Capítulo 22
Erika veía al chico desde la puerta de la habitación. Lo había curado mientras que su cuerpo descansaba. Apenas y había hecho alguna mueca. La fuerza de Diego era mayor a lo que sabía, eso lo entendía. Lo que no sabía era cuanto podía dormir cuando sus fuerzas se drenaban ante el descontrol y la desmedida. Se abrazaba así misma temerosa de que la imprudencia del chico lo dejara fuera de juego por tanto tiempo.
Esteban se acercó y rodeó con la complicidad de una pareja en busca de atención, misma que no recibía de ella en ese instante. Erika estaba más allá de sus pensamientos.
—Esta vivo. Te lo aseguro —comentó Esteban al tiempo en que dejaba un beso sobre el cuello de la mujer.
—Lo sé —aclaró con sorna.
—¿Qué haces aquí entonces? —inquirió en tono molesto.
—No hizo ni pio cuando lo curé. Aun no despierta y sus heridas aunque aglunas profundas no son para tanto —Meditó—. ¿Qué le hiciste?
Erika giró a verlo inquisitiva.
—Solo soy un simple buscador. No me mires así —lanzó enojado—. No tengo culpa que no sepa medirse.
—Aun es un chico...
—Grandecito para que otros se preocupen por él.
Erika resopló.
—¿Pedro no ha llamado? —preguntó.
Esteban negó con la cabeza. estaba obstinado. Se cruzó de brazos y recostó de la pared. Estaba harto de actuar como niñera, pero notaba en los ojos de Erika su temor y angustia. Por un lado ansiaba que llegara el día de la reunión. Esperaba que de esa manera las aguas se calmaran, por otro lado sabía que desde ese día no podría hacer uso de su don.
Erika decidió cerrar la puerta detrás de sí. Envuelta en una simple sabana observaba sus pies helados aferrarse entre ellos.
—Despertará —comunicó Esteban.
La había visto tan ensimismada en sus pensamientos que su Naturaleza le gritaba que le diera ánimos aun cuando él se estuviera quebrando por dentro.
—¿Has sabido de casos como Diego?
—He sabido de uno solo y es el mismo Diego —dijo—. No fue una pelea sobrenatural, Erika. No nos quedamos sin energía. Él, él debe estar tratando de imaginar sus próximos movimientos.
Ella caminó hasta él solo para posar su mano sobre el rostro adolorido de su amigo. Notó en su mirada la falta de aquella picardía que por lo general le acompañaba. En cambio, una tenue luz parecía romper sus pupilas
—¿Quieres hacer algo más? —preguntó ella.
—¿Qué propones? —inquirió.
—Invítame a una cita —lanzó divertida.
Esteban abrió los ojos de par en par, una sonrisa juguetona se movió en sus labios.
—¿Una cita?
—¿Qué? Hasta Grey tuvo citas con Anastasia —Se mofó.
Escuchó la risa de Esteban venir como la de un torbellino en medio de tanta tensión. Creyó que ambos necesitaban relajarse y mas allá de los momentos íntimos, aquella forma era una de las mejores cosas que hubiera planeado. Seguía preocupada por Diego y sus excesos, así como Esteban y su castigo. Por otro lado a su mente aparecía Natalia quien había dejado en la clínica, pero dudaba que la encontraría ahí una vez que regresara. Al contrario, sabría donde buscar primero, sin embargo frente a ella había alguien que la necesitaba de una forma en que ninguno de aquellos chicos ameritaba en ese momento. Solo por eso decidió pasar aquellas horas a su lado.
...
Miró la puerta aterrada. Esperaba que del otro lado no hubiera nadie, pero bien sabía que lo primero que vería sería a una Jenny preocupada por su bienestar. Se frotó los ojos y trató de relajarse. Como un imán, recordó a la persona que había puesto su mundo de cabeza. miró hacia atrás. A aquella puerta blanca con el numeral tres y la letra b. le molestaba de sobremanera, pero hacer cualquier cosa era una perdida de energía que no tenía. Decidió entrar en el apartamento de una vez. Se echaría un baño, se relajaría, revisaría su teléfono y buscaría la forma de volver al trabajo. Quizás aun no la habían corrido. O eso esperaba.
El apartamento tenía un aura lúgubre. Sentía la tensión a pesar de que a primera vista Jenny aun no se había levantado de la cama. Fue directo al pasillo que llevaba a las habitaciones. Ahí, tirado en el suelo como un siniestro espantapájaros notó las facciones de Ángel a través de la pequeña luz que se colaba por la ventana. Lucía cansado, tanto o más que ella, de seguro. Fijó su mirada en Jenny quien yacía en la cama en una posición poco cómoda y en el medio lo que pudo haber sido un festín entre vasos sucios de refresco y una caja abierta con un pedazo de pizza a medio comer.
Sonrió ante la escena.
Imaginaba que su amiga había estado tan preocupada como para probar algún bocado, de la misma manera en que Ángel pudiera haberla forzado. Se acercó hasta él y notó su respiración lenta. Estaba en un sueño profundo así como ella hubiera querido estar.
—¿Te escapaste? —preguntó Ángel.
Natalia no respondió al instante. En cambio se lanzó contra el filo de la pared para recostarse de ella. Notó la mirada penetrante en los ojos ambarinos de Ángel.
—Si.
—¡Por Dios, Nat! ¿No dejarás de preocupar a Jenny? —preguntó en tono molesto.
—No podía estar mas tiempo, además no podría pagar por estar ahí.
—Sabes que no lo pagarías tu ¿Si lo sabes? —inquirió Ángel—. Dejaré de lado el hecho de que eso suena a excusa barata.
Natalia volvió la mirada a su amiga. Aun dormida, no sabía la pequeña discusión que estaba teniendo con Ángel.
—¿Cómo esta?
—Mortificada por ti —lanzó él.
Suspiró inquieto y se refregó la cabeza.
—Lo siento.
La chica se quedó pasmada al escuchar esas dos palabras de la boca de Ángel. Volvió a verlo con la duda en su rostro al igual que la sorpresa. No era común, ni por asomo, pero en él sí se notaba cuanto le dolía y sentía aquella frase.
—De no ser por mí no hubieras tenido que ir a emergencia. —musitó—. Las puse en peligro.
—No sabías que me iban a envenenar mucho menos que aceptaría los trago de un extraño. Estoy grandecita, ¿sí? Tomo mis propias decisiones.
—Las más terribles decisiones, claro. Anota eso en tu frase —lanzó Ángel en tono sarcástico.
Natalia se removió del suelo con miras hacia la cocina. Sabía bien lo que trataba de expresar Ángel en su forma nada suave y aunque lo entendía, no quería recibir ningún tipo de reclamo ese día. También le dolía pensar que justo él se sintiera culpable por sus acciones, pero de la forma en cómo se había dado todo, no podía culparlo de nada de lo ocurrido.
—Dame la cara, Nat —exclamó él.
—No tienes la culpa de nada, de absolutamente nada. Más bien si esperábamos por ti pues ya estamos aquí, podrías decirnos ahora qué era tan importante —exclamó.
—Vaya manía la tuya de querer cambiar el tema porque ¡No eres capaz de ver el enredo en el que estamos metido! ¡Sí! Soy responsable de lo que te sucedió y trataré de averiguar quien fue capaz de hacer algo así ¡Pero tu también debes verte! Esa clase de cosas no son propias de ti, Natalia. Déjalo ir. De veras, ¿Cuánto vale como para hacer algo así?
—¿De qué coño hablas? ¿Crees que yo misma me envenené? —inquirió ofuscada.
—No. Pero sí creo que eras consciente y aun así no hiciste nada.
Natalia tragó hondo. No lo esperaba, mucho menos que Ángel fuera tan perceptivo.
—Ahora sí que debes estar drogado —lanzó en un vago intento de contrarrestar la opinión de él.
No lo conseguía.
Ángel estaba tan seguro que solo ver la respuesta de Natalia le daba pie a creer que era tal como lo había imaginado. Se dejó caer sobre uno de los muebles y echó la cabeza hacia atrás. El circulo parecía romperse con cada nueva situación. A pesar de que inocencia no tenía nada que ver con lo sucedido a Nat, parecía que su presencia había iniciado una serie de hechos a medio convenir. Solo que no tenía idea de a quien.
—Ya no lo recuerdo —murmuró.
Natalia frunció el ceño interesada.
—¿Qué?
—Por qué se los pedí. No recuerdo.
Ángel se dejó caer sobre el mueble con la sensación de estar abatido. Recostó la cabeza y observó el techo de madera barnizada que se posicionaba sobre ellos. Allí donde sus pensamientos se convertían en nubes negras y la sensación de que estaba perdiendo el control de todo lo dejaba sin fuerzas. Nunca había querido ser líder de circulo, pero tampoco dejaba que su circulo se viera en tan malas condiciones; era ese aspecto donde sentía que fallaba de una forma tan estrepitosa que no lograba entender cómo pudo dejar que sucediera.
La chica hizo una mueca en sus labios pálidos luego de que la pintura roja se corriera y solo dejara vestigios de un maquillaje cargado que usaba como una mascara ante la sociedad. Natalia se dejó caer a su lado. Adoptaba la misma posición, más no su cara de horror. Ella pensaba en otras cosas como por ejemplo la verdad en los labios de Lujuria.
¡Ja!
Justo tenía que ser lujuria quien la desgranara de una forma en que ninguna otra persona lo había hecho. ¿Tan clara era? Siempre se había visto como un libro lleno de versos purpuras y barroco, con más capas que una cebolla en su mejor punto. Quizás la percepción que tenía de sí estaba tan errada como para que otros fueran capaces de analizarla en manera que ella no entendía. No en ese momento.
—¿Has hablado con Diego? —preguntó Nat.
Ángel se rio. Carcajeó de un momento a otro sin ningún tipo de aviso. Quiso levantarse solo para ver a la chica llena de sorpresa.
—¿Te has visto si quiera? —preguntó en contra parte—. Vamos, Nat, sé que eres capaz de amarte un poco...
—¡No pregunto porque interese! Es solo que salió de la clínica y...
—Estoy un poco harto de esto. Trata de dormir, de compartir con Jenny. Vuelve a rehacer tu vida sin meterte en problemas ¡sin meternos en tus problemas! —reclamó Ángel antes de salir por la puerta.
Ella no tuvo tiempo de responder a las recriminaciones de Ángel, aunque tampoco tenía ganas de hacerlo. En cambio, hizo lo que pensó hacer en principio, fue directo a su habitación, abrió la perilla de la regadera y se metió debajo de ella con todo y ropa. Después de todo tendría que lavarla en algún momento. Allí, en medio de sus pensamientos, se acuclilló y abrazó. Allí lloró lo que no pudo llorar desde que había ingresado a la clínica.
...
Diego llevaba varias horas con la vista fija en el canal. Veía las embarcaciones flotar a orillas de las casas y a las personas ajenas a lo que ocurría en cada una de ellas; a lo que ellos eran. Aun le dolía el labio inferior, tuvo la suerte de que no se formara un hematoma en su ojo izquierdo y aunque le costaba respirar sabía que no tenía ningún hueso roto. Era hora de volver a casa. Eso es lo que su padre le había escrito en un mensaje seco, distante. Propio de Pedro Sandoval. Estaba acostumbrado y no le molestaba en lo absoluto; aquella lejanía era lo que lograba que Pedro Sandoval tuviese claro sus acciones y que él fuese consciente de las suyas.
Tomó el teléfono y lo guardó en su bolsillo. Miró su alrededor como quien espera no dejar nada atrás. Caminó hasta verse en el ultimo tramo de la escalera. La casa parecía estar sola, aunque lo dudaba. Solo le bastó con acercarse a la sala de estar para saber que era así.
Esteban estaba entretenido con una serie de papeles dispuestos en la mesa frente a él. No solía verlo con lentes, lo que le parecía extraño. Aquel hombre le había protegido en todo momento que lo necesitó. ¿Cómo pudo secuestrar a una chica como Lily? ¿Qué pasaba por su mente?
—Dale las gracias a Erika. Ella fue quien te curó —dijo Esteban sin verlo.
Había notado esa tensión propia de momentos incomodos en que dos personas tenían tanto por decirse, pero no sabían cómo. Le parecía particularmente detestable cuando algo así ocurría.
—No esperaba menos —comentó.
Diego miró a su alrededor como quien busca por algo o alguien. Respiró profundo y suspiró.
—¿Por qué Lily? —preguntó de una vez.
Esteban alzó la mirada tan solo para acomodarse en el mueble dispuesto a responder esa interrogante que sabía estaba carcomiendo a su ahijado.
—¿Qué significa para ti? —devolvió
—Yo necesito una respuesta —lanzó Diego.
—Parece que es la razón de tan mala suerte —recalcó Esteban—. ¡¿Qué significa para ti? —volvió a preguntar.
—La razón de tan mala suerte —musitó—. La chica muerta, Natalia... ella aparece como si nadie la sintiera... ¿Realmente es mala suerte? —inquirió para sí.
Esteban tenía una cabello lacio que parecía estático a menos que lo tuviera recién lavado. Ese día parecía que se había secado con el viento y con sus dedos cuando lo echaba hacia atrás.
—No te diré que te alejes porque estoy seguro que ese ya no es un consejo, pero lo mejor es que no te acerques tanto como para quemarte —comentó él.
Diego frunció el ceño curioso ante lo que él le decía.
—Parece que te esta absorbiendo, ahijado. ¿Dejarás que una inhibidora te quite lo que le circulo te dio? —preguntó
—No son esas sus intenciones.
Esteban mostró una sonrisa picarona.
—Sí, ella no tiene idea de lo que significa, pero nosotros tampoco ¿O tu sí? Diego, de un viejo zorro a un cachorro de lobo: abre bien los ojos.
Conducir por las calles de Lecheria a media mañana tenían la particularidad de ser un suplicio, pero ese día parecía que el mundo había decidido no salir de casa y dejar las calles solas para él. Condujo hasta verse en la gran casa blanca donde decía vivir con tanta picardía cuando eran pocas las veces en que tocaba la cama de su habitación. Sin embargo, aun llevaba el mensaje de su padre en el teléfono como un roca que pesaba en su bolsillo. Lo encontró a las afueras de la casa con los dedos alrededor de un puro que miraba como si pudiera ver el futuro a través de la hoja quemada. Si tan solo Pedro Sandoval tuviera tal don muchas cosas le habría resultado diferentes.
El don de la adivinación siempre fue de su madre Amada de Sandoval, y se lo llevó al hoyo en el panteón familiar como un regalo que nunca quiso donar.
Diego lo observó con la cabeza ladeada; aguardaba por el momento en que su padre recriminara sus acciones. En cambio le invitó un puro que Diego aceptó. Tomó asiento en las escaleras de la entrada y dejó que su padre encendiera el puro en su boca. Pocas habían sido las veces en que habían compartido de esa forma, por lo menos eran en buenos momentos. Dudaba que aquel fuese tan bueno.
—Ha pasado mucho tiempo —empezó Pedro.
Sus ojos negros no dejaban de ver el habano. Sus labios curveados no dejaban de anhelarlo por igual.
—Erika llamó a una reunión luego de lo sucedido con Esteban ¿Cómo esta ese bastardo? —preguntó burlón.
—Vivo —comentó Diego.
—Entiendo —susurró—. No sabía nada de lo que ocurría. Debo enterarme por terceros.
—No te compete —lanzó Diego
—Lo hace cuando mi hijo está de por medio y más allá de él, nuestro circulo —recalcó—. Debes ponerme al corriente no quiero parecer un payaso frente a los ancianos.
—¿Tanto nos importa la decisión de los ancianos? —inquirió Diego abstraído—. Me desterraran esta vez.
—No, quien cometió el error fue Esteban. Ya lo conversamos y lo hemos arreglado.
Diego contempló a su padre como quien trata de entender cada palabra dejada al aire.
—Yo también tuve...
—Tu error fue meterte con la chica de otro circulo, Diego. —lanzó pedro.
—No sabemos si pertenece a otro circulo o si esta por ahí sola sin saber lo que ella es —reclamó Diego exasperado.
Pedro observaba a su hijo con la dureza que lo caracterizaba, sin embargo, aquellas palabras le mostraban lo que pensaba su hijo. No pudo hacer más que bajar su guardia ante lo inocente y ridículo que sonaba.
—Si lo tiene, Diego, y lo veremos en dos días. Arréglate para ese día. Aunque Esteban y yo ya hemos hablado.
—¿La abuela ira? —preguntó Diego antes de que su padre se fuera.
Pedro lo miró y asintió.
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