El secreto del sahara

NO EXISTE MEJOR LUGAR QUE EL DESIERTO para darse cuenta de lo insignificantes que somos. Miras
delante de ti y el mar de arena se pierde en el horizonte, más de dos millones de kilómetros cuadrados de tierra aparentemente inerte.

Esto es el Sahara, palabra de origen bereber que significa “tierra dura”, y en verdad lo es, con temperaturas que sobrepasan fácilmente los cincuenta grados.

Pero este magnífico desierto, a primera vista vacío, oculta bajo su tórrido manto multitud de secretos.

El primero de ellos, y a la vez el más paradójico, es que bajo la tierra más muerta del planeta se
esconde un inmenso lago.

El mar de Albienne tiene agua para convertir el Sahara en el mismo lugar que fue hace miles de años, un precioso vergel. Entre los trescientos y los mil doscientos metros de profundidad hay un volumen de agua similar al tamaño que ocuparía dos veces la península Itálica.

¿No les parece una paradoja morir de sed pisando agua?

El desierto del Sahara, un terreno hoy yermo que sin embargo guarda bajo sus arenas una red de lagos subterráneos inimaginable en estas latitudes. Pero este no es el único secreto que alberga el ocre manto de fina arena.

El Sahara fue el lugar donde el hombre pasó de ser un mono desnudo a convertirse en artesano, constructor, agricultor,
comerciante. Una evolución en la que también se formaron las bases de la civilización egipcia.

Es absurdo estudiar la antigua   cultura faraónica olvidándose de su entorno, máxime cuando en éste se encuentran las claves de su enigmático origen.

Hoy en día, más que una hipótesis es un hecho comprobado que en el Sahara se desarrolló, hace
miles de años, un sustrato cultural común, adaptado a un entorno que era muy diferente a como lo
vemos ahora. Para comprobarlo, no es preciso más que estudiar las pinturas rupestres del sur de Argelia, donde aparece “fotografiada” aquella tierra tal y como fue hace diez milenios.

En los citados murales aparecen hipopótamos, jirafas, elefantes y toda una multitud de animales y rica vegetación que propiciaron comida en abundancia a los diferentes pueblos que allí moraron. Pero hace siete mil años el clima comenzó a modificar aquella tierra fértil, y los diferentes grupos étnicos
que convivían en la región empezaron a emigrar buscando tierras mejores.

Por aquel tiempo, las zonas aledañas al Nilo eran pantanosas y prácticamente inhabitables.

Sin embargo, el lento proceso de desertificación las fue desecando y, paradójicamente, las convirtió en el vergel que hoy
conocemos.

Este proceso no fue paulatino, sino que se produjo alternando períodos de abundancia y de sequía, en el transcurso de los cuales fueron pequeños grupos de colonos venidos de diversas y
lejanas tierras los que otorgaron a la cultura egipcia su carácter único.

Sobre este extremo existe una gran polémica desde hace años: los egiptólogos puros niegan este
origen externo de la cultura faraónica, mientras que los africanistas, en un congreso de la UNESCO celebrado en 1974, ya establecieron que no hay otra posibilidad de explicar la Historia.

Pero como mi trabajo no consiste en hacer política a favor de unos ni de otros, les expondré los diferentes datos que existen para que puedan decidir por ustedes mismos.

Lo que es inexplicable desde todo punto de vista es defender, como hacen muchos, que la cultura
egipcia surgió de la noche a la mañana porque sí, ya que ésta, desde su nacimiento, tiene una religión perfectamente configurada y de gran complejidad, una escritura definida, consumados maestros en diferentes artes como la escultura y la construcción y, desde el punto de vista científico, grandes conocimientos de filosofía, matemáticas, medicina, etc.

Obviamente, jamás se ha dado un casosimilar en la Historia, ya que una civilización tan compleja y desarrollada necesita, a la fuerza, una evolución de siglos e incluso milenios para florecer hasta un grado semejante.

Desde el punto de vista religioso, la utilización de dioses con cabeza de animales, tal y como hicieron los primitivos habitantes de las orillas del Nilo, tiene un reflejo miles de años atrás en las pinturas rupestres de Libia y Argelia.

Esto, junto a las leyendas egipcias que nos dicen que Osiris (el dios que trae la civilización y las ciencias) provenía de Occidente, nos hace suponer que el origen de la civilización egipcia debe buscarse en la cultura bereber.

Además, podemos sumar otros dos datos clarificadores, por no decir definitivos: por una parte, en el Egipto actual, concretamente en el Oasis de Siwa, todavía se habla el tamazigh, la lengua bereber.

Y por otro lado, en las pinturas rupestres de Tassili, al sur de Argelia, existe una representación pictórica con el mismo estilo (de perfil) y tratamiento cromático que más tarde se utilizaría en Egipto.

Representación que, a todas luces, refleja a la diosa Isis antes de que ésta fuera venerada en los templos que rodean las pirámides.

Sin mencionar que hasta las barcas saharianas, hechas de juncos, son idénticas a las que más tarde se harán para surcar el Nilo, hechas de papiro.

Sin embargo, y aunque esta pista sea bastante sólida, hay otros datos que suman un mayor
desconcierto al enigma del origen de Egipto.

De un lado en Qostul, Sudán, aparece una representación de la corona del Alto Egipto en el año 4000 a.C., mientras que la cultura egipcia
clásica surge en el 3150 de la misma era.

Además, en esta ciudad sudanesa podemos encontrar también la figura del dios Horus, con cabeza de halcón. Y si queremos asombrarnos aún más, basta comparar la fachada de cualquier palacio real egipcio con un serek, la casa de los jefes de la etnia dogón en Mali. Sin hablar de que el egipcio antiguo es muy parecido a la lengua peul y a la haal -pulaar - en, ambas del África occidental.

Lamento, por tanto, en este epígrafe, no haber arrojado luz sobre los orígenes exactos de la cultura egipcia.

Y es que, en realidad, nadie puede todavía explicar cómo, de la noche a la mañana, un pueblo de pastores se convirtió en una civilización que deslumbró al mundo.

Muchos son, como puede verse, los datos que recogí y las horas que he pasado leyendo en infinidad de libros, y aunque
no he encontrado solución al enigma, no me desespero por ello. La magia se encuentra en lo incomprensible; en este caso, bajo las arenas del inmenso Sahara.

Quizá, después de haber leído
esto, puedan entender más que nunca el proverbio tuareg que dice: “Cuando estés solo por la noche en el desierto, no digas “qué silencio”, di “no oigo””.

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