Extracto de la agenda íntima de Will
Me enseñaron que el cielo y el infierno se encuentran en la otra vida.
El cielo es el lugar más hermoso de la creación, un paraíso de eterna felicidad. El infierno es su antítesis, un lugar oscuro, plagado de castigos incesantes y dolor infinito.
Los demonios, que rigen el infierno, inducen dolor en sus encargados, mientras que los ángeles, custodios del cielo, lo aíslan de sus protegidos.
Viví doce años creyendo eso.
Hasta que los demonios asecharon a mi familia y el infierno, tal como lo conocía, se instaló en mi hogar. Me alejé de Dios, me obligaron a hacerlo. Porque intentaron corregir lo incorregible. Fueron meses de suplicio y angustia en los cuales creí que jamás volvería a ver la luz.
Pero cuando pensé que la oscuridad me consumiría el alma, un rayo de luz la alcanzó y llegaron los ángeles, que se sublevaron ante los demonios. Entonces el infierno se disipó para dar cabida a algo cada vez más cercano al cielo.
El muchacho releyó las últimas líneas con una mueca. Había encontrado la agenda hace dos meses y la había leído entera, primero por curiosidad y luego por entretenimiento retorcido. Le parecía divertidamente vomitiva la mentalidad de Will Solace. Parte de él quería aplastarla como a una cucaracha. Porque eso eran los tipos como Will, asquerosas cucarachas con caras humanas que fingían que eran hombres que merecían mayores derechos que el hombre promedio por el hecho de ser parte cucarachas y negarse a mínimo follar como lo manda la naturaleza.
Sí, disfrutaba burlándose en silencio de toda su ingenuidad y mojigatería, pero lo quería lejos. Necesitaba estar fuera del alcance de sus ojos de bicho asqueroso. De hipócrita malnacido.
Y sin embargo, casi sintió empatía por él. La historia incluida en la agenda lo conmovió hasta casi lograr que comprendiera mejor su posición.
Pero lo que comprendió fue que el infierno había formado parte de su hogar desde que conseguía recordar y los estúpidos ángeles brillaban por su ausencia.
No era justo. Ningún perdedor llorón tenía derecho a pretender que sabía lo que era el sufrimiento real habiéndolo experimentado por un periodo de tiempo tan insuficiente, y por un motivo tan insignificante. Escribía como si su vida fuera un digno ejemplo de lo duro que puede resultar vivir. Como un estúpido discurso moralista de alguien que no se ha revolcado nunca en la real mierda.
Por algo debía tener esa agenda en las manos.
Por algo debía estar pasando lo que le estaba pasando.
Todo parecía formar parte de un destino, un mensaje cada vez más claro. Le estaban dando una oportunidad y él quería tomarla.
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