Capítulo 5
Un día en la universidad era un día de volver al ruedo con las exigencias de los profesores. Lo bueno de estudiar diseño gráfico es que le encantaba, lo malo era no tener el sistema necesario que soporte aplicaciones como illustrator. Lily veía la clase de la profesora con la mirada perdida en la puerta. Una parte de ella estaba perdida en los recovecos de su cabeza que incluso salir de su mente era un trabajo arduo. Entre la visita de su madre y sus encuentros con Diego tenía sus sentimientos dispersos. ¿Cómo calcular entre lo bueno y lo malo que puede pasar en tan solo un día?
Solo cuando Tomás se acercó para hablarle, supo que la clase había finalizado. Se había pasado por el tuétano toda la clase.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
Tomas tenía la cara llena de preguntas. Con una ceja arqueada y sus labios formando una línea, se veían sus ojos almendra curiosos de lo que pasaba con Lily.
Ella negó con la cabeza de manera efusiva.
—Perdón, no te quise preocupar —lanzó.
Tomó sus cosas y las guardó en su bolso. Uno ya desgastado que había pasado por los embates del bachillerato. Le sumaba ese segundo año de carrera.
Tomás respiró hondo y miró a su alrededor.
—¿Vamos afuera? —preguntó.
Lily asintió con la cabeza, se lanzó la mochila al hombro y le siguió. Le era extraño caminar al lado del chico del que alguna vez se sintió atraída como para pensar hasta en los futuros hijos, claro que Tomás solo pensaba en volar lejos y recorrer el mundo así sea con una cámara fotográfica de su teléfono.
—Te vi —lanzó una vez fuera del instituto.
Lily lo miró confusa.
—¿Ajá? —musitó contrariada.
—En el desfiladero. Te vi —aclaró.
—Ana había dicho que ese lugar era muy selecto, pero por lo que veo se ha equivocado —argumentó burlona.
—Selecto, sí, lo es. Aunque no pensé que alguna vez te vería ahí, mucho menos que subieras hasta el último —zanjó—. ¿Qué hacías, Lily?
Ella observó a su alrededor. Todos estaban en lo suyo, conversaban antes de salir por el portón de la universidad a sus vidas cotidianas. Se cruzó de brazos y fijó su mirada en él. Tomás no era de los que peleaba en público mucho menos con su ex.
—Oye, entiendo. Es el sitio de la creme, pero fue casualidad. Alguien me invitó y no sabía que medio mundo ansiaba ir o que solo gente de influencia lo hacía. —lanzó consternada.
—Lil, me importa un carajo si al lugar va el Papa o el enchufado de turno. Me importa el hecho de que te vi en un sitio que no es para cualquiera y no porque entre los que van sean gente de plata, es porque... —se calló. Tragó hondo, observó su alrededor con la vaga idea de que nadie estuviera viendo.
—¿Por qué, qué?
—Porque no es un sitio limpio ¿Entiendes? —musitó tan cerca de ella que pudo oler el aroma de su boca—. No es bonito, por más que te lo hayan mostrado así. Por favor, Lil, si te invitan de nuevo, no vayas. El desfiladero no es cualquier cosa.
—¿Y es ideal para ti?
—Cuando estás metido hasta la coronilla, no hay consejo que valga la pena —Se lamió los labios inquieto—. Quien quiera que lo haya hecho no es cualquier cosa.
No lo era. Si Lily lo meditaba bien, Diego no era un sujeto cualquiera que ves en el supermercado de turno.
—¿Ángel te llevó? —preguntó.
Lily alzó la mirada para incrustarse en los ojos de Tomas como un cordero.
—¿Lo conoces? —inquirió.
Tomás asintió con la cabeza.
—Fue él...
—No, pero lo conocí ahí.
—¿Quién fue?
Una parte de ella no quería sacar el nombre de Diego de su boca, la otra luchaba por hacerlo. Si Tomás conocía a Ángel, quizás conocía a Diego y ¿quién mejor que tu ex para decirte qué tal era? No, no era una buena opción así que trataba de conservar su lado estupido a raya.
—¡Lily!
Escuchó gritar su nombre. Su respiración se cortó y la sorpresa se instaló en sus ojos.
—Diego Sandoval —escuchó el nombre en la boca de su ex—. Lily...
—Tengo que irme, Tomás. Hablamos luego —lanzó.
Corrió hacia Diego como la libélula al fuego.
—¡Lily! —gritó Tomás ofuscado.
Pero Inocencia se había perdido en el polvo.
Llevaba al menos cinco minutos en silencio. Luego de saludarse de la forma más cordial que pudiera existir y él la invitara a llevarla a casa. No sabía qué la había empujado a irse con él, si solo era que se trataba de él o el hecho de que Tomás le hiciera un interrogatorio en plena salida. Luego de un tiempo a Lily se le hacía un poco incómodo el silencio, más aún cuando notaba que él llevaba una sonrisa divertida en sus labios. Lo miró de refilón y luego otra vez hasta que no pudo contenerse.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó.
—Nada —respondió.
—Si, claro.
—Es que no imaginé encontrarte ¿sabes? Antes de venir hasta acá pasé por la academia y no sabía dónde más buscar.
—Estudio diseño gráfico. Lo dije.
—Sí, lo sé, pero ni idea que fuera ahí —comentó.
—¿Dónde, si no? —inquirió divertida.
—El caso es que ya me veía preguntando a cuanta persona viera si te conocía y dónde podría ubicarte, pero ahí estabas. Hablando con tu ¿Amigo? —quiso saber.
Lily sonrió con sorna.
—Ah —respondió—. Tomás es un ex.
Se quiso dar de bruces luego de haberlo dicho. Miró por el rabillo del ojo al hombre en su lateral.
—Ah —respondió él—. ¿Te está molestando?
—¡No! ¿Tomás? —gimoteó—. ¡Jamás! Él es un buen sujeto. Nuestra relación terminó de la mejor forma, pff, vaya que terminamos bien. Creo que ahora seríamos unos buenos conocidos.
—Ya, es bueno saberlo, eso dice que eres de las personas que no le gusta acabar en malos términos.—dijo él.
—Lo iba a seguir viendo hasta terminar el semestre. No quisiera estar con alguien que me ve como si deseara mi muerte —lanzó.
Diego sonrió complacido. Se detuvo en alguna parte de la ciudad, muy distinta a donde Lily vivía. Miró a todos lados y supo entender que estaban en el centro de la ciudad. Al frente, un local con una entrada de madera al final y una recepción en su lateral se mostraba de una manera elegante.
—¿Qué es esto?
—¿No lo conoces? —preguntó asombrado.
—No, la verdad es que no —lanzó.
—Ilpomodoro. Es una trattoria, vamos te va a encantar —lanzó.
Lily salió del auto detrás de Diego, miró hacia atrás y notó que pocos vehículos aparcaban por ahí. También se mostró algo insegura al respecto. Aunque el local era lindo, el alrededor distaba mucho.
—¿lo dejarás ahí? —preguntó.
—No se preocupe, señorita, lo llevaré al estacionamiento —lanzó un chico con el uniforme del local.
—Sí, descuida —dijo Diego.
La jaló hacia él, tomaba de su mano con una complicidad que le generaba escalofríos a Lily.
—Puesto para dos, por favor —dijo Diego en la puerta.
Un chico tomó el menú en mano y los llevó hasta un rincón donde las luces tenues, el aroma a pasta y la buena música vibraba con el resto de los comensales. Lily tomó asiento sin parar de mirar el local. La madera era el punto focal. Le encantaba ver las lámparas a una altura baja. Sentía haber entrado en otra dimensión, pero la iluminación solo generaba complicidad. Vio el menú entre sus manos sin dejar de notar la cantidad de comidas que eran servidas. Quiso ir al principio donde se encontraban las entradas. Por la hora, creía conveniente pedir tequeños, pero pronto se haría de tarde. Hizo una mueca con los labios que divirtió a Diego. Amplió los párpados y se acercó un poco a la mesa. Ella notó la acción al levantar la mirada.
—¿Todo bien?
Lily asintió con la cabeza.
—¿Qué pedirás? —preguntó.
Diego tomó el menú y lo dejó a un lado.
—Para mí, lo mejor de aquí son las pizzas, pero podemos empezar con una entrada y un trago ¿Te parece?
—Son las dos de la tarde —reclamó.
—Y luego las tres ¿Importa? —lanzó.
Lily trató de ocultar una sonrisa traviesa en su boca, pero no lo logró. Respiró hondo.
—No, pensé que nuestra cita sería el jueves a las siete —Recuerda.
—Y lo será —comentó él—, este solo es el inicio.
Después de una entrada de tequeños, una masa cortada de forma rectangular lo cual llevaba en su interior trozos rectangulares de queso, servidos en un plato hondo en proporción de seis unidades y acompañados por una crema; el dúo se preparó para la pizza. Diego había sido específico y Lily notó la expresión de alegría en sus ojos.
—¿Tan buenos son? —preguntó ella incrédula.
—Tanto que no querrás dejarme ni un pedazzo. —Se burló.
La burrata, una pizza con queso mozzarella en sus bordes y en su fondo, con el toque de las salsas de tomate, las hojas de albahaca, champiñones y aceitunas. Era una delicia a ojos de Diego. Hizo el honor de servir su primer trozo y dejarlo en un plato para ella. Expectante, esperó porque su compañera lo probara.
El sonido que hizo tras probarlo, era todo lo que Diego quería oír.
—Te lo dije.
—¡Dios, está buenísimo! —exclamó impactada por los sabores.
Diego la observó complacido.
—¿Y a dónde iremos el jueves? —preguntó Lily aun con un pedazo en la boca.
—No lo sé. Ya veremos —lanzó.
—¿Al desfiladero? —atacó ella.
Pensó en las palabras de Tomás y en su negativa a que fuera de nuevo a ese lugar. No pasó mucho tiempo ahí, la triste verdad es que tan rápido como había llegado, se había ido. Era lo malo de emborracharse. Para Lily, aquello era una laguna que aún no podía comprender en su totalidad. Su tolerancia al alcohol no era gran cosa, pero un trago no era suficiente para tumbarla.
—No, las fiestas del desfiladero son los fines de semana —comunicó Diego—. Será sorpresa, no te preocupes.
—Ya he ido a varios lugares de esta ciudad, Diego. Cualquier sitio al que me lleves lo conoceré —exclamó suficiente.
—¡Oh! ¿Con que eras una chica de salidas? —preguntó irónico.
—Mi amiga me lleva como su cartera a cuanto lugar puede. Más allá de mi deseo, están los de ella de sacarme de la cama.
—¿Quieres decir que para ti una noche divertida sería en una cama, leyendo o viendo una película? —lanzó mordaz.
—Quiero decir que no me molesta quedarme en mi cama viendo la televisión, y tampoco me mata las ganas de salir de farra todas las noches —rugió.
Diego sonrió suspicaz.
—¿Quieres postres? —preguntó sin dejar de observarla.
¿Cómo una inhibidora podía hacer que se fijara en ella de esa forma? Él no tenía idea.
Cambió el tema tan ágilmente que Lily parpadeó varias veces. Apenas había podido con dos pedazos de pizza y aunque le encantaba la idea de un helado, ya había visto pasar un plato de postres con helado. Se iba a quedar varada.
—¿Quieres ir a Paletas? —preguntó en contraparte.
Diego enarcó una ceja.
—Aquí sirven unos buenos postres y el gelatto, Lily, debes probarlo.
—Es que siento que si como otra cosa reviento —susurró.
Diego le causó tanta gracia como para negar con la cabeza.
—Gelatto, será.
Lily abrió los ojos con una clara expresión de miedo, pero Diego se había adelantado. La camarera justo pasaba por su lateral y él aprovechó el momento para pedirlo.
—Si no logro comerlo entero, lo llevamos —lanzó acusadora.
—Lo haremos, no dejaré que se quedé en el plato.
Una hora después ambos yacían en el auto con sus rostros absortos. Lily no sentía sus extremidades y creía que su abdomen había crecido al punto de un embarazo. Sonreía, eso sí, no podía negar que Diego tenía toda la razón. Una vez que llegó el plato de helado a la mesa no hizo más que comer. Incluso su labio se había manchado, Diego le tendió una servilleta para que se limpiara riendo con tanta soltura de lo que veía.
Esa había sido la salida más memorable que Lily había tenido en décadas. Cuando salió del auto no pudo hacer más que voltear a ver a su compañero de aventuras.
—¿Entonces...? —lanzó inquisidora.
—El jueves te enterarás —zanjó Diego divertido.
—Está bien, hasta el jueves —dijo.
Dio media vuelta y entró al conjunto residencial. Ese día Diego prefirió no llamar a la puerta de Jenny y Natalia. Necesitaba planear bien cómo haría para sacar de los tiernos labios de Lily lo que ella representaba en realidad.
¡Hola!
¿Alguna vez han probado un tequeño? Recomendadísimo con salsas ;)
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