Capítulo 19
—¿Joshua? ¿Joshua, te sientes bien? —preguntó ella.
Tomaba de su mano, buscaba el calor que solía otorgarle, pero encontró frialdad. Tragó hondo ante el miedo que le ocasionaba.
—Joshua, no juegues así —musitó.
Sentada a s lado, solo podía ver sus dedos de un tono extraño. El miedo hacía que le temblara las manos, hizo lo que pudo y respiró hondo. Empezó a sacar las sabanas poco a poco, notó la cabellera pajiza del chico y luego de un momento su rostro blanco tan azul como una pintura de mal gusto.
El rostro descompuesto del chico le hizo emerger un grito tan fuerte que la despertó.
Vanessa miró a su alrededor con los ojos fuera de sus orbitas y el deseo de ferviente de que aquello no fuera real. Joshua corrió hasta su habitación y abrió la puerta asustado.
—¿Qué pasa? ¿Estas bien? —exclamó.
La chica empezó a sollozar. Corrió a sus brazos en cuanto lo vio. Él no sabía que ocurría, temía que fuera una pesadilla aunque nunca le había asustado las pesadillas de Vanessa.
—Esta bien, ya estoy aquí —musitó, la abrazaba con fuerza entre que el aroma de su cabello se filtraba en el aire.
—Te soñé. ¡Perdón! —gimoteó ella.
—No es nada, nada pasará —comentó.
Vanessa se hizo a un lado para verlo.
—Sabes que no es así —recalcó.
—Pues ya que lo sabemos, sabes qué debes hacer —aclaró con una sonrisa en su rostro—. Mi pequeña mariposa. No puedes dejar que una pesadilla nos encierre ¿o sí? —musitó. Limpiaba sus lagrimas con tanta amabilidad que le caracterizaba.
Vanessa se acomodó a su lado, empezaba a visualizar sus temores en sus sueños de una forma en que no lo había hecho antes. Quiso hacer a un lado la sensación de que todo iría a peor para no preocupar más a Joshua aunque seguía ahí, latente. Veía a su compañero desde su sitio quien empezaba a cerrar los ojos una vez más. Quizá había recibido la información y la hizo era un lado, quizá quiso dejar atrás todo cuanto estaba sucediendo pues entre las investigaciones de Erika, lo sucedido con la chica muerta y la inhibidora todo parecía ponerse de cabeza. Ella no era alguien muy fuerte. Al contrario siempre necesitó del brazo de Joshua. En algún momento se imaginó libre de él, quizás para demostrar la misma entereza que Natalia, pero con el tiempo se dio cuento que eso no sucedería.
Volcó sus pensamientos a algo más lindo como el estar los dos abrazados en la misma cama. Recordaba que hacía días que no podía hacerlo porque habían quedado muy mal luego de la extracción de Erika. No sabía cómo sacar un poco de sangre diluida podía generarle tanto problema.
Volvió su mirada a Joshua quien ya estaba por completo dormido. Quería volver a dormir, de la misma forma, pero temía volver a soñar con él. ¿Qué pasaría si fuera así? Las personas terminaban mal en sus sueños y en su vida. Odiaba tener esa clase de don, pero era el que su generación le había dado y debía ser agradecida según los ancianos.
Vanessa no volvió a dormir. Prefería esperar la mañana con los ojos despiertos.
...
Vio las luces encendidas, la puerta abierta y el bullicio dentro. No era algo normal, nada bueno estaba pasando ahí dentro y de todas maneras se movilizó hasta el lugar. Había unas cuantas cosas que necesitaba resolver como por ejemplo hacer entender que nadie puede meterse con lo que a él le interesa.
Al entrar notó en su lateral los vasos dispuesto sobre una mesa de centro. Dos vasos y una copa en un lado. Frunció el ceño. Escuchó las exclamaciones de Esteban en la parte trasera. Entendía cada una de las palabras que expresaba con tanto odio. Estaba furioso, bien sabía la razón detrás de ello, él mismo se sintió molesto al enterarse.
Diego se detuvo en la puerta trasera con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y la mirada severa en su rostro que se fijaba en el cuerpo de Esteban. Se giró a verlo cuando notó que los ojos de sus ayudantes se iban detrás de él. Al ver a Diego rezongó.
—¿Qué haces aquí? —inquirió.
—Vine a visitar a mi padrino —contestó.
—¿Visitar? —preguntó obstinado—. Hoy todos quieren visitar...
—No soy todos...
—¿Quién te lo dijo? —inquirió.
Esteban no daría más vueltas a lo obvio.
—Así que irás directo al grano —se mofó Diego.
Esteban se relamió los labios, caminó hasta él para estar tan cerca de su rostro. Respiró hondo y ladeó la cabeza.
—Ay, ahijado. Deberías mantenerte alejado —suspiró.
—¿Qué le hiciste? —preguntó.
Esteban enarcó una ceja sorprendido. Mostró una sonrisa picarona que molestó a Diego, sin embargo se contuvo.
—No lo volveré a preguntar...
—Hice lo que debía hacer, pero descuida. No pude terminar mi trabajo, entiendo que eso te moleste —exclamó burlón.
Una línea recta se dibujó en los labios de Diego.
—Esteban...
—Es una chica con agallas, sobra decirlo. Ya tendré mi momento para hacerla desaparecer... —calculó aun burlón.
Lo siguiente Esteban no lo vio venir. Un golpe directo a su rostro lo hizo girar y retroceder mas no se cayó. Su mirada iba al suelo, aguantaba muy bien el dolor así que volvió la mirada al hombre frente a él. Diego se mostraba alterado. Había tratado de ocultar sus emociones, aunque Esteban destruyó cualquier defensa que hubiera querido armar.
—Vamos ¿te vas a quedar con las ganas? —preguntó sarcástico.
Puesto en posición esperó por el segundo embate de Diego, lo advirtió y pudo esquivarlo.
—¡¡¿Qué coño esperas?!!
Diego volvió a lanzar otro golpe que Esteban detuvo. Estaba molesto, eufórico. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía meterse con una chica como Lily? Ni siquiera podía imaginar qué pasaba por la mente de su padrino. Le hizo una finta que lo dejó en el suelo, aprovechó el momento para irse encima de Esteban y lanzar tantos golpes como le fuera posible. Esteban no la estaba pasando bien, al principio le habría sido fácil, pero una vez que Diego inició no pudo detenerlo.
El grito ensordecedor proveniente de la garganta de Diego se escuchaba en todo el lugar. Los empleados de Esteban no se atrevían a meterse, más por ordenes antiguas de su jefe que por otras razones.
Esteban trató de recuperar un poco de aire, pudo moverse ayudado por sus piernas. Se arrastró fuera del abrazo de Diego. Aun en el suelo, trataba de recuperar las pocas fuerzas que le quedaba. Le dolía las costillas, la mandíbula, le pesaba el cuerpo del dolor que se movía por él. Diego yacía en el otro extremo con la vista fija en su adversario.
—¿Por qué tanta agresividad por una cualquiera? —exclamó Esteban—. Está visto que vives para meterte en problemas, muchacho y esa niña solo se traduce en eso.
Diego sonrió, una carcajada emergió de él de forma sarcástica. Inquieto a Esteban al punto de enojarlo. Se lamió los labios y buscó atacar el ego de Diego de la forma en que él había atacado su cuerpo. Sin embargo, Diego no se lo permitió. Se movió tan veloz y le propinó dos golpes directo en la cara, aprovechó el momento para tomarlo de la camisa y golpear su abdomen con rodilla.
Al caer Esteban al suelo estaba tan cansado que no podía defenderse mas, pero eso no le quitaba una sonrisa socarrona que Diego quiso sacar de su rostro a punta de golpes. La sangre brotaba y aunque Esteban ya no podía ver a su adversario no dejaba de sonreír y Diego de golpear tanto hasta que los nudillos empezaron a doler y el cansancio sobrevino. Se dejó caer a un lado del hombre y miró el cielo enervado.
—No te acerques a ella... No seré tan complaciente la próxima vez. —musitó.
—Mátame de una vez, ahijado, porque esto no pasará tan rápido —exclamó.
Miró al chico como pudo, Diego le devolvió la mirada y se levantó. No podía estar más un segundo, aunque tampoco podía caminar bien. Se fue dando tumbos por la casa hasta llegar al auto. Ni siquiera se atrevió a encenderlo, solo se dejó caer sobre el volante.
Esteban alzó la mano en señal de ayuda. Sintió la mano fría de Abelardo quien le ayudó a levantarse y a caminar dentro de la casa. Esteban se sentía peor que un saco de boxeo. Se rio ante su poca cordura. Solo a él se le ocurría molestar a Diego. Bien sabía que el chico podía volarle la mitad de la cara si lo deseaba, él podía ser así, tan impulsivo.
—Señor... Diego sigue afuera —musitó uno de los hombres.
A duras penas podía sentarse bien en el mueble, dejó caer su cabeza sobre el respaldo y fijó la mirada en las luces que parecían apagadas ante él.
—Llévalo a una habitación... —alcanzó a decir—. Llévenme también.
—Debemos curar esas heridas primero —recalcó Abelardo cruzado de brazos frente a él.
Esteban gimoteo. Sí, debía curar sus heridas y solo pensarlo llegaba ella como una avalancha.
—Llama a Erika. No dejaré que nadie que no sea ella me cure ¿Entendido? —exclamó.
—Claro.
...
Ángel se movió por la cocina como un gato en busca de algo para hacer. No recordaba cuando había sido la ultima vez que había comido algo e imaginaba que Jenny llevaba un rato ya sin hacerlo. Ver a la chica tan ausente y llena de remordimiento le molestaba, pero no podía hacer mucho para cambiar aquella personalidad tan propia de la morena.
Tomó las cuatro rebanadas de pan que quedaba, algunos vegetales, salsas y embutidos. Se dispuso a preparar un club social con todo solo para satisfacer su hambre y ver si podía animar a la chica. La había dejado en la habitación con el televisor encendido donde pasaba una película antigua de George Clooney y un vaso de agua. Nunca había sido tan complaciente con ninguna mujer si podía verlo en retrospectiva. Se trataba de Jenny. Cuando pensaba en la chica pensaba en su hermana menor que no tenía. Respiró hondo y suspiró. Aunque quería sentir el peso por haberles pedido que aguardaran en aquel restaurante, no podía. Eran chicas grandes ¿no? Y no eran cualquier cosa, eran brujas ¿Cómo Natalia se permitió ser envenenada? Sus dedos sintieron el calor de la sartén, había perdido de vista donde ponía sus extremidades con solo pensar en lo ocurrido.
—¡Mierda! —gritó—. ¡Mierda, mierda, mierda!
Exclamaba con tanta furia que golpeó la sartén contra la cocina.
Jenny escuchó el bramido desde la habitación que la hizo correr hasta el lugar donde él se encontraba. Lo vio a un lado, abatido contra la pared y la mirada llena de rencor. Se movió con cuidado entre el desastre que había quedado de lo que antes había sido un pedazo de jamón cocido y vegetales. Se sentó a su lado a una distancia prudencial. Fijó la mirada en el suelo, lo que quedaba de un rico sándwich. Nunca antes había probado algo hecho por Ángel, tampoco lo haría ese día.
Ángel fijó la mirada en la chica a su lado. Golpeteo con los dedos el espacio que quedaba entre ellos.
—Ven aquí —murmuró.
Ella se movió, él la rodeó sobre sus hombros y la atrajo hacia él.
—Recordé que no sé cocinar. ¿Quieres una pizza? —preguntó.
Jenny sonrió tranquila.
—¿Podemos pedir un sándwich? Creo que me ha provocado —musitó.
Dejó caer su cabeza sobre el hombro de su amigo. Ángel lo notó y solo depositó un beso sobre su cabello.
—Ordenemos ambos. —concluyó.
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