Thomas siempre fue de reacción de lenta, pero no sabía que tanto. 

Sus lágrimas no bajaron cuando se enteró de la muerte de su padre, ni siquiera cuando su madre lo abrazó sollozante, acurrucándose en sus brazos, como una pequeña niña. Él solo pudo abrazarla con fuerza. No hizo ruido alguno.

Tampoco lloró en el hospital, aquel donde el cuerpo de su padre esperaba ser reclamado por su familia.

Se mantuvo en silencio durante el entierro, fue horroroso: demasiadas personas y luz en el cielo, detestó cada minuto del suceso. Ava ofreció llevarlo a casa, para estar los tres juntos, Thomas tuvo que declinar, necesitaba estar solo.

Llegó a su piso, encontró a Dylan esperándolo en el pasillo. Lo primero que hizo fue rodearlo con sus brazos, fuerte y cálido, Thomas por fin reaccionó: por fin lloró, triste y vacío, su corazón dolía, dolía y dolía. Supo que jamás iba a dejar de doler. Jamás iba a dejar de sentirse vacío.

Dylan besó su frente. 

Esto era mucho mejor que sufrir en solitario.