Martes 19/04/2016, La mansión Di Angelo
El autobús traqueteaba y olía a aceite. La transmisión de la radio se ahogaba en el bullicio general de los estudiantes, que ocupaban el total de asientos disponibles, satisfaciendo el número límite de pasajeros establecido en la pegatina de la ventana más cercana a la cabina del conductor.
Allí dentro, Will se sentía como un cocodrilo en la cima de un nevado. Toda su vida sus padres lo habituaron al transporte familiar, llevándolo y trayéndolo donde tuviese que ir en autos propios que olían a hogar, donde podía elegir qué música escuchar, y que recorrían las calles con tal suavidad que ni se percibía el movimiento.
Aunque ir en autobús también tenía sus ventajas. Cualquiera podría husmear en los asuntos de otro sin problemas, con tal de mantener la prudencia en el proceso y solo involucrar los sentidos de la vista y el oído. La ruta escolar permitía apreciar más sectores de la ciudad que un simple recorrido casa-escuela. Los asientos eran dobles, las ventanas amplias. Y lo más importante: Nico estaba a su lado.
Habían tantas cosas que Will podía ver pero solo tenía interés en una.
Nico iba con la cabeza apoyada en la ventana y sus párpados se rozaban entre sí mientras su rostro reflejaba el deleite que sentía hacia la música que le proporcionaban sus audífonos. Inconscientemente, movía la pierna para seguir el ritmo. Will quería tocarlo o iniciar una conversación, pero temía asustarlo, importunarlo, o peor aún, hacerlo enfadar. Así que se limitó a mirarlo, repasando con embeleso cada elemento que conformaba su perfil hasta sellar la imagen en su mente.
Nico abrió los ojos de golpe cuando el autobús se detuvo por quien-sabe-qué-vez con una sacudida. Podía presentir en qué momento del recorrido llegaba su parada sin necesidad de estar pendiente de ello. Era algo visceral que Will no entendía, y le pareció un talento útil.
Parpadeó y tuvo que simular que había estado mirando los canelones en su regazo, su corazón agitado bombeando con fuerza en sus oídos. La imagen del perfil de Nico lo siguió hasta después de que ambos se bajasen del autobús: labios redondeados, pómulos altos, mentón ligeramente prominente y una nariz que parecía una resbaladera por la cual fantaseó con deslizar su dedo, dando un toque en la punta respingada al final.
Nico giró hacia una de las casas por un camino de adoquines grises rodeado de hierba seca.
Will había visto la casa de Nico solo una vez y en la noche. En el día se veía distinta. Es más, palabra distinta no abastecía para describirlo. Las sombras de la noche se encargaban de arroparla de negro, destacando su silueta gótica como una reina entre las otras viviendas. Durante el día, la luz del sol desvelaba el descuido con que se manejaba, mas bien degradándola frente a los paramentos recién pintados y jardines verdes circundantes.
La cerradura de la puerta chirrió cuando Nico hizo girar su llave dentro de ella. Invitó a Will a pasar antes, imitando un anticuado gesto de cortesía. La quijada de Will se vino abajo.
—Lo sé —Nico le hizo el favor de regresarla a su lugar—, pensaste que también daría pena por dentro.
Ambos adolescentes se vieron en medio de un amplio vestíbulo ataviado de bustos, esculturas, pinturas, jarrones, cetros, sables, y acertadas maquetas de las invenciones más relevantes de la humanidad a lo largo de la historia, entre otras reliquias.
—Esto es increíble —murmuró Will, acercándose a una descomunal escultura de Hades—. Es como un museo de arte o una tienda de antigüedades.
Nico se recostó en la pared con los brazos cruzados sobre su pecho mientras su novio seguía pululando por las reliquias de su vestíbulo. Ciertamente, por fuera no se apreciaba cuán grande realmente era la vivienda. Tenía pinta de mansión fuera de época, con escaleras centrales que se bifurcaban en el segundo piso, barandillas de hierro bañadas en oro envejecido, un rosetón y vidrieras que dejaban entrar la luz del sol como reflectores, un techo cupular a cuatro metros de altura y un suelo baldosado con mármol negro. Will casi esperó encontrar el ropero que lo llevaría a Narnia.
—No hay ninguna entrada a Narnia, por si acaso. —Nico puso los ojos en blanco.
—¿Cómo lo...?
—La primera vez que Johnny vino lo encontré intentando meterse por el cuadro del velero. —Nico señaló la pintura al fondo del salón.
Will ahogó una risa mientras sacudía la cabeza.
—No lo habría visto. —«En realidad, estaba buscando el ropero»—. De todas formas, ¿cómo es que conseguiste tantas de estas cosas?
—Creo que mencioné que mi padre es un aficionado a Hades y que trabaja mucho. Digamos que tiene buen sueldo y que su afición va más allá del dios del Inframundo y la cultura griega, a todas las civilizaciones antiguas. Ha tenido la costumbre de comprar todo tipo de antigüedades para coleccionarlas desde antes de que yo naciera. No son necesariamente reliquias, hay imitaciones y producciones de artistas modernos sobre objetos antiguos. —Soltó una risita—. Comprar el cuadro del velero fue a propósito. Habría comprado también un ropero, pero no quedaría para nada en este vestíbulo.
—¿En qué trabaja?
Nico lo miró con suspicacia mientras las yemas de sus dedos acariciaban la superficie curva y reluciente de una katana Oda Nobunaga. Will dudaba que esa no fuera una original.
—Es juez federal.
De repente, Will sintió corrientes eléctricas alegóricas allí donde sus dedos se conectaban con una ánfora con pinturas del nacimiento de Apolo y Artemisa. La dejó en su lugar y tragó saliva.
Nico agarró una manzana de bronce pulido de un frutero decorativo y se la arrojó a su novio, a quien por poco se le escapa de las manos. Will miró primero a la fruta metálica y luego a Nico con extrañeza.
—En la antigua Grecia, lanzar una manzana a una mujer era considerado una propuesta de matrimonio —informó Nico, encogiéndose de hombros—. Y si la manzana era recibida, significaba que ella aceptaba.
Will se sintió acalorado.
—Pero yo soy hombre.
—Y tampoco estamos en la Antigua Grecia —completó Nico, echándose a reír.
Will se recuperó rápido y entrecerró los ojos.
—Aún así, debo asumir que la intención simboliza algo más que solo mi bochorno ¿no? ¿Quizás una esperanza? —Le devolvió la manzana de la misma manera para que la reacomodara en su lugar y a Nico se le escapó una sonrisa, como si Will acabara de responder tal como esperaba.
—Una meta. La esperanza ya la tenías.
En ese momento, un carraspeo los llevó a volverse hacia el pie de las escaleras. Había una joven de unos veinte años plantada allí y no parecía contenta. Miraba a Will como si se imaginara a sí misma matándolo y eso fuera divertido.
Nico carraspeó contra su puño.
—Will, ella es Aide, mi hermana mayor, y Aide este es Will, mi... novio.
Aide levantó una ceja. Fue sorprendente la manera en que solo esa específica sección de su rostro varió.
—Pareces inseguro, hermanito.
—No estoy inseguro, solo es la extrañeza de la palabra. —Nico miró a su novio, entre disculpándose y pidiendo ayuda, pero Will mantuvo la boca sellada. Algo le decía que con cualquier palabra que dijera firmaría su sentencia de muerte.
Aide se cruzó de brazos. A pesar de sus rasgos asiáticos había algo indudablemente de Nico en sus facciones. Los ojos eran rasgados, pero no del todo orientales, negros y peligrosos como el petróleo. Vestía pantalones cargo negros hasta la cintura y una top del mismo color con hombros descubiertos y mangas que llegaban hasta los codos. Probablemente, de ser bi o hétero, Will se hubiera sentido atraído hacia ella.
—Padre me envió a llamarlos, los está esperando en la cancha. —Exteriorizó una sonrisa siniestra mientras sus ojos atravesaban a su intruso—. Estaré observando el partido, será divertido.
Will estaba seguro de que Aide tenía un concepto de diversión distinto al suyo.
—¿Qué es eso? —preguntó Aide, señalando la bolsa que Will tenía en las manos con el mentón.
—Algo que en este momento dejarás en el horno —repuso Nico, entregándole la bolsa.
Aide la sopesó en sus manos y obedeció sin rechistar mientras Will elevaba su respeto hacia su novio.
El padre de Nico era casi tan enigmático como su vivienda. Tenía una estatura mayor al metro noventa, una complexión delgada como una rama y un cutis tan pálido como el de sus hijos (a excepción de Ayalet, cuya tez poseía una entrañable tonalidad canela). Bastaba mirarlo una vez para tener la certeza de que jamás desearías meterte en problemas con él. Había cierto brillo en sus ojos, casi maniaco, bajo la opacidad imparcial propia de los jueces.
Los esperaba practicando tiros libres. No se había cambiado su indumentaria básica de trabajo pero se movía con ligereza dentro ella. Tampoco parecía darle importancia a que sus largos cabellos golpeaban su frente y se pegaban a sus sienes.
—Padre —saludó Nico—, este es...
—Will Solace —completó el hombre, antes de realizar un lanzamiento que convenientemente encestó sin rozar el aro—, ya lo sabía. —Miró a Will a los ojos, desafiante— ¿Listo para tragarte tus palabras, muchacho?
Will no pudo evitarlo, torció hacia arriba la comisura derecha de sus labios.
—Listo para hacerlas realidad, de hecho.
Acordaron en jugar en media cancha y acorde a las reglas hasta que uno de los equipos hiciera diez puntos. Al inicio, el partido se mantuvo balanceado. Nico logró encestar una vez al igual que Will, y el hombre dos veces; dejando el marcador, en manos de Aide, en cuatro puntos para ambos equipos. Will debía admitir que el padre de Nico jugaba indiscutiblemente bien. Se las arreglaba para driblar, defender y marcar (a dos oponentes) sin inconvenientes y su estatura le daba una evidente ventaja.
Cuando el calor del partido aumentó, el hombre mostró mayor destreza. Logró arrebatarte el balón a su hijo con una finta que Will jamás había visto, y encestar dos veces en menos de cuatro minutos. El marcador pasó del empate a una diferencia del doble de puntos en contra; y al padre de Nico le bastaba un tiro más para ganar. Para Will, eso no fue más que un chorro de gasolina que avivó el fuego de su desafío. «Esto aún no acaba» se dijo mientras que con un manotazo impedía que el hombre asestara su canasta ganadora. Esperó que Nico interceptara el balón, pero el chico se había quedado paralizado y el balón se salió de los límites de la cancha.
—¡Nico! —Will buscó sus ojos, que le correspondieron con la impotencia de quien ya se cree derrotado—. ¡Recuerda que tenemos esperanza y una meta! —Will se lanzó hacia el padre de Nico, que ya corría hacia la línea de triple, y lo marcó con ahínco, dejando impresionado a su novio. Tal vez no podía quitarle el balón a su padre, pero tampoco le permitía movilizarse para hacer de las suyas.
La tenacidad de Will espabiló a Nico. Volvió al ataque, y como su intervención resultó sorpresiva para su padre, que ya estaba acostumbrado a que se rindiera antes de tiempo, logró adueñarse del balón y hacer una anotación en gancho mientras pasaba por debajo del aro.
El marcador cambió a ocho contra seis.
Will intentó encontrar un punto donde el padre de Nico no pudiera interceptar el saque de su hijo; solo consiguiendo mantenerse cerca del límite de la media cancha. El mensaje que vio en los ojos de Nico mientras le lanzaba un pase largo y corría a cubrir a su padre fue claro: «Confío en que encestes desde allí».
Will respiró hondo y lanzó con todas sus fuerzas. El tiempo pareció ralentizarse mientras el balón describía un arco hacia la canasta, rebotaba contra la tabla y luego contorneaba varias veces el aro. El corazón de Will se encogió mientras el balón se detenía en un escueto equilibrio entre la parte interna y la externa del circunferencia. Por un momento, pareció inclinarse hacia el exterior. Entonces el balón regresó en sus pasos y se deslizó dentro de la malla.
Will expulsó el aire contenido y sus ojos se desviaron a Nico, quien parecía maravillado mirándolo a él. Recordó aquella ocasión en que los tuvo tan cerca que pudo apreciar las finísimas ondulaciones de color negro que nacían en sus pupilas, como el halo de un sol negro. Ambos se sonrieron al mismo tiempo, mostrando los dientes.
Aide sopló dentro de un silbato.
—¡Tiempo fuera! —gritó, adentrándose en la cancha y señalando a Will con ambas manos—. Nunca había visto algo así. ¿Cuánto se supone que debo atribuirle a ese tiro?
El padre de Nico le concedió una pequeña inclinación de cabeza al muchacho rubio.
—He oído que se está deseando incluir una nueva línea de tiro, detrás de la cual se otorgaría a las anotaciones cuatro puntos. Seguramente Will Solace ha encestado dentro de ese parámetro. Vamos a otorgarle la puntuación que se merece.
El hombre se dirigió hacia el marcador y después de colocar diez puntos al equipo de Nico y Will, se retiró de la cancha, dando por terminado el partido.
Siguiendo la sugerencia de Nico, Will hizo un comentario elogioso hacia el jardín durante el almuerzo, seguido por otro hacia la comida, y tal como se vaticinó, Perséfone cayó rendida a sus pies. Le pidió visitarlos más seguido y le sirvió hasta hastiarse, siempre preguntando si deseaba algo más. Aide mantuvo una expresión adusta y cada vez que Will pedía que le pasara algo, le dedicaba miradas asesinas sazonadas con sonrisas tensas. El señor Di Angelo no sumó ni restó nada, comía como si no estuviera ahí hasta que en realidad ya no estuvo allí.
Terminaron viendo una película de terror en la habitación de Nico, acomodados al pie de la cama. Ninguno la conocía ni se grabó su nombre. La eligieron al alzar de la lista circunstancial de Netflix, Will cerrando los ojos y tapando los de Nico mientras el chico aplastaba el botón central del control remoto de su televisor.
—¿Iba en serio lo del matrimonio? —Le preguntó Will mientras los créditos cruzaban por la pantalla y la cabeza de Nico se apoyaba cómodamente en su regazo. Ambos tenían los labios palpitantes, las pupilas dilatadas, los niveles de serotonina por el aire.
—Will, hemos sido pareja por... —Nico contó con los dedos— tres días. Tres de los días más significativos de mi vida. Es muy pronto para pensar en casarnos, pero sí puedo imaginarlo sin querer salir corriendo.
Will regresó feliz a su casa esa noche. En toda la extensión y la semántica de la palabra. Esa felicidad que tienta a gritarse a los cuatro vientos y darse a conocer al mundo entero.
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