Capítulo 3
Capítulo 3. La delgada línea que nos separa
*Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas
Taehyung regresó a la universidad la mañana del martes, pudo sentarse junto a Jay e incluso compartir uno de sus bocetos con él. El joven beta dejó unas palmaditas sobre su cabeza cuando Tae le contó que se encontraba mucho mejor. No obstante, no le habló a nadie sobre el rechazo que había tenido a la medicación supresora durante el previo fin de semana.
—El sábado es la fiesta de universitarios en casa de Mina, ¿vendrás conmigo?
—Huh, ¿esa fiesta de Halloween? ¿pero no estamos ya en noviembre?
Taehyung se masajeó la frente mientras caminaban por el pasillo, con su bandolera colgando de un hombro, guardó la otra mano en el bolsillo del fino abrigo marrón que vestía.
«¿Por qué diablos le dolía tanto la cabeza?», se dijo.
—Te dije que lo retrasaron una semana por los parciales.
—Casi lo había olvidado —agregó Tae distraídamente—. Últimamente no sé ni en qué día vivo.
Jay esbozó una fresca sonrisa, rodeó sus hombros con un brazo.
—Todos estarán allí, Jun me insistió para que vinieras. También Yun-ho y Sam —expresó su pareja—. Tal vez pasemos la noche allí, ¿te dejará tu familia?
Taehyung estaba seguro de que sí, todos eran betas, él era el único estúpido omega y estaba seguro de que ni la mitad de sus compañeros lo sabían (los betas ni siquiera podían detectar su esencia omega).
—Te lo confirmaré esta noche —contestó el ceniza.
Se separó en el pasillo de Jay tras el cambio de hora. Taehyung fue directo a su taquilla para agarrar su monedero, diciéndose que necesitaba pasarse por la cafetería y comer algo para librarse de la jaqueca. Cuando cerró la puerta metálica, vio a Jimin a su lado y su corazón saltó en su pecho.
—Hola —dijo Jimin.
—Hola —contestó Tae como un bobo.
—¿Superaste la fiebre?
Taehyung se cruzó de brazos, desvió su mirada y se sintió como un crío pequeño. ¿Jimin pasaba por allí de casualidad, o había ido a buscarle?
—¿Cuándo dije que tenía fiebre? —sospechó el omega.
—Dijiste que estabas en tu ciclo —sonrió su amigo.
—Sí, ya pasó —confirmó Taehyung muy serio, e irremediablemente adorable—. E-estoy recuperado.
Jimin ensanchó su sonrisa.
—Seguro que te vino bien abrazar a una almohada —añadió con la intención de chincharle.
Taehyung desplazó sus iris hasta él, con una evidente molestia en su rostro.
—¿Mnh?
—Va, tengo que marcharme —prosiguió Jimin despreocupadamente, distanciándose unos pasos—. Hablamos por la tarde, ¡chao!
Taehyung le siguió con la mirada y bufó en voz baja.
—A ti sí que hay que pegarte con una almohada —refunfuñó al aire.
El ceniza apretó su monedero entre los dedos y cruzó el edificio para ir a la cafetería. Salió por la puerta que hacía una intersección entre los dos edificios de la facultad, y justo cuando empujó el cristal con los dedos, el tacto de sus yemas le electrificó erizando su vello. La guantada de aire fresco y ambiente de invierno enfrió sus mejillas, pasó a la cafetería y se pidió un descafeinado de sobre y cruasán que ingirió con bocados pequeños. Estaba perdiéndose una de sus clases, pero su frágil salud omega era más importante. Una bajada de azúcar podía provocarle un desmayo, como en una ocasión le pasó en una clase de Educación Física en el instituto. Todo el mundo sabía que se había desmayado porque era omega, y no pudo sentirse más expuesto y avergonzado.
No mucho después, terminó su sencillo desayuno y regresó sobre sus propios pasos comprobando el reloj (tal vez aún estaba a tiempo de llegar para la segunda mitad de la clase de dibujo técnico). Sin embargo, sus fosas nasales detectaron algo, sus células se sacudieron y su aliento abandonó sus labios por su propia cuenta, como si acabasen de robarle todo el oxígeno. No entendió que estaba ocurriendo, pero las yemas de sus dedos ardieron por el anhelo de tocar a alguien que nunca había rozado. Giró la cabeza detectando el suave aroma de cereza confitada y chocolate amargo, el rastro de bergamota y salvia que hizo flaquear sus rodillas y hacerle pensar que necesitaba algo en lo que sujetarse.
Sus iris de un chocolate negro, el cabello natural, sin repeinar, formado por unos mechones oscuros y ensortijados. Vestía una chaqueta negra y entreabierta que llegaba hasta sus rodillas, guantes de piel que protegían sus probables manos calientes del frío, cinturón ceñido y jersey de cuello alto oscuro. Era el mismo tipo con el que se chocó en aquel estúpido hotel el sábado, el heredero de no sé qué basura del vino y de una casta de alfas con pureza de sangre. Era guapo, intimidante, Taehyung se sintió como en un plano onírico, se mareó por su aroma. Nunca le gustó el aroma de los alfas, pero aquel condenado perfume era adictivo y le hacía sentirse extrañamente embriagado.
Jungkook observó sus ojos de cordero, como si una ovejita blanca y lanuda estuviese prendada del gran lobo negro.
Cuando se aproximó a él, Taehyung deseó tirarle cualquier cosa a la cara (no tenía más que su monedero a mano), su teléfono se encontraba en uno de sus bolsillos, puede que no tuviese suficiente tiempo para llamar a la policía. Pensó que lo más rápido sería gritar, quizá le daba tiempo a patearle antes de que le mordiera el cogote y le arrastrase hacia algún nido donde no quería estar. Su corazón casi escapó por su boca, se asustó tanto, tantísimo de Jungkook que, si hubiera tenido diez años menos, hubiera empezado inmediatamente a llorar a gritos como un chiquillo.
—Taehyung —pronunció como si se conocieran.
Taehyung liberó un jadeo al escuchar su nombre en sus labios, ¿de dónde diablos lo había sacado y por qué sonaba como una melodía?
—¿Q-qué haces aquí? —formuló el omega con voz ronca.
—Por fin te encuentro —pronunció el alfa con serenidad, con las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Pensé esperar hasta la hora de descanso, pero me pasé por aquí una hora antes, por si-
—L-lárgate —le ordenó Taehyung, retrocediendo unos pasos—. No nos conocemos.
Los ojos de Jungkook se abrieron un poco, detectó su nerviosismo inmediatamente, su forma de encoger los hombros, su nariz y mejillas un poco más rosas por el frío exterior.
—Lo siento, no quería asustarte —expresó con una voz como el terciopelo que se metió en su oído y atravesó su espina dorsal molestamente—. Me llamo Jeon Jungkook, ¿puedo saber tu apellido? ¿qué edad tienes?
«Jungkook», repitió en su mente. «Perfecto, el diablo ya tenía nombre».
—No s-sé quién eres.
—Quiero conocerte, tú también lo sentiste, ¿verdad? —continuó Jungkook entusiasmado—. Estábamos esperando a conocernos.
—N-no, no —jadeó Taehyung, alzando una mano para detenerle—. No sentí eso. Y no quiero conocerte, ya tengo pareja. Estoy enamorado, ¿vale? —se apresuró a decir torpemente—. E-estoy muy enamorado de alguien. Ya he elegido a mi pareja, quiero estar con él. N-no puedo estar con nadie más.
—Oh, ¿ese sub-alfa rubio que te seguía el otro día? —indagó Jungkook con un leve recelo—. ¿Te ha enlazado a él?
Taehyung parpadeó. «¿Le estaba preguntando si Jimin le había marcado? Eso era desconsiderado».
—No hueles a marcado, tu esencia está intacta —intuyó el alfa con insolencia, ladeando la cabeza con curiosidad.
«¿Taehyung era virgen?», se preguntó. «Su aroma era como el de uno, su pareja no debía estar cortejándole correctamente».
—L-lo siento, pero no quiero conocerte —procedió a decir Taehyung con aflicción—. D-deseo elegir por mí mismo.
—Estás engañándote ti mismo —añadió Jungkook con arrogancia—. No podrá complacerte como yo, he nacido para ti. Y tú, para mí.
Taehyung se sintió atragantado por la convicción de sus palabras. «¿Cómo demonios podía decirle eso? Estaba saltándose su maldito deseo de que desapareciera, no le necesitaba, ¡no le deseaba a pesar de que su maldito cuerpo omega reaccionara ante un alfa desconocido!».
Su simple ocurrencia le hizo percatarse de lo mareado que se sentía, Taehyung retrocedió hasta uno de los salientes de macetas decorativas que había sobre el resquicio de ladrillo visto y apoyó una mano sobre la fría superficie para retomar su aliento. Tenía frío, temblaba por dentro, se sentía tan caliente como indispuesto. Quería vomitar.
—No, él no es mi novio, es otro... otra persona... —rebatió Taehyung aturdido, viéndose atravesado por una fugaz molestia—. ¿Qué sabes tú de lo que yo quiero? ¡No hables como si-
—Déjame conocerte, te prometo que te haré feliz —insistió el joven alfa aproximándose tras su espalda—. Serás mío.
Taehyung se giró y le miró aterrorizado.
—N-no —jadeó, se apartó de esa superficie y estuvo a punto de tropezar consigo mismo—. No, por favor.
—Dime, ¿no deseas estar conmigo como yo lo hago ahora? —le agasajó Jungkook suavemente—. Dios, no he podido dejar de suspirar por ti desde el sábado, eres precioso.
—Para, d-detente —repitió con un grito, apretando los párpados—. ¡¡¡Para!!!
El rostro de Jungkook pasó del encanto al desconcierto, ni siquiera trataba de importunarle o asustarle. Simplemente, no podía evitar hablarle con una pasmosa sinceridad que brotaba desde su corazón. Nunca se había sentido así con nadie, necesitaba abrirle sus brazos, las puertas de su vida, dejarle que entrara y le hiciera conocer por qué sus almas se encontraban enlazadas. Estaba realmente encaprichado con ese omega, que bajaba las orejas como un cachorro aterrorizado.
¿Por qué tenía tanto miedo? ¿Era por su Lobo interior? ¿sabía que era un alfa puro? ¿había vislumbrado una pincelada de sus iris dorados la noche que colisionaron?
—Tranquilo —exhaló Jungkook con cierta lástima—. Nunca te haría nada, Taehyung. Sólo quiero saber quién eres-
—¡Cállate!
El ceniza abrió los párpados, se movió hacia un lado y le miró ferozmente, como si Jungkook fuera un lobo que intentaba arrancarle la lana y piel para devorárselo sin piedad.
«¿Eso es lo que quería ese desconocido?», su pánico y sus traumas del pasado se clavaron dentro de su angustia omega. «Arrancarle de su pareja, hacerle suyo, preñarle, sacarle de allí sin que terminase sus estudios, convencerle de que él era su única opción, que había nacido para él, que no podría huir, aunque lo intentase».
Se sintió tan asfixiado, tan angustiado de tan sólo pensar que un alfa le poseería, que sacó su peor lado para rechazarle.
—¡Vete! —la voz de Taehyung se volvió agresiva—. ¡No quiero conocerte! ¡No quiero saber tu nombre, no quiero olerte! ¡No quiero que vengas a buscarme! ¡Desaparece!
Taehyung jadeó intensamente, su corazón bombeaba en sus oídos, sus labios y lengua estaban resecos, con un extraño amargor en la boca.
—Si te atreves a tocar a mi pareja o vuelves a acercarte te denunciaré en urgencias omegas —soltó empujando su pecho con ambas manos, Jungkook retrocedió unos pasos por su débil empujón—, te pondrán una orden de alejamiento y otra de restricción domiciliaria.
El alfa no dijo nada, le contempló silencioso, sin ningún rastro emocional en su cara. Taehyung pensó que ni siquiera era capaz de sentir dolor o vergüenza por eso, pero lo cierto era que Jungkook sintió como si alguien le arrancase la piel a tiras. Se culpó a sí mismo por haberle asustado, por haber creado en él tal rechazo. No sabía que los omegas eran tan delicados. Nunca se había sentido tan rechazado por algo que deseaba tanto.
—¿Cómo puedo solucionarlo? ¿C-cómo puedes disculparme? —formuló, con una repentina disposición por inclinarse ante el omega.
—¿Qué?
Taehyung soltó una carcajada histérica, pensó que hubiera sido genial poder reírse, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas y su garganta le dolía como si se hubiese tragado un cuchillo.
—Si me tocas, te mataré, ¿me oyes? —dijo con una extraña voz aguda, ojos brillantes que derramaron una tibia lágrima salada por su fría mejilla.
Aquella fue la amenaza más absurda que hizo en su vida, estaba seguro de que, si intentaba hacerle daño a un alfa, le agarraría del pelo y le obligaría a ponerse de rodillas como un perro. Taehyung se largó después de eso, empujó la puerta del edificio temblando y entró con un fuerte dolor de cabeza, falta de aire, y un lloriqueo que le hizo desear esconderse en el cuarto de baño. Pero su piel de gallina le dijo que los baños eran un sitio peligroso, miró hacia atrás con los nervios de punta, como si pensase que aquel lobo entraría para lincharle. Pero Taehyung estaba solo. No había nadie en aquel hall vacío. Todos debían estar en clase.
Frotó sus ojos enrojecidos, sus manos frías para entrar en calor con la ayuda de la calefacción central y descartó volver a clases. Si entraba por esa puerta, todo el mundo le miraría. Estaba seguro de que los sub-alfas de esa facultad podrían oler sus venas llenas de terror.
Agarró sus cosas de la taquilla y se fue hasta la de Jay, esperó un rato más junto a la taquilla de su pareja hasta el cambio de hora, cuando el timbre resonó y los pasillos se llenaron de gente, vio a Jay acercarse y él salió disparado para abrazarle. Jay era un buen refugio. Sus brazos eran seguros y la base de su cuello no olía realmente a nada.
—Eh, ¿qué te pasa? —dudó rápidamente.
El chico le sostuvo un momento, Taehyung no respondió nada, pero él percibió brevemente cierto temblor cuando rodeó su espalda con un brazo, sujetando sus propios apuntes con el otro.
—¿Tae?
—S-sólo quería abrazarte —musitó Taehyung, poco después alzó la cabeza y miró de cerca el par de ojos castaños del beta.
—¿Tienes fiebre? —Jay se sorprendió por el brillo de sus globos oculares y tocó su frente caliente un instante—. ¿No quieres tomar el autobús? Iré contigo hasta casa si quieres.
Taehyung sacudió negativamente la cabeza. Siempre tomaban el autobús juntos y se bajaban en distintas paradas para volver a casa. Ese día, Jay se saltó la última hora de clase para estar con él, tomó su mano y le acompañó a la biblioteca un rato. Cuando salieron de la universidad, tomaron juntos el autobús como hacía habitualmente, Taehyung se mostró un poco más nervioso que de costumbre, giraba la cabeza de vez en cuando como si estuviera a alerta por algo.
Jay le notó algo paranoico, inhabitualmente suspicaz. Supuso que eran efectos secundarios de los supresores, esos medicamentos del estado siempre tenían algún efecto adverso en omegas. Taehyung bajó a solas del autobús y regresó a casa sin ningún problema, se sintió muy tonto cuando soltó sus cosas en la habitación.
«¿De qué estaba tan asustado? Ese lobo no iba a perseguirle, ¿no?», pensó exhausto. «Se había ido, no había vuelto a olerle».
Jungkook se sintió muy lastimado con aquel encuentro, como un perro malherido, subió a su Mercedes y se dio una vuelta por Busan buscando algún lugar donde asentar su cólera. Se estacionó frente un mirador durante horas, dejándose invadir por la humillación y el desconsuelo.
Despreció y deseó a Taehyung en la misma medida, hasta percatarse en el propio temblor de dedos. En su jadeo. En su calor físico. Los gritos y la ira del omega se clavaron en su alma.
Fue un calvario pensar en que su pareja predestinada le rechazaba. Su Lobo interior no lo entendía, sólo deseaba arrinconarle para tomarle entre sus brazos y obligarle a enfrentarse a lo que él y su luna estaban destinados. Pero la racionalidad de Jungkook le impedía hacer eso.
«No podía obsesionarse. No. Tenía que seguir con su vida», se dijo, sabiendo muy bien que era un poco tarde para no hacerlo. «Tenía una prometida, nadie sabía lo de su pareja predestinada y debía concentrarse en su cargo temporal en la empresa de su abuelo, hasta tomar su definitivo relevo».
Cerca de las seis de la tarde, cuando el sol rojizo y anaranjado se colocaba en su posición horizontal incidiendo sobre las aguas de Busan como en un cuadro de témperas calientes, el alfa de ojos negros regresó a casa solitariamente. Evitó contacto familiar como si le quemase. No estaba de humor para nadie. Bloqueó la puerta de su habitación para reclamar su espacio. No se vio dispuesto a cumplir la cena prevista a la que debía llevar a su prometida esa noche. La presencia de Yui era lo último que deseaba cruzarse.
A la mañana siguiente, salió al amanecer de casa, se pidió un café americano en una terraza y gestionó el resto de su agenda desde su teléfono para no tener que cruzarse con nadie (tenía mensajes de su prometida, de su grupo de amistades alfas, y de algunas hembras preguntándole si estaba libre la noche del próximo sábado). Era un lobo irritado.
—Vaya, ¿he llegado tarde? —Namjoon miró el reloj de su muñeca en lo que tomaba asiento frente al chico. La caramera se aproximó a su posición para atenderle—. Un café solo, gracias.
Jungkook se guardó el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta, le miró de soslayo, antes de tomar la taza de café que llevó hasta sus propios labios. El sabor amargo con hielo era fantástico para acompañar lo exacerbado que se sentía.
—¿Ha ocurrido algo? —dudó Namjoon.
Puede que un alfa puro fastidiado impusiese demasiado (su liberación de hormonas invasivas era notable), Namjoon pudo vislumbrar los colmillos afilados de Jungkook bajo sus labios, sus pupilas levemente dilatadas. Tenía suerte de que la especie alfa hubiese descartado hace siglos la aparición de rabo y orejas de lobo en esas circunstancias, porque Jungkook tendría las suyas bajas, como una criatura malhumorada. Y a pesar de todo, era el único con el que le apeteció encontrarse.
—Encontré a mi omega —pronunció el joven heredero.
Los labios de Namjoon se entreabrieron, con falta de aliento. ¿Había escuchado bien? ¿Un alfa encontrando a su omega? Que a alguien le sucediera algo como eso era como ser bendecido por un rayo de luz, como si en un décimo de lotería te tocase el oro más valioso de mundo. No existía un mayor presente en la vida de un alfa, que encontrarse mágicamente con su pareja predestinada. Ese lazo invisible era pura magia. Pero las parejas predestinadas eran casi un mito a esas alturas, ese tipo de relaciones habían desaparecido, a su vez que la exponencial bajada de nacimientos de omegas se pronunció en el último siglo, acentuándose cada vez más.
—Pero tiene pareja, y, creo que me odia —dijo con aflicción.
—Espera —Namjoon exhaló una sonrisa irónica, pensó que era una broma—. ¿Qué?
—Intenté hablar con él, pero me rechazó con todas sus fuerzas —Jungkook prosiguió lentamente, sin mirarle—. Creo que va en serio, dice que ya está enamorado y que eligió a alguien más mucho antes.
—Oh, es «él». Los varones omegas son un poco difíciles —expresó Namjoon con media sonrisa, pasándose unos dedos por los mechones claros de su nuca—. ¿Ya está marcado?
—Nah. Pero tiene uñas y muerde —ironizó Jungkook.
Namjoon soltó una risita grave, se tomó su café serenamente frente al chico, disfrutando de la soleada mañana bajo la elegante sombrilla de la terraza.
—Entonces, ¿te ha pedido que no le cortejes? —preguntó poco después.
Jungkook se pasó la lengua por los dientes, chasqueó levemente sabiendo que para Namjoon sonaría gracioso:
—No ha sido tan específico, pero dijo que me matará si vuelvo a acercarme.
Namjoon se llevó los nudillos a sus propios labios, reprimió una sonrisa con toda fuerza de voluntad. Ese omega debía tener muy malas pulgas si era capaz de amenazar de muerte a un tipo que tenía un desdoble lobuno. Comprobó con discreción el rostro de Jungkook, descubriendo a un alfa adusto y taciturno. Algo le decía que se sentía lastimado por aquello, ¿qué tan duro era que tu alma gemela te rechazase antes de ni siquiera conocerte?
—¿Qué harás? —formuló Namjoon en voz baja, como un fiel confidente.
El azabache tardó un poco en responder, suspiró profundamente, su taza de café se encontraba vacía sobre el diminuto plato que la sujetaba. Sus pupilas oscuras, se perdían en algún lado de la pacífica avenida a media mañana, situada en el centro de una ciudad universitaria y empresarial, poblada de tiendas alegres y llamativas, que comenzaban a adornarse con decoraciones invernales.
—Cumpliré con lo que quiere —dijo con una voz distante—. Me alejaré.
Esos días, Jungkook vivió el trascurso de reuniones laborales, vacías cenas familiares, cafés amargos y una cama demasiado desolada cada noche. Hizo ejercicio, flexiones alzándose en una barra en el pequeño gimnasio de casa, y decidió apuntarse al gimnasio privado de la ciudad.
Allí pudo encontrarse con Julen, un antiguo amigo alfa con el que había mantenido una buena amistad a pesar de su estancia en los Estados Unidos. Julen era un tipo arrogante y sarcástico, que no asentaba cabeza. Su familia tenía acciones en la empresa de Samsung y él era el dueño ejecutivo de una marca de gimnasios privados en todo el país. Jungkook sabía que tenía un puñado de hembras y varones con los que se apareaba indiscriminadamente (nadie había dicho que estuviera mal hacerlo, cada uno se buscaba su pan como quería), por lo que, si había un lobo en la ciudad de Busan (figuradamente hablando), era él.
—Cuanto me alegra verte, Jeon —le saludó elegantemente, con un énfasis de emoción.
Jungkook intercambió con él una ligera conversación amistosa. Julen vestía un traje deportivo, tenía el cabello oscuro y por los hombros, barbilla afilada, nuez muy marcada y músculos especialmente hinchados.
—Dime que aquí tenéis algo más que pádel. Las raquetas me aburren —sonrió Jungkook maliciosamente.
—Creo que te interesará algo.
Poco después, le mostró unos guantes rojos de boxeo. Fue agradable poder unirse a un combate amistoso, primero fue Julen, después un par de amigos suyos que pasaban por el gimnasio. Todos terminaron compartiendo sus contactos al reconocer el famoso apellido de Jungkook.
—Tengo un club nocturno magnífico —le sugirió Julen en voz baja, sentándose en el borde del cuadrilátero en lo que arrancaba el velcro de los guantes en sus muñecas—, el Red Velvet, ¿sabes cuál es? Estaré allí el viernes por la noche, puedes pasarte sin invitación, reconocerán tu apellido cuando les hable de ti.
Jungkook sabía de lo que hablaba; uno de esos antros donde poder desgastarse la garganta con whiskey, los pulmones en puros de buen aroma y la polla en carne fácil. Esos sitios estaban llenos de feromonas invasivas y de alfas cachondos que necesitaban saciar el fiero celo que les atacaba una vez cada cuatro meses. Después de todo, esos sitios algo cuestionables seguían siendo legales.
El alfa declaró que tendría en cuenta su invitación. En cuanto a su estabilidad emocional, a Jungkook no se le daba del todo mal mantener a raya sus emociones (había estado toda su vida luchando contra su Lobo interior). nunca se había permitido ser excesivamente emocional ni sensible, se regía por intereses, bienestar social, y en ocasiones, placer. Pero no le apetecía aparearse con Yui, ni buscar consuelo en ningún cuerpo reutilizable.
Por la tarde se sentó en el salón para relajarse leyendo un libro, su hermana mayor pasó una cálida mano por uno de sus omoplatos. Había pasado a visitar la casa familiar para saludarles. Él se apartó discretamente, sintiéndose fugazmente intimidado por el cariñoso gesto de su familiar, como si estuviera exigiéndose un absoluto celibato. Nada de contacto físico. Nada de cariño. Le dolía la piel si pensaba en ser acariciado por algo que no fuera aquel ser impronunciable por el que deseaba apuñalar a su Lobo para que le olvidase.
—Eh, ¿qué tal si nos acompañas a mí y a Erik a elegir los muebles de nuestra cocina? Iremos más tarde, tú tienes buen gusto para escoger esas cosas —le alentó su hermana.
Jungkook aceptó, invirtió dos horas de su tiempo en una cara tienda de diseño de cocinas del centro, discrepando entre sus gustos. Cuando se pudo separar de la parejita, descartó regresar a casa y se tomó un paseo a pie, como un errante lobo solitario. No pensaba ir a ningún sitio en concreto, sus pies le orientaron de por sí solos. Y ya fuese azar o las redes del condenado destino que le estaba torturando, le encontró en una pequeña cafetería mundana junto a varios betas.
Su corazón se lanzó contra su pecho, retrocedió unos pasos con incertidumbre. Jungkook vislumbró a Taehyung a través de la cristalera junto a varias personas que debían ser algunas de sus amistades.
«¿Su instinto le había llevado hasta allí, como un sabueso?», se preguntó. Pensaba que la ciudad de Busan era más grande, pero en ocasiones, el mundo era un pañuelo.
Uno de los tipos de cabello castaño pasó un brazo tras su cintura cuando se aproximaron a la barra, Taehyung era reconocible con su cabello ceniza, por las ondas largas de su pelo, por los rasgos faciales y esas largas y espesas pestañas sin necesidad de rímel.
«Era bonito», pensó Jungkook tragando saliva pesada.
Le vio sonreír y reírse, y sus dedos dolieron extraordinariamente. Se escondió tras uno de los salientes del edificio sin saber muy bien qué hacer. Puede que estuviese mal de la cabeza, pero odiaba y amaba con vehemencia a alguien que apenas conocía. Quería irse de allí, le dolía el pecho, la cabeza, estaba empezando a sentirse confundido con lo que deseaba. Su Lobo interior le obligó a quedarse muy quieto, no se volvió ni un ápice, permaneció allí como un perro guardián, sin saber muy bien qué estaba aguardando. Cuando Taehyung salió de la cafetería en compañía, encontró un extraordinario placer en otearle en la distancia. En seguirle como un buen depredador, en saber dónde vivía y cuáles eran los olores y las tontas criaturillas que se rodeaban con su presencia.
Identificó perfectamente el aroma del beta que le seguía como un perrito faldero; olía algo así como a jabón suave, similar al detergente de pastillas negras de la ropa. No estaba mal, pero era mundano y olvidable. Su Lobo interior le dijo orgullosamente que no creía que ese beta supiese muy bien cómo aparearse con su precioso omega.
No sentía ira hacia él, tampoco se encontraba especialmente receloso. No era un rival. Le despreciaba un poco, y sólo porque sentía que era demasiado injusto que el beta sí tuviese permiso para acercarse, mientras él se amasaba el terreno desde lejos como un lobo hambriento y desterrado.
Jungkook se retiró un rato después, no quería arriesgarse a que Taehyung le detectase. Sin embargo, no pudo evitar controlarse los siguientes días; el omega no volvió a esa cafetería, pero él sabía dónde estudiaba y por qué zona de clase media vivía. En ocasiones le oteaba en la distancia, sediento por interactuar con él o con alguien de su entorno.
Se sintió enfermo. No quería perseguirle. No podía permitirse seguir actuando así, aún menos pensar en qué pasaría si sospechase de su presencia o de que alguien más le seguía.
Intentaba excusarse consigo mismo (o más bien era su Lobo el que lo hacía); podía estar custodiándole todo el día, pero sólo lo hacía dos veces al día. A mediodía y cuando atardecía. Un día decidió echarle un ojo por la mañana. No estaba obsesionado con él, para nada. Sólo se sentía mejor engañándose a sí mismo y poniéndose de los nervios con esa falsa distancia.
Él detestaba a Taehyung profundamente, sus ojitos, su abrigo beige, esa bufanda que no se colocaba bien por mañana, ¿por qué diablos nunca llevaba guantes?», se preguntaba. «Le hacía falta una buena manicura, tenía los nudillos rojos y se notaba que era un artista por cómo tenía de reseca la piel de las manos por mancharse con pintura y lavárselas demasiado con un jabón de mala calidad».
Él le hubiese regalado unos guantes, le hubiese cuidado las manos y besado sus nudillos, pero Taehyung era un omega que detestaba, ¿cierto?
Lo único que provocaba aquella obsesión era el estúpido Lobo que llevaba por dentro. El mundo pensaba que era el lobo feroz, y, ciertamente, lo era, pero en ese momento se encontraba fuera de cobertura y encaprichado con ese enano de mejillas redondas al que no podía sacarse de la cabeza.
—Jungkook, dijiste que ibas a alejarte —la voz de Namjoon sonó más severa de lo que esperaba, ni siquiera su padre se había atrevido a hablarle así a pesar de que hubiera estado casi desaparecido durante toda esa semana.
Jungkook le miró de soslayo, con una frialdad imperativa.
—Mira, no voy a meterme en lo que haces —prosiguió el alfa peliclaro—, pero estás actuando como un lunático. Continúas oteándole en la distancia como si fueras un lobo al que no se le permite tocar lo que es suyo, eso no puede ser sano.
—¿Y qué se supone que debería hacer? —expresó Jungkook en voz baja—. No sé ni por qué diablos te he contado esto.
Namjoon identificó su cansancio, él pestañeó con las pupilas perdidas en algún lado, con un leve suspiro donde llevó sus yemas a los párpados y se frotó levemente sabiendo que estaba perdiendo la cabeza. Se sentía avergonzado por su propio comportamiento. Necesitaba dejar de hacerlo, pero sentía que no podía retener el extraño placer de conformarse con lo único que le quedaba.
—Tienes que pasar página. Es lo más recomendable para tu salud mental, y quizá también... para la suya...
Él sabía que Namjoon tenía razón. Debía pasar página, superar a Taehyung antes de ni siquiera haberse implicado realmente en algo. Pero él no tenía un Lobo dentro del pecho que se moría por su luz de luna.
*Prohibida la distribución de este fanfic sin permiso de la autora. Puedes descargar esta historia completa en Patreon.com/chispasrojas
La mañana del sábado, Taehyung se dejó caer en la cama tras hacer un montón de recados, limpiar la casa entera para ayudar a su madre, tender la cola y adquirir en la farmacia su medicación supresora para tener una cajetilla extra. Estaba realmente exhausto, y eso que aún no se había puesto a escribir su redacción sobre Historia del Arte. En general, podía considerar que había tenido una semana ordinaria, sin más alteraciones, e incluso había dejado de mirar hacia los lados como si algo fuera a asaltarle. Ya no tenía esa punzante jaqueca. Se sentía seguro, estable. Tal vez había recuperado la confianza en sí mismo tras los extraños eventos que le envolvieron días atrás, los cuales no se había permitido volver a pensar. A lo mejor sólo era que tenía un ángel de la guarda.
Perezosamente, tomó su Tablet entre los dedos y abrió una página de dibujo. Se recostó entre sus almohadas cómodamente, y con el pincel electrónico hizo algunos garabatos para desestresarse. Trazó las líneas y dibujó a un lobo de forma inconsciente. Sus orejas eran picudas y suaves, sus ojos eran profundos, oscuros, le hacía sentirse seguro. Taehyung retuvo su propio aliento, apretó la mandíbula cuando recordó a Jungkook y sus yemas temblaron pulsando velozmente el botón X para eliminar su idea.
«No», se dijo con una punzada nerviosa. «No hagas eso».
Jadeó levemente con su recuerdo, como si un incomprensible dolor le quemase por dentro. Cuando tomó el portátil para ver algún video tonto de YouTube, no pudo evitar minimizar para buscar su apellido en Google.
Los Jeon no sólo tenían un imperio, Renzo salía por todos lados, su marca de vinos colaboraba en multinacionales, participaba en actos caritativos, donaciones para frenar el cierre de centros escolares y otros tantos eventos donde sólo se inmiscuían los alfas de altas categorías. Las acciones empresariales de la familia Jeon rozaban los trece billones de wons sólo en el mercado industrial. No quería saber qué tanto dinero más tenían en sus bolsillos gracias a sus proyectos personales.
Encontró una fotografía de Jungkook al lado de Renzo que le hizo cerrar el buscador de Google de inmediato. No podía verle. Se sentía muy extraño. Su aspecto era de otro mundo, de esos alfas estilizados, guapos, atractivos, que parecían más una pantera negra que un lobo. Que tenían publicaciones en Instagram con más seguidores y repercusión de lo que tendría su carrera completa como artista de un barrio humilde de Busan.
Taehyung inspiró profundamente, se dijo a sí mismo que lo que acababa de hacer buscando algo de información, sólo era por aliviar su curiosidad. Jeon Jungkook no le interesaba para nada. Sus mundos eran distintos y él, no permitiría jamás que un alfa le poseyera y le alejase de todos de sus sueños, como el de la universidad o seguir formándose como artista.
Se sintió extraño cuando se preguntó por qué ese alfa tenía que ser su pareja predestinada. ¿Por qué? ¿Por qué él? No podían vivir en universos más distantes. No podían tener formas más diversas de comprender sus vidas.
Fugazmente, Taehyung esperó no haberle lastimado demasiado a pesar de que su rostro, cuando le gritó, no pareció reflejar ninguna emoción. Fue aún más raro cuando comenzó a sentir cierta desazón por cómo le había tratado mientras él le hablaba con dulzura. Puede que su único pecado hubiese sido el de nacer alfa (tenía demasiados prejuicios con esa casta) y el de haber expresado de forma tan descarada que se pertenecían. Él era un omega con traumas; su estrés era complicado. Sólo había intentado marcar cuál era su territorio y por qué no podía traspasarlo.
El significado de almas gemelas era demasiado «poderoso» en el siglo en el que vivían, y tenía la capacidad de asustar a cualquier persona que luchase interiormente día a día por intentar parecer normal, cuando en el fondo no lo era. Nadie podía ser normal cuando una contusión emocional le dominaba.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top