Capítulo III


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.


Capítulo III. La Fuga

En el atardecer de Gaia, Jungkook encontró a Darien fuera de la panadería, cargando con dos sacos de semillas.

—Tengo algo para ti —Jungkook le sorprendió de espaldas.

Y al dar media vuelta, observó una funda de cuero. Él le entregó el mandoble que había forjado en la herrería, como si no fuera gran cosa. Darien se lo agradeció, adoraba los mandobles y aún no tenía un arma de su propiedad. Cuando le preguntó por qué lo hacía, el pelinegro simplemente encogió los hombros.

—Es un regalo —desvió su mirada—. Te prometí que te daría algo en tu cumpleaños, y ya han pasado algunos meses...

—Ah, truhan —exhaló—. Pues sí que te lo tenías guardado. ¿Y ahora cómo te devuelvo esto?

—Tendrás que darme una hogaza de pan todos los días hasta fin de año —bromeó Jungkook.

Los dos se echaron a reír, y Darien lo aceptó encantado. Sin darle más importancia, se lo llevó dentro de casa y luego Jungkook le ayudó a cargar los sacos hasta la despensa trasera de la panadería, donde el horno aún calentaba hasta hacerles sudar.

Después se despidieron, prometiéndose verse en la feria. En el regreso del pelinegro a casa, pasó por el pequeño establo y acarició el hocico del caballo que de su familia. Era negro, con manchas marrones. Se llamaba Sombra y tenía algunos años.

Jungkook se detuvo allí, contemplando a Sombra. Se preguntaba si debía llevárselo cuando se marchara, porque aún tenía la idea en la cabeza y sentía que debía hacerlo al alba.

—Chico —oyó una voz familiar.

El joven giró la cabeza y encontró al viejo Torgo, aproximándose.

—¿Has cerrado ya? Supongo que no querrás perderte la deliciosa cerveza negra que traen de Malva —Jungkook sonrió levemente—. ¿Irás con mamá?

En el hombro, Torgo llevaba una cinta de cuero, que seguidamente deslizó del mismo y le ofreció. Jungkook parpadeó unos segundos, bajó la cabeza y vislumbró la empuñadura de plata con volutas, envuelta en cuero negro, por la parte donde se ceñían los dedos.

Por lo que brillaba esa empuñadura, sabía que era nueva, al igual que la funda y el recio cuero.

—Ten. Es tuya.

—¿Qué? —volvió a mirarle con desconcierto—. ¿Por qué?

Ni siquiera necesitaba que lo dijera, para saber qué era lo que le estaba ofreciendo. Era esa espada, la misma que forjaron el día de antes con una aleación de Adamantina y acero. Jungkook la había estado mirando esa mañana mientras la empuñaba, la deslizó en el viento, sintiendo el peso de la hoja en su mano. Y era su mejor espada; la más valiosa que habían creado.

—No. No puedo aceptarla, padre —negó de inmediato—. En Torre Gris te la quitarían de las manos ofreciéndote dinero.

—No quiero dinero, hijo. Nuestra vida es humilde, pero he ganado suficientes reales durante los últimos años, también a costa de tu duro trabajo —decía Torgo—. Has trabajado, todo este tiempo, sin pedir ni un solo pago a cambio. ¿Por qué crees que conseguí el lingote de Adamantina? Se te iluminaron los ojos cuando viste que lo traía conmigo de vuelta.

Jungkook se sentía sorprendido, halado porque hubiera pensado en él de esa manera.

—No debéis pagarme, padre. Me acogieron en su hogar, y eso fue todo lo que...

—Ah, no —Torgo bajó la espada enfundada, y chasqueó molesto—. Suficiente, jovencito. Por ahí sí que no pasaré, escuchando tus estupideces. Eres mi hijo, lleves o no mi sangre en tus venas, mi hijo —repitió—, durante veintidós años completos. ¿Me oyes?

Su pequeña reprimenda, también se le hizo agradable. De alguna forma, quería decirle tantas cosas, pero era difícil expresar la magnitud de esos sentimientos. Del amor familiar, del agradecimiento, de la calidez del hogar, y de tantas otras cosas.

Se sentía como un traidor tomando aquella espada, sabiendo que, en el fondo, su corazón quería salir de Epiro. Pero sus dedos agarraron la cinta de cuero de la funda, y luego, Torgo le revolvió el cabello negro como si aún fuera un niño.

—Estaré con Thomas, en la taberna —parloteó su padre, pasando de largo con un gruñido—. Y ponte algo más fino, por las Barbas de Merlín, Epiro está lleno de damas esperando a deslumbrarse contigo.

Jungkook soltó un carcajeo, Torgo se largó camino abajo y él volvió a contemplar la funda negra de la espada que le había entregado.

Horas después, el sol cayó y la feria de la cerveza en Epiro alzaba el gozo de sus habitantes. Cerveza negra, rubia, el Pale Ale, y otras hechas de trigo, muy fermentadas y con aspecto más claro o más turbio, generalmente de sabor intenso y alto nivel de amargura. Las tabernas estaban a rebosar, los tenderetes de la feria se llenaban de accesorios singulares y llamativos, sombreros, colgantes y piedras de otros sitios, dagas, puñales, mitones de cuero y abrigos recios.

La música resonaba desde la plaza, entre las guitarras, la percusión, y los vocales alegres, que inspiraban a la gente a bailar felizmente. Había un montón de comida; manzana hervida, quesos intensos, guisos espesos de carne, patatas y verduras, perdices y codornices deshuesadas, y dulces caseros de calabaza.

Jungkook se sentó en la barra, manoseando su vaso de vidrio en silencio, mientras todo el mundo hablaba, se sacudía, se abrazaba y vitoreaba. Sólo se había cambiado de camisa, a una más limpia.

Y su mente se perdía en un lugar lejano; no sabía dónde, pero pensaba encontrarlo. Finalmente, había preparado todo para abandonar Epiro: una bolsa de viaje con comida, dos cantimploras de agua, las deliciosas galletas de Dana con pasas, otra muda de ropa limpia, un par de puñales de acero (también podían servir como cuchillos) y la espada.

No quería perder su juventud sin descubrir el mundo, y así sonase como el tipo más loco de todos los tiempos, pensaba que volvería en algún momento. Había escrito una nota de despedida para su familia, pero no era un «hasta siempre», sino un «hasta pronto». Porque aquel era su hogar, y ellos, su familia. No deseaba que pensaran que no les quería, o que no tenía suficiente con ellos. Torgo, Dana, y sus dos hermanos menores, Morgan y Lysa, eran más de lo que cualquier huérfano hubiera deseado tener. Familia, cama y comida.

Pero luego estaba esa campana, ese... ¿tintineo? Esa llamada a su corazón, que cantaba con una voz lejana, haciéndole saber que era hora de marcharse.

Y él viajaría al alba, caminaría primero hacia Torre Gris, la cual no había visitado en años, y luego, continuaría hacia cualquier parte. Como un viajero errante, como un montaraz, dejándose guiar por el corazón.

Esa noche, Darien estaba muy animado, levantaba la jarra de cerveza y la hacía chocar con las de su círculo de amigos felizmente. Luego cantaban, bailaban, compartían historias y chistes, y cuando Thalía aparecía por la barra del local de la feria, a él le cambiaba la cara.

En una de esas, Darien buscaba a Jungkook con la mirada. Y él estaba tan distraído, que él se sentó a su lado, empujando el hombro con el suyo. Jungkook le dirigió la típica mirada de ojos con comisuras ligeramente arrugadas, como feliz, cuando realmente su boca no sonreía, y tampoco lo hacían sus ojos.

—¿Qué? ¿No has tomado suficiente cerveza? ¡Te pediré una más!

—No, ¡no! Estaré tan mareado que no podré volver a casa.

—Ah.

La música sonaba fuerte y los jaleosos amigos de Darien estaban bailando en mitad de la plaza, junto a la fuente céntrica de piedra del pueblo. El rubio de Darien sonrió observándoles, saludó a alguien con el mentón y luego volvió a dirigir su atención a Jungkook.

—¿Vienes? Han traído hierba de pipa, tengo unas cuantas en casa.

Jungkook levantó una ceja, con una ligera sonrisa.

—Ve tú —negaba con la cabeza.

Pero Darien no se dejaba llevar por el aparente desánimo del chico, se inclinó sobre la barra, mirándole de cerca.

—¿Qué ocultas?

—Nada —dijo rápidamente.

Darien esbozó la típica expresión que dejaba a la vista un evidente «a mí no me engañas». Luego le dio un trago a la jarra de cerveza, hasta vaciarla. Lo siguiente que hizo fue relamerse y finalmente dijo:

—Yo, aún no le hablé a Thalía —reconoció, avergonzado—. Creo que no estoy preparado.

—¿Qué no? ¿Por qué no ibas a estar preparado para estar con la chica de tus sueños? —Jungkook sopló una carcajada—. Darien...

—Precisamente, por eso —le detuvo con una extraordinaria sinceridad—. ¿Alguna vez has sentido ese miedo en los huesos, Jungkook? Es inexplicable, es único. Cuando sabes que alguien que apenas conoces, ha nacido para destrozarte. Y de repente, descubres que ese ser personifica todos tus sueños, todas tus aspiraciones. Hablar se convierte en un anhelo, un beso en una fantasía tan lejana, que... casi parece como si... como si... bajo su mirada, tú sólo hubieras nacido para convertirte en piedra.

Jungkook bajó la cabeza, mordisqueándose la ligeramente lengua.

—Es cierto. No sé de lo que hablas —reconocía amargamente en voz baja.

Y lo que se callaba, es que se sentía miserable sabiendo que tampoco lo haría. Darien era un tipo enorme, que podía abrazar a cualquiera y hundirte el pecho, pero también era un tremendo exagerado con eso de los sentimientos. Intenso hasta decir basta.

No obstante, Jungkook sabía que iba en serio. Hablaba de eso que se contaba en los libros, de amor, de pasión. De la vida corriendo por tus venas, mientras dejabas escapar la oportunidad.

Esa noche, Darien andaba bebido en exceso, mientras lloriqueaba por su falta de valor. El pelinegro apretó los párpados, sintiendo la presión general en la cabeza. Y no era por el pusilánime de su amigo, era porque estaba a punto de irse, de abandonar de Epiro, de dejar su hogar a un lado.

De repente, quería que lo supiera. Quería contárselo a alguien y expresar en voz alta la angustia que atravesaba su corazón.

—Salgamos de aquí —se levantó del taburete, agarrándole la manga de la camiseta con un tirón—. Hay algo que debes saber.

—¿Qué?

—Vamos.

Darien fruncía el ceño. Se pidió otra jarra de cerveza, y a regañadientes, salieron de allí mientras Jungkook se ponía la chaqueta. Le dieron la vuelta a la taberna tranquilamente, y se distanciaron de la rebosante plaza, siguiendo el camino de piedra. Más adelante, la luz era escasa, las calles eran silenciosas, la brisa fresca. La música del festival, las risas y las voces resonaba a lo lejos.

Darien le dio un largo trago a la jarra, contempló a Jungkook caminar por delante. El pelinegro tomó una bocanada de aire, y luego se volvió con la mandíbula tensa.

—Me marcho. Me voy de Epiro.

Darien sonrió durante unos largos segundos. Pensaba que estaba de broma.

—Me parto contigo —soltó sarcásticamente—. Qué tío más divertido.

—No es una broma, Darien. He cargado mis cosas en sombra, les he dejado una nota a mi familia.

La sonrisa del compañero empezó a extinguirse lentamente, se pasó una mano por el cabello rubio oscuro, largo y desaliñado.

—¡Jungkook! —articuló amistosamente—. ¿Qué ocurre? ¡Vamos! ¿Has tenido un mal año? ¿Es que has estado trabajando demasiado? Epiro es tu hogar, necio. ¿Cómo podrías abandonarlo?

—No es eso. Estoy bien, simplemente... no es aquí donde quiero estar el resto de mis días...

—¡¿Cómo qué no?! —su amigo sonó inmediatamente irritado—. ¡Aquí está tu familia! Ya sé, el sol te ha dado demasiado en la cabeza. Eso es.

Jungkook resopló, dio una vuelta sobre sí mismo, pensando en que no iba a comprenderle. Darien soltó la jarra en un escalón de piedra y luego chasqueó con la lengua.

—Quiero viajar.

—¿A dónde?

—No lo sé. A cualquier parte —contestó Jungkook.

—Es decir, estás lo suficientemente loco como para salir sin ningún rumbo, sin destino —le recriminó el rubio, haciendo aspavientos con las manos—. ¿Has pensando en todo lo que hay ahí afuera? No vas a encontrar el paraíso, Jungkook. Los trasgos atacan los poblados del norte, la capital de Valinor fue desolada hace veinte años por una avalancha de orcos.

—¿Y?

—Oh, ¿y? —repitió airadamente—. Vale. Necesitas que alguien te golpee con un palo de escoba en la cabeza. No seré yo quien lo haga, valoro más un palo que tu cabeza.

—Darien, ¿qué es lo que oír? —desafió Jungkook en tensión—. Que asiente la cabeza en un poblado campesino, trabajando toda mi vida en la herrería de mi padre, sembrando y recogiendo el trigo, ¿buscando a una mujer joven con la que tener tres hijos?

Darien se sintió abofeteado por sus palabras, sus ojos se afinaron y sus iris brillaron con una llama.

—Una vida en paz, Jungkook. Llámalo por sus palabras. Pero acaso, ¿te has oído hablar? ¡Estás despreciando nuestra forma de vida!

—No, no la desprecio.

—¡Sí!

—Oye, no pretendo que lo entiendas, ¡sólo deseaba que me escuchases! —exclamó enfadado.

Darien enmudeció de inmediato. Podía ver la frustración en los ojos de Jungkook, una especie de desengaño que nunca antes había oteado.

A sus ojos, Jungkook siempre había sido diferente: introspectivo, taciturno, solitario. Pocas veces hablaba, pero cuando lo hacía era contundente. Era ese tipo de persona a la que se le daba todo bien, y los demás se sentían eclipsados por su forma de destacar sin planearlo. Los ojos de Darien se hubieron posado sobre él desde el primer minuto, cuando fueron sorteados en la misma clase del colegio, con apenas ocho años.

Él ya sabía quién era: el hijo adoptivo de Torgo. Su mujer Dana ya estaba embarazada por esa época, pero los padres de Darien decían que el crío ya llevaba varios años con ellos. Que lo trajo un montaraz del Norte, de esos forasteros que iban encapuchados, y de los que poco o nada se sabía.

En esos tiempos, salir a la calle era más peligroso, y la lejana capital de Idris había sido atacada y hundida. Montones de humanos huyeron de la capital, algunos buscando refugio, y otros un nuevo hogar. Los padres de Darien decían que muchos de esos niños huérfanos venían de Idris o de los pueblos de alrededor, y que probablemente, los familiares habían sido asesinados a sangre fría delante de sus hijos. Que eran niños marcados por la muerte, puesto que la habían visto de cerca.

Él no estaba seguro de eso, pero había conocido a Jungkook de primera mano y sabía lo honrado que era. Es más, él le había regalado su primer mandoble, el cual, al desenfundar en casa, pudo descubrir en la espada el grabado de una estrella de ocho puntas. Ese era el símbolo de Valinor, la Estrella del Anochecer. Jungkook la había grabado para él.

—¿Cuándo te vas? —formuló con una voz distinta.

—Al alba, cuando todo el mundo duerma. Mi primer destino será Torre Gris.

Jungkook le ofrecía la espalda, y su respuesta sonó exánime, pero firme.

—Y con el primer rayo de sol, partiré contigo —dijo Darien.

—¿Qué? —se volvió, incrédulo.

—Alguien debe decirte, «te lo dije» cuando quieras volver a casa —apostaba el rubio—. Y ahí estaré yo, insensato. Lo diré tantas veces seguidas, que querrás meter la cabeza en un balde de agua helada.

Jungkook le siguió con la mirada, Darien pasó junto a su hombro. El pelinegro se giró y luego siguió sus pasos, ciertamente escéptico, esperando que se echara atrás en cualquier momento.

«Había sido menos desagradable de lo que se había imaginado».

—Darien.

—¿Sí?

—Has tomado demasiado —se burló.



*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.


La dulce música distraía la atención de Taehyung. Sus iris verdes reposaban sobre un puñado de flores blancas, las velas derramaban su luz sobre los pétalos de una forma muy singular. La luz y la sombra tenía una curiosa forma de variar. Y de alguna forma, se sentía abstraído entre toda la gente que disfrutaba de la velada, de los canapés, de la bebida, de los frutos del bosque que servían en copas de cristal, y de la música.

Era un escalofrío, era esa brisa fría que se llevaba las flores de Árbol Ginso muy lejos. El susurro desconocido que le erizaba la piel. ¿Debía hablar con Meliorn? ¿A qué estaba esperando?

El Rey fue el último en llegar a la velada, su atuendo era tan de elegante y resplandeciente que los mismísimos astros pateados. Su tiara real portaba luminosas gemas blancas, las ansiadas joyas más valiosas de los Altos Elfos. Meliorn era admirado, amado, recibía la mirada de cada uno de los asistentes, y algunos disfrutaban de su compañía, de su sonrisa y de sus conversaciones.

Los ojos de su padre se posaron sobre Taehyung, con benevolencia. El hijo cierto aprecio y aliento, que agradeció silenciosamente en la distancia. Meliorn esperaba que estuviera calmado y diera lo mejor de sí mismo en la canción.

Taehyung sabía que se metería en problemas por desaparecer, pero su presentimiento y el deseo de atender a él, era más fuerte.

Entonces, el príncipe giró la cabeza, pensativo. Su primer movimiento de huida fue estorbado por otro Elfo, Zephyr, el líder del coro austral.

—Alteza, subid al proscenio. El coro se está colocando —indicó cortésmente—. Empezarán de un momento a otro.

Taehyung miró de soslayo al coro, estaba formado por nueve personas. Después, sus iris regresaron a Zephyr, maldiciéndole mentalmente. No tuvo más remedio que dar media vuelta tratando de contener sus impulsos.

Se aproximó al escenario, subió y se colocó en su lugar céntrico, compartiendo una mirada significativa con el resto de los cantantes. Poco a poco, mientras Zephyr se colocaba en su lugar como guía, con un atril al lado y una baqueta en la mano, los asistentes redujeron el tono de voz a murmullos, susurros, y finalmente, el más escrupuloso silencio.

El solsticio austral era importante para los Altos Elfos, pues no había nada más relevante que las estrellas, no sol, no la luna, no los planetas. Las estrellas de Eru; que iluminaron su camino el día que bajó a la tierra. Que reposó su cabeza en las tierras de Elemmirë, para finalmente dormir bajo la montaña, donde creció el Árbol Ginso, alimentando a todo el valle con su savia mágica y ricas aguas.

El silencio hizo consciente a Taehyung de que estaba a punto de cantar. Un instrumento de viento comenzó con las notas, y seguidamente, el coro entabló la melodía; unas voces angelicales, profundas y suaves, alzándose en el viento, en aquella bóveda de cristal. Sentía el hormigueo del nerviosismo en los dedos, mientras el momento de su entrada vocal se acercaba. Sus iris nerviosos se arrastraban sobre los numerosos asistentes, todos vestidos con ropas preciosas, con sedas, terciopelos, brillos, joyas de todos los colores, cabellos largos y ondulados, tiaras plateadas y doradas, con sus mejores capas y zapatos.

El último al que vio fue a Meliorn. Luego inspiró profundamente, mientras la tormenta de libélulas invadía su tórax.

Cerró los párpados, y se dejó llevar por el soplido de la flauta dulce, justo antes de empezar.

Como el oro caen las hojas en el viento,

Innumerables como las alas de los árboles, son los años,

Que han pasado como sorbos rápidos,

Y dulces de hidromiel blanca...

En las salas de más allá del Mar de Celes,

Bajo las bóvedas azules de Elemmirë,

Donde las estrellas tiemblan al pasar,

Cuando escuchan el sonido de la voz cantar...

Una luz arborescente se encendía en el cielo, reaccionando al canto de los Altos Elfos. Resplandecía sobre ellos, ondulante, como la aurora boreal, como una estela de colores esmeraldas, celestes, plateados y púrpuras, iluminando la cúpula de cristal, bajo el firmamento.

Así había sido cada año, cada solsticio en el que todos se reunían para alabar a las estrellas y ofrecerles su música. Y las mismas les respondían con centelleos, con fulgor, atendiendo a la voz del coro y a la música de viento y arpa.

Taehyung era ese diamante céntrico, la joya de la corona; y nunca vieron una aurora tan brillante y tan hermosa como la noche en la que él cantó en el valle de Elemmirë.

Desde el Monte siempre blanco han alzado las manos como nubes,

Mientras todos los caminos se apagaban con las sombras,

Y la oscuridad de la tierra negra se extendía más allá...

Tras las olas espumosas que nos separan,

El Ciervo Blanco de Eru nos protegerá...

La aurora boreal se sacudió con un rápido latigazo. Nadie más lo había notado, pero el príncipe abrió los ojos con una extraña sensación atravesándole la espina dorsal. Y pese a que la canción no cesaba, sus labios se perdieron levemente, su voz bajó el tono de manera notoria y el ojiverde alzó la cabeza, llevando los ojos al cielo.

Había algo ahí arriba... eléctrico. Empezaba a agitarse de forma hostil, y él dejó de cantar, sintiéndose helado. En el segundo latigazo de luz, toda la cúpula se vio repentinamente iluminada. El coro cesó, la música se detuvo, y cada uno de los Elfos miraron al cielo, contemplando el más extraño y terrorífico suceso.

El cielo había ennegrecido, la luz se estaba extinguiendo, y cuando la aurora se desvaneció, no quedaba nada. Ni estrellas, ni astros. Sólo una funesta oscuridad.

De repente, un jinete montado en una criatura alada apareció ante ellos. Los Elfos comenzaron a gritar, y la criatura escupió una bola de fuego, que impactó en la cúpula de cristal. Esta se fracturó en mil pedazos, que llovieron sobre sus coronillas, mientras esprintaban en todas las direcciones.

El jinete carecía de rostro, era una cabeza negra, de nieblas tenebrosas y sombras, oculta tras una desconocida armadura con cuernos negros. Sus manos encantadas sujetaban las riendas de la criatura voladora, surcando los cielos del valle, disipando el fuego a su alrededor.

Namjoon corrió hacia el príncipe y le agarró por el brazo.

—¡Alteza! ¡Salgamos de aquí, ahora!

—Namjoon, ¿y mi padre? ¡¿Dónde está mi padre?!

—¡Seguidme!

Por las columnas empezaron a subir un montón orcos; eran de un tamaño medio, sin apenas armaduras, pero con armas afiladas, arcos y bocas que mostraban decenas de dientes como agujas. Disparaban y atacaban a todo el mundo, y mientras Taehyung y Namjoon echaban a correr, se tropezaban a cada paso.

Entonces, el Jinete Negro se interpuso en su camino. Las alas de la criatura que montaba se abrieron como las de un dragón, el embate del viento removía sus ropas y cabellos. El jinete pronunció unas palabras desconocidas, graves y rocambolescas, en un lenguaje que se remontaba en los tiempos de poder de Tenebrae, La Fortaleza Oscura. El sonido de la lengua negra aconteció que las velas extinguieran de por sí solas sus llamas.

—¡Aléjate! —gritó Namjoon, inútilmente.

—Fultheguh ¡Nai tenno nalyë! —le llamó Meliorn. Él desenfundó la espada Ütulie, la cual comenzó a iluminarse luz azulina al apuntar al jinete. Giró la cabeza y exclamó en dirección al feérico—. ¡Vete, llévatelo!

Namjoon no se demoró, tiró de la muñeca de Taehyung y se lo llevó con él.

—¡No! ¡Padre! —gritaba el príncipe—. ¡Padre!

La criatura alada escupió una bola de fuego a Meliorn, él alzó la espada y el destello de la luz le escudó, provocando una explosión de llamaradas.

—¡¡Padre!! —chilló Taehyung, y estaba poniéndoselo a Namjoon tan difícil el llevárselo de allí, que él tuvo que agarrarle por los hombros para hacerle entender.

—¡Seguidme, Taehyung! ¡Tenéis que escapar ahora o moriréis!

El Jinete Negro se alzaba en el cielo desenfundando su espada, una hoja curva y plateada, tosca, la única cosa plateada que brilló en lo alto aquella noche. Entonces su vuelo descendió y atacó al Rey.

Y todo fue como si se ralentizara, Meliorn detuvo el primer golpe con su espalda, y el segundo, le atravesó el estómago y el pico traspasó la capa.

—¡¡¡¡¡¡No!!!!!!

Taehyung sintió como si alguien le arrancase el corazón, sus pulmones se comprimieron, sus ojos intentaban escapar de las órbitas, su garganta raspaba como si estuvieran tragado ascuas. Y el dolor emocional le hizo caer de rodillas, sintiéndose inmóvil, inútil. Un cobarde.

El cuerpo de su padre cayó al suelo, y antes de que el Jinete Negro les prestase atención, un orco se arrojó con ellos. Alcanzó a Taehyung con un puñal, le cortó la manga del brazo y la piel. Namjoon se lo quitó de encima clavándole una daga en el cuello, después, jadeante, volvió a tirar del brazo del príncipe sin permitir que el terror o la tensión le paralizase ni un solo momento. Tenía una misión: proteger a Taehyung, a toda costa.

—Papá... papá...

Los ojos de Taehyung se emborronaban las lágrimas.

—¡Vamos, salgamos de aquí! ¡Ahora! —vociferaba Namjoon con un agarre férreo.

El feérico se lo llevó casi arrastras, los pasos de Taehyung vacilaban, los dos estaban perdidos mientras se sumergían aún más en el Valle de la Estrella, corriendo lo más rápido que podían, esquivando a los orcos, a las llamas y la muerte que susurraba en sus nucas. Dejando atrás a los Altos Elfos, que morían, luchaban o escapaban del mismo modo.

Namjoon sabía que, mientras arrastraba a Taehyung a lo más profundo de aquel bosque, sólo se estaban encerrando a sí mismos. Necesitaban un escape inmediato, una puerta que les condujese muy lejos del peligro, donde pudiera poner a salvo al príncipe y averiguar cómo un Jinete Negro y sus súbditos habían entrado en el valle protegido, el valle invisible, el valle olvidado... el lugar más seguro y recóndito de toda Gaia.

—Esperad, esperad —jadeaba Taehyung, tirando de su mano—. No puedo correr más.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y sus labios resecos. El aire difícilmente entraba y salía de sus pulmones, y su rostro parecía desolado.

—No podemos escondernos —jadeó Namjoon, advirtiendo las llamas carmesíes que devoraban los árboles—. Nos encontrarán, acabarán con nosotros...

—Mi pueblo está allí... debemos volver...

Namjoon posó los ojos sobre el príncipe, negó lastimosamente con la cabeza.

—No, mi alteza —respiró agitadamente—. Tengo una promesa con su padre y la cumpliré.

—¿Qué...? Pero nos alcanzarán —dijo compungido.

Namjoon recordó algo y se metió la mano en el bolsillo interior de la capa. En un instante, sacó el frasco de savia, el maná puro y mágico del Árbol Ginso.

Ese tipo de maná podía hacer cualquier cosa, y bien usado, abriría la puerta que necesitaban para escapar.

—¿Qué hacéis? ¿Qué es eso? —jadeaba Taehyung.

El feérico apretó el frasco entre los dedos.

—Nuestra oportunidad.

Y entonces, Namjoon lanzó el frasco contra el suelo, el maná tomó forma neblinosa y abrió un portal. Una puerta, donde llegar a un lugar muy lejano. Una puerta, donde pudieran protegerse y ocultarse del mal. Una puerta, donde alguien de buen corazón les pudiera ayudar.

Ese era el deseo del feérico, y así se lo concedió el maná del árbol.

Taehyung se llevó una mano al brazo, notando un repentino escozor y debilidad. ¿Estaba envenenado? ¿Por qué, de repente, sus ojos se nublaban con algo más espeso que las lágrimas?

Vislumbró el portal con debilidad, Namjoon tiró de su mano y los dos lo atravesaron sin dilación. Al otro lado, sintieron el fuerte tirón gravitatorio en los huesos. El olor del fuego y las cenizas, del bosque, el sonido de los chasquidos de las ramas y el suelo mullido por la hierba, musgo y hojas, se esfumaron en un suspiro.

Fue como un retortijón, como una tormenta energética, sacudiéndoles, transportándoles con agresividad. De repente, llegaron a un lugar muy distinto. Cayeron sobre un suelo duro, frío, húmedo. El ambiente estaba enrarecido, lleno de polvo.

Namjoon sintió una profunda náusea, y al abrir los ojos, descubrió que el aspecto de Taehyung era bien distinto. Tenía la apariencia de un niño, mismos atuendos, pero increíblemente reducido en tamaño.

Y no sólo eso, pues su cuerpo había sido amortiguado por otra persona que ahora le tenía en brazos.

Un atractivo joven humano, de cabello negro, y un corte rojizo en la mejilla.

El portal se cerró sobre sus cabezas, y después de eso, no había vuelta atrás. Estaban lejos de casa, muy, muy lejos.


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