01/04/2016, Cena Familiar.
La casa de los Solace era como un mundo aparte. Empezando desde su aspecto externo, siendo única casa al estilo colonial del sector, con paredes pulcramente blancas, tejas rojas y pilares de mármol travertino. Habían faroles en cada esquina del jardín y en el centro una fuente griega iluminada en la que figuraba algún dios Nico desconocía.
—Es Apolo —le aclaró Will cuando se la quedó mirando—. Papá es un aficionado.
—¿Del paisajismo o de los dioses griegos?
Will lo pensó un poco.
—¿Ambas?
—A mi padre le sucede algo parecido con Hades.
—¿El dios del Inframundo?
Nico asintió.
—Cool.
«Es por eso que nuestro jardín está muerto» pensó Nico para sí.
Por dentro, la casa era todavía más inquietante. En el zaguán había una alfombra que decía «Deposite su calzado aquí ⇨». Nico siguió la dirección de la flechita con los ojos, notando que desembocaba en una especie de baúl al estilo cofre pirata, donde todos los demás colocaron sus zapatos.
Tuvo que hacerlo también. Mientras tanto, la señora Solace le retiró su vieja chaqueta de aviador, una que conservaba desde niño y recién parecía ajustarse a su talla real, para colgarla en el perchero. Cuando rozó su piel, Nico se estremeció violentamente.
—¿Te asusté?
—No. Es solo que no estoy acostumbrado al contacto físico.
La señora Solace abrió la boca para preguntar, pero pareció pensarlo mejor y se mantuvo callada. Nico se lo agradeció en silencio. Siempre le hacía sentir incómodo la idea de que otras familias que compartían abrazos y besos le armaran drama porque en la suya no sucedía.
Ella le ofreció una cálida sonrisa y lo guió hasta el comedor, donde había una mesa rectangular de madera maciza de teca con doce puestos por debajo de un candelabro araña con cristales colgantes en forma de lágrimas, el cual era más modesto que lo que su descripción inspira.
A Nico le rugió la tripa. Olía delicioso, como a...
Un carraspeo llamó su atención, haciéndolo parpadear. El señor Solace estaba estirando hacia él una canasta de mimbre cuyo interior se hallaba forrado con una manta a cuadros rojos y blancos. Parecía salida del cuento de Caperucita Roja.
—Está estrictamente prohibido llevar teléfonos celulares en la mesa —comunicó.
Nico cerró los dedos entorno a su teléfono, aferrándolo instintivamente contra su pecho.
—¿Y si mi padre llama?
—Entonces podrás venir hasta aquí y contestar.
Los ojos de Nico se desviaron más allá del hombre, hacia cómo entre Will y sus hermanas colocaban la mesa como un equipo perfecto. Una con los individuales, otra con las servilletas y los cubiertos, otra con los vasos y Will con los platos servidos. Su estómago rugió más. Demonios, sí era spaghetti. Llegó a la rápida conclusión de que no tenía de otra.
La falta del celular en el bolsillo no fue tan mala como pensó. Pero la cena en sí, sí. Nico se convirtió en el centro de atención. El destino en común de cinco pares de ojos entre azul y verde con diferentes tipos de expresiones. La víctima de todas las preguntas.
¿Compartes con Will las clases de biología? ¿Por qué escogiste esa materia? ¿Qué profesión piensas ejercer en el futuro? ¿En qué universidad has pensado entrar? ¿Cuáles son tus pasatiempos? ¿Haces deporte? ¿Qué hacías debajo de Will? (Sofia fue obligaba a ir a lavar los platos después de preguntar eso) ¿Por qué te sonrojaste? (Su segunda hermana, Danuska, sufrió el mismo castigo).
Treinta minutos después, sentía que ya no lo podía soportar más. Por muy rica que sabía la comida, su plato seguía casi entero. Nico estaba acostumbrado a comer solo, sin que nadie analizara cómo lo hacía, como si fuera un experimento. Le urgía privacidad.
—Creo que ya debería irme... —comunicó con cuidado, ayudándose con un carraspeo— mi padre estará preocupado.
—¿No terminarás? —preguntó Will, declinando las cejas en un gesto preocupado.
—No tengo hambre —mintió Nico. Su estómago lo contradijo de inmediato, como diciéndole «Eso no te lo cree ni Bob Esponja». Esperó que nadie lo notara.
—Pues al cumpleaños de Will te convendría venir con hambre —dijo Lucía—. Es una parrillada. —Nico frunció el ceño, confundido—. Porque sabías que en dos semanas es el cumpleaños de Will ¿verdad?
Lucía era la única hermana que por prudencia se había salvado de los platos. Se trataba de la segunda más grande, después de Will, lo cual tenía sentido. A diferencia de sus hermanos, tenía la tez nívea, como la de su madre. También había sacado parte del pensamiento práctico de su padre, y con su ingenio y su meticulosa planeación, no se le dificultaba demasiado conseguir sus metas.
—Eh... no.
—Dieciséis de abril, para ser exactos —aclaró la señora Solace, antes de tomar el último sorbo de su jugo de mora con la espalda erguida y llevando el vaso hacia su cuerpo en lugar de al revés. Qué chocante le resultaba esa imagen en comparación a la de sus hermanas comiendo todas apuradas para ir donde tuvieran que ir—. ¿Will, no se lo habías mencionado?
—Olvidé decírselo, pero sí planeaba hacerlo cuando lo recordara.
—¿Cuándo? ¿el quince? —bufó Lucía.
—No —replicó Will, antes de reír y negar con la cabeza—. Probablemente el catorce.
Nico enarcó una ceja.
—¿Es en serio?
—Te he dicho que soy distraído.
Lucía le guiñó el ojo, aunque Nico no supo si a él o a su hermano, ya que ellos estaban sentados en sillas contiguas y ella se hallaba en la misma dirección, pero al otro lado de la mesa.
—A buena hora que lo dije entonces.
Nico agradeció que Lucía hubiera despejado un poco la atención de él, y que de paso hubiera mencionado aquel dato importante. El primer y único dato importante dicho en toda la cena.
—Bueno, creo que ya no te retraso más. Ha sido un gusto conocerte, Nico. Buen provecho. —Lucía alzó sus platos y se dirigió a la cocina.
Allá se escucharon risas y sonidos chillones.
—Will, anda mira a tus hermanas. —Su madre suspiró—. No queremos tener que comprar un nuevo juego de vajillas.
Will alzó el plato sin terminar de Nico en una mano, el suyo en la otra, y obedeció. El señor Solace le devolvió el teléfono a Nico. Lo desmotivó un poco el hecho de que no tuviera ningún mensaje ni llamada de su padre. Pero solo fue un poco, porque ya era algo a lo que estaba acostumbrado, y se sintió bien haber logrado estar desconectado un rato de la web.
No tardó en ocurrírsele una idea cual epifanía. Algo descabellado, pero que le hizo mucha ilusión.
Hasta que Will regresara, la compartió con los señores Solace. Fueron capaces de llegar a un acuerdo a menos de un minuto de que apareciera Will. La familia, ahora cargada de una silenciosa complicidad, se despidió de Nico y Will lo condujo hasta su domicilio en el auto de sus padres.
—Quién lo diría —bufó Will, colocando la palanca en velocidad neutral—. Estamos solo a dos manzanas de distancia.
Nico asintió.
—Sabía que ese sector se me hacía conocido. Por cierto, ya sé cómo me pagarás la apuesta.
—¿Ah sí?
Nico lo miró a los ojos.
—Quiero que me beses.
—¡¿Qué?!
—Que confieses. ¿Estás enamorado de mí?
—¿Will? —Nico chasqueó los dedos frente a sus ojos— ¿Estás bien? Pareciera que has visto un fantasma.
Will trató de calmar su respiración.
—¿Dijiste algo más?
Nico lo miró como si estuviera loco.
—No he dicho nada a parte de que ya sospechaba que este sector se me hacía conocido.
«Genial» pensó Will «¿me estoy volviendo loco?»
«Nico te está volviendo loco» pareció decirle una vocecita intrusa en su cabeza.
Will se espabiló. No, no, nada de volverse locos, al menos mientras aún estuviera con compañía. Nico se bajó del automóvil y se despidió con un ademán de manos por la ventana abierta de conductor. En vez de hacer lo mismo, Will le entregó una funda de papel, la cual Nico recibió extrañado.
—Disculpa por todo eso. No creas que no noté que no podías ni comer de la incomodidad. También noté que la comida te pareció muy rica, así que la guardé para ti.
—Gracias, —Nico sujetó la funda y sonrió; Will juró que esa sonrisa iluminó la noche— pero ¿sabes? Disfruté los últimos momentos con tus padres. Además, fuera de que me miraban como si me hubiera salido un tercer ojo, tienes una familia muy bonita.
Nico abrió la puerta de su casa con sus llaves. Dentro estaba oscuro y silencioso, a excepción de las luces de uno de los cuartos en planta alta. Will se preguntó si Nico alguna vez habría tenido una cena en familia y ese pensamiento le borró la sonrisa del rostro.
Mientras tanto, en casa de los Solace, los cinco familiares esperaban a Will sentados en los sofás de la sala. Nico había sido aprobado por todos.
—¡Les dije, les dije! —chilló Sofía— ¿Notaron cómo se miraban de reojo a cada momento? ¿Notaron sus mejillas, su nerviosismo? ¡Ellos serán novios! ¡Estoy tan segura como que mi apellido es Solace!
Lucía asintió.
—Se gustan, no hay duda.
La madre sonrió mientras negaba con la cabeza.
—Niñas, apenas están conociéndose. Además, ¿como saben si Nico es homosexual?
Danuska rió entre dientes, aplastando con las palmas de sus manos el cojín que mantenía en medio de sus piernas acomodadas en posición de medio loto.
—Ningún hétero mira a Will así. Mínimo es bi.
—Eso es cierto —apuntó el padre, rodeando los hombros de su esposa con su brazo.
La señora rodó los ojos.
—Tú y tu papel de «padre estricto». Tenías que espantar a ese pobre muchacho.
—¡Sí, dañaste su beso, papá! —Sofía se dejó caer dramáticamente sobre el sofá, con las manos en el corazón— ¡Eso fue cruel!
El señor levantó las manos con las palmas extendidas hacia el frente.
—En mi defensa, necesitaba conocer mejor a ese chico.
Danuska miró a Sofía con complicidad.
—¿Ahora ya podemos hacer que se besen?
—No. —La voz del padre fue firme—. Dejen que vayan a su ritmo.
—Pero...
—No.
La señora Solace suspiró y acarició sus manos, que se encontraban delicadamente superpuestas sobre sus rodillas, entre sí.
—Solo espero que esto funcione. Jamás vi a Will tan entusiasmado con alguien. —Pensó en el acuerdo que habían hecho con Nico— Ni a nadie hacer algo así por Will.
Lucía sonrió y se inclinó hacia adelante. Había escuchado la conversación a hurtadillas.
—¿Soy una genia o qué?
—¿Qué hizo? —Sofía formó un puchero con los labios— ¿Puedo saber? ¿sí? ¿sí? ¿sí?
—¡Yo también! —exclamó Danuska— ¡Por favor! ¡Por favor!
—Yezzz, bájenle a sus gritos —gruñó Lucía antes de sonreír maquiavélicamente— lo descubrirán en el cumpleaños de Will.
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