Capítulo 8: ¡Reagrupaos, y atacad!

"¡¿Qué los oficiales a cargo están muertos?! ¡Pues que un suboficial tome el mando!
-Capitán Taylor, Batalla de Kyoto, momentos antes de que le volaran la cabeza."

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Zona de la 4ta División de Infantería
Cerca del río Caedes, Inframundo

Ambos soldados formaban parte de una columna que marchaba por la oscuridad de la noche demoniaca. Lentamente, algunos en parejas y otros apenas distinguiendo al compañero de enfrente, se movían para tomar las posiciones de guardia que les tocaba ocupar durante su turno. Un teniente iba al inicio, y cerca de la mitad estaba un par de amigos.

- Oye Murph. ¿Escuchas eso?

- ¿Escuchar qué?

- No sé, un ruido como de algo arrastrándose...

- ...

- Viene de atrás. Quizá el sargento trae algo.

- ¿Tú crees?

- Estaba tirando tizas al suelo cuando salimos, podría ser él. Usa la mira de tu arma para ver que hace.

- Si me preguntan, fue tu idea.

Lentamente, aprovechando la oscuridad y algo de polvo en el aire, el cabo apuntó su mira con cuatro aumentos hacia el camino que dejaban atrás. Le tomó unos segundos encontrar al sargento mientras era guiado por su compañero, pero finalmente lo halló.

- ¿Lo hallaste, Murph?

El aludido asintió.

- ¿Lleva algo? – Sin respuesta – Murph... vamos, dime si lleva algo. – Insistió. Finalmente, Murph retrajo su ojo de su arma, una mirada ilegible por la oscuridad que los rodeada.

- Él...

- ¿Murph? – Lo encaró su amigo, viendo la mirada ansiosa que tenía el cabo.

- Él... estaba sonriendo... y arrastrando un cadáver...

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Hamburgo.
En esos instantes...

El tiempo parecía haberse congelado para la nobleza de Rías Gremory. El inesperado hecho acarreado por el oficial no le pasó por la mente a ninguno. Se suponía que su tapadura era perfecta, y aquella oficina era un lugar para los negocios del mundo sobrenatural. Pero precisamente eso fue su perdición, y provocó que ahora la heredera de uno de los clanes más influyentes del inframundo tuviera una pistola apuntándole entre ceja y ceja.

Que mal día para salir de casa, pensó distraídamente Chrystopher, el mago de la 3SP.

Pasaron varios segundos en los cuales apenas hubo movimientos, salvo el de los empleados que ponían sus cosas a resguardo y saliendo rápidamente de allí, como si fuera una cosa de común ocurrencia. En meros segundos el lugar estaba vacío salvo por ambos uniformados y los demonios. Rías terminó de darse la vuelta, pero Heins apenas se inmutó y su arma siguió apuntando.

- Voy a pedirle que levante las manos y coopere con nosotros, señorita Gremory, o me veré en mi deber partiéndole su delicado rostro con un proyectil que le aseguro le dolerá si sobrevive. – Indicó sin que le flaqueara la voz. El rostro de los demonios presentes se tensó, pero al levantar Rías sus manos parecieron relajarse.

Palabra clave: parecieron.

En un sorprendente arranque de velocidad, el rubio del séquito demoniaco se lanzó sobre el oficial con una cuchilla que llevara debajo de la ropa. El uniformado logró bloquear el embate con su arma, pero el impulso lo echó hacia atrás. Fue todo lo que necesitaba la nobleza Gremory para desplegarse en posiciones de batalla, lanzándose luego Koneko y Kiba contra Heins.

Pero se habían olvidado de algo. Ellos eran demonios con fuerza y velocidad sobrehumana, era verdad, pero eran simples adolescentes con algo de entrenamiento. Y pocas veces el entrenamiento puro logra vencer la experiencia en combate real, así como un estudiante de leyes y derecho pocas veces puede ganarle un juicio a un abogado veterano por años. Heins sacó un cuchillo y, con apoyo de su pistola, empezó a bloquear y desviar, con algo de dificultad por la velocidad y fuerza, los embates de Kiba, a la vez que neutralizaba o desviaba los golpes de la peliblanca. Y cada vez que podía, trataba de meterles un tiro con su arma de fuego, ahora en su mano izquierda.

Kiba empezaba a sentirse frustrado y humillado. Su oponente tenía una daga normal, él una espada demoniaca creada por su [Sacred Gear]. Pese a eso, sus ataques siempre eran desviados o bloqueados por este humano con un cuchillo. Puede que fuera uno de combate, pero era eso: un cuchillo. Parecía siempre saber donde apuntaría, y cada vez que intentaba un movimiento, finta o ataque, el cuchillo ya esperaba en el destino. Cuando intentó algo más osado, terminó con una bala en el brazo.

Koneko, por su parte, intentaba golpearlo con sus puños y patadas, dejando abolladuras en las murallas y suelo del edificio cada vez que fallaba. Su frustración empezaba a ser notable por su seño fruncido, ya que aun no lograba golpear a su oponente. Casi había sido herida en una ocasión. Luego de un par de minutos, ambos sintieron que eran llamados por la reina de la nobleza, Akeno, y se retiraron de allí. Pronto, un relámpago apareció camino al oficial europeo, que parecía bastante relajado para ser alguien con un relámpago dirigiéndose hacia él. La respuesta a su actitud llegó pronto.

Otro relámpago, sencillamente más fuerte que el de Akeno, se interpuso, destruyó, y terminó por atacar a la nobleza de Rías. Esta logró crear un escudo con su magia que logró protegerlos, pero aun así estaba el hecho de que el ataque estrella de su reina había sido neutralizado como si nada. Al lado de Heins, el mago imperial, Chrystopher, se colocaba perezosamente. De sus dedos salían un par de rayos, haciendo obvio que había sido él quien había lanzado ese relámpago.

Estaban en aprietos.

- Lo diré otra vez, Rías Gremory... - Sonó la voz cansada del oficial humano, más por su actitud que por su estado físico - ...estás bajo arresto. Ríndete y ahórranos a todos el trabajo y lucha que piensas poner.

- No lo creo. – Respondió la pelirroja desafiante, para luego, acto seguido, lanzar una bola de energía oscura con toques carmesí en ella. Esta avanzó como si nada por el aire, y era eso mismo lo que alertaba que había algo mal en ella. En efecto, era una parte del aclamado "Poder de la Destrucción" del Clan Bael, que Rías había heredado. No importaba que defensas pusieran, ese ataque los obligaría a salir de allí o morir. Rías suspiró cansada, había sido un día estresante sin duda.

Por lo que se sorprendió al abrir los ojos y encontrarse con ambos oficiales aun allí, parados y tranquilos, con el Poder de la Destrucción yendo hacia ellos. Cuando estaba a punto de golpearlos, un círculo de transporte apareció.

- "Tontos..." – Pensó Rías al verlo – "El Poder de la Destrucción puede destruir esos círculos. Gastan su tiempo en eso."

Eso provocó que se sorprendiera más aún cuando el círculo se abrió y dio paso a un portal que llevaba a algún lugar no definido del todo, oscuro, pero a la vez iluminado, negro, pero a la vez con colores, y donde el Poder de la Destrucción fue a parar sin problemas. Rías apenas tuvo tiempo de sorprenderse, cuando su reina gritó "¡Rías!" y la empujó fuera de su lugar. Pudo ver como la esfera del Poder de la Destrucción pasaba sobre sus cabezas, atravesando el techo del edificio y perdiéndose en el cielo de la tierra. Detrás de la nobleza, otro "portal" similar al primero se cerraba. Ambos oficiales se acercaron un par de metros más.

- Rías Gremory. Manos arriba. – Ordenó Heins, impaciencia marcada en su voz. Rías solo miró con impotencia en los ojos, para luego recordar algo y sacar un papel de su bolsillo.

- Tal vez... - El papel comenzó a brillar a medida que le infundía poder - ... en otra ocasión.

El grupo Gremory saltó por la ventana justo después de eso.

Un dragón surgió en el interior del edificio.

- Vaya, vaya... - Comentó Chrystopher, viendo la escena enfrente suyo.

- Claro. ¿Quién diría que los Gremory tenían un jodido dragón a su servicio? Ser familiares del líder del inframundo debe tener sus privilegios. – Respondió Heins. Ambos oficiales habían saltado por una de las ventanas del lugar, cayendo sin problemas gracias a un hechizo de viento del mago, y observaban al dragón de tamaño medio aparecer en el lugar donde ellos estuvieran anteriormente - ¿Podría encargarte de él?

- No creo. – Respondió Chrys, para luego marcar un número en su teléfono. El receptor de la llamada respondió rápido – Tengo a un alterno tuyo con problemas de rabia, ¿puedes venir? Hamburgo, Alemania. – La llamada se cortó después de eso – Vendrán a ayudarnos. Tenemos que mantenerlo aquí.

- Más fácil decirlo que hacerlo. – Suspiró el oficial – Lo mantendré distraído disparándole a los ojos, tu encárgate de herirlo cuando vaya por mi cabeza. – El mago asintió, antes de elevarse en el aire. El oficial de estado mayor recargó su pistola antes de lanzarse a correr en una dirección aleatoria.

XXXXX

El grupo Gremory corría por las calles de Hamburgo, aprovechando la distracción que el dragón guardián de los Gremory había provocado. Fue un golpe de suerte recordar que tenían a tal poderoso ser a su disposición, pero a Rías no le agradaba tener que usarlo como señuelo. Aun así, era fuerte, y sabía que era muy poco probable que perdiera contra un humano y un mago, por muy poderoso que fuera.

Lograron llegar al callejón donde estaba grabado el símbolo mágico que los llevaría de vuelta al inframundo. Debido a que no tenían prisa, podían esperar algunos minutos a que el dragón, de apodo Jack, se encargara de los europeos. Sin embargo, no entraba en los planes de ninguno del grupo el que al cabo de un rato apareciera una bola de fuego en el aire, tan caliente que podían sentir en su piel el calor que emanaba. Era como ver un segundo sol. Poco a poco el fuego se dispersó, dejando ver a un adulto joven que vestía un chaleco grande (pese a haber estado dentro de una bola de fuego, no se veía para nada acalorado), pantalones y botas de combate y cabello negro corto.

- ¿Refuerzos humanos? – Preguntó Kiba, pese a que sabía que ninguno sabía a ciencia cierta la respuesta.

- Parece ser poderoso. – Comentó Akeno, como especialista mágica del grupo.

- ...peligro. – Murmuró Koneko.

- ¿?

- El... es peligroso. Tiene poder, pero también mucha energía negativa.

- Pero Jack podría con el... - Protestó Rías. Más una mirada y posterior meneo de cabeza de Koneko tumbaron sus esperanzas.

- Está en otra liga. No parece humano. – Agregó la peliblanca. El grupo miró en dirección al dragón, quien seguía luchando con los dos humanos anteriores, pensando en una forma de escapar.

- ¿No humanos? Yo opino que me veo bastante humano, a mi parecer. ¡Ah, ya sé! ¿Es por la altura?

La heredera y sus sirvientes se dieron la media vuelta tan rápido que pensaron saldrían volando. Detrás de ellos, apoyado en la pared como quien espera a alguien, estaba la misma persona que vieron aparecer envuelta en llamas.

Ni siquiera la habían visto moverse.

- ¿No? Bueno, tal vez sea el fuego. Como sea. Me presento: soy Joaquín Sapiaín, y soy un usuario de piroquinesis. Y ustedes, pequeños saltamontes, verdes en lo que a experiencia se refiere, deberían salir de aquí pronto. La cosa se pondrá muy fea, y los niños deben dejarles estas cosas a los grandes.

Por toda respuesta, Rías creó una esfera del Poder de la Destrucción y la envió contra Joaquín. Este simplemente creó una llama en su mano que se expandió para encontrarse con dicha esfera, la cual consumió parte del fuego antes de desaparecer. Rías y su nobleza miraron sorprendidos, motivo que provocó que Joaquín siguiera hablando.

- ¿Sorprendidos? Es simple. El poder de la destrucción devora todo, pero también tiene un límite. Un... "estómago", por así llamarlo. Cuando puede digerir depende del poder de la persona, he allí el porque puedo colmar su capacidad con un fuego pequeño pero poderoso y constante. Ahora, les recomiendo que salgan de aquí. – Dirigió su mirada al dragón – Tengo asuntos que resolver con ese tipejo de allí.

Rías solo pudo asentir débilmente, antes de que ella y su nobleza se dirigieran al símbolo demoniaco. Un poco de energía después, los cuatro se habían ido y solo quedaba Joaquín en el callejón. Este se tronó los dedos antes de alzarse en el cielo.

-Veamos, hijo de perra, quién tiene la mejor mordida. La tuya literal o la mía figurativa. – Dijo, envolviéndose en llamas.

XXXXXXXXXX

HQ, IV Regimiento de Magos Alemanes, Japón.

- Herr major – Schmidt entró a la oscura sala de mando, iluminada apenas por unas pantallas, solo para ser recibido por un miembro del grupo de mando – Noticias desde Europa. Un dragón ha aparecido en Hamburgo.

- ¿Un dragón? ¿Es uno de importancia?

- Negativo. Al parecer había un mago de la 3SP en terreno junto a un oficial del estado mayor. Al poco tiempo apareció un mago desconocido contactado por el de la 3SP que redujo al dragón tras una corta lucha. Las bajas civiles fueron pocas, y las militares, prácticamente nulas.

-... - El oficial no dijo nada, pero dentro de su bolsillo empezó a marcar un número en su teléfono.

- También recibimos noticias de que el resto del regimiento llegará hoy. El VI de alemanes y el IX de austriacos ya llegaron, por lo que están empacando sus cosas.

- Bien. Iré a hacer una llamada. Manténgame informado de cualquier novedad.

El soldado hizo un saludo antes de volver a lo suyo. El oficial se dio media vuelta y salió de la sala, caminando hasta quedar en la entrada del lugar. Vigilando que no hubiera nadie escuchando, cosa fácil gracias al silencio que siempre dejaba la noche, marcó el número que tenía ya listo en su teléfono.

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Hamburgo

Joaquín, o Jack como le conocían algunos, observaba el cadáver de dragón que yacía frente a él. Este, pese a las escamas que cubrían su cuerpo, mostraba evidentes signos de quemaduras graves, a la vez que uno de sus ojos estaba negro y el otro era inexistente. Cuando se arreglaba las mangas de su chaleco, su teléfono empezó a sonar. Mientras lo revisaba, los dos europeos a su lado observaban la bestia asesinada frente a ellos, hasta hace poco una viva amenaza para la seguridad de la ciudad.

- Mierda, eso fue un maldito dragón y aun respiro. – Comentó Heins, jugueteando con el seguro de su arma en lo que se le pasaba la adrenalina.

- Tuvimos suerte de que él llegara, no siempre responde al primer llamado. – Respondió sencillamente Chrystopher – Aun así... ¿negro? La última vez que te vi eras castaño. ¿Te teñiste?

Ignorando al mago europeo que le hablaba, el pelinegro contestó su teléfono - ¿Sí?

- ¿Estas en Hamburgo?

- Correcto.

- Supongo que tú te cargaste al dragón que apareció. No se me ocurre de otro que hubiera ido tan rápido para matar algo.

- No sabía que me tuvieras en tan buena estima.

- No fue un cumplido.

- Lo sé, idiota.

- Es tu alterno, ¿no?

- Bingo. Tenía que probarlo.

- Y la mejor forma de probarlo era, como no, quemar lo que se supone no se quema, o sea, las escamas de dragón.

- ¡Hey! ¡Se lio a putazos con Thor! ¡Tenía que probar su fuerza!

Del otro lado de la línea se escuchó un suspiro cansado.

- Pásame con Chrystopher.

Joaquín le pasó el teléfono al mago, quien seguía observando el cadáver enfrente suyo. Joaquín luego fue con Heins.

- Buena pieza que te acabas de cobrar. – Fue el comentario del soldado.

- ¿Así le dices a matar a alguien?

- ¿No te había ofrecido algo para matarlo? – Preguntó, señalando a Chrystopher.

- No realmente. Venía más bien por motivos personales. Aunque me interesa eso de la recompensa.

- Haces bien. Al Imperio le interesaría mantener un lazo con tu persona, por si necesitara efectivos o alguien que se encargara de ciertas cosas.

- No les puedo hacer un contrato de exclusividad, pero me interesa siempre y cuando me den ciertas cosas a cambio.

- ¿Cómo qué?

- Materiales, para ser más preciso.

- ¿No estarás hablando de...?

- No ese tipo de materiales. Solo algunos que sean de distinto tipos de densidad material. Sólidos, se entiende.

- Creo... que me hago una idea. Le diré a mis superiores.

- ¿Tienes algún enlace directo?

- Con el Estado Mayor Alemán.

- Perfecto. Si necesitan que me encargue de algo y no estoy ocupado, comuníquenme. Pídele mi información de contacto a él. – Indicó, señalando al mago de la 3SP, quién seguía hablando por el teléfono.

- Como digas. – Fue la respuesta del militar, estrechando la mano del misterioso mago de fuego.

Si hubieran estado prestando atención, hubieran escuchado que Carlos le decía a Chrystopher "Hora H en 29, repito, Hora H en 29."

XXXXXXXXXX

Campamento del Regimiento "Japón"
Amanecer

Issei fue atrapado. Fugándose. Del entrenamiento. Su instructor, o más bien, instructora, lo observaba con la mirada de quien pilla a alguien con las manos en la masa: esto es, haciéndolos cagarse en los pantalones (de forma figurativa, nadie quiere limpiar eso después).

Cogido del cuello de su uniforme, Issei fue arrastrado de vuelta a la fila de reclutas, a la que fue arrojado. Una vez allí fue obligado a ponerse de pie a base de puntapiés de su instructora, quien con su único ojo lo miraba desaprobatoriamente. Una vez de pie y formado frente a su escuadrón, Aleksandra Slirov, como aprendió que se llamaba aquella instructora mercenaria de piel y cabello oscuros, lo encaró de una forma poco... agradable.

- ¡Hyoudo! ¡¿Por qué estabas intentando fugarte?!

- Yo...

- ¡No interrumpas! ¡Te fugabas porque no quieres estar aquí, ¿verdad?! ¡Porque quieres ir a robarte la comida del almuerzo, ¿no?!

- ¡Negativo, señor!

- ¡¿Me estás contradiciendo, Hyoudo?!

- ¡No, señor!

- ¡¿Por qué estabas fugándote del entrenamiento entonces?!

- ¡P-para ir a espiar a las mujeres del campamento, señor!

Estaba claro que Issei no quería decir eso, pero el miedo que aplastaba a su persona evitaba cualquier uso de la razón más allá de articular palabras. Los miembros de la fila atrás suyo lograron mantener la compostura, más los de la fila de enfrente no fueron tan cuidadosos.

- ¿Quién es tu jefe de pelotón, Hyoudo?

- ¡El teniente Bola de Grasa, señor! – Aunque nunca se supo su nombre, era claro que no le costó mucho aprenderse el apodo que le había dado la instructora producto de su apariencia.

- ¡Teniente Bola de Grasa! – Llamó la instructora. De algún lado de la fila de enfrente salió corriendo dicho oficial, el cual quien llegó junto al par para luego cuadrarse.

- ¡Señor, teniente Bola de Grasa presentándose, Señor!

Estaba claro que la instructora Aleksandra tenía a todo el campamento domado.

- Teniente Bola de Grasa, te destituyo, asciendo a Hyoudo como jefe de pelotón. El sargento Hyoudo es un ignorante pervertido, pero tiene huevos y con tenerlos es suficiente.

- ¡Señor, sí Señor!

- Lárgate Bola de Mierda.

El exteniente se largó corriendo a la posición original de Issei, mientras la instructora colocaba al confundido castaño en el lugar que antes ocupaba el oficial. Exactamente, ¿Qué había pasado?

El otro instructor, un pelirrojo que iba por el nombre de Beren, actuaba de forma mucho más amable, aunque no por eso menos exigente. También logró descubrir, a medida que avanzaba el día, que Aleksandra era mucho más tranquila cuando se trataba de no arruinarle la vida a alguna persona o sacarle información (como pudo experimentar de primera mano). El día consistió en un entrenamiento riguroso de disparos, donde Issei aprendió que muchas de las cosas que veía en las películas resultaron ser falsas, seguido de otro entrenamiento de reflejos y reacción. Pese a que en el primero no obtuvo buenos resultados, producto de apenas haber usado un arma antes, consiguió quedar en los mejores en el segundo, cosa que atribuyó a su entrenamiento intensivo con Mikel.

- "Estos ataques no son nada." – Pensó mientras esquivaba otro golpe de su compañero de sparring "Mikel pegaba mucho más duro, y más rápido también."

Evitó pensar en Graciela. Aun no se recuperaba de las descargas eléctricas.

Al finalizar el almuerzo, les ordenaron tener sus cosas listas para un entrenamiento completo al día siguiente. Eso significaba que debían preparar sus cosas como si fueran a ir a la batalla real, cosa que a muchos desánimos debido a que querían ir al frente. Pese a eso, sus dos instructores se encargaron de que nadie se descuidara con los preparativos para el "Ejercicio de Guerra" al día siguiente.

Antes de que apagaran las luces, Issei consiguió un nuevo uniforme de oficial, al cual le puso los parches del anterior. Mientras hacía el traspaso, decidió dejar solo una de las dos banderas que tenía su uniforme, siendo la elegida la del brazo izquierdo. Salía de la nueva oficina de "Bagaje e Intendencia" vistiendo su nuevo traje, cuando se le cruzó Le Fay quien iba entrando. Mientras esperaban lo que vino a buscar la rubia, entablaron por fin una conversación.

- ¿Qué esperas que te traigan?

- Un uniforme nuevo. Durante una practica arruiné el mío tan mal que me sugirieron ir por uno nuevo. Mis instructores aun tratan de ver con que rango me quedo, pues los cupos de magos están llenos.

- ¿Y que han decidido? Escuché que mañana hay un ejercicio de guerra, o algo así.

- Dijeron que verían después. Honestamente, creo que fue porque llegué de improviso. Cambiando de tema, supe que te atraparon fugándote del entrenamiento. – Su mirada cambió de desinterés a una pícara. Issei solo rio incómodamente.

- Pues... sí. Sin querer confesé que quería ir a espiar a las mujeres de la base. Al parecer a mi instructora le hizo gracia que fuera tan honesto, pues destituyó a mi comandante y me ascendió allí mismo. – Explicó el castaño encogiéndose de hombros.

- ¿Puede hacer eso? – Preguntó Le Fay preocupada – Se supone que no puedes ir cambiando oficiales y suboficiales como si nada.

- Pues ya lo hizo. Incluso estoy registrado como teniente. – Issei suspiró, apoyándose en el muro. Alzando la mirada, se encontró con un poster de un oficial que bajaba unos binoculares de su rostro, con su ayudante señalándole algo adelante mientras sostenía unas notas. Abajo decía "Nadie puede ir solo. ¡Enlístate hoy!"

- Bueno, habrá que ver como resulta todo. Digo, ya que nunca tomaste un curso de oficial...

- Pero tu si lo hiciste, ¿verdad?

- B-bueno, tomé algunos exámenes, pero...

- Tengo una idea. – Sonrió Issei. Tal vez su cuerpo no era lo único que había mejorado después de todo.

Ninguno de ambos había notado el incremento de personal de la base.

XXXXXXXXXX

Campamento. Amanecer del siguiente día.
06:00hrs

Lo primero que notaron que estaba mal, fue que los levantaron rápidamente y casi en silencio. Idas estaban las dianas de la mañana, reemplazadas por los instructores y capitanes levantando a gritos quedos a sus hombres. Issei y sus compañeros, sin saber bien que pasaba, se formaron en la columna que empezaba ya a salir del campamento. Marcharon, entre sueño, comentarios y órdenes de silencio, hacia distintas zonas de Kyoto, donde para su sorpresa, se encontraron con que los americanos y europeos ya estaban allí.

Algo no cuadraba.

- Espero que hayan preparado todo como se les ordenó. – Comentó Kiyome a sus hombres – Porque ahora comienza la Batalla de Kyoto.

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Zona de entrada 1
Invasion Force Alpha (4° de Infantería Japonesa, I/3° y II/3° SUFOG)
Kyoto Youkai

Era imposible. Así lo sentían los americanos que luchaban al otro lado. Los estaban esperando. Fue una emboscada imprevisible, que nadie había logrado vislumbrar. Estuvieron a oscuras debido a la prioridad al otro lado del océano, y ahora pagaban las consecuencias.

Subestimar a los Youkai fue un error garrafal. Un joven teniente lo vislumbraba así. Otro, un subteniente, trataba de matar a todo lo que se moviera, ya herido mortalmente en el torso. Los miembros del SUFOG se replegaban y cedían terreno lentamente, manteniendo una cohesión de unidad ante la adversidad que poco se comparaba con los desbandados japoneses, que en su mayoría habían huido. Apenas tres compañías japonesas quedaban en el campo de batalla del total de una división.

Los youkai y todos los otros seres, superándolos en número y abrumándolos con sus ataques, iban estrechando el cerco. La desesperación crecía en los soldados, y los oficiales que quedaban encontraban difícil siquiera hacerse una idea de lo que pasaba. A los japoneses y a ellos apenas les quedaban balas.

Todo estaba perdido.

Maxwell observaba sobrecogido el final inevitable de la fuerza de cruce, soldados muriendo por ataques o hechizos cayendo entre sus hombres. Al poco tiempo estaba convencido de que la misión había fracasado, y que debía cambiarse a salvar a cuantos hombres pudiera. Estaba a punto de dar la orden, cuando un solitario capitán se paró entre sus hombres. Eran los restos del Primer Batallón.

Preguntando a gritos quien estaba al mando, le contestó con voz desesperada un sargento:

- ¡Señor! ¡Todos los oficiales están muertos, señor!

Sin dudar ni un poco, el capitán Taylor contestó:

- ¡¿Qué los oficiales a cargo están muertos?! ¡Pues que un suboficial tome el mando!

Desenfundando su arma de servicio, subió sobre una roca y empezó a dirigir un contraataque.

- ¡Vamos soldados, conmigo! ¡Reagrupaos y atacad!

Inspirados algunos, envalentados otros, los soldados empezaron a seguirlo. Primero un grupo, luego otro, después una compañía, al final todas las tropas salieron de sus parapetos y cargaron contra el enemigo. El capitán Taylor fue objetivo de una espada voladora que le arrancó la cabeza, pero eso solo hizo que los soldados se volvieron más violentos. A base de granadas, balas y bayonetas empezaron a ganar terreno, forzando su paso sobre unos sobrecogidos Youkai que no sabían de donde los humanos habían sacado fuerzas. Detrás de ellos, los pocos japoneses que quedaban habían calado bayonetas y se habían lanzado a la carga, recordándole al mundo de quienes eran descendientes. Maxwell se encontró, junto a su plana mayor, participando de la suicida carga, ganando un terreno que creían perdido y ahuyentando a los seres que creían victoriosos. Y durante toda esa carga, se repitió un solo grito que levantaba los ánimos y provocaba que volvieran a salir al ataque, frase que sería inmortalizada por ese combate y para todos los siguientes:

¡Reagrupaos y atacad!

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