20/05/2016, Autolesiones y confesiones


Advertencia: Este capítulo contiene pensamientos y conductas de autolesión. Leer con responsabilidad y precaución.

Will sujetaba el fierro ardiente, procedente de un barandal roto de su jardín, en las llamas de la hornilla. El metal se estaba enrojeciendo y calentando en sus manos, pero no lo soltó. Ese era parte del dolor que buscaba y necesitaba. Experimentó una satisfacción morbosa al sentir cómo su mano se llenaba de ampollas, enviando explosiones de dolor a todo su brazo.

Extrajo el fierro del fuego y pensó dónde podría asentar la punta. Vino a su mente su flanco, donde yacían las anteriores marcas, pero esta vez necesitaba un punto más crítico. Necesitaba hacerse una marca que dañara su imagen y pudiera ser vista públicamente. Porque acababa de ser un idiota por centésima vez con una de las personas que más amaba y ya no le importaba nada, además de que necesitaba ser castigado de alguna manera y joderse más de lo que estaba, concentrar el dolor en otro punto. Ese era un estado de ánimo peligroso y ya le había causado problemas antes. Y lo peor de todo: nunca parecía haber nadie cerca para detenerlo. Sus hermanas se encontraban cada una en sus habitaciones, creyendo que Will seguía en la suya. Pero Will se había escabullido hasta la cocina después de cantarle a Nico con el corazón en las manos.

Apuntó el fierro ardiente en dirección a su entrecejo. Acercó la mano temblorosamente para asentarlo, pero una sombra dotada de una inusitada solidez lo obligó a soltarlo.

—¿Qué crees que haces?

Era Nico, quien respiraba con dificultad y lo miraba pálido y horrorizado. Las lágrimas asaltaron a Will mientras lo empujaba con el hombro y volvía a agacharse para recoger el fierro.

—Necesito hacerlo, necesito que este fierro calcine mi piel para drenar...

—¡No! —Nico se apresuró a sacarse la camiseta, dejando al descubierto su delgada y pálida figura ante Will, quien se pasmó de la impresión—. Hazlo aquí. En mi piel. Descárgate aquí. Donde quieras.

Will tragó saliva, su mano temblando más que antes. En un instinto natural que mezclaba la obediencia con la necesidad de cumplir su cometido de cualquier manera, acercó la punta humeante a la piel blanca y hermosa de Nico. Lucía tan delicada, tan vulnerable y tan limpia. La imaginó siendo corrompida, marcándose físicamente a través del dolor, uno que se transformaría en suplicio y que se despertaría en toda su potencia cada vez que viera esa marca.

La mano se detuvo a escasos centímetros de la constelación de pecas en la espalda alta de Nico. Los huesos de sus escápulas se tensaban de una manera que Will habría podido observar por horas. El fierro cayó de sus manos.

—No puedo. No, no, no. ¡No podría soportarlo!

Nico sonreía con tristeza. Will no se imaginaba el alivio que sentía por haber vuelto a su casa, habiendo dejado la puerta entreabierta. De no haber sentido ese afán vehemente de volver. De haberse visto derrotado por los rechazos de Will siguiendo un patrón que caía en un circuito sin fin. De no haber tomado la simple decisión de regresar para insistir... Nico no quería pensar en qué hubiera pasado.

—Ya sabes lo que siento cuando te veo a ti intentándolo.

—Lo siento. —Will miró su mano roja y ampollada y luego a Nico, a cada parpadeo le brotaba una nueva lágrima—. Lo siento... 

Nico se puso de vuelta su camiseta. Luego cerró la mano en torno a la punta aún humeante del fierro mientras Will gritaba «¡NO!».

—Estamos juntos en esto, Will —advirtió Nico, antes de aventar el fierro lejos y mostrarle su mano igual de ampollada que la suya con el rostro crispado por el dolor—. Todo el daño que tú te hagas llegará hasta mí. Si no quieres lastimarme, no te lastimes a ti mismo. ¿Está bien?

Will asintió, limpiándose los mocos con el dorso de la mano. No le gustaba el chantaje que acababan de hacerle, pero en cierto modo esa cualidad impredecible de Nico le encantaba.

—Te quiero —susurró repentinamente. Eso era lo que su corazón quería decir, eso y nada más que eso—. Te quiero tanto que duele.

—No seas tonto —replicó Nico, moviendo los dedos de su mano quemada, que sujetaba con la otra—. No tiene por qué dolerte quererme. Esa es una frase que sirve para crear drama en las películas románticas.

Will no pudo resistirlo, sonrió entre lágrimas. ¿Acaso Nico di Angelo veía películas románticas? Pero tan pronto como el humor vino lo abandonó y su expresión se vació, las lágrimas deslizándose en silencio por sus mejillas. Nico decidió no presionarlo. Y así, Will pudo hacer, poco a poco, acopio de voluntad para acercarse, como un animalito receloso. Quedaron cara a cara, a centímetros de distancia. Ya no había marcha atrás. Se habían vuelto presa del magnetismo entre ambos y ahora debían unirse, no podían rebelarse contra el instinto sexual, menos cuando se complementaba por un lazo emocional tan potente. En lo que pareció una eternidad, sus cabezas fueron cediendo casi centímetro a centímetro, dándose más y más apertura mutua. No chocaron. Primero se acariciaron con la mejilla y la nariz, como para comprobar la solidez de la piel, el calor que emanaba de ella. Asimismo, el beso fue muy lento. Pero fue la mejor de sus experiencias hasta el momento, porque este beso tenía mucho más peso que los anteriores. No fue un acalorado beso que los inundó de lujuria y excitación. Fue un contacto delicado, que representaba alivio y una felicidad tan discreta que pasaba por cálida comodidad. Era una reconciliación oficial por acuerdo mutuo. El significado extendería sus ramas hasta lo desconocido.

—¿Tú me quieres? —preguntó con un hilo de voz Will. Era una pregunta inocente e inapropiada, pues ya había leído lo que sentía él, pero de todas formas necesitaba escucharlo para hacerlo completamente real.

Tomó delicadamente la mano quemada de Nico y le plantó un suave beso.

—Lo siento tanto...

—Lo hago —respondió Nico, respondiendo la anterior pregunta y haciendo lo mismo que hizo Will con su mano, pero besándola varias veces—. Amo cada componente de ti.

—¿Sabes lo que significa amar? —preguntó Will, estremeciéndose.

—Te puedo decir lo que significa para mí. Lo que tú significas.

»Significa ver a los demás por un lado y luego a ti, como si fueras el único fulgor cálido entre luces frías. Más allá de tu aspecto, de tus besos o tus palabras. Más allá de lo que puedas darme, desear darte, lo que esté a mi alcance y fuera de él, no por conseguir nada de ti, sino por verte feliz. Desear entrar en tu mundo y no salir jamás. Querer que me permitas atender tus heridas y tus cicatrices. Saber, aunque no desees decírmelo, que las tienes escondidas. —Nico desabrochó el reloj de mano de Will, y acarició las líneas rojas que trazaban su muñeca—. ¿Will?

—Tengo miedo de que veas en mi interior y dejes de amarme.

—Pruébame, sole mio. No creo dejar de amarte aunque me confieses que asesinaste al creador de Mythomagic.

El rubio logró una risa antes de derrumbarse sobre su novio en un mar de sollozos. Nico lo sostuvo mientras Will se lo confesaba todo.

—Mi familia no siempre fue así —murmuró Will—. No tienes idea.

—Pero podría tenerla. —Nico acarició su espalda, como recordaba haber acariciado la de su padre un centenar de veces después de la misa de réquiem de su madre—. ¿Will?

A Will no le gustaba recordar. Había hecho lo posible por eliminar los recuerdos dolorosos de su mente. O por lo menos ignorarlos y centrarse en los felices. Esa mirada en sus padres... como si de repente, aborrecieran a Will y desearan un reembolso del repartidor de niños.

La familia Solace no puede tener un hijo gay, esas fueron las inclementes palabras de su papá. Su mamá no se atrevía ni a mirarlo. Lo llevaron donde el cura de la comunidad, quien seriamente les dijo a sus padres que la homosexualidad no es de Dios, pero que Dios entiende y perdona, y si un hijo se desvía del camino solo debe encontrarlo de vuelta. Intentaron «enderezarlo». Prácticamente lo obligaron a salir con chicas con la amenaza de que lo internarían en un psiquiátrico si no lo hacía. A Will no le gustaban las chicas. Al menos no se esa manera. Intentó complacer a sus padres, pero no tuvo éxito. Estar con chicas solo conseguía que se sintiera sucio y falso. Quería que entendieran que jamás iban a poder cambiarlo. Que no decía que le gustaban los chicos por llamar la atención o porque alguna chica le hubiera roto el corazón. Tanta fue la carga y la desesperación, que prefirió mentirles a sus padres y decirles que tenían razón, mientras fingía salir con Charlie Vargas, la única muchacha del colegio que lo entendía, y quien luego se convertiría en su mejor amiga.

—Nuestra relación falsa es perfecta Will. —Le había dicho—. Ambos somos 100% gays.

Podría haber tenido razón. Charlie podría aplicar para actriz. Pero Will era pésimo mintiendo. Sabía que su secreto, tarde o temprano, saldría a la luz.

Eso no fue necesario. Su mamá era muy observadora. Sabía que todos los domingos por la noche, después de ir a misa y comer la hostia, Will lloraba. Y ella no sabía qué hacer. Le partía el corazón ver a su hijo así, y aunque los mandamientos de la iglesia católica eran claros, comenzaba a replantearse eso de que los homosexuales solo son hermanos que »se han desviado del camino». Will no parecía confundido. Su gusto por los hombres no parecía algo pasajero. Su esposo sentenció psiquiátrico sin pensárselo dos veces, pero ella decidió llevarlo antes al psicólogo. Necesitaba una segunda opinión.

El Dr. Evans fue lo mejor que le pudo haber pasado a Will. Lo primero que hizo fue ofrecerle su apoyo.

—No te sientas mal por lo que eres. La homosexualidad no es un trastorno psicológico ni una enfermedad. No permitiré que te envíen a ninguna clínica.

Luego convocó a toda la familia a terapias familiares. Fueron una bomba lacrimógena. El Dr. Evans preparó una charla completa sobre la aceptación a la homosexualidad, con vídeos y terapias intensivas para sus padres. Les demostró con estudios fundamentados que, aunque sí existen personas que se han hecho llamar homosexuales sin serlo en realidad, la orientación sexual es algo con lo que se nace, y que su hijo era un homosexual innato. Les ordenó que revisaran sus antebrazos y flancos para que vieran lo que le estaban haciendo.

Después de eso, sus padres lloraron, le pidieron perdón a Will y la vida de la familia entera cambió por completo. Y es que, mientras más perfectas parezcan las familias, tienen un más oscuro pasado. ¿Por qué las mejores personas son las que más sufren? Porque los humanos aprenden de errores, de las dificultades y del sufrimiento. Aprenden a comprender a sus semejantes, a expandir sus horizontes, a ser amables con el prójimo y a superarse. Como decían los griegos, el cambio para bien necesita de una catarsis.

No fue lo único que le contó Will. También le habló de lo que le hacía sentir el hecho de que su agenda íntima fuera publicada y todos supieran sobre su vida íntima. Algunos chicos se detenían en el pasillo para decirle cosas como «¿No quieres besar estos labios de 10? Ah, perdona, no están a tu disposición.» «Con que tengo trasero de 8, ¿cuánto le pones a mis boobbies?» Luego se reían, lo llamaban marica o fenómeno y a veces le propinaban empujones que lo hacían caer con todos los cuadernos encima. Lo habían hecho salir del equipo de basketball porque los estudiantes se sentían incómodos con que Will los viera sin ropa en los vestidores, y la mayoría de sus compañeros de equipo lo veían con nuevos ojos de repulsión. Algunos de sus antiguos amigos de los grupos de la iglesia lo miraban con odio y lo llamaban hereje, a veces escupían en sus pies. Le decían que no merecía el perdón de Dios, ni su gracia. Y Will iba acumulando comentarios como un globo, hasta que tuvo demasiado dentro y estalló. Entonces se desató el infierno en tierra, y nació su súplica a la vida de que se detuviera, de que todo se detuviera porque no aguantaba más. Le habló de la depresión clínica que sufría desde la contrariedad con la iglesia y su orientación sexual, y de su inmanente miedo al rechazo. Básicamente, sacó todo lo que tenía guardado desde hace mucho. O casi todo.

Después de escuchar el relato, Nico se sintió mal. Podía no haberle tocado la mejor vida, pero al menos, su padre siempre lo quiso como era. Cuando Nico le confesó que le gustaban los chicos él se quedó callado e inexpresivo. Diez minutos después, ambos estaban en una cafetería italiana con un pastelito de chocolate de por medio. Su padre le dijo:

—Pensé que nunca me lo dirías.

Y ambos intercambiaron sonrisas, aunque taciturnas, cómplices.

—Ya sabes que no puedo con las cosas —musitó Will entre hipos de llanto—. Soy tan pero tan débil...

—Ocultar lo que sientes tras una sonrisa no es signo de fortaleza —le dijo Nico, repentinamente enfadado—. Es todo lo contrario. Porque sentirte mal no te hace débil, pero la gente cree que sí. Cree que llorar y caer y revolcarse en el fango es para débiles, cuando es lo que le sucede a todo el puto mundo en algún punto de su mísera vida, o más de uno. Eso sí es debilidad. Esconder, aparentar, dejar acumular. Callar. Pretender que esa «debilidad» no es real es cobardía. Me tiene que importar una mierda estar destrozado, tengo que salir adelante. Pues déjame decirte algo, William Solace, a veces no puedes salir adelante por tu cuenta y debes aceptarlo. Eso es humildad, aceptar que no eres invencible. Aceptar ayuda cuando la necesitas es de valientes. Aceptar que necesitas un tiempo para sanar. Porque con la ayuda aceptas tu vulnerabilidad y te entregas a superarla junto a alguien más. Porque, al igual que la física, la salud mental es importante.

—Gracias, gracias, gracias por todo —susurró Will, dejándose abrazar mientras lloraba más fuerte, sintiendo que se quitaba un gran peso de encima.

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