Capítulo 24


Joshua se levantó con parsimonia.

Había pasado por varios días encerrado en el apartamento para alejar los monstruos en la mente de su novia quien llevaba horas dormida. Recibió el mensaje de la reunión la noche anterior, y aunque sabía que no podía faltar, sopesaba la probabilidad de no asistir solo para que Vanessa no tuviera que lidiar con ver a todo el circulo reunido. Mucho menos a los ancianos que eran tan tétricos.

Tan antiguos.

Eran la imagen de la inmortalidad y a su ver, parecían vampiros. Por supuesto que no creía en ellos, pero no imaginaba que el circulo fuera capaz de dar vida eterna. Se lavó el rostro por segunda ocasión. Hasta ese momento creía que lo que en realidad quería hacer era quitarse esa mirada de frustración. Sintió los dedos femeninos rozar contra su pecho desnudo y una corriente eléctrica lo atravesó. Reconoció los besos húmedos de Vanessa sobre su espalda, la frialdad de su mejilla al recostarse contra su piel y ese deseo de fundirse con él.

—¿Ya es hora? —preguntó ella.

Joshua sintió una punzada en todo el centro de su pecho.

—Podemos comer antes.

—Se me antojan tus labios —murmuró Vanessa.

Él sonrió y con negación giró sobre sí para tenerla frente a él. La acercó a su cuerpo con el mismo deseo que ella reflejaba en sus ojos.

—Pensaba en quedarnos aquí. Olvidarnos de la estúpida reunión y hacer lo que queramos por hoy ¿No te parece buena idea? —murmuró él.

Su rostro estaba tan cerca del de ella que Vanessa podía oler su aroma.

—No podemos, Joshua. Me encantaría, pero sabes que no podemos hacerlo —contestó

Una mueca se mostró en el rostro de Joshua. Sí, lo sabía, como también sabía que ella se negaría, lo intentó.

—Bien, bien. Lo que diga mi amada dulce y ardiente —exclamó él divertido.

—Sé que lo haces porque no me he sentido bien. Gracias, mi chico maravilla —comentó.

Se acercó tanto a él para dejar un beso casto sobre sus labios y luego procedió a sacarlo del baño como quien arrea al ganado fuera del corral. Por un momento Joshua sintió un atisbo de la mujer que quería en esa sonrisa desbordante hasta que la pierta se cerró con él afuera, los pensamientos volvieron y temía que aquello solo fuera una actuación de Vanessa.

Empezaba a odiarse por ser tan miedoso de los complejos de su novia. Se cacheteó por pensarlo y volvió a la habitación para alistarse.

Vanessa corrió de prisa hacia el lavabo solo para expulsar lo que su cuerpo contenía con tanto fervor. La segunda arcada era peor que la anterior tanto como para dejarla débil sobre el suelo. Quiso removerse y caminar hasta la ducha. No le importó mojarse con todo y ropa puesta pues lo único que deseaba es deshacerse del malestar que parecía consumirla. No entendía qué le sucedía, pero no podía decirlo pues preocuparía a la única persona que no deseaba atormentar más.

Dejó que el agua cayera, que el tiempo ahí dentro pasara, hasta calculaba cuanto tiempo tendría que estar ahí hasta que Joshua se preocupara. Minutos antes tomó la fuerza que tenía para levantarse, ducharse y salir. Se vio en el espejo con una pregunta en su mente «¿Qué me sucede?».

Joshua observó a Vanessa entrar en la habitación con el paño bordeando su cuerpo. Se acercó y abrazó para luego tomar su rostro entre sus manos.

—Aun estamos a tiempo —musitó él.

Vanessa le dio un pequeño puñetazo para caminar al vestidor.

—¡Debemos irnos! Te prometo que al regresar nos convertiremos en dos ermitaños —comentó con una sonrisa picarona en su rostro.

Muy a pesar de ese buen humor, Joshua no pudo evitar sentirse vacío. Como si estuviera pidiendo demasiado a la persona que más ama y que hasta hace poco tuvo una crisis de nervios. No disminuía esa situación, solo quería que lo olvidara. Volver a lo que eran, si es que era posible.

Joshua cerró la puerta detrás de sí una vez que ambos salieron del apartamento. El camino les llevo hasta la parada y de ahí buscarían ir hasta la residencia en El Morro. Eran pocas las veces que habían ido a ese lugar porque el circulo no solía reunirse más que para fechas importantes. Y casos como aquel.

...

Ángel visualizó el teléfono puesto sobre la mesa del comedor. Sonaba incesante. No conocía el nombre ni el número, pero empezaba a fastidiarle así que procedió a apagarlo. Quien quiera que fuera podía esperar a que la reunión diera por finalizada. Se había ofrecido a llevar a Nat y Jenny hasta el lugar. Contó los segundos en que ambas terminaban de alistarse mientras que Erika enviaba mensajes incesantes sobre la hora de llegada.

No sabía si era el miedo a quedar como unos irresponsables o si era la costumbre de la puntualidad anidada en ella. Por él, los ancianos podían esperar ahí todo cuanto quisieran. Notó a Jenny asomarse a duras penas. Su cabellera rizada dejaba caer unas gotas pequeñas que secaba con una toalla.

—Ángel, ¿recibiste el mensaje de Erika? —preguntó ella.

—¿La histérica? Claro que sí. Está más insufrible el día de hoy —comentó Ángel sin dejar de ver su teléfono.

Imaginaba que el mismo mensaje había sido enviado a todos quienes pertenecían al circulo. Erika quería que todos llegaran media hora antes para organizar y coordinar. Ángel recordaba la ultima reunión con Nina a quien no le importaba un carajo cuanto tiempo te tomara llegar al sitio pautado. Se rio por debajo al recordar que, incluso Nina, había llegado con una hora de retraso. Entendía perfecto por qué no debía ser la protectora de un circulo, aunque era buena en su medio, carecía de liderazgo misma que a Erika parecía sobrarle e incluso tendía a ser abrumador como en aquella ocasión.

—No digas eso. Solo está nerviosa, como yo... —dijo Jenny quien tomó frente a Ángel—. ¿Sabes algo de Joshua y Vanessa? Siento que han pasado siglos desde la ultima vez que los vimos.

—Le llamaré. Es probable que ya hayan salido, pero no está de más asegurarnos —musitó.

—Ya que estas en eso, también podrías llamar a Diego. No hemos sabido nada de él —lanzó Nat unos pasos atrás.

Jenny se encogió de hombros al escucharla. Diego. La verdad es que no tenía idea de dónde se encontraba, pero en ese instante no formaba parte de sus pensamientos. Después de todo Diego sabía cómo cuidarse a diferencia del resto del circulo. Jenny sentía que de alguna forma todos estás tan quebrados como para no poder resistir por sí mismos. No entendía cómo un circulo podía formarse de esa forma, aunque bien sabía que esa decisión solo podía tomarla los ancianos.

—Claro, Diego. De todos en este circulo, quien menos debe preocuparte es Dust —reclamó Ángel.

Él había atinado a los pensamientos de Jenny de manera mordaz.

Se levantó del mueble y fue directo a la puerta. Con teléfono en mano, Jenny esperaba que por lo menos contactara con los chicos.

—¿Y ahora qué le pasa a ese? —inquirió Nat agresiva

Jenny la observó desde su asiento con una mueca en sus labios.

—Estoy segura que Diego nos encontrará en el Morro. No te preocupes —comentó.

Nat la observó por breves segundos para luego asentir.

—Bien, salgamos de una vez —lanzó en respuesta.

Ángel mantuvo la mirada en el camino y parte de sus pensamientos en la mujer que iba a su lado. Nat no paraba de intentar contactar con la única persona que la verdad podía moverse por sí mismo sin ningún tipo de problema. Suspiró cuando la chica desistió y guardó el teléfono entre sus pertenencias.

—¿Pudiste hablar con Joshua? —preguntó mordaz.

En ningún momento lo intentó y solo por eso Ángel estaba siendo un verdadero idiota. La chica lo miró de reojo y volvió a sacar el teléfono.

—Vamos, Nat. No te costaba nada dejar de intentar —resopló él.

—Déjame en paz ¿quieres?

—Podemos solo ir en silencio —pidió Jenny desde el puesto trasero.

Ángel se removió detrás del volante justo en el instante en que notó al par de tortolos en la parada contigua. Se detuvo en cuanto pudo e hizo sonar el claxon para llamar su atención.

...

Una parte de Nat se fue en buscar con la mirada a aquel hombre imponente de ojos duros y cabellera cobriza, pero la residencia estaba atestada de gente que no cumplía con esa descripción. Siguió el camino junto con el resto solo para perder la esperanza de verlo antes de siquiera entrar. Sintió la mano de Jenny tocar su hombro tan cordial como podía serlo. Hizo una mueca que intentó muy vagamente de ser una sonrisa, misma que Jenny notó. Incluso notó la tensión persistente entre Joshua y La turca. Aquella chica liberal que había visto en el desfiladero parecía desaparecer con cada día. Sus ojeras eran notorias incluso debajo del maquillaje, y la forma en que se aferraba al brazo de Joshua como si él fuera su sostén era tan distinta a como solía tomarlo.

Estaban quebrados todos y cada uno de ellos. Él único que parecía indiferente era Ángel, pero sabía que solo era una mascara que usaba para que nadie comentara nada. Tampoco había mucho que comentar. Tal como ella lo veía, se mantenían a duras penas.

El grupo se vio en el pasillo del ultimo piso con una puerta marrón al final del corredor. Una puerta común y corriente que dejaría de serlo una vez que ingresaran. Ángel se apresuró a tocar al instante en que se abría a él por inercia.

La mirada de Diego fue lo primero que atravesó a Ángel quien solo le dedicó un leve asentimiento que Diego interpretó. Lo segundo que notó era el menudo cuerpo de Erika sentada sobre un mueble pulcro junto con Esteban a su lado y, frente a ellos, Pedro Sandoval quien le profirió una mirada severa.

—Ángel, hacía mucho tiempo que no te veía —comentó Pedro.

—Es bueno verlo otra vez —respondió Ángel.

Pedro observó al grupo completo y volvió la mirada a Erika con severidad.

—Supongo que estamos completos —musitó.

—Somos todos —respondió Erika.

Pedro se levantó del mueble, abotonó su saco y miró a su hija por breves segundos.

—Patricia, procura que nada ni nadie entre —ordenó.

La chica suspiró hastiada, pero asintió consciente de que si no lo hacía sería pero para ella.

—Diego —Le llamó Pedro.

La habitación continua era tan grande como el mismo comedor. Sus paredes blancas mostraban la luz que ingresaba a través de su amplia panorámica. Los cuatro ancianos yacían sentados a una distancia equidistante de cada uno en sillas que databan del siglo XVI. Constanza alzó el mentón al instante en que vio a su hijo y su nieto entrar al salón. Tragó hondo más no demostró más de lo que debía mostrar. Ante ellos y cualquier otra persona debía ser implacable pues como parte de los ancianos había sido escogida por esa misma razón. Hizo un pacto muy antiguo a costa de su familia así que aquellos dos no podían significar para ella más de lo que debían.

La mirada azabache de Edgar Malchiodi se posicionó sobre quien debía liderar aquel circulo y que, a su parecer había dejado que se desbordara sobre sí. Malchiodi enarcó una ceja al contemplar aquel pequeño grupo de nueve personas. Volvió la mirada a su igual, una mujer de cabellera corta y ojos ambarinos que lucía aburrida de estar ahí.

—Creí que eran diez —comentó Edgar a Sara.

La mujer asintió con la cabeza. el comentario había llegado a oído de todos pues no pretendía ocultar lo evidente.

—El circulo perdió un miembro el año pasado, mi señor —respondió Pedro con la mirada gacha, pero con el deseo de volverse hacia su madre.

—¿Iniciamos? —inquirió el cuarto anciano: Jorge Fernández.

La mirada de Constanza fue a dar contra Jorge quien desde su posición no solo aguardaba porque ella diera inicio al honor de la reunión si no porque fuera verdugo de quien tuviera que caer ante el castigo.

Constanza se irguió y mostró una mirada severa al grupo que, posicionados en fila, aguardaban porque los ancianos hablaran e hilaran el desastre que ellos pudieran haber provocado. Hasta ese momento Vanessa había observado el suelo con sus dedos entrelazados a los de Joshua. Sentía el calor de su mano como una sensación que necesitaba para saber que pronto pasaría todo.

—Este circulo se presenta ante nosotros luego de que sus acciones pusieran el riesgo de nuestro mundo. Quien sea nombrado deberá dar un paso adelante para cumplir con el castigo y penitencia que será entregado ante los actos de enfrentamiento, obstaculización, intento de socavar y homicidio. Da un paso adelante: Esteban Velázquez.

La mirada de Erika fue directa al hombre que observaba a Constanza inquieto. Sabía que sus acciones habían puesto en peligro al circulo, más no entendía por qué le acusaban de homicidio cuando nadie había fallecido.

—Mi señora...

—¡Alto! —exclamó Edgar antes de que Esteban siguiera—. Tendrás opción de exponer tus actos una vez que la tercera anciana concluya.

Esteban se cayó aunque no gustoso de hacerlo.

—Por actos de rebeldía, intransigencia y métodos opuesto al círculo, da un paso adelante: Erika Andrae.

Erika abrió los ojos de par en par inquieta ante las palabras y los delitos. Dio un paso adelante no sin antes mirar a Pedro en la otra punta. Impasible, como si aquello hubiera sido premeditado. Él no los veía ni les interesaba hacerlo, sin embargo, el resto de los integrantes parecían inquietos ante lo que ocurría.

—Puedes continuar, Edgar —comentó Constanza.

Edgar miró a su igual y luego al par que se encontraba frente a él.

—Entiendo que puede parecer extraño el motivo por qué ustedes están aquí. Es un castigo justo. Quiero que entiendan las razones por las que ustedes deben cumplir penitencia y también dejar en claro porqué somos un circulo y no una secta satánica como nos quisieron hacer llamar hace siglos atrás...

—Edgar, podrías ahorrarte la clase de historia —comentó Jorge en tono burlesco.

—Los jóvenes deben saber, Jorge. Los jóvenes deben saber —musitó.

Con ambas manos detrás de su espalda, recorrió el camino al lado de Erika y Esteban. Ella, visiblemente inquieta notaba los pasos del anciano por cuanto daba, su vista se fijaba en las suelas del calzado del hombre y un leve cosquilleo empezaba a emerger en su brazo derecho. Sus uñas iniciaron un proceso que sabía sucedería cuando Esteban diera el paso, sin embargo no imaginó verse del otro lado mucho menos junto a él. Llevó du mano derecha hacia su rostro acto que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes. Edgar extendió la suya para que Erika lo aceptara. Ella tan solo miró de reojo a Esteban quien se mantenía absorto en sus pensamientos. Tomó la mano que el anciano le profería con la delicadeza que pudiera tener.

—Hicimos un pacto sagrado que no puede ser roto ni se puede cambiar. Solo existe una manera de deshacerlo. Tu, querida, lo sabes bien. Lo obtuviste de la única forma en que se puede obtener.

Ella tragó y recordó al tiempo en que trataba de borrar cada imagen de su cabeza como si eso pudiera ser posible.

—Nuestras manos son el reflejo de lo que hemos hecho, pero tu astucia y tu deseo han tocado a los tuyos de una forma en que nunca antes se había hecho ¿Qué encontraste? —preguntó

Y así como sobrevino los recuerdos de la sangre derramada de una desconocida para ella, también lo hizo los recuerdos de cada porta objeto que estudió con la sangre del circulo.

—Limpios —comentó.

No era una verdad absoluta y eso no pareció pasar desapercibido para ninguno de los ancianos.

—¿Todos? —inquirió Edgar.

Erika lo miró cuando sus huesudos dedos tocaron su mentón.

—No.

—¿Quién? —preguntó exasperado.

Erika tenía la respuesta y la imagen en su cabeza. él lo vio más esperaba que saliera de los labios de la doctora.

—Natalia —dijo al fin.

Y con ello las miradas de los presentes fueron a dar contra Natalia que, sin saberlo, parecía formar parte de una cacería más que una reunión.

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