del maestro podía abarcar. Era el único en todo el salón que lo hacía. Convenientemente, le daba vida a la clase de las ciencias de la vida.

En alguna ocasión del pasado, Mr. Smith se había «hartado» de escuchar «solamente su voz» y lo había vetado de contestar. Fue la única y primera vez en que Nico se fijó en Will.  Recordaba haber tenido una discusión de perros con Perséfone la noche anterior y haber estado de un humor de «mírame y te mato». Pero en clase de Biología se encontró relajándose y hasta curvando las comisuras de los labios hacia arriba. Le llamó la atención encontrar a aquel chico cerebrito fuera de su papel normal. Le divirtió ver cómo se le enrojecía la cara y cómo inflaba las mejillas, conteniéndose para no hablar. Al final de ese día, Mr. Smith comprendió que Will era el único realmente interesado en la materia y que si él no contestaba sus preguntas, la clase no sería igual. Nunca más le prohibió contestar.

Nico suspiró, rendido. Ya no tenía ideas ni tiempo suficiente para formularlas. Optó por el plan de emergencia tocando el hombro de Johnny, su compañero del frente.

—Pst. ¿Puedes hacerme un favor?

—¿Desde cuando decides hablarme?

—Desde que necesito que me hagas un favor.

—Y supongo que realmente tengo que hacerlo. No me parece muy justo. ¿Qué me darás a cambio?

Nico puso los ojos en blanco.

—Ya no ignoraré tus conversaciones.

—¡Espléndido! —Johnny se giró y sonrió— ¿Cuáles son sus deseos, mi gay amigo?

Johnny había sido la primera y hasta ahora única persona del instituto que había descubierto la orientación sexual de Nico.

Lo hizo, porque en gimnasia, Nico había sufrido un vergonzoso accidente por observar a Harold Pane, el perfectamente esculpido mariscal de campo, entrenar sin camiseta. Resultó que Johnny era bisexual y partidario número uno a la defensa de la comunidad LGBT+. Supo exactamente cómo actuar, y a partir de entonces acogió a Nico bajos sus alas, como una mamá gallina con un polluelo recién nacido. El problema era que Johnny era de esas personas que hablan hasta los codos y exigen ser escuchados mientras lo hacen. Y Nico era de esas personas que en algún punto se cansan de las otras personas, sobre todo cuando hablan demasiado.

Nico gruñó y le pasó el papel por detrás de la banca.

—Entrégale eso a Will Solace. Y asegúrate de que llegue específicamente a él. —Lo pateó en el costado—. Ni se te ocurra leerlo.

—Auch. —Johnny hizo una mueca y se sobó el lugar afectado— ¿Cómo lo supiste? De todas formas, ¿qué es? ¿Una cartita de colegiala enamorada?

—Una confabulación macabra para violarte después de clases. Ya no jodas más y hazlo.

Johnny suspiró. Luego rompió la punta de su lápiz contra su banca y se levantó, rumbo al tacho que estaba en frente del salón, con el sacapuntas en mano.

El maestro no dijo nada. Cuando el papel llegó exitosamente a manos de Will, este volteó y miró entre extrañado y temeroso a Nico.

«No lo leas hasta llegar a casa» artículo el pelinegro con los labios. Luego esbozó una leve sonrisa, como para tranquilizarlo.

Will Solace le devolvió la sonrisa en mayor escala y guardó el papel dentro de su bolsillo. Entonces le señaló el reloj, seguido del pasillo.

Nico entendió enseguida. En diez minutos terminaría la clase. Will quería hablar fuera. Nico sintió que su estómago se revolvía y sus palmas se llenaban de sudor.

Jhonny, quien ya había estado de regreso en su banca, tosió, se llevó el puño a la boca y habló entre dientes; todo sin dejar de fingir que escribía la clase.

—En idioma popular juvenil, eso es una propuesta indecente.

Nico levantó su cuaderno a la altura de su cara para tratar de ocultar que sus mejillas acababan de encenderse.

—Y eso, mi querido amigo —apuntó Johnny—, significa que te gusta y estás interesado.

—Cállate, Johnny —gruñó Nico—, cierra la maldita boca por una vez.

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