Capítulo 23
El aire se cortaba en la garganta de Lily, el esfuerzo físico que hacía con cada giro parecía ahogarla. Antes no había sentido tanta necesidad de respirar como si sus pulmones se estuvieran llenando de agua salada. No entendía por qué ocurría, lo que sí sabía es que Evangeline se había dado cuenta y no era para menos. Su expresión la delataba de una manera asombrosa ante los ojos de su profesora.
Lily hizo un plié y decidió dejarlo hasta ahí. Se sentía cansada. Empezaba a entender las advertencias de Ana a las que no quiso hacer caso pues creía que estaba mucho mejor como para dejar su vida a un lado por un suceso indistinto. Solo que no era cualquier cosa, y se trataba de algo más complejo. El miedo venía a ella con forma de pesadillas donde ese hombre jugaba con su mente. Esteban nunca la tocó y quizás jamás lo haría, pero no dejaba de ser un secuestro.
—Lo siento, lo siento...
Lily se dejó caer al suelo mientras Evangeline la observaba desde su lugar. Debía ser implacable, debía ser la profesora de ballet que desconocía de la vida personal de la chica a sus pies. ¿Cómo podía serlo si la conocía como si fuera su sobrina?
—Retírate —exclamó.
La chica alzó la mirada inquieta ante esa voz monótona que evidenciaba una orden llena de suficiencia.
—Regresa cuando estés preparada, pero no pierdas mucho tiempo. Solo queda dos semanas para la presentación. A menos que desees que otro haga tu papel.
Evangeline se retiró incluso antes que ella pudiera responder a los dardos que recibió. Estaba exhausta, ahogada y molesta. Se levantó como pudo solo para mirar detrás de sí pues la sensación de ser observada la consumía. Patricia se llevaba las manos a los labios para ocultar una sonrisa que aun así se notaba en sus ojos. Se adentró en el pasillo tan pronto Lily la notó, aunque ya había visto lo evidente ¿Cuánto tiempo estaría patricia practicando para tomar su papel? ¿Cuánto tiempo habría pasado en el salón luego de ella o antes?
Nada importaba en tal caso. Debía repararse, si es que habría alguna forma.
Tomó sus pertenencias de su casillero y salió con miras a tener una larga caminata por toda la avenida municipal. No siempre se le cumplía ese deseo. Tomás se encontraba fuera con la espalda recostado del auto y los ojos fijos en el teléfono.
—¿Qué haces? —inquirió Lily cuando estuvo cerca.
—Te llevo a la clase —dijo simple y con una media sonrisa—. Vamos, no hay que llegar tarde.
Una sonrisa complaciente se dibujó en los labios de Lily quien se adentró en el auto antes de que Tomas se lo volviera a pedir.
—¿Vendrás a buscarme todos los días? —preguntó ella.
—Sí, si eso es lo que quieres.
Lily negó con la cabeza.
—No, quiero hacer todo como siempre. Eso es lo que realmente quiero, pero...
—No estas lista —terminó por decir Tomás.
Ella negó con la cabeza y en su voz ese no salió como un reclamo para sí.
—No te presiones. Ana y yo estamos aquí. Siempre —comentó él.
—No puedo pedirte más de lo que has dado. No entiendo cómo has podido salir de ahí siquiera...
—Bueno, tengo buenas piernas. —Se mofó.
Lily carcajeó y a Tomás le agradó escucharla. Era una risa sincera que no escuchaba en mucho tiempo y que ella necesitaba casi como el agua.
—¿Quieres hacer algo después de clases? —inquirió él.
—No, deberíamos estudiar, pronto tendremos exámenes y no salí muy bien en el último.
—Ah sí, exámenes... —Se mofó Tomás.
Una risa provino de ella una vez más, Lily se sentía tranquila. Mucho más que durante la clase de ballet. Y eso era bueno, en cierto modo.
Sus ojos se iban en el rostro de Tomás quien mantenía su mirada pegada al tablero. Aun le quedaba esa pequeña espina guardada en sus recuerdos y no sabía cómo soltarlo porque sabía que sería tildada como una tonta frente a Ana y Tomás.
Selló la computadora una vez que terminó y recogió sus cosas con la mirada de Tomás sobre ella.
—¿Nos vamos? —inquirió.
—Directo a casa, Tomás —pidió ella.
—Bien, bien, directo a casa. No haré nada más —exclamó juguetón.
El par salió del edificio con vista al estacionamiento. Lily se sentía animada. Sabía que le hacía falta esos momentos donde la mente se podía despejar y olvidar cada suceso, aunque aun quedarán pequeñas virutas de esos recuerdos. Quiso volver a la conversación con Tomás, pero hablar de la clase no era su mejor idea.
—Me extraña que Ana no decidiera venir ni decirme nada —lanzó.
Tomás tragó y fijó la mirada en el auto.
—Seguro luego te llama —dijo para sacarle la idea.
—Sí, claro.
Lily divisó el auto y más allá una imagen que no esperaba ver o quizás, sí, no podía estar segura de ello, pero estaba ahí como un fantasma que esperaba paciente por ella.
—Lil, entra al auto, por favor —suplicó Tomás.
Notaba en su mirada el miedo recorrerlo.
—No —respondió.
—¿Lil?
Lily cerró la puerta del vehículo y caminó directo hacia Diego. Iba convencida de que necesitaba hacer una pregunta, solo una. Si él tenía esa respuesta que buscaba no tenía ni idea, pero no podía quedarse parada sin hacer nada.
Diego se quedó quieto. Aguardaba en la mirada de Lily como quien repasa sus palabras para no asustarla. Si tenía algo que decir, no sabía cómo y lo peor del caso es que ella estaba ahí con la mirada fija sin decir ninguna mísera palabra.
—¿Lo supiste? —preguntó. Luego lo pensó y la ironía invadió sus labios—. Claro que lo sabes.
—Podemos hablar en otro lado —dijo él.
—¿Lo planeaste? —preguntó otra vez.
—¡No! ¿Cómo podría planear algo así? No tenía idea de que él era capaz de...
—¿De secuestrar personas? —inquirió ella con el dolor atravesando su voz.
—No imaginé que eso sucedería. No a ti, pero ya me encargué. No volverá a suceder —exclamó Diego.
Tomás se acercó tanto como pudo. No podía evitar quedarse atrás cuando Diego Sandoval estaba implicado de una forma u otra. Su instinto le decía que tomara a Lily y la llevara de vuelta al auto, pero en ese instante ella estaba haciendo lo que ella consideraba que debía hacer: enfrentar al enemigo cara a cara. Esa era Lily después de todo. Aun así, su mayor temor era que decidiera dar otro paso al fuego. Decía que no se quemaría y quizás fuera cierto, sin embargo no quería ponerlo a prueba.
—No tienes que encargarte de nada porque él pagará por ello como debe ser —aclaró ella.
Lily dio media vuelta para encontrarse cara a cara con Tomás. No le gustó verlo tan cerca, como el cazador que aguarda ante cualquier movimiento. La hacía sentir que él desconfiaba de sus acciones, pero no tomaría ese momento para discutir con él.
—Llévame a casa —dijo al estar tan cerca de él.
...
Ana depositó la copa sobre la mesa.
No tenía idea que las ideas de Katherine se estuvieran tan locas como para llevarla a tomar un trago, pero lo que sea que la magna presencia de aquella mujer tuviera que decir debía hacerlo en forma presencial. Lo sabía y en su fuero interno algo le decía que todo tenía que ver con ella.
La notó aspirar del cigarro por segunda ocasión para aplastarlo contra el cenicero con tanta convicción que si fuera una cucaracha habría desaparecido de las faz de la tierra. Alzó la mirada y la fijó en los oscuros ojos de su acompañante con una fuerza emanando de ella que Ana creía sentir el puñal... aunque solo fuera la empuñadura.
—Hablé con una anciana. Ha sido clara en que los implicados deben ser castigados y ha recibido un nombre.
—Soy el punto débil —afirmó Ana con sorna.
—Estoy feliz de recuperar a mi hija, Ana, pero aun más de que estés en nuestro circulo. Amas a mi hija y has hecho lo que consideraste oportuno. Espero entiendas el sacrificio que ello implica, y no nos lo tengas en cuenta. Si por mi fuera la única persona que debe ser castigada tiene nombre y apellido y traspasó los límites al meter su cara donde no debía —aclaró.
—¿Qué me harán?
—Serás castigada —respondió Katherine en tono simple.
Ahí era cuando Ana notaba por qué ella era la cabeza en ese circulo. No imaginaba a Amanda Jiménez ni a Evangeline ejerciendo con tanta dureza como lo hacía doña Kath.
—¿Qué tipo? —inquirió después de trago hondo.
—Lo desconozco. Lucharé porque no sean severos —comunicó.
Si ella lo decía, debía ser cierto. Nunca mentía, no cuando daba su palabra.
—¿Y Lily? —preguntó Ana.
—No considero que Liliana esté preparada para saber en qué clase de mundo nació, mucho menos para entender cuán compleja es su situación —negó la mujer con la cabeza al cabo que terminaba el tinto en su copa.
—Creo que ninguno de nosotros sabe lo que ella es ni cuan compleja es —musitó Ana.
Katherine observó con la severidad que la caracterizaba. No porque sus palabras hubieran sido una critica ni que fueran lanzadas como dardos a su persona, si no porque para ella era mejor que su circulo no supiera aun. Lo único que debían comprender es que Lily no podía estar sola, mucho menos con personas de un circulo distinto.
—Quizás algún día lo sabrán, por ahora es innecesario. La reunión será el día de mañana. Lily deberá estar en clases mientras ocurre y dejaré a un guardia de seguridad vigilándola. —comentó.
—¿Un guardia? —se mofó Ana—, ¿Qué podría pasarle si todos estaremos en la dichosa reunión recibiendo nuestro merecido por imprudentes? ¡Ja! Por favor, Lily no es tonta.
—Quizás, pero no lo discutiré cuando se ha decidido.
Ana hizo una mueca y volvió la mirada a su lateral.
—¿Dónde será? —inquirió—. Creo que la última vez que nos reunimos fue en tierra santa.
—Sí, bueno, para castigar a los implicados no podemos manchar la tierra de Dios. —espetó con la simplicidad que la caracterizaba—. Lo más probable es que sea en El Morro.
—¡Ah, qué lindo! —susurró Ana mofándose—. Los ancianos no quieres jugar en tierra de la plebe —gimoteó
—Nunca lo han hecho, no empezarán ahora. Ana, sé que después de esto puedes verte un poco complicada así que pediré una cita médica para ti.
—¿Crees que sea un castigo físico? —inquirió Ana.
Lo temía de hecho, aunque escucharlo en la voz de Katherine era afirmarlo. Katherine tan solo se limitó a asentir sin denotar ningún tipo de sentimiento que su rostro pudiera mostrar. Estaba tan quieta como el instante en que había iniciado esa conversación con Ana y aunque creía que no saldría para nada bien, Ana le mostraba una tranquilidad que no había esperado en ella.
—Me prepararé en ese caso —exclamó Ana.
Tomó lo que quedaba en su copa y se levantó no sin antes ser detenida por Katherine.
—Nada de sustancias psicodélicas, Ana. No podría permitir tal bochorno.
Ana hizo una mueca seguido de una reverencia con una seña de burla que Katherine dejó pasar. No era para menos. Ella mejor que nadie conocía los castigos que podían ejercer los ancianos porque los había vivido y sufrido. Alguno más dolorosos que otros, podía sentir el sabor férreo en su boca de todas las veces en que su cuerpo se vio sometido. El dolor debía ser visto y sentido para que supieras que ir en contra de las reglas se penaba con toda la ira que podía ejercer el circulo. Quizás por eso Constanza sentía tanto odio hacia ella, porque aunque había sido castigada lo era porque iba en contra del círculo. Era el alma libre que ponía a los ancianos con los pelos de punta.
Si la Katherine de veintitantos viera ahora en lo que se ha convertido, se reiría en su cara con tanta fuerza que dolería en su pecho. Katherine dejó caer el cigarrillo sobre el cenicero y pidió la cuenta. Sus pensamientos terminarían en un recuerdo que no estaba dispuesta a abrir ahí ni en ese momento. No sentía emoción de recordarlo. Encausó su mente en esa reunión donde conocería a los intrigantes de ese otro circulo. Necesitaba alejarlos a todos y cada uno de ellos.
Y lo haría.
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