Capítulo IX

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo IX. Duelo en Azmar

Azmar era una localidad montañosa, habitada por humanos, la mayoría cazadores y montaraces de las cordilleras. Cuando llegaron al poblado, se encontraban hambrientos y cansados, sucios, con restos de sudor y sangre. Buscaron una posada donde alojarse, y descansar durante toda la noche. Tres habitaciones: dos individuales y una doble, para Jungkook y Darien. Tras un buen baño, el muchacho salió sintiéndose renovado, la cama se sentía como si fuera el mejor colchón de plumas, y no tardó en dejarse llevar por el sueño.

Aún estaba cubierto de algunos leves hematomas y raspaduras, pero habían quedado por la mañana para pasarse por el mercado de Azmar y renovar las provisiones, medicinas, algo de ropa de abrigo, y tal vez agregar algún arma a sus repertorios.

Darien despertó a Jungkook por la mañana, este hizo un medio recogido de cabello y mientras Darien se metía las botas, reconoció que había descansado muchísimo más de lo que esperaba. Salieron de allí agradeciendo el buen tiempo de la mañana, y encontraron a Ronan y a Taehyung cerca del mercado, en el punto donde habían acordado.

El Elfo cubría sus orejas y parte del rostro con una capucha; todos pensaban que sería más seguro así, pues la gente siempre cuchicheaba y era mejor esconder sus orejas puntiagudas de cualquier lengua murmurando que parecía uno de esos Elfos del Bosque.

—Buenos días —saludó Darien.

—Buenos días —le siguió Jungkook.

—Buenos, es un adjetivo demasiado grato para una mañana como esta —respondió Ronan.

—Hola —les contestó Taehyung con más amabilidad.

—¿Habéis descansado? —formuló Darien.

—Lo suficiente —dijo el Elfo.

—¿Y dónde está nuestro integrante feérico? —le preguntaba el rubio.

—Sigue dormido, pacíficamente —dijo Taehyung.

—En fin, no perdamos el tiempo. Necesito comprar algo con lo que afilar mi hacha —sugirió Ronan, poniéndose en marcha—. Y luego algo con lo que acallar mis tripas.

—Desde aquí las pude oír —condecoró Darien—. Pensé que Ventisca rugía desde la ladera en la que la soltamos.

Los tres siguieron el paso del Enano, mientras paseaban por el mercado de Azmar con la intención de adquirir un poco de todo. Jungkook pasó junto a Taehyung con ánimo desinteresado, y de soslayo le dijo algo.

—Alassea ree, Taehyung —pronunció con suavidad.

Los labios del Elfo se abrieron por la sorpresa, así como un el ligero hormigueo se extendía por su tórax.

—Alassea ree —le respondió de la misma manera.

Luego Jungkook pasó de largo y alcanzó a Darien. Caminaban juntos, un par de metros por delante de él, conversando entre ellos. Y Ronan iba aún más en la vanguardia, deteniéndose en un lugar y otro, despreocupadamente.

Taehyung posaba los ojos en todos lados, para él, alguien acostumbrado exclusivamente a los Altos Elfos y a la brillante y blanca ciudad de Elemmirë, ese tipo de lugares era una auténtica tormenta de personas, de objetos, de aromas, y de cosas que nunca antes había visto. Vendían pieles de todo tipo, armas, abalorios, capas, y moda humana (desde cueros ligeros, hasta abrigos más gruesos con pieles de oso). No había ni una sola armadura, lo cual parecía estar indignando a Ronan, aunque él ya tenía su casco de Endalion y no necesitaba mucho más, pues las armaduras eran generalmente pesadas y los Enanos ya pesaban lo suyo.

Taehyung compró unas ropas comunes, de lino negro, con las que intercambiaría las suyas, más brillantes y llamativas. También adquirió un par de capas, una para él, y otra para Namjoon, cuando saliera de su crisálida. Mientras tanto, los demás adquirían unas blusas nuevas, y se hacían con unos abrigos largos, de mangas anchas, de costuras que se ceñía a la cintura y luego caían en vuelo hasta las rodillas. Estaban concentrados en el trabajo que obraba el señor que le afilaba el hacha a Ronan, que los ojos de Taehyung se posaron en un puesto de arcos.

Eran bastante rudimentarios, pero él se aproximó con curiosidad para ver los diseños, y se detuvo especialmente sobre uno que presentaba una media luna muy característica. Al pasar las yemas por encima, reconoció el símbolo. El mercader pudo atisbarle y se acercó a él, inclinando la cabeza para hablarle sobre el mismo.

—Oh, sí. Interesantísimo grabado, joven —le habló de repente—. Viene de La Ciudad Nocturna de Lúa, la capital de Nibel. Sus estandartes siempre ondean al viento, con el dibujo de...

—La media luna —finalizó sus palabras—. Leí que eran de color púrpura.

—Así es. Y puedo dejárselo por doce coronas.

—Mhn.

—Yo no le daría más de ocho —intervino una tercera voz.

Taehyung giró la cabeza y vio a Jungkook junto a su hombro.

—Doce es un precio elevado para unos forasteros, ¿no cree? —prosiguió el pelinegro.

—De ninguna manera, los arcos de los Elfos de la Noche son fugaces. Mirad sus flechas —defendió, sacando un puñado de un carcaj plateado—. Magníficas, y rápidas. Apenas se ven en la noche. Beneficiarían al cazador más nocturno.

Taehyung ladeó la cabeza, observando el curioso color negruzco de las mismas. Sus destellos le regalaban una rica variedad de azules y púrpura, mezclados con el ónix más brillante.

—No sé. No sé —Jungkook jugó a regatear el precio—. ¿Podéis probar a disparar con él?

—¿Yo?

—Sí.

—¿Ahora?

—Ahora.

El Elfo pestañeó varias veces, Jungkook le levantó una ceja, instándole a que lo intentara. Se moría de curiosidad por ver dos cosas: una, qué tan bueno era ese arco, y dos, la puntería del príncipe de Elemmirë, a quien había visto ir directamente a por uno.

—Por supuesto —el mercader agarró una flecha, se la pasó a Taehyung, y este la tomó entre los dedos—. Ahí tenéis adónde apuntar —señaló a las dianas—. Si sabéis disparar, deberíais dar en el clavo.

La flecha era fría y parecía ligera en su tacto. Sin duda, era una digna flecha élfica.

—¿En dónde queréis que dé? —emitió Taehyung con un divertido orgullo, que nunca antes había observado.

Jungkook se pasó la lengua por los dientes, deteniéndola bajo un corto colmillo.

—¿De verdad? —exhaló una sonrisa—. ¿Qué tiro tan certero tenéis?

—Elegid, Jungkook —dijo con diversión.

—Bien, dadle en el primer aro, a la izquierda.

Taehyung le miró de soslayo, mientras levantaba el arco.

—¿Por qué en el primero?

—¿Preferís el centro?

—Centro, ¿arriba o abajo?

—¿Os gusta más la izquierda o la derecha?

—La derecha —pensó Taehyung.

Y acto seguido, levantó el codo y enganchó la flecha con la cuerda, mientras medía la tirantez de su próximo tiro.

—Pues centro, izquierda —le desafió el humano—. Y que no roce el primer aro.

—Oh, no lo hará —sonreía como un felino.

Tensó la cuerda hasta rozarse sutilmente los labios, y después, frenó su propia respiración durante unas décimas de segundo, Afinó la vista, aislándose del revoltoso ruido de la gente que paseaba por el mercado. Tiro un poco más, una micra más, y...

Disparó la flecha y se clavó decididamente en la diana. Centro. Izquierda. Un tipo aleatorio, y una pareja de señores estallaron en aplausos por el certero tiro de Taehyung. Jungkook apretaba los labios, mientras el Elfo le devolvía el arco al mercader.

—Oh, sí, ¡sí! ¡Excelente tiro! ¡Le dije que este arco era bien certero! Así que, se lo dejaré en diez coronas.

Y Taehyung le dio doce, mientras Jungkook reprimía una sonrisa pícara. «Así que Taehyung estaba burlándose de él».

—Ahí tiene, quédese con la propina —dijo amablemente.

Luego se retiraron, con el Elfo colgándose el carcaj y el arco de un hombro.

—¿Lo haces apropósito? —formuló Jungkook con media sonrisa.

—En realidad, el arco no es tan bueno —jugueteó Taehyung, empujándole el hombro con el suyo—, sólo quería ver tu rostro mientras se lo pagaba.

Jungkook soltó una agradable risa, melodiosa, que en sus oídos sonó infinitamente mejor que el canto de un ruiseñor.

—Así que tenéis buena puntería —comentaba caminando a su lado.

—No se me da mal, pero te aseguro que no soy el mejor arquero de mi pueblo —dijo el Elfo más modestamente.

—¿Y hay algo en lo que seáis el mejor? —preguntó Jungkook con curiosidad.

La sonrisa del Elfo se volvió más pequeña, se aproximó a su oreja mientras caminaba y musitó algo en su oído. En esas décimas de segundos, el corazón de Jungkook le susurró el millar de cosas que deseó escuchar de sus labios que podía hacer bien, pero Taehyung le sorprendió con una específica:

—Puedo cantar.

—Y, ¿qué cantáis los Elfos, si se puede saber? —prosiguió, muerto por el encanto.

Taehyung se rio un poco, anduvo por delante de él y luego se dio media vuelta mientras su capa se balanceaba hacia los lados. Y Jungkook empezó a darse cuenta de que estaba jodidamente engatusado con él, como una mosca sobre la miel, mientras atravesaban aquel condenado mercado que ahora parecía un jardín del celeste.

—No creo que pueda hablar de eso con un humano.

—¿Eso quiere decir que nunca voy a poder escucharos?

—No lo sé —se lo supo aún más difícil.

—¿El qué no sabéis? Sólo os estáis haciendo el interesante —Jungkook le atrapó muy rápido—. Puedo leer vuestro rostro.

Taehyung torció levemente el gesto.

«Es astuto, eso es bueno», se dijo el ojiverde mentalmente.

—Veréis, no le cantamos a alguien —continuó el Elfo—. Lo hacemos a las estrellas.

—Las estrellas —repitió Jungkook en voz baja, y por la leve curvatura de sus comisuras, el compañero adivinó que estaba tratando de no reírse de él.

«Cosas de Elfos, por supuesto», pensó el humano.

Luego, Taehyung se detuvo frente a un enorme puesto de frutas, donde las piezas de diversos colores se amontonaban sobre los mostradores; mandarinas, peras, naranjas, uvas y manzanas. Sus ojos se posaron sobre las manzanas rojas, y Jungkook sintió un breve y minúsculo recelo por esas.

—¡Eh! ¡Vosotros! —Darien les lanzó una voz—. ¡El Enano ha terminado! ¡Vamos a comer!

Los dos giraron la cabeza y vislumbraron a Ronan y el muchacho rubio a cierta distancia, señalando hacia la zona de cantinas. Jungkook y Taehyung se unieron a los otros dos sin demorarse, ninguno había desayunado, y se encontraban hambrientos. Eligieron una taberna aleatoria, y entraron esperando poder ordenar cualquier cosa. Las cantinas de Azmar no estaban tan abarrotadas como las de Torre Gris, donde el vino y la buena comida corría.

Allí había carne de jabalí, de pájaros de caza y de liebres, y de bebida, agua o cerveza de trigo.

El grupo se pidió el almuerzo, y Darien y Ronan no escatimaron en su plan sobre llenarse los estómagos. Jungkook fue al baño que había en el exterior, y al regresar, el único asiento que quedaba libre era el que se encontraba junto a Taehyung. Con decisión, se escurrió lateralmente sobre el banco de madera y clavó los codos sobre la mesa.

—¿Habéis pedido ya? —formuló Jungkook.

—Taehyung no va a comer —dijo Darien, reclinándose en el otro banco.

—¡Te dije que los Elfos eran demasiado sofisticados para la comida! —exclamó Ronan.

Jungkook inclinó la cabeza, afinando la mirada sobre el ojiverde.

—Detesto las carnes rojas. No comeré jabalíes ni a esas pobres liebres —se defendía Taehyung.

Jungkook extendió los dedos y tiró del borde de su capucha, la cual dejó caer hacia atrás.

—¿Qué hacéis?

—Bajaos eso, estaréis más cómodo —pronunció por capricho.

Los párpados de Taehyung parecieron volverse más pesados sobre él. Jungkook resistió apartar la mirada, y se enfrentó a ese par de iris, admitiendo mentalmente que su movimiento había sido impulsado por el deseo de verle el rostro sin impedimentos.

—Todo el mundo sabrá lo que soy —dijo Taehyung.

—El cabello cubre vuestras orejas —apuntó el pelinegro.

Y era casi cierto, puesto que el cabello se encontraba limpio, y las puntas se encontraban más revueltas y esponjosas en ese momento. Jungkook advirtió que los iris del Elfo no eran de un verde intenso, sino una mezcla mucho más preciosa, entre verde y azul. Y mientras el príncipe apartaba los ojos apretando los labios curvados por una levísima sonrisa, pensó que daría cien coronas por saber qué era lo que pasaba por su cabeza en ese momento.

Ronan se había levantado a por las cervezas, y regresó con más de las que cabían en sus manos.

—¿Qué es lo que se come en vuestro reino? —preguntaba Darien, interesado.

—Todo lo que pueda ser recolectado: frutos, verduras, humhn —enumeraba Taehyung—, legumbres...

—¿No hay carnes?

—Carnes no, pero son excelentes pescadores.

—Dudo que haya pescado por aquí —resopló el rubio—. Dietas bajas en grasas y calorías, con más razón tenéis fama de ser altos y esbeltos. No hay quien coja unos kilos con esos hábitos.

—Los Elfos también son magníficos reposteros —agregó el Elfo.

—¿Qué tanto? Apuesto que no habéis conocido el mejor pan —dijo Darien con mucho orgullo.

Jungkook se rio levemente.

—La familia de Darien tiene el principal negocio de pan de Epiro —le explicó Jungkook.

—Oh. Me encantaría probarlo, pues —Taehyung sonaba ingenuo—. Si son como las galletas de vuestra madre.

El pelinegro alzó las cejas en sorpresa por su referencia. Había sonado tan dulce que desvió el rostro, mientras Darien replicaba que «las galletas de Dana no eran tan especiales». En todo esto, Ronan regresó junto a una mesera, cargando con varias jarras de cerveza de trigo helada se posaron sobre la mesa. Y ahí estaba realmente eufórico, por primera vez, en toda la semana.

Los Enanos y la cerveza.

—¡Hora de beber! —rugió.

—Ni siquiera ha llegado la comida —Darien agarraba su jarra con media sonrisa.

Y no era una réplica, él ya se preparaba para brindar mientras el resto tomaba las suyas.

—¿Qué? —Taehyung miraba con los ojos muy abiertos a Jungkook.

—Vamos, os gustará —insistía el pelinegro.

—No me gustan las cosas amargas, ni demasiado saladas.

—¡Todos los Elfos necesitáis una de estas! —bramó Ronan, y en el siguiente trago, parte del legendario líquido espumoso manchó su barba.

—Pruébalo —Jungkook empujó la bebida a su lado.

Taehyung no iba a negarse, tan sólo se preguntaba qué diablos sucedería sin Namjoon saliera de aquella crisálida feérica y le encontrase bebiendo cerveza, por influencia de los demás. Luego se sintió excitado mientras tomaba la jarra entre las manos, como si estuviera a punto de saltar desde la cascada de Elemmirë al río que atravesaba el valle.

—Vamos, no podéis obligar a Ronan que también se tome la tuya. Tendríamos que llevarle a cuestas a la posada —se rio Darien.

—Dad las gracias a que mi asistente feérico no está presente.

En el primer sorbo, el rostro de Taehyung discrepó entre la acidez y amargura. Sus papilas gustativas se resentían. La espuma era extraña, pero el líquido burbujeante y helado se volvía delicioso conforme más tomaba. En seguida les fue servida la comida, jabalí, queso, pan robusto, y algunas verduras hervidas que instantáneamente fueron para Taehyung.

Jungkook se inclinó a su lado, mientras comía.

—No os gusta nada —observó.

—Los humanos tenéis un paladar peculiar.

—¿Peculiar? ¿Así es como llamáis a la mediocridad? —sonreía.

—Tal vez —reconoció con una leve risita.

Afortunadamente, ordenaron un guiso basado en legumbres, zanahorias y patatas, que fue mucho más apetitoso y permisible para Taehyung. El príncipe extrañaba ligeramente la comida del palacio de Elemmirë, los dulces con miel, las frutas con azúcar, las verduras y pescados blancos a la plancha, y el delicioso pan blanco, esponjoso y suave, que salían de los hornos de la ciudad.

Taehyung terminó vaciando la jarra de cerveza de trigo, y si bien no creía que se volviera un adepto a esta, comprendió por qué a Ronan le gustaba tanto. El alcohol dilataba los vasos sanguíneos, el pulso, volvía las mejillas más sonrosadas y relajaba la tensión de los hombros. Ni la mejor de las terapias.

—Entonces, ¿los feéricos no necesitan alimentarse? —preguntaba Darien.

—Sus libertades con la comida se resumen en las hojas dulces de algunos árboles, las mieles y las bayas —le contestó Taehyung.

—Cosas de hadas. Sí, señor —resopló el rubio.

—Estar lejos de los bosques ha estado debilitando a Namjoon durante días. Creo que por eso tardará más en despertar de su forma feérica.

—Pero despertará —dijo Jungkook con un timbre conciliador.

Taehyung asentía, finalmente abandonó la cuchara de un plato que había rebañado con hambre, y Jungkook le preguntó con curiosidad:

—Decidme, ¿le extrañáis?

El Elfo dejó marchar un suspiro.

—Por supuesto —respondió, sin mirarle—. Podía haber perdido la vida en ese fuego, si no fuera un feérico.

—Habláis como si fuera más que un asistente. Un hermano.

Taehyung fijó los iris claros sobre él.

—Tal vez lo sea —murmuró.

—Ha estado con vos durante cuarenta y nueve años —sonrió un poco.

El Elfo también sonrió, desviando sus ojos.

—Y cada vez que me tiraba de la oreja en Elemmirë, yo le maldecía.

—Debo asumir entonces, que no os portabais como correspondía —dijo Jungkook con picardía.

—He de decir que mi historial de palacio siempre tuvo numerosas subidas y bajadas —reconoció Taehyung a regañadientes.

Jungkook se preguntó si él también había sentido ese impulso de salir, de partir e ir más allá del horizonte que podían ver sus ojos.

—¿No erais feliz allí? —le preguntó con un pálpito.

—Sí. Muy feliz —defirió Taehyung inmediatamente.

El humano parpadeó varias veces. Comprendió justó después que había estado desacertado. No podía proyectarse en Taehyung, no eran iguales. Y él, no había abandonado el valle por voluntad, sino a la fuerza.

Al finalizar el almuerzo, los muchachos pagaron la cuenta en coronas y liras, y luego abandonaron la cantina. Vislumbraron un lugar de entrenamientos vacío, tras una plaza de abastos, donde Jungkook supo que terminaría presentándose. Todos se separaron y descansaron durante la tarde en sus respectivas habitaciones de la posada. Jungkook se tumbó sobre la cama alrededor de media hora, y mientras Darien se sumía en un veloz y envidiable sueño profundo donde el ronquido se convertía en un constante vaivén. Jungkook se reincorporó y decidió cambiarse de ropa; camisa burdeos y pantalón hasta la rodilla, con unas calzas largas y las botas de piel marrón oscuras. Finalmente se dejó el cinturón ligeramente suelto sobre la cadera y el borde de la camisa, y luego se echó la funda de la espada de adamantina tras el hombro para salir a entrenar un rato.

A solas, dio una vuelta por el mismo mercado mientras atravesaba la plaza. No sabía por qué diablos se le antojaban las manzanas, pero al comprar tres y recibir la pequeña bolsa de papel marrón, pensó en Taehyung. Llegó a la zona de entrenamiento y allí mismo abandonó la bolsa, y otras pertenencias a un lado. Se recogió el cabello contemplando la pila de duras bolsas rellenas de arena para los entrenamientos de artes nobles, las dianas que había al fondo y los troncos desprovistos, y colocados en hileras, posiblemente para sujetar objetivos.

Jungkook desenfundó la espada y se entretuvo haciendo aspavientos en el aire. Darien le decía que estaba majara, pero él necesitaba eso, quemarse, dilatar los vasos sanguíneos y sentir la falta de oxígeno picándole en los pulmones. Su amor platónico era la espada, y no había sentido nada similar a esa pasión de la que hablaban, como sujetando entre sus dedos una empuñadura de cuero y plata.

Pensaba en el incidente que sufrieron con los Trolls de las cavernas, lo cerca que habían estado de perder a un integrante, y la primera vez que vio al auténtico Taehyung.

En ese vaivén mental, acabó sudoroso y más que excitado por su solitario entrenamiento. Su brillante espada se extendía de forma horizontal, con la punta señalando a un árbol. El bíceps apretado y el codo ligeramente flexionado, con un antebrazo duro y los dedos ciñéndose a la amada empuñadura en la que bien había trabajado Torgo.

Justo entonces, una flecha pasó por encima de la hoja sin rozarla y se clavó en el tronco del árbol. Jungkook giró la cabeza buscando al arquero y bajó la espada con un jadeo, advirtiendo una figura esbelta sobre una roca más alta, con una rodilla flexionada. Ya sabía quién era, pues había visto las mismas flechas en el mercado de Azmar y ese arco oscuro con el grabado de la media luna creciente. Pero ahora el Elfo vestía de negro, con una capa nueva cuya capucha cubría los mechones oscuros de su cabello y parte de la extensión de sus enormes párpados rasgados. La tela se derramaba por sus hombros y caía hasta los tobillos.

—Sólo espero que no tratarais de atravesarme —dijo Jungkook alzando la voz.

Taehyung bajó de la roca con un salto, con el arco en una mano, y echándose la capucha hacia atrás con la otra. Entonces, atisbó el destello de la tiara plateada en su frente, que hasta entonces no había osado a volver a utilizar.

—No lo hacía —le aseguró con una fugaz sonrisa.

Le sentaba como la guinda al pastel de nata y fresas, y su aspecto era mucho más élfico con aquella tiara trenzada que pasaba por encima de los suaves mechones de cabello oscuro y brillante, y la punta de sus orejas afiladas.

—Podíais haber fallado el tiro, y yo lo hubiera lamentado —repuso Jungkook con un timbre más grave.

—Jamás fallaría un tiro, si os tuviera delante —dijo Taehyung con una rapaz seguridad.

Jungkook clavó la espada en el suelo, y recuperó poco a poco su aliento con unas bocanadas de aire. Su orgullo se preguntaba en silencio si aquello era un halago o flirteo. O si, sencillamente, presumía destrezas y reflejos.

Taehyung se aproximó a él, echándole un vistazo al despejado y desolado lugar de entrenamientos. Antaño, debía haber estado ocupado por caballeros que ahora debían haberse marchado muy lejos.

—¿Cómo sabíais que estaba aquí? —preguntó el humano.

—No lo sabía. Darien me lo dijo —respondió distraído.

El humano contempló sus vestimentas de arriba a abajo; cualquiera diría que ese era un Elfo de oscuras intenciones, uno de esos Elfos del Bosque, peligrosos arqueros, que, como Darien solía decirle, eran capaces de robar un beso y cortarte el pescuezo a alguien en la misma noche.

Si bien lo del beso, acababa de inventárselo él mismo.

—Ese tonto ya debería estar en Epiro.

—¿Por qué cuestionáis su lealtad? Nos ayudó con los Trolls y regresó por vos —dijo Taehyung contundentemente.

Jungkook apreció su repentina asertividad con cierto encanto.

—No la cuestiono —contestó en voz baja—. Darien es para mí lo que Namjoon para vos.

Taehyung se quedó en silencio unos segundos, interiorizando la importancia de la comparación.

—¿Practicabais con vuestra espada? —le preguntó con atención, arrastrando los ojos detenidamente por el campo de prácticas vacío.

—En mi pueblo, solía entrenar a diario —resumió Jungkook.

—¿Quién os entrenaba?

—Nadie. Yo lo hacía.

—Uh.

El pelinegro le siguió con la mirada mientras dejaba el arco apoyado contra el fino tronco de un árbol, y de repente, Taehyung desenvainó la espada acompañada por un sonido veloz y vibrante, y le apuntó con una inesperada hostilidad.

Jungkook se quedó muy quieto, arqueó una ceja y le contempló con labios entreabiertos.

—¿Qué hacéis?

—Os desafío a un duelo.

—Ah, ¿sabéis usar la espada?

—¿Si sé usarla...? En Elemmirë fui instruido por el mejor esgrimista de los Elfos.

—Tiro con arco, canto, espada —enumeró Jungkook, con una sutil diversión—. ¿Hay algo que hayáis olvidado mencionar, su alteza?

—También sé bailar —se aventuró a decir.

Jungkook soltó un leve y ronroneante carcajeo.

—Apuesto a que lo hacíais con quien quisierais.

—No.

—¿No?

—No me gusta que me miren mientras lo hago.

Jungkook retomó la espada que había clavado en el suelo, y como si fuera un rayo, dio una vuelta sobre sí mismo y embistió a Taehyung por la izquierda. No lo tomó desprevenido, puesto que la hoja de adamantina impactó contra la de acero y un estridente tintineo.

Se miraron a medio metro y el Elfo exhaló una sonrisa, manteniendo la hoja contra la suya.

—He de adivinar que es así como comenzáis el duelo, sin comunicármelo, y sin previa indicación —articulaba Taehyung con una leve molestia.

—Quería saber si os jactabais de vuestra formación o ibais en serio.

Las cejas del Elfo descendieron, hasta que sus ojos se convirtieron en un par de finas rendijas.

—Bien, así me cercioraré yo del vuestro —musitó, deslizando la hoja de la espada suavemente contra la suya.

Jungkook sintió cómo su corazón volvía a cabalgar en el pecho, bombeando el afluente de sus venas. En unos segundos más, volvió a repetir el estoque y comenzó a cotejar qué tan bueno era el juego de pies, los bloqueos y los ataques entrantes de su adversario Elfo.

El aire se llenó de numerosos sonidos metálicos, sin tambaleos, sin dudas: Jungkook era bueno, Taehyung más ligero, y de un talento desconcertante. Y mientras rotaban hacia un lado, uno atacaba por la derecha y el otro se defendía, cediéndole la oportunidad de recuperarse mientras el siguiente volvía a esforzarse en unas rápidas y firmes acometidas.

En varios minutos, Taehyung jadeaba, su capa se volvía pesada y molestaba a sus veloces pasos. Jungkook pareció mostrar una mayor, y sin duda, considerable resistencia a su espada. Había más en los ojos castaños del humano, más que entretenimiento y recreo, una sutil y aguda excitación, que disfrazaba su pasión. Y eso era algo admirable, aún más para un humano, un herrero, que nunca ostentó el cargo de caballero o guerrero.

Y bien, entre el vaivén y el tintineo de las dos espadas, Taehyung se vio atravesado por una fugaz punzada de admiración que palpitó en sus venas. Pero el príncipe se caracterizaba por aburrirse fácilmente de las cosas, y su asistente feérico siempre le había acostado de embustero por algo. De un rápido movimiento embistió a Jungkook con mucha más fuerza, empujó su espada con la propia para aturdirle, soltándola, y en el mismo instante, rodando hacia un lado, tomando un arco y apuntándole a la cabeza.

Así era como finalizaban las cosas:

—Y chas, ya estarías muerto —masculló jadeante, y acto seguido alzó la voz—. ¿Vuestra vida o la espada?

Jungkook respiraba agitadamente, el sudor cubría sus clavículas y las sienes, donde algunos mechones de cabello negro habían escapado del recogido. No tardó en dejar caer la espada al suelo, si bien el destello de sus ojos le anticipó que no estaba del todo de acuerdo.

—Habéis perdido —le increpó Jungkook repentinamente.

Taehyung bajó el arco con una sonrisa, creyendo que era una broma.

Pero el pelinegro le dio la espalda y caminó hacia la roca donde se encontraban sus pertenencias, tomó la cantimplora y desenroscó el tapón, llevándose la boquilla a los labios secos.

—¿Disculpad? Soy yo quien os ha desarmado —dijo Taehyung.

En el largo trago, la nuez de Jungkook se movió sutilmente, después bajó el recipiente, le miró de soslayo, relamiéndose los labios.

—Hubiera ganado en un duelo justo —defendió disgustado.

Taehyung soltó una carcajada vacía, mientras el otro guardaba la cantimplora en el bolso.

—Jungkook, que honesto que sois —repuso Taehyung con cierta mofa—. Los duelos justos no existen, y aún menos cuando os enfrentáis a la muerte.

Y en eso tenía razón, pero el humano no iba a cederle tal satisfacción.

—Alteza, sólo estábamos jugando —su tono se había vuelto irremediablemente áspero—. Si me enfrentara a la muerte, no os hubiera dejado respirar.

—¿Qué habláis? Yo os salvé el trasero de ese Troll.

—Más bien, yo os lo salvé a vos. Os recuerdo que erais un niño —indicó.

Taehyung fingió una sonrisa.

—El orgullo de los humanos —dejó caer.

—¿Qué sabréis vos, si nunca antes conocisteis a uno?

Cuando Jungkook le dio la espalda y comenzó a recoger sus cosas, Taehyung se sintió realmente indignado. ¿Por qué de repente, le hablaba de esa forma? Pensaba que eran amigos, que podían acercarse, que podían jugar y conocerse más.

—No me llaméis alteza. No soy vuestro príncipe —reprendió el Elfo.

Jungkook se dio la vuelta y sus ojos castaños se vieron ensombrecidos. Taehyung sintió un pavor extraordinario, como si su próximo ataque metálico estuviera a punto de escapar de los labios del humano.

—Tenéis razón, nuestros reinos nunca armonizaron. La soberbia de los Elfos les impidió confraternizar con la ambición de los míos. Mientras tanto, nuestras bocas se llenaron de ínfulas, de arrogancia, y de conflictos innecesarios —decía Jungkook—. Entretanto, dejamos a Gaia en las manos de las sombras que provienen del Este.

El gesto de Taehyung le mostró una notoria contrariedad cuando mencionó la altivez de su raza.

—¿Qué sabéis vos, si nunca antes conocisteis a un Elfo? —le devolvió Taehyung con frialdad—. Ni siquiera me conocéis a mí.

—Imbécil —le insultó directamente.

Y de paso, a Jungkook también le apeteció mandarle al infierno, mientras se colgaba la vaina de la espada de un hombro. Lo sustituyó introduciendo una mano en la bolsa de papel donde se encontraban las manzanas, y de un rápido movimiento, le lanzó una a Taehyung, quien la atrapó entre los dedos.

Taehyung descubrió qué era lo que le había arrojado cuando lo observó en su mano. Una manzana madura, de un rojo vivo, cuya suave, brillante piel, y fiera belleza se apreciaba desde cerca. A él le encantaban las manzanas, sobre todo cuando el jugo era dulce y ácido, cuando la carne leñosa y fresca crujía entre los dientes. En el último momento, vaticinó que Jungkook parecía haberla comprado para él. Se sintió remotamente complacido, sin embargo, cuando volvió a buscarle con los iris verdes, el humano ya rodeaba la esquina del campo de entrenamiento y se perdía de su vista.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.

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