Martes 26/04/2016, Clases de conducción.
Para cuando Will alcanzó la puerta principal, jadeaba y sudaba. Dio igual que la distancia que la separaba del salón no superase los diez metros, o que su cuerpo se mantuviese en buena forma. Los jadeos y sudores no siempre se originan por el cansancio, a veces provienen de energías contrarias, o de energías opuestas entre sí inmersas en una batalla invencible.
La intemperie lo recibió con uno de esos soles deslumbrantes que obligan a uno a levantar un brazo a la altura de la frente para protegerse la vista. Will hizo un esfuerzo por recuperar parte del aliento mientras oteaba el terreno en busca de Nico, improvisando un visor con sus manos. Mentiría si dijera que no estaba inquieto. También si dijera que parte de esa inquietud no tenía el nombre de emoción. Es lo que sucede cuando alguien no habituado a hacer algo es empujado a hacerlo. La emoción y el miedo pueden danzar en el interior de uno de las formas más interesantes.
—Comenzaba a creer que te habían atrapado —murmuró alguien, tan súbitamente, que Will saltó como un automóvil cuando atraviesa un bache—. Por Dios, realmente jamás de los jamases has hecho algo así, ¿verdad?
Will sintió cómo el rubor se proliferaba por sus mejillas. Tosió y se rascó la nuca mientras asentaba la espalda en la pared en la que estaba asentado Nico, cediendo no más de una pulgada de separación entre ambos. Nico conservaba los párpados cerrados, pero sus labios formaron una sonrisa al sentirlo allí. Impulsivamente, Will buscó sujetar su mano, y se sorprendió gratamente al no encontrar ningún tipo de resistencia en Nico; mas bien, le devolvió el apretón. Will pudo haber extendido ese momento durante toda una eternidad.
Nico también. Estar cerca de Will le era como inyectarse dicha en estado puro, al punto de la euforia. Al mismo tiempo, era calma. Esa apacibilidad de cuando se recibe un poco de calor cuando se tiene frío o un poco de frío cuando se tiene calor. La calma placentera de recibir lo que se necesita y quedarse conforme, porque se es consciente de que no podría ser mejor de otra manera. A Nico tan solo se le ocurría comparar ese sentimiento con el concepto que su padre le había dado del Cielo en tiempos lejanos. «Allí nada puede hacerte daño, no hay dolores ni angustias, solo dicha y paz. Estás realizado y no necesitas más.»
Will era el Cielo de Nico.
Y Nico era el Cielo de Will.
Y el pensamiento que ambos compartieron al mismo tiempo sin percatarse:
«No quiero que termine.»
Porque eran conscientes de que la fugacidad y lo finito son la naturaleza de la humanidad. Y se negaban a aceptar que aquello que sentían el uno por el otro se dotase de dichas características, como si fuera un sentimiento más del montón, de los que cambian y se desechan. Ellos querían que eso que sentían el uno por el otro fuera sobrehumano. Podían sentir la diferencia, la infinidad borboteando como un manantial de cada segundo en que estaban juntos.
Una de las cosas más importantes que habían aprendido el uno sobre el otro era la autenticidad. Se habían redescubierto a sí mismos ante la presencia de otro corazón de oro que les mostró la naturaleza del propio. Will, el chico que solo ponía sus esperanzas en sus estudios, se dio cuenta de que tenía más esperanzas que nadie en el amor. Nico, el chico de pocas palabras, se dio cuenta de que en realidad amaba extenderse con ellas, solo que a través del medio escrito.
Les gustaba pensar en lo que escribían como una proyección de sus almas, destacando la belleza de las cosas que en otras vistas no son bellas o destacables, aunque muchos fuera de su línea tomarían ese rasgo a la burla.
Nico casi sintió lástima por un mundo tan cerrado en sus mundos más pequeños, tan arropado con el miedo que es incapaz de probar lo que hay más allá.
Ciertamente, los correos entre Will y Nico habían pasado a ser algo muy suyo, dotados de sentimentalismo honesto, metáforas, pensamientos más profundos y sentimientos puros plasmados en palabras. Cada oración, cada punto, cada coma, cada interjección, acotación y posdata no hacían más que propagarse y enriquecerse conforme más se escribían. Y luego de agotar sus recursos, encontraban otra forma creativa para expresarse. De comparar el primero de sus correos con el último las diferencias se palparían descomunales. Habían transformado un simple medio de comunicación, en su mayoría utilizado en ámbitos laborales, en arte. Habían transformado los flirteos del siglo XXI en un proceso de enamoramiento romántico y desacelerado, que, al igual que una flor, requiere su tiempo y sus suplementos para florecer. Ellos eran más que el líbido, más que un te amo o un regalo vacío. Eran menos que lo inmarcesible y más que lo fugaz. No eran hiperbólicos, sino sinceros con el corazón en la mano, tan sinceros y entregados a lo que sentían, que daban esa impresión errónea.
—¿Y bien? —Nico abrió los ojos y los fijó en la cara de Will—. ¿Cuál es el dichoso auto?
Will estuvo a punto de responder, pero se le ocurrió una idea en el último segundo. Cerró la boca y la reabrió con palabras distintas.
—¿Qué tal si intentas adivinarlo?
La sonrisa de Nico se transformó en una mueca, con un plus de cejas fruncidas.
—No soy bueno para esas cosas.
Apoyándose en que todavía sujetaba su mano, Will lo arrastró hasta la tercera fila de autos en el estacionamiento, donde se detuvo y lo encaró.
—Tendrás tres oportunidades. La pista es que está en esta fila.
Nico resopló.
—Si lo consigo ¿qué gano?
—Te prestaré mi auto cuando quieras. Y si yo gano...
—No se anulará lo que de la apuesta aún me debes.
—... tendrás que leer un libro.
—¿El que yo elija?
—De mi librero.
—Bien.
—Bien. Tienes diez segundos.
—¡Oye, ese no era...!
—Ocho, siete, seis...
—El Mustang azul de la esquina.
—Nop —Will hizo estallar la p al final, solo para fastidiarlo.
Nico maldijo mientras Will retomaba la cuenta en voz alta.
—El Volkswagen blanco de aquí a tres autos.
Will entrecerró los ojos, ilusionando a Nico. Entonces negó con la cabeza y Nico batió el récord inexistente a la rabieta más rápida de la historia antes de desperdiciar su última oportunidad apuntando al azar.
—¡Bien! Leeré tu puñetero libro.
Pero Will se había quedado en silencio, observando la dirección a la que se dirigía su índice con la boca entreabierta.
—Es ese.
Por un momento, Nico se quedó tan patidifuso como Will. Entonces las miradas de ambos se encontraron de soslayo y un precioso coro de risas estalló en el aire.
Will se subió al asiento de conductor para desaparcar el auto y explicarle lo básico. Lo hizo al menos tres veces, pidiéndole a Nico que repitiera sus palabras y ejerciendo énfasis en las cosas más importantes. Cuando consiguió hacerlo, intercambiaron lugares. Nico asió el volante con frío sudor perlando su frente. Sintió que la información abandonaba su cabeza como si se hubiera evaporado de sopetón, y de repente estaba en blanco.
—¿Qué era lo primero? —le preguntó Will.
—El cinturón de seguridad y cambio neutro —respondió Nico automáticamente, aliviándose de no haberlo olvidado como pensaba. Will carraspeó después de un corto silencio y se dio cuenta de que no tenía el cinturón puesto.
—¿Y qué debes hacer ahora?
—Encender el auto. —Nico hizo girar la llave, el motor despertándose con un rugido—. Aplastar el embrague. —Pisó con fuerza la palanca a la izquierda—. Aplastar lentamente el acelerador... —El auto se sacudió hacia delante y hacia atrás y se apagó—. ¡Mierda!
—Lo hiciste muy fuerte —le dijo Will, devolviendo la llave a su posición original—. Tienes que relajarte, estás muy tenso. Y debes aprender a coordinar tus pies. El secreto está en que a medida que pises el acelerador, vayas dejando de pisar el embrague. Además, olvidaste cambiar la marcha a primera.
A Nico le dio un arrebato de náuseas. Nunca pensó que conducir fuera tan complejo. Su padre y sus hermanas lo hacían ver tan fácil como moverse con el propio cuerpo.
—Ugh...
La segunda vez consiguió arrancar, pero cuando quiso cambiar a segunda pasó lo mismo que la primera. Así pasaron cinco veces y el auto siempre terminaba saltando y apagándose en determinado punto de acción. En la sexta vez, Nico pisó el acelerador en lugar del embrague y cuando el auto salió disparado hacia el edificio principal del colegio, Will juró que su vida había llegado a su fin. Pero el auto saltó y se apagó antes. Empezaba a desprender humo.
Will carraspeó.
—Er...
Nico se sacó el cinturón y abrió la puerta de conductor.
—Deberías llevarlo a su lugar. Creo que las clases de Biología ya terminaron.
Lo dijo con tanta desolación, que Will no lo soportó. Debía creer que jamás podría llegar a conducir decentemente y que Will desistiría de enseñarle.
Colocó las manos sobre las de Nico, que estaban frías y temblaban ligeramente.
—No. Aún no termina la clase de conducción de hoy. No te rindas tan rápido.
¿Fue su idea o las mejillas de Nico se tiñeron de rosa pálido? Asintió, inspiró hondo y volvió a la carga. El viaje mejoró en demasía. Will sonreía cada vez que Nico hacía bien algo que hizo mal antes y Nico sonreía ante la aprobación de Will, quien se llegó a mostrarse más emocionado que su alumno.
—¡Sí, siiii! ¡Los estas haciendo ge-! —Calló instantáneamente cuando una figura apareció a varios metros frente a ellos. El auto frenó con rudeza, pero no por obra de Nico. Will se había quitado el cinturón como un rayo y metido su pierna para hacerlo.
—¡Quítate, quítate!
El ceño fruncido del director de por sí no vaticinaba nada bueno cuando estuvo frente a la ventana de conductor, ordenado que sea bajada. Pero empeoró al descubrir la posición en la que se hallaban sus ruidosos estudiantes fugados, abrazados y caídos sobre los asientos, la pierna de Will en medio de las dos de Nico y su camiseta corrida hacia arriba.
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