Jueves 21/04/2016, Johnn Collins


La casa de los Collins no estaba tan cerca como la de Will, pero tampoco lo suficientemente lejos como para no poder llegar caminando. Normalmente, a Nico no le tomaba más de quince minutos a zancadas largas y constantes, pero el clima lo traicionó con una lluvia torrencial a medio camino, y aquello, sumado al hecho de que se resbaló en un charco y fue empapado por dos camiones, hizo que el tiempo de su recorrido se elevara hasta casi media hora.

Nico llegó destilando agua y temblando mientras se abrazaba a sí mismo, con la esperanza de que Johnny le permitiera calentarse en su habitación y le prestara una mudada de ropa seca. La casa estaba a oscuras a excepción de una luz tenue y cambiante que se proyectaba en la ventana de la sala.

El Sr. Collins le abrió la puerta y lo miró con hastío. Todo en su aspecto (las ojeras, los ojos inyectados en sangre, la barba incipiente y la ropa arrugada y maloliente) gritaba «¡Aquí, el cornudo más pendejo del año!». Nico sintió una punzada de culpa por el hombre.

—B-busco a J-Johnny —tartamudeó. Demonios, si no se quitaba la ropa mojada lo más rápido posible pescaría una gripe atroz.

Le pareció que los ojos del hombre se encendían con la mención de su hijo.

—No lo encontrarás aquí. Largo. —Intentó cerrar la puerta, pero Nico metió el pie.

—¿D-dónde está entonces?

—¡¿Tengo cara de saberlo?! —El pecho del hombre se hinchó peligrosamente. Al ver que Nico no sacaba el pie, prosiguió—. ¡Se largaron! ¡No volverán!

Hizo el ademán de empujar a Nico hacia atrás, pero la mano helada del muchacho lo detuvo con una firmeza no anticipada por el hombre.

—Necesito que me de información si desea que lo deje en paz. Si no me colabora será mejor que se resigne a quedarse aquí toda la noche. —En ese momento, un rayo surcó el cielo y su bramido hizo temblar a la misma tierra. Las sombras del semblante inflexible de Nico se agraviaron con el destello eléctrico.

—Ya te dije todo lo que sé. —El Sr Collins sacó una botella y bebió de ella sonriendo, de manera que parte del líquido ambarino se derramó por su barbilla—. Los eché y me trae sin cuidado lo que les ocurra a partir de ahora.

Nico se sintió enfermo por haber sentido compasión de un hombre así.

—¡Son sus hijos, ¿cómo puede hablar así de ellos?! —Soltó la mano de Johnn Collins y, en un arrebato, se lanzó sobre él.

—¡No lo son! —El hombre lo empujó por el pecho, y Nico trastabilló, en parte por la conmoción—. ¡Nuca lo fueron! —Haló la puerta con todas sus fuerzas, pero los dedos de las manos de Nico reaccionaron a tiempo e impidieron que se cerrara por completo.

Nico se tragó el aullido de dolor y forcejeó con la puerta con sus dedos magullados y palpitantes, halándola hacia afuera. El Sr Collins debía estar atontado por el alcohol, porque cedía. Cuando Nico logró abrirla lo suficiente para ver al interior, pudo apreciar que el hombre tenía lágrimas en los ojos.

—Yo amaba a Camille, le fui fiel durante cada año de nuestro maldito matrimonio. Amaba a mis hijos, les di un hogar, comodidades, cariño, dinero; todo lo que quisieran y estuviera a mi alcance, incluso llegaba a aceptar la tontería esa de la bisexualidad de Johnny... ¡Pero toda esta familia era una ilusión de mierda! ¡El verdadero padre de quienes creía mis hijos siempre fue Howard Pane, un gerente de negocios en quien yo confiaba! —Johnn soltó la puerta para beber de la botella. Nico cayó de espaldas al suelo, pero esta vez, ninguno de los dos mostró intenciones de forcejar con la puerta. Johnn se limpió los mocos y las lágrimas con el antebrazo.

—Intenta engañarse a sí mismo. Intenta justificar sus malas acciones. Si usted los hubiera amado los habría aceptado de todas formas. —Nico se sorprendió de que sus ojos también escocieran con lágrimas de rabia—. Ellos sí lo quieren a usted, ¿sabe? Yo lo sé porque Emily hablaba de recuperar a su familia hasta el final y porque Johnny nunca, ni si quiera cuando usted lo trató como un perro sarnoso debido a su relación conmigo, me comentó que lo odiaba. Si su cariño por ellos fuera la mitad de sincero que el de ellos por usted, habría comprendido que sus hijos no tienen la culpa de que usted no tenga las suficientes pelotas para conservar a su mujer.

Lo siguiente que pasó fue confuso. Otro rayo cayó y atizó a uno de los postes de luz más cercanos. Hubo un apagón general, solo interrumpido por un tercer relámpago, con el cual se pudo apreciar fugazmente cómo la botella de Johnn Collins se dirigía hacia la cabeza de Nico, quien estaba en proceso de incorporarse. De vuelta a las tinieblas, se escuchó cómo el vidrio se rompía, un gruñido y un portazo. Cuando la luz volvió, el muchacho estaba de rodillas, maldiciendo, sujetándose la nuca y sangrando por debajo de las manos, con un montón de vidrios rotos esparcidos a su alrededor. Nico dejó caer los hombros y sollozó el nombre de su mejor amigo.

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