Capítulo 35
Natalia llevaba una pequeña cartera con lo necesario en su interior. Había tomado las llaves de la casa solo para ir al auto de Ángel e ir metiendo las cosas. Sus pasos hacia el estacionamiento solo se detuvieron cuando notó a Diego en el sitio con la mano en el teléfono.
—Ya estás aquí.
Ella se acercó poco a poco. Se dejó caer sobre un costado del capó del auto de Ángel.
—Sí. Escribía para que bajaran de una vez —dijo agitando el teléfono—. ¿Lista?
Natalia respiró hondo. Las palabras de Joshua se clavaban en su mente.
—Lista.
Silencio. En cualquier otro momento Natalia le hubiera dicho todo lo que se atravesaba por su mente. En ese instante no podía y ese silencio se volvía incómodo. Aún así, lo disfrutaba. Por primera vez en mucho tiempo estaban realmente solos. No había nada que les molestara, sólo por eso tampoco se atrevía a decir palabra alguna. Cuando vio al resto del grupo asomarse, una idea la asaltó.
—¿Puedo... —dudó. Por breves segundos— puedo ir contigo?
Diego había notado las dudas en el rostro de Natalia. La forma en cómo se cruzaba de brazos y sus labios se abrían apenas.
—Sí. —murmuró.
Su respiración se había acortado. Inspiró y miró al resto llegar al estacionamiento sin problemas.
El camino hasta la entrada había sido de lo más placentero para Nat. No había discusiones, no había tensión entre ellos. Nada de lo que había pasado durante todos esos días estaba generando escozor en ella. La realidad es que solo eran ellos siendo los de siempre, lo que había querido desde el inicio. Hicieron el debido procedimiento para ingresar y caminar hasta el interior donde el evento se daría. Tanto Joshua como Vanessa se sentían en armonía con la música en el horizonte entre que la cerveza pasaba de mano en mano.
Jenny resonaba entre cada artista que se presentaba. Era ahí cuando notaba cuán falta les hacía días así. Volteaba a su lateral solo para ver a Nat cantar a gritos y corear entre todos mientras que Ángel y Diego hacían de muros detrás de ellas. El lugar se llenó tanto que Nat decidió salir por un poco de aire en lo que Ángel hace una ligera seña para que la siguiera.
—¿Te sientes bien? —preguntó Diego a su lado.
—Sí. Quiero un poco de aire.
—Ya, podemos sentarnos en la zona...
La frase quedó en el aire cuando Diego vio todas las mesas ocupadas. Nat se mofó.
—Mejor en la orilla. Vamos —dijo.
La noche cayó rápido. Entre las luces que recorrían el camino, las de las tarimas y los puestos de comida no hacía falta la luz del sol. Nat buscó sentarse en la orilla donde las grandes rocas hacían un recorrido largo y estrecho. Ahí las olas rompían con suavidad y el aroma a mar inundaba el aire. Estaba exhausta y extasiada al mismo tiempo. Vio a Diego por un momento en que decidió volver la mirada al horizonte. Las luces de la ciudad se reflejaban en la lejanía. La voz de un nuevo cantante hacía gritar al público y se rió tan solo de saber que su amiga estaría ahí tarareando canciones de un reguetonero.
—Fue bueno venir —murmuró.
Diego asintió con la cabeza.
—Sí lo fue.
—¿Recuerdas nuestro último sunset? —preguntó Nat.
Él se quedó quieto con la vista en el mar. Una sonrisa se asomó en su rostro cuando lo recordó. Eran más jóvenes, más estúpidos, más liberales aunque eso era una mentira a medias.
—Lo recordé cuando Vanessa dijo para venir. Eran buenos tiempos. Ahora han cambiado muchas cosas, tu, ellos, yo. —musitó con tristeza.
Sinceridad. Nat recordaba las palabras de Joshua. No sabía si ese era el momento perfecto para sincerarse, sin embargo quería aprovechar para soltar todo lo que su cabeza gritaba con fuerza.
—¿Qué nos pasó? —preguntó ella.
Diego suspiró hondo.
—Nos pasó muchas cosas —respondió.
—¿Ah, sí? Sabes, yo pensé que a tu regreso seguiríamos como siempre. Que seríamos la pareja que habíamos sido hasta que tuviste que irte. Tu y yo nos conocemos muy bien. —comentó.
El tono en su voz alertó a Diego. Aquello no iría mejor.
—No somos muy distintos en todo caso, ambos sabíamos qué queríamos, a dónde queríamos llegar. Sabíamos a lo que estábamos dispuestos. Vivimos demasiadas cosas como para tirarlas como si no fuesen nada. Nos drogamos, nos cogimos, nos aguantábamos... pero parece que olvidaste todo eso y no puedes pedirme que no me sienta mal por eso porque estarías siendo una mierda. Mucho más cuando pones tus ojos en una caraja que nada tiene que ver con nosotros y haces ver como si nada hubiera pasado. No sé si crees que no odio ser la insufrible, ¡lo detesto! ¡Pero te importa una mierda! —exclamó agitada, pero acallaba sus gritos para que nadie más escuchara.
—Me importa, claro que me importa.
—No hay forma que crea eso —Se burló.
—Y también lo siento... —musitó él.
Nat abrió los ojos incrédula.
—Mientes...
—De verás lo siento. —murmuró.
Ella se rio irónica.
—Pudiste decirlo, ¿sabes? Decirme, escribirme, pudiste hacer muchas cosas en vez de hacer como si yo no existiera.
Una línea fina se mostraba en los labios de Diego. ¿Cómo podía responder a los sentimientos de Natalia cuando llevaba razón? Solo podía disculparse y sabía que eso no bastaría para ella, pero lo que Nat pedía a gritos no podía darlo.
—Durante el cierre de Nina decidí que no podía hacerte más daño. —confesó.
—¿Qué?
—Nos drogamos, nos cogimos, nos hicimos cómplices y te estaba llevando al mismo agujero en el que estoy. Decidí que no quería eso para ti. Me arrepiento de no haberte dado tu lugar, de no ser capaz de decirte de frente que sería mejor terminar lo que hubo entre los dos. Me arrepiento de ser la mierda que soy. Y decidí que quería salir —suspiró.
Nat se relajó. No sabía cuán tensa estaba hasta que sus hombros bajaron y su mirada se perdió en el movimiento del mar al chocar contra las rocas.
—Salir del círculo no es posible —Recordó Nat—. Mi madre me lo dijo cuando era pequeña. Nadie puede. ¿De verás lo intentaste?
Diego resopló.
—Investigué. Quise intentarlo...
—Y nos dejabas atrás. Eso es egoísta —lanzó Nat.
—No, si puedo conseguirlo podría protegerte a ti y a Joshua. —meditó.
—¿A mí? Después de lo que hiciste quieres protegerme. Serás imbécil ¿no? —ironizó ella.
Él solo la observó por segundos que ella interpretó. Estaba siendo sincero como no lo había sido antes.
—¿Y ella? ¿También quie... tu...?
Natalia dudaba de formular la pregunta aun cuando en algunas ocasiones lo había lanzado como una flecha, porque al hacerla, la respuesta sería la verdad. Tragó hondo y volvió la mirada hacia atrás. Veía la multitud caminar de regreso. No escuchaba a nadie cantar por lo que era seguro que había terminado una de las tantas presentaciones, pero ella aun no terminaba de soltar lo que quería saber y Diego la esperó. Debía ser paciente para ella como no lo había sido en todo el tiempo que había vuelto.
—Es... lo que pienso... ¿La quieres? —preguntó al fin, su voz temblaba, dudosa; sus ojos lo miraban con desespero. La garganta de Natalia se cerraba ante el miedo.
Lo meditaba. No porque lo que sus amigos decían fuera mentira, si no porque no sabía la forma en que ella reaccionaría. ¿Se volvería loca y lo aborrecerá por el resto de su vida? ¿Lloraría hasta que el maquillaje le corriera o se convertiría en el idiota que hizo llorar a una chica en pleno evento? Sin embargo, esta última ya lo era. Era el idiota que lastimó a una chica.
—Sí —respondió en un hilo de voz que parecía haberse ido con el viento.
Natalia respiró hondo. La verdad le pegaba en la cara.
—No la conoces —respondió Nat.
—No hizo falta conocerla demasiado —murmuró él—. No sé...
El nudo en la garganta de Natalia se hizo más grande y con ello se cerró aún más. Dolía. Como podía doler una herida cuando la provocaba la persona que habías querido desde hacía tanto, pero que ya no te pertenecía.
—Necesito espacio —lanzó ella.
Se levantó y caminó lejos de él, pero Diego la siguió. No podía dejarla sola aun cuando él fuera el causante de su malestar. Seguía aquella cabellera azabache entre la multitud como un león a su presa. Si se perdía, encontraba que la chaqueta que había comprado en el evento parecía una linterna en medio de la multitud. La vio girar cuando alguien chocó contra ella y en ese momento aprovechó para correr. La vio buscar entre las personas al sujeto que de alguna forma la había arañado. sangraba.
—Nat...
Diego tomaba la pañoleta que cubría la cabellera de Nat y cubrió la herida con ella.
—¿Te sientes bien? ¿Estás bien? —preguntó él.
Ella tardó en responder, tanto como para alterarlo.
—¡Nat!
Natalia lo miró sin mirarlo. Trataba de investigar en sus recuerdos donde había visto aquel rostro hasta que lo encontró.
—Fue Nina —dijo. Notó la duda en él—. Esa persona era Nina. No me cabe dudas, era ella.
La mirada de Diego se ensombreció. Quería ir por ella, buscarla y preguntar, pero frente a él Natalia no lucía bien.
—¿Te dijo algo? —preguntó él.
—Te tengo. —respondió—. ¿Qué quiso decir?
Diego no respondió. En cambio, la acercó hasta él y la abrazó. Te tengo. No tenía idea qué significaba, pero temía lo peor. Escuchó en la voz de su madre que los desterrados podían ser vengativos, podían volverse locos al punto de buscar justicia por sí mismos y cómo no hacerlo cuando se les quitaba todo lo que habían sido alguna vez. No podía seguir con Nat ahí, hizo lo que creyó conveniente y empezó a caminar junto con ella fuera del lugar hasta la salida.
Esperó cerca de un estacionamiento donde habían quedado los autos entre que Natalia estaba en el asiento del copiloto. Él revisaba la herida, por fortuna no había sido profunda.
—Ellos dijeron que esto podía pasar —murmuró Natalia.
Diego buscó entre sus pertenencias un frasco con agua que había dejado para cualquier ocasión. Buscó limpiar la herida con eso y luego cubrirla.
—Ellos dijeron que podían tomar represalias.
Él tomó su teléfono para llamar a Angel. La señal era inservible a esa altura, sin embargo la llamada logró entrar.
—Por eso querías salir. —comentó Nat.
Diego se detuvo de seguir para observarla.
—Te llevaré a casa y llamaré a Erika.
—Erika está castigada.
—No necesito su don. —murmuró—. Ángel y el resto están informados, nos encontraremos allá.
Diego subió al auto y echó a andar.
El departamento yacía oscuro. Prendió las luces apenas puso un pie dentro. Natalia se dejó caer sobre el mueble levemente cansada. Revisó la herida y había dejado de sangrar, no parecía que Nina hubiera inyectado algo en su sistema. Quizás había sido una marca nada más, algo para asustarla y lo había hecho. Estaba aterrada. Dejó caer la cabeza sobre el cabezal del mueble y observó a Diego buscar algo con qué terminar de limpiar la herida. Él conocía cada rincón de esa casa. Se sonrió al imaginar la razón por la que eso fuera verdad, pero esa sonrisa se esfumó al recordar la respuesta. No podía dejar de dolerle. Esa herida era más fuerte que lo que Nina había hecho.
Se levantó del mueble dispuesta a caminar hasta la habitación. Él la vio con la mirada aterrada.
—Estoy bien. Solo quiero dormir —dijo para calmarlo.
—Bien, déjame limpiar eso.
—Dijiste que llamarías a Erika —respondió.
—Sí, lo haré.
Con Natalia sentada a su lado y el equipo de primeros auxilios en un lateral, Diego procedió a limpiar la herida y vendar.
—¿Crees que actuará de nuevo? —preguntó ella.
—Sí.
Ella alzó la vista nerviosa.
—Debemos tener más cuidado que antes —respondió él.
—No me dejarás sola ¿Verdad? —preguntó Nat.
Tenía miedo. Diego podía verlo en sus ojos, ella sentía el mismo temor que él tenía, pero que no podía expresar de la misma manera.
—No.
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