Capítulo II

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.


Capítulo II. El Valle Perdido

La cascada de Elemmirë era un sueño olvidado, la espuma de sus aguas reflejaban el resplandor de las estrellas en el trascurso del largo río que atravesaba el Valle de la Estrella, surcaba las recónditas, verdes y frescas hondonadas feéricas, las cuales se extendían hasta la costa verde y blanca del Mar Celes. En la tercera Edad, los humanos, Enanos, los Elfos de la Noche, del Bosque, y cada una de las especies y criaturas de Gaia, habían olvidado a los Primeros Nacidos. Aquellos seres hermosos e inmortales que conocieron a los Valar, los Dragones Elementales que hablaban, que antiguamente protegían y navegaban en Gaia con un batir de alas.

Los Altos Elfos eran la especie que todos habían olvidado, y su hogar, Elemmirë, La Ciudad Olvidada, se ocultaba entre la costa del Mar Celes y el valle más hermoso de todos. El Reino de Celes era un paraje, extenso, fresco, lleno de luz y pacífico. La falta de seres mortales había provocado que la naturaleza de Gaia fuera más fuerte allí que en ningún otro lado, en sus bosques, las criaturas que se escondían en los ríos y tras las rocas, que comían musgo y que echaban a volar sobre las espesas copas de los árboles.

Los Reinos de Gaia habían olvidado a Elemmirë, habían olvidado el camino, el Valle de la Estrella se había vuelto invisible para los ojos de los desconocidos. Y los mortales, con el tiempo abandonaron la idea de que los Altos Elfos existieran en la tercera Edad. Tras búsquedas incansables, aquel precioso paraíso cincelado, entre el bosque y las laderas que daban al mar, ahora sólo se relataba en los libros que guardaban bajo llave los ariscos Elfos del Bosque.

En la plataforma más alta de Elemmirë, frente al Mar Celes, se encontraba el Árbol Ginso. Un árbol blanco, cuyo corazón bombeaba agua dulce y fresca. Sus raíces se sumergían en la montaña, las cascadas que daban al exterior y llenaban de vida el valle y a Elemmirë, brotaban del corazón del árbol. Se decía que las flores y las libélulas blancas del Árbol Ginso eran la memoria de Eru, el Dios de Gaia. También se creía que las flores que se soltaban de sus hojas y ramas, a veces volaban por el cielo llevándose los susurros de los caídos en las batallas.

Los Altos Elfos eran las criaturas más sabias, más longevas, y más espirituales de toda Gaia. Las aguas de la cascada bañaban los pies de sus construcciones junto al río, entre la naturaleza, sin perturbar lo más mínimo su esencia. Con altas columnas y arcos, construcciones elegantes y alargadas, con cortinas de seda, con decoraciones naturales y exquisitas. Flores blancas, enredaderas, mullidos almohadones y exquisitas ropas que tejían con sedas que brillaban a la luz de las estrellas. La ingeniería élfica de Elemmirë les suministraba todas sus necesidades y se habían convertido en un pueblo autóctono.

—El maná es la savia, la sangre del Árbol Ginso —relataba el Alto Elfo—, en la zona subterránea de la montaña, se extrae una cantidad limitad diaria, que sirve como alimento energético para toda Elemmirë, ¡ingeniería élfica, muchachos!

—¿De qué color es la savia, señor Kuro?

—¡Azul, por supuesto! ¡Azul, y luego, de todos los colores de Gaia!

—Pero, ¿la savia no se acaba? ¿No es peligroso usarla?

—Por supuesto que no se acaba, joven. Es un regalo de Eru.

Los Elfos más jóvenes pasaron al interior de la montaña para hacer una pequeña visita guiada, estaban realmente encantados, asombrados por estar allí, dentro de los terrenos más protegidos del Palacio de Elemmirë. Todos los Altos Elfos adoraban profundamente al Árbol Ginso, y sólo la familia real tenía permitido visitarlo de cerca, tocar el tronco que palpitaba con una mano y observar la gran esfera de agua céntrica que bombeaba como un corazón enorme. Era tan legendario, que ni siquiera estaba permitido llevarse las flores que caían del árbol, pues éstas, siempre encontraban un camino de ida por el aire, y jamás volvían a verlas.

Cuando Kuro y los Elfos pasaron de largo, Taehyung salió por detrás de una columna y echó a correr de puntillas, tratando de escaquearse de cualquier Alto Elfo que le buscara. Bajó la escalera de mármol como un felino silencioso, y en la distancia vio Elric, el Elfo encargado de la alta costura de palacio y del estilismo personal del príncipe de Elemmirë.

Es decir, de él.

Tan pronto como le vio, Taehyung estuvo a punto de pisarse a sí mismo y caer por la escalera, pero en su lugar, dio un tropezón y alcanzó a esconderse de rodillas tras un biombo, junto a una maceta enorme y preciosa de flores púrpuras. Desde allí, podía escuchar la pacífica conversación de dos Elfos sentados en un banco de madera, tomando un delicioso té natural y azucarado con cucharillas de plata. El murmullo de las cascadas de agua quedaba cerca.

Taehyung se miró las manos, apoyadas en el suelo. Cualquiera que le viera allí, se preguntaría qué diablos estaba haciendo a gatas. Y bien, Taehyung no odiaba a Elric, pero quería ir a comer las esponjosas nubes de chocolate y menta que Nyana preparaba en las cocinas, siempre le dejaba a él un plato, y cuando se las metía en la boca, aún estaban calentitas.

Ya tendría tiempo para que le tomara las medidas de los hombros, del pecho y de la cintura. La alta costura élfica era muy elaborada, sedas, pliegues, capas, túnicas, blusas traslúcidas y brillantes, prendas de terciopelo, otras perladas y joyas de gemas blancas, tan brillantes como las estrellas. Él llevaba una corona élfica plateada, que se trenzaba en su frente y acababa en punta. Sus orejas eran puntiagudas, los ojos verdes claros, y el pelo negro con mechones ligeramente ondulados por la nuca.

Asomó la cabeza cuidadosamente y vio pasar a Elric a lo lejos. Sin moros en la costa, se incorporó como un felino, buscando su escapada más próxima. Aún debía bajar otro tramo de escaleras, por la descendiente ladera, quizá le daría tiempo a ocultarse tras las espesas ramas del sauce llorón que había más abajo.

Justo cuando dio unos pasos agazapado, su nariz se estampó contra el pecho de alguien, y acto seguido, le agarraron por una oreja puntiaguda y soltó un gritito.

—¡Llevo buscándoos casi una hora! ¡En el salón, en la alcoba, en el patio porticado! ¿¡Y le encuentro aquí!?

Taehyung levantó la cabeza con el ceño fruncido. Se apartó de Namjoon con un manotazo, y luego se llevó una mano a la oreja dolorida.

Namjoon era el feérico y asistente del príncipe, también conocido como lacayo (aunque el término a veces sonaba demasiado ofensivo para los Elfos, por lo que se habían acostumbrado a usar uno más sutil). Su cabello era blanco y sus ojos de un suave gris ceniza.

—¡Chssssst! ¡Feérico necio! —masculló Taehyung—. ¿Es que no puede bajar la voz?

—Alteza —Namjoon levantó la voz, arrugando la nariz—, ¿se puede saber qué diablos hace aquí? ¡Elric y Sofis les esperan para hacer los últimos retoques de su vestimenta! Todo el mundo desea verle esta noche, es el solsticio austral.

Taehyung apretó ligeramente los labios.

—Oh, ya...

—Y compórtese como un príncipe, por el Amor de Eru —añadió el feérico—. ¡Es el príncipe de Elemmirë! ¡Atrás quedaron los tiempos donde podía corretear como un niño tras las mariposas blancas!

El Elfo afinó su mirada, curvando las comisuras maliciosamente.

—Señor Namjoon, si sigue hablando le meteré en una botella de cristal como si fuera una polilla de luz —le amenazó—, y luego la patearé en dirección al mar. El Dios Eru sabe que Elric es el Elfo más insoportable de toda Gaia —dramatizó.

Namjoon se masajeaba la frente, mientras el príncipe pasaba de largo. Su vestimenta era de un gris plateado, con botones nácar, la capa de franela brillante se arrastraba tras sus pasos.

—Su alteza —le siguió por la escalerita, con un paso grácil—, ¿sabe el Rey Meliorn que se la pasa haciendo travesuras por Elemmirë?

Taehyung se detuvo súbitamente, posando el dorso de una mano sobre el pecho del feérico. Era irónico que Namjoon fuera ligeramente más alto que él, cuando su verdadera forma era tan diminuta como la de un palillo de dientes.

—Namjoon, últimamente, advertí lo mucho que trabaja —pretendió un falso interés, en voz baja—. Y he pensado en vos, así que, he decidido relegarle de su duro trabajo para siempre. No necesito más niñeras, ¡ahora, regrese a su forma feérica! ¡Búsquese unas vacaciones lejos del Valle de la Estrella! ¡Vuele lejos y sea libre, con las demás hadas! —sacudió las manos, abanicándole—. ¡Fush, fush!

Namjoon estaba a cuadros, tan plantado como un fresno. Taehyung volvió a pasar de largo y él no tuvo más remedio que seguirle.

—Desafortunadamente, su alteza, es su padre quien dispone de nuestros servicios. Que ventura la mía, si Meliorn me librase del yugo que simboliza tener que seguiros a todos lados.

Taehyung le sacó la lengua juguetonamente, no mucho después, la niñera le convenció para ir al salón de Elric. Estaba a rebosar de Elfos que trabajaban en la costura de palacio, satén, sedas, franelas, capas de terciopelo, botas de piel, las joyas blancas de la corona... en cuanto Taehyung entró en el salón, todos se giraron para reclamarle.

—¡Le he buscado por todos lados!

—¡Oh, seguro que estaba con la Dama LeBlanc!

Él arrugó un poco la nariz, Elric fue hasta el príncipe e inclinó la cabeza.

—Mi señor, casi me arranco las greñas buscándoos. Espero que haya valido la pena alzar el grito en Elemmirë —le lanzó una indirecta.

Luego, él y Namjoon compartieron una mirada más que suficiente.

—Desconozco su valía, Elric —comentó el príncipe—. Como dicen las viejas lenguas, mejor tarde que nunca.

—Y tan tarde, mi príncipe —masculló entre dientes.

Él subió a la plataforma céntrica del salón, mientras alguien le probaba una capa, comprobaban el largo de las mangas, y del pliegue del pantalón abombado. Cuando por fin le liberaron del yugo de la ropa, pudo salir de allí y lo hizo lo más rápido que pudo. Aún quedaban unas horas hasta la ceremonia de solsticio. Namjoon le seguía como un buen feérico guardián, y así discutieran o se lanzaran indirectas, ese tipo molesto e intelectual, era más que una niñera para el príncipe. Era un gran amigo. Le conocía tanto, que podía haber pasado por su hermano. Y Namjoon era el único que, en ocasiones, pasaba por alto las cortesías con el príncipe y le agarraba de la oreja o le reñía.

—¿Asistirá esta noche a la ceremonia? —formuló Taehyung, mientras caminaban.

—Oh, claro que sí. Jamás me perdería el Alto Coro de los Elfos. No hay voces más bellas en todo valle, alteza. Y cuando los Elfos cantan, los árboles se estremecen bajo las estrellas. El agua silencia su susurro y las nítidas notas del coro se alzan sobre el valle, y más allá de Elemmirë —evocaba el feérico.

—Así es. Mas, reconozco mi nerviosismo.

Namjoon le observó de medio lado, asombrado por la inesperada confesión.

—¿A qué se debe?

—Seré la voz principal del coro esta noche.

—Mirad —Namjoon esbozó una sonrisa—, su voz podría torcerse y, aun así, los ángeles caerían por vos.

Taehyung bajó la cabeza, con una leve sonrisa.

—Cómo podéis tratar de alentarme de tal modo —suspiraba.

—La realidad, su alteza, quiera o no reconocerlo —continuó Namjoon—, el Rey adorará su implicación. No hay evento más importante para los nuestros que el solsticio austral; comida, música, una velada alegre, con el pueblo élfico y los demás feéricos.

—Ah —el príncipe se cruzó de brazos—, quisiera saber qué pensarían otros seres de esto. ¿Disfrutarían de la música? ¿De la comida? ¿Les cantarían a las estrellas o tendrían otra prioridad?

—¿Cómo? —los ojos del feérico se volvieron más anchos.

Transcurrieron unos segundos, hasta que Taehyung volvió articular palabra.

—¿Es que nunca se ha preguntado que habrá más allá del valle? —formuló.

—Bosques oscuros, laderas rocosas y secas, sin vida. Pastos yermos —enumeró Namjoon, contando los dedos de su mano izquierda—, lugares donde la luz jamás reposa, y seres de vida tan corta, que para los Elfos pasarían como un suspiro. Como una estrella fugaz.

—¿Eso es todo lo que puede crear vuestra imaginación? —Taehyung hizo una mueca aburrida.

—¿Acaso abandonaría a su pueblo, su alteza? —insinuó el feérico aún más serio.

Taehyung detuvo los pasos y afinó su mirada.

—No se equivoque —dijo firmemente, con las manos cruzadas tras la espalda—. Amo Elemmirë más que a nada, pero mis ojos nunca otearon una frontera que no fuera tan azul y brillante como el Mar Celes o tan verde y talluda como los altos árboles del Valle de la Estrella —su timbre sonó más suave y cargado de misterio—. Y por la curiosidad, he osado preguntarme, ¿qué será del mundo... de ahí afuera?

Namjoon pestañeaba ante el príncipe, encogió los brazos levemente, reconociendo que no tenía otras palabras para calificarlo. Francamente, Namjoon no lo recordaba. Taehyung era infinitamente más joven que el feérico, pero su memoria de hada había olvidado, había apartado para siempre los recuerdos ensombrecidos del exterior.

Y hubo una época donde las hadas creaban sus hondonadas más allá del Valle de la Estrella, donde los bosques y los parajes estaban a rebosar de ellas, pequeñas, juguetonas, en ocasiones maliciosas. Ya no.

Taehyung era la cosa más traviesa, vacilona, desobediente y poco responsable de todo el valle. Pero su aspecto, en resumidas cuentas, provocaba que el resto lo omitiese, pues era atractivo, alto, de ojos claros, y timbre cantarín y suave. Cantaba como un ángel, pocos conocían que su perspicacia se asemejaba a la de un diablo. Y sus miradas ladinas, en ocasiones, seducían a más de una dama.

También era valiente, mejor arquero, e indiscutible buen observador. Pero al fin de cuentas, un dolor de cabeza para su asistente feérico.

Los dos retomaban el paso, atravesando las altas columnas exteriores de Elemmirë, blancas y decoradas con toldos de seda, con flores y diminutas luces de campanilla. Siempre olía a agua, a bosque, a té de menta, a hierbabuena, flores frescas y a azahar.

Y fuera de Elemmirë, en el centro del Valle de la Estrella, se estaba preparando la grandiosa ceremonia del solsticio austral. Los Elfos eran grandes amantes de las estrellas, eran astrónomos y astrólogos, se conocían cada centímetro del cielo como si hubieran descendido de este. Eran seres espirituales, de naturaleza pacífica, podían hablar cualquier lengua, comunicarse con árboles, y con todas las criaturas vivas. Los niños Altos Elfos de Elemmirë eran los seres con más desarrollo intelectual de Gaia desde siete u ocho años. Se desarrollaban rápido y su conocimiento por la naturaleza despertaba rápidamente, vivían en comunidades ecologistas, científicas, escribían, leían, cantaban, utilizaban instrumentos de viento y cuerdas. Usaban el entorno y la tierra en su beneficio, y siempre sin perjudicarla. Podían escuchar el canto de la creación en el agua, por lo que Elemmirë se construyó frente al Mar Celes, entre el valle y un enorme río donde desembocaba el afluente del Árbol Ginso.

Sin embargo, llevaban un milenio sin salir del valle. Un valle que se había convertido en un refugio, en un espacio oculto, evitado por todas las razas, que parecían ignorar inconscientemente su existencia.

Así lo había querido el Rey, y así se había hecho durante mil años.

Lejos del pacifismo, los cantos, las costuras y la belleza de Elemmirë y su pueblo, también meditaban, forjaban sus propias armas élficas, y eran excelentes arqueros, pescadores y agricultores que sostenían a su pueblo. La gastronomía de Elemmirë siempre era el pescado con aderezo; las deliciosas raíces glaseadas de los árboles Pomi, que primero se asaban sobre el fuego; el pan élfico que elaboraban con especias, frutos secos y semillas; y las deliciosas tartas de zanahoria, con queso y caramelo.

Bajando otro tramo de escaleras, Taehyung y Namjoon pudieron escuchar las voces de ensayo del coro. Llegaron a ellos como la melodía del viento, con el timbre lejano de esas estrellas que siempre se observaban en la distancia, y que, sin explicación, dejaban un eco en tu alma.

Taehyung reconoció la melodía que habían practicado; él ya había ensayado esa mañana, así que prefería alejarse del coro para no incrementar sus nervios.

¡Tin! ¡Tin!

De repente, tras la inspiradora melodía de las voces y el susurro de la cascada, un tintineo goteó los oídos del Elfo, y giró la cabeza en esa dirección.

Namjoon se encontraba a su lado, ensimismado por el canto, ajeno a lo demás. Taehyung alzó una mano, como si hubiera oído algo importante, que apenas acababa de desvanecerse.

—Las cocinas quedan en la otra dirección —escuchó a Namjoon—. A no ser, que en este instante decida volver a desaparecer.

—¿Qué ha sido eso? —formulaba el príncipe, ignorándole.

—¿Qué cosa, si se puede saber? —ladeó la cabeza.

Taehyung levantó la mirada, arrastrando las pupilas sobre las escaleras de mármol, y dos tramos más arriba, sobre la montaña, entre las columnas que cercaban la zona más sagrada de Elemmirë, se encontraba el Árbol Ginso. ¿Había sonado como un instrumento de viento?

Descartando la idea, negó con la cabeza levemente.

—No, no es nada —dijo, y retomó el paso, olvidándolo.

Al dar media vuelta, se encontraron con dos Elfos consejeros, y justo entre aquellos dos, el Rey Meliorn. Los otros Elfos abandonaron la liviana conversación, mientras el Rey centraba su atención en su único hijo. Meliorn tenía el pelo negro azabache y muy largo, llevaba una preciosa diadema élfica con diamantes y una gema en la frente, y sus túnicas eran tan suaves y plateadas como la espuma de la cascada de Elemmirë.

—Hijo, Namjoon —sonrió ligeramente—. Me complace encontrarles antes de la ceremonia.

—Su excelencia —Namjoon se inclinó, ofreciéndole una cortés reverencia.

—Padre —dijo el príncipe respetuosamente.

—¿Debería preguntarle a mi hijo si ha encontrado finalmente una vestimenta de su agrado? —formulaba él, atentamente.

Taehyung reconoció a regañadientes que así era. Después, Meliorn posó una mano en el hombro de su hijo, confortándole por su participación en el coro de esa noche.

—Estaré orgulloso de ti —le dijo en voz baja.

Y él asintió más tímidamente, mientras Meliorn se apartaba para continuar su camino.

—Ah, Namjoon —agregó en el último momento—. Requiero su compañía, debo hablar con vos sobre algo.

—Por supuesto, mi señor.

Desgraciadamente, Namjoon tuvo que separarse del joven Elfo. Taehyung le siguió con la mirada como un crío al que le quitaban una golosina. Y es que sí, ambos se ninguneaban constantemente, pero para el príncipe, era el único confidente que tenía.

El resto del tiempo del que disponía no le concedía extenderse demasiado, pero Taehyung se pasó por la cocina para picotear de los platos que preparaban, después agarró un libro y se sentó bajo un toldo de seda y enredaderas, en un mullido sofá hamaca, donde leyó un poco. Llegado el momento, decidió apartar su lectura para regresar al salón de Elric, donde el estilismo era una forma de vida.

Finalmente le vistieron con el traje más hermoso, que consistía en un pantalón ancho, de satén celeste. El pecho era una blusa plateada, con motivos azules y blancos. La capa de seda se sujetaba a la misma pieza, abotonada en el cuello y los hombros. Volvieron a colocarle la diadema élfica después de ondularle el cabello, y trazar una raya oscura sobre sus ojos verdes claros. Joyas élficas en sus orejas puntiagudas, y un precioso broche de oro blanco y diamante en el cierre de su capa.

Taehyung se contemplaba en el espejo, advirtiendo que parecía mucho más adulto. Llevó los dedos al broche que cerraba la capa, delineándolo con las yemas. Tenía la forma de las flores blancas del Árbol Ginso, el corazón de agua de la gran cascada, de cada afluente dulce y mineral, que bajaba de la montaña de Elemmirë, y que enriquecía el Valle de la Estrella.

El atuendo era perfecto para brillar a la luz de las hornacinas de piedra, y de los astros bajo el cielo nocturno.

—Excelente, alteza. Hasta la última estrella caería por vos —le cumplimentó uno de los Elfos que le había ayudado a vestirse.

Las comisuras de Taehyung se curvaron levemente, si bien sus párpados se volvían pesados, dando una vuelta sobre sí mismo, comprobando el bajo del pantalón, la punta de las botas grises de piel, que asomaban, y que bajo la tela de la prenda ascendían hasta la rodilla.

Salió del salón de alta costura, cuando otro Elfo le avisó de que los corceles blancos que llevarían hasta la ceremonia en el valle, ya se encontraban frente a la puerta.

En otro lado de la ciudad, Namjoon se reunía con el Rey Meliorn, quien le había pedido que le acompañara hasta su alcoba. Él le esperó en el gran balcón, que daba visión al río del valle. El ocaso iluminaba el cielo, el cual contemplaba cómo los Elfos salían de la ciudad montando en corceles blancos, con sus mejores ropas, con algunos carros de ruedas plateadas, y otros caminando.

Meliorn tardó unos minutos en regresar, y cuando lo hizo, le mostró al feérico un pequeño frasco luminoso.

—Tomad, Namjoon —le dijo—. Esto es para vos, un pago, por sus largos servicios a la comunidad élfica.

Namjoon lo tomó entre los dedos, con las pupilas enfocadas en el frasco. El tapón era de plata, y simulaba una enredadera, con el cuello de botella muy fino, y el resto del vidrio en forma abombada. El líquido que contenía era azul, blanco, plateado, y resplandecía en todos los colores del arcoíris con una luz pura.

Reconoció la savia del Árbol Ginso de inmediato. Una pequeña cantidad como esa, albergaba un gran poder.

—Mi señor, no puedo aceptar tal obsequito —negó—. El Árbol Ginso os pertenece, pertenece a Elemmirë y a los Altos Elfos, no a un pequeño feérico.

El Rey cerró sus manos sobre las del hada, insistiéndole.

—Guárdeselo. Es una recompensa. La retribución por cuidar de mi hijo, y abrirle su corazón —prosiguió—. Conozco la especial relación que les une, he podido observar su desarrollo a lo largo de los años. Y Taehyung necesita un guía, un asistente, un consejero... pero también un amigo. Usted lo ha sido.

Namjoon le observó con respeto y aprecio, pero también con cierta modestia. Después, el Rey se apartó y apoyó las manos en la barandilla de piedra blanca, completando el camino hacia el valle.

—Apartando las formalidades, mi señor, él es más que un príncipe —dijo Namjoon, sosteniendo el frasco entre los dedos—. Más que el heredero de estas tierras bendecidas, de una vida fácil y pacífica, pues en él hay coraje, arrojo y valentía. Su corazón es noble, como el de un Rey, fiel a Elemmirë y amante de su linaje, como usted. Y permitidme la mención, majestad, la Reina Celestia hubiera amado conocerle.

—No lo dudo, querido —pronunció Meliorn, en voz más baja.

Sus ojos iban más allá de los árboles, allí donde el Mar Celes resplandecía con los colores cálidos y dorados del atardecer.

Meliorn era viudo. Taehyung jamás conoció a Celestia, la Reina de los Altos Elfos. Su progenitora falleció tras el alumbramiento, a causa de las dificultades reproductivas que los Elfos tenían desde hacía siglos.

Una vieja leyenda, aseguraba que los Altos Elfos que podían fallecer a causa del dolor. Pero no del dolor físico, sino de uno mucho más horrible; el del corazón. Los Altos Elfos sólo amaban una vez en la vida, y cuando el corazón elegía, no había, no era posible olvidar lo que le hacía sentir ese otro ser. La desolación de la pérdida del ser más amado siempre les sumergía en la enfermedad, en una debilidad física y profunda tristeza del alma, que finalmente, desencadenaba en la muerte. Por lo cual, cuando el amor de un Alto Elfo era entregado a otro, también era un hecho fatídico, pues el lazo de muerte les unía, y no había forma de desligarlo, de arrancarse el corazón para no seguir el destino del otro.

No había nada más que hiciera temer a un ser inmortal, que perder el mayor don que Eru les había concedido; el de la vida eterna. No obstante, algunos Elfos creían que existían cosas peores que la muerte, como, por ejemplo, vivir eternamente sin esa otra mitad. Vivir una eternidad de soledad, sin un corazón que palpitara por otro.

Por ese motivo, en el pasado, los Altos Elfos se hubieron alejado de las guerras, autoconfinado en el lugar más recóndito y pacífico del mundo, donde el canto de las aves y las presencias de las hadas, esos pequeños habitantes inmortales y juguetones del Valle de la Estrella, se convirtieron en los únicos fieles amigos de los Altos Elfos.

Era más fácil así.

Y desde la muerte de Celestia, en presencia del Rey, jamás se hablaba de ella. Y no porque él fuera frío o desalmado, pero todo el pueblo adoraba a Meliorn, y él, había sobrevivido a la muerte de su pareja, inexplicablemente. Se decía que era porque el amor por su pueblo era más fuerte, pero los más cercanos a la familia real, como Namjoon, sabían perfectamente el motivo de que hubiera perdurado; el verdadero amor del Rey Elfo era la joya que había nacido de él y su esposa, su único hijo, el heredero de Elemmirë, Taehyung.

—Ha llegado la hora de prepararme. Le veré esta noche durante la ceremonia —dijo Meliorn, y se retiró de su vista, tras una reverencia del feérico.

Namjoon se guardó el pequeño frasco en el bolsillo interior de su capa. Abandonó las instancias reales, tomando la escalera que le apartaba del enorme balcón, y luego vislumbró a un montón de personas junto a los salones de palacio. Había más corceles blancos, Taehyung vestía con la indumentaria resplandeciente y principesca del lugar.

Estaba esperando a que le trajeran su corcel, cuando repentinamente, un tintineo, y un susurro lejano rozaron sus oídos.

«Sombras... Elemmirë... Ciudad de la Luz», susurraba el viento, en una lengua desconocida.

Taehyung llevó la vista hacia el Árbol Ginso. No podía verlo desde allí, pero las diminutas flores blancas flotaban en el aire, hacia el lejano mar, y el príncipe se sintió inquieto.

«Ha sido una voz, ¿verdad?», pensó. «El árbol me ha susurrado».

Estaba cruzando entre la gente, esquivando su marcha como generalmente hacía cuando Namjoon le agarró por el codo justo antes de que escapara.

Taehyung posó un par de ojos muy abiertos y verdosos sobre él.

—No me pagan lo suficiente por retener su voluntad —ironizaba.

—Escuchad, oí algo proveniente del Árbol —dijo Taehyung rápidamente.

Namjoon arqueaba las cejas.

—¿El Ginso, decís?

—Sí... creo que... debería ir a comprobar...

Namjoon apretó la mano de su codo, negándose a dejarle marchar.

—No, no. Sólo está nervioso. Miradme, Taehyung —reclamó—. Inspirad, expirad —imitó el gesto entonces, tomando aire por la nariz y luego soplando por los labios—. Todo saldrá bien, ¿de acuerdo? Ha cantado desde los ocho años.

Taehyung pestañeó, arrugó la nariz levemente y se deshizo de su agarre con un empujoncito.

—Namjoon, le digo que oí al Árbol. Dijo algo, con palabras —insistió muy serio—. Creo que me habla a mí. Nadie más parecía escucharlo.

—¿Hablarle? Pero eso nunca sucede... es decir, no es común —corrigió con un hilo de voz—. Diría que los árboles no hablan desde hace mil años.

El príncipe parecía indeciso, pero tras una mirada firme, Namjoon creyó que había verdad en su rostro. No estaba jugando, no era una maniobra de despiste, ni ningún otro engaño.

Estaba realmente preocupado.

—Y bien, ¿qué debemos hacer?

—Iré para allá —dijo levantándose el largo bajo del pantalón sobre los tobillos—. Usted márchese al valle, no me demoraré.

—No, no.

—Alteza —el Consejero Real, Rowan, le ofreció las riendas de su corcel a Taehyung—, ¡es más escurridizo que el más pequeño de los gnomos de jardín! ¡Apresure su camino hacia el valle! ¡El coro debe llegar el primero!

Namjoon y Taehyung clavaron los ojos sobre Rowan. No tenían tiempo. El príncipe agarró las riendas, relamiéndose los labios, y no tuvo más remedio que montarse en el caballo.

El feérico suspiró profundamente, mientras Rowan pasaba de largo, tomando el de su propiedad.

—Iremos por la noche, cuando acabe la ceremonia —le aseguraba al Elfo.

Taehyung asintió con la cabeza, tiró de las riendas de su corcel a regañadientes y se puso en marcha. Namjoon le siguió de cerca, pero sin caminar ni montar. Su auténtica forma feérica retornó entonces, volviéndose del tamaño de la hoja de un árbol.

Las alas feéricas de la criatura eran finísimas, más que los pétalos, traslúcidas y hermosas, como las de una libélula de luz. Esa era la verdadera forma de las hadas, seres inmortales, de orejas puntiagudas ligeramente más largas que las de los Elfos. Pacíficos, si bien a veces eran demasiado juguetones y traviesos, confraternizaban con los Altos Elfos tras mil años de familiaridad, como si fueran sus propios hermanos. Sus poderes feéricos les permitían mantener un cuerpo grande durante largos periodos de tiempo, sin embargo, de vez en cuando, necesitaban regresar a sus formas originales para descansar.

Sólo unos minutos a caballo permitieron a Taehyung llegar al evento del Valle. Una hermosa cúpula de cristal daba al cielo entre los árboles que se dispersaban en aquel claro. Las columnas y arcos muy altos, los chorros de agua fresca caían de las rocas, entre el musgo y la flora. Sonaban los instrumentos de cuerda y viento, el arpa y una dulce flauta. Las mesas eran enormes y se encontraban por manteles brillantes y plateados, con suculentas cenas sobre estas, ponches dulces con burbujas, comidas elaboradas y deliciosas, con formas, de cisne, de hojas, del sol picudo. La luz de las hornacinas de piedra se emitían destellos que iban hacia todos lados, también había velas blancas y más flores en los centros de mesa.

Todos los Elfos y feéricos vestían sus mejores prendas, en el solsticio austral de un evento estelar que se apagaría para siempre.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y el libro completo en Patreon.com/chispasrojas.

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